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MozambiqueAnuario de los testigos de Jehová 1996
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Destino: Carico, distrito de Milange
Entre los meses de septiembre de 1975 y febrero de 1976 se transfirió a todos los testigos de Jehová que estaban detenidos, ya fuera en las cárceles o en el campo abierto. El secreto que rodeaba su destino era un arma más de la policía y otras autoridades locales para intimidarlos. “Se los van a comer las fieras —les decían—. Es un lugar desconocido en el norte, del que jamás regresarán.” En medio del llanto y los lamentos, sus familiares no creyentes insistían en que capitularan. Muy pocos transigieron. Hasta personas recién interesadas se unieron valientemente a los testigos de Jehová. Este fue el caso de Eugênio Macitela, un ferviente apoyador de los ideales políticos. Su interés se suscitó cuando oyó que las cárceles estaban repletas de testigos de Jehová. Queriendo saber quiénes eran, solicitó un estudio bíblico; a la semana siguiente fue arrestado y deportado. Macitela estuvo entre los primeros que se bautizaron en los campos de concentración. Actualmente es superintendente de circuito.
Los Testigos no mostraron temor ni aprensión cuando los sacaron de las cárceles y los metieron en los autobuses, camiones e incluso aviones. Una de las caravanas más impresionantes, compuesta de catorce autobuses, o machibombos, como los llaman aquí, partió de Maputo el 13 de noviembre de 1975. El gozo aparentemente inexplicable de los hermanos llevó a los soldados que estaban al mando a preguntar: “¿Cómo pueden estar tan contentos si ni siquiera saben adónde los llevan? El lugar adonde van no es nada bueno”. Pero su felicidad no disminuyó. Mientras los familiares no creyentes lloraban, temiendo por el futuro de sus seres queridos, los Testigos entonaban cánticos del Reino, como el que se titula “Adelante con valor”.
Los conductores telefoneaban a sus superiores desde cada ciudad del camino para preguntar adónde debían dirigirse, a lo cual se les ordenaba continuar hasta la siguiente parada. Algunos se extraviaron. Por fin llegaron a Milange, ciudad y sede de distrito de la provincia de Zambezia, a 1.800 kilómetros de Maputo, donde el administrador recibió a los hermanos con un “discurso de bienvenida”, una diatriba llena de amenazas.
Luego los llevaron 30 kilómetros al este, a un lugar en las orillas del río Munduzi, en la zona denominada Carico, perteneciente al distrito de Milange. Millares de testigos de Jehová de Malaui que habían huido de su país a consecuencia de la persecución, vivían allí como refugiados desde 1972. Para estos fue una sorpresa la llegada repentina de los hermanos mozambiqueños, como lo fue para los recién llegados el ser recibidos por hermanos de otra lengua. Con todo, fue una sorpresa muy agradable. A los conductores los impresionó muchísimo el cariño y la hospitalidad que los hermanos malauianos mostraron a los mozambiqueños. (Compárese con Hebreos 13:1, 2.)
El administrador del distrito era el hombre que había estado con los hermanos en la cárcel de Machava años atrás. A todos los grupos que llegaban les preguntaba lo mismo: “¿Dónde están Chilaule y Zunguza? Sé que también vienen”. Cuando finalmente llegó el hermano Chilaule, le dijo: “Chilaule, en realidad no sé cómo recibirlo. Ahora estamos en campos diferentes”. Entregado enteramente a su ideología, este hombre no facilitó para nada la vida de sus antiguos compañeros de celda. Como él mismo dijo, era “una cabra gobernando en medio de ovejas”.
Ayuda amorosa de la hermandad internacional
La hermandad internacional de los testigos de Jehová manifestó interés amoroso en los hermanos de Mozambique. El correo se vio inundado de misivas dirigidas a las autoridades nacionales. Los compañeros de trabajo de Augusto Novela, Testigo que laboraba en una compañía de telecomunicaciones, se mofaban diciendo que los testigos de Jehová no eran más que una secta del pueblo; pero sus burlas fueron acalladas cuando los telefax comenzaron a recibir mensajes de todas partes del mundo. La acción arrolladora del pueblo de Jehová dio testimonio de que está verdaderamente unido por el amor.
Unos diez meses después, un ministro del Estado que efectuó una visita de inspección a los campos reconoció que los hermanos habían sido aprisionados sobre la base de acusaciones falsas. Pero era muy pronto para esperar que se les pusiera en libertad.
Las dificultades de una nueva vida
Se abría un nuevo capítulo en la historia del pueblo de Jehová de Mozambique. Los hermanos malauianos, organizados en ocho aldeas, ya estaban bien adaptados a su nueva forma de vida en el monte y se habían hecho hábiles constructores de casas, Salones del Reino y hasta Salones de Asambleas. Así mismo, los que no sabían de agricultura habían aprendido. Muchos de los mozambiqueños, que nunca habían cultivado un campo, o machamba, estaban a punto de experimentar los rigores del trabajo en los campos. Durante los primeros meses, los recién llegados se beneficiaron de la amorosa hospitalidad de los hermanos malauianos, quienes los acogieron en sus hogares y compartieron con ellos el alimento. Pero ya era hora de que ellos construyeran sus propias aldeas.
La empresa no era fácil. Había empezado la estación de las lluvias, y la región fue bendecida con agua del cielo como nunca antes. Cuando el río Munduzi, que atravesaba el campo, inundó una región normalmente afectada por la sequía, los hermanos lo vieron como un símbolo del cuidado que Jehová les prodigaría. En efecto, contrario a lo que antes sucedía, durante los siguientes doce años el río no se secó ni siquiera una vez. Por otra parte, “el terreno fangoso y resbaladizo, causado naturalmente por la lluvia, era otra adversidad que afrontaban los que venían de vivir en la ciudad”, como recuerda el hermano Muthemba. No les resultaba fácil a las mujeres cruzar el río manteniendo el equilibrio en puentes improvisados, que no eran más que tres troncos. “Para los hombres que estábamos acostumbrados al trabajo de oficina suponía una difícil tarea internarse en el denso bosque y cortar árboles para construir las casas”, recuerda Xavier Dengo. La situación fue una prueba para la que algunos no estaban preparados.
Recordará que en los días de Moisés se suscitaron quejas entre “la muchedumbre mixta” que salió junto con Israel de Egipto y se internó en el desierto, y que luego los propios israelitas se contagiaron de la misma actitud. (Núm. 11:4.) De igual manera, desde el mismo principio surgió de entre los que no eran Testigos bautizados un grupo de quejumbrosos, al que se unieron algunos bautizados. Estos dijeron al administrador que estaban dispuestos a pagar cualquier precio con tal de que se los dejara regresar a casa cuanto antes. Pero su acción no trajo el resultado que esperaban. Se los retuvo en Milange, y muchos de ellos fueron como una piedra en el zapato para los fieles. Este grupo, conocido como “los rebeldes”, vivió entre los hermanos, pero siempre estaba listo para traicionarlos. Su amor a Dios no había resistido la prueba.
Por qué se desplomaron los salones
Los hermanos malauianos habían gozado de considerable libertad de culto en los campos, situación de la que se beneficiaron los mozambiqueños a su llegada. Todos los días concurrían a uno de los grandes Salones de Asambleas para examinar el texto diario, que por lo general presidía un superintendente de circuito malauiano. “Fue fortalecedor —recuerda Filipe Matola— escuchar exhortaciones espirituales en compañía de tantos hermanos después de meses de encarcelamiento y travesías.” No obstante, esta libertad relativa duró poco.
El 28 de enero de 1976, las autoridades gubernamentales, acompañadas de soldados, fueron por todas las aldeas anunciando: “Se les prohíbe usar estos salones o cualquier otro lugar de la aldea para el culto y la oración. El gobierno nacionalizará los salones y los empleará según estime conveniente”. Se les ordenó sacar los libros para confiscarlos. Por supuesto, los hermanos ocultaron lo que pudieron. Acto seguido, se puso la bandera frente a cada salón y se apostaron soldados para que velaran por la observancia de dicho decreto.
A pesar de que los salones estaban hechos de estacas y parecían rústicos, eran bastante resistentes. Aun así, todos empezaron a venirse abajo en relativamente poco tiempo. Xavier Dengo recuerda que en cierta ocasión en que acababa de llegar con el administrador a una de las aldeas, el salón comenzó a desplomarse, aunque no estaba lloviendo ni haciendo viento. El administrador exclamó: “¿Qué pasa? Ustedes son malos. Ahora que hemos nacionalizado los salones, se están cayendo”. En otra ocasión, el administrador dijo a uno de los ancianos: “Ustedes deben de haber orado pidiendo que los salones se caigan, [...] y su Dios los ha derrumbado”.
Organización de las aldeas
Surgieron nueve aldeas mozambiqueñas, paralelas a las ocho malauianas y mirando hacia ellas. Ambos grupos, unidos por el “lenguaje puro”, convivirían por los siguientes doce años. (Sof. 3:9.) Las aldeas estaban divididas en manzanas, cada una de las cuales abarcaba ocho solares de aproximadamente 25 por 35 metros, con calles bien cuidadas. Las congregaciones se agrupaban según las manzanas. Como la proscripción impedía la construcción de Salones del Reino visibles, se fabricaron con este fin casas especiales en forma de “L”, y para simular que se trataba de viviendas, habitaba en ellas alguna viuda o una persona soltera. Durante las reuniones, el orador se paraba en la esquina de la “L”, desde donde podía ver el auditorio a ambos lados.
En los contornos de las aldeas estaban las machambas. También las congregaciones tenían su propia machamba, en cuyo cultivo participaban todos como contribución al mantenimiento de la congregación.
El tamaño de las aldeas variaba según el número de pobladores. De acuerdo con el censo realizado en 1979, la villa mozambiqueña número 7 era la más pequeña, con solo 122 publicadores y 2 congregaciones; en tanto que la número 9 era la mayor y la más distante: contaba con 1.228 publicadores y 34 congregaciones. En todo el campo había once circuitos. Los hermanos dieron al entero campo, formado por las aldeas malauianas y mozambiqueñas y sus zonas dependientes, el nombre de Círculo de Carico. El último censo que tenemos en nuestros archivos data de 1981, cuando la población total era de 22.529, de los cuales 9.000 eran publicadores activos. Posteriormente hubo mayor crecimiento. (El entonces presidente, Samora Machel, anunció que la población era de 40.000, según el folleto Consolidemos Aquilo Que nos Une, páginas 38 y 39.)
La época de Chingo, un tiempo difícil
Era obvio que no se había llevado a los testigos de Jehová a Milange simplemente para que se convirtieran en una colonia agrícola. No era sin motivo que el gobierno había denominado al campo Centro de Reeducación de Carico, como lo evidenciaba la existencia del centro administrativo en medio del campo malauiano número 4, atendido por funcionarios oficiales y dotado de oficinas y residencias. Había asimismo un comandante de campo, una guarnición de soldados y una prisión, donde muchos de nuestros hermanos purgaron diversas penas impuestas por el comandante.
El más famoso de todos los comandantes fue Chingo. Su mandato de dos años se conoció como la época de Chingo. Decidido a doblegar la firme postura de los testigos de Jehová y “reeducarlos”, recurrió a toda táctica psicológica conocida, así como a la violencia. Aunque prácticamente no tenía educación formal, era un orador desenvuelto y persuasivo que gustaba de usar ilustraciones, don que empleó para tratar de adoctrinar a los hermanos en su filosofía política y debilitar su amor a Dios. Una de sus tácticas fue “el cursillo de cinco días”.
“El cursillo de cinco días”
El comandante anunció que habría un “cursillo de cinco días”, y pidió a los Testigos que escogieran a los hombres más capaces de las aldeas, que pudieran transmitir información de interés, para enviarlos a un curso que se celebraría en un lugar distante. Los hermanos se negaron, dudando de las intenciones del comandante. Sin embargo, “los rebeldes” que había allí señalaron a los hermanos que ocupaban puestos de responsabilidad, incluidos los superintendentes de circuito. Entre estos figuraban Francisco Zunguza, Xavier Dengo y Luis Bila. Un camión partió con veintiún hombres y cinco mujeres en un viaje de cientos de kilómetros hacia el norte, a una zona al norte de Lichinga, en la provincia de Niassa, donde los hombres fueron recluidos en un “campo de reeducación”, junto a delincuentes, y las mujeres fueron llevadas a un campo para prostitutas.
Entre las terribles torturas que allí les infligieron estaba la que los verdugos llamaban el “estilo Cristo”. Extendiendo los brazos de la víctima sobre una estaca, como si fueran a crucificarla, la ataban fuertemente con hilo de nailon desde la punta de los dedos de una mano hasta la punta de los dedos de la otra. La circulación de las manos, los brazos y los hombros se detenía por completo, y se mantenía a la víctima en esta posición por bastante tiempo en un vano esfuerzo por obligarla a gritar: “¡Viva FRELIMO!”. Luis Bila, un fiel anciano, sufrió un ataque cardíaco y murió a causa de este trato cruel e inhumano.
A las hermanas se las sometió a un tratamiento de “ejercicios” que consistía en correr casi indefinidamente, algunas veces entrando y saliendo del agua; subir y bajar montañas dando volteretas sin descanso, y otro sinfín de vejaciones. ¡Qué cursillo! ¡Qué “reeducación”!
Pese al tratamiento brutal, la mayoría de estos hermanos se mantuvieron íntegros; solo dos transigieron. Un hermano se las arregló para enviar una carta al ministro del Interior, en Maputo, denunciando los hechos. La carta dio resultados. El propio gobernador de Niassa fue en helicóptero e inmediatamente destituyó de su cargo al comandante y sus asesores. “Quedan detenidos por realizar actos que el FRELIMO nunca concibió”, declaró. Cuando los demás prisioneros que habían sufrido igual trato oyeron esto, gritaron de alegría y dijeron: “Gracias a ustedes hemos sido liberados”, a lo que los hermanos replicaron: “Den las gracias a Jehová”.
Al cabo de cierto tiempo fueron transferidos a otros campos, en los que solamente se les sometía a trabajos forzados. En total, transcurrieron casi dos años antes de que los enviaran de vuelta a Carico, donde estaba Chingo para recibirlos. Este persistió en sus vanos intentos por tratar de debilitar su lealtad a Jehová mediante “cursillos” parecidos. Por último, cuando estaba a punto de abandonar Carico, pronunció un discurso lleno de ilustraciones, propio de su estilo. Admitiendo la derrota, dijo: “Un hombre golpea muchas veces un árbol, y cuando falta poco para derribarlo, lo reemplazan por otro, que con solo un golpe, finaliza el trabajo. Yo di muchos golpes, pero no pude terminar la labor. Otros vendrán después de mí, y usarán diversos métodos. No se rindan. [...] Sigan firmes en su postura. [...] De lo contrario, ellos se llevarán toda la gloria”. No obstante, los hermanos se esforzaron porque solo Jehová recibiera la gloria manteniendo fuerte su amor a él. (Rev. 4:11.)
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[Fotografías en las páginas 140, 141]
En el campo de refugiados de Carico, nuestros hermanos 1) cortaban madera y 2) amasaban barro con los pies para fabricar ladrillos, mientras que 3) las hermanas acarreaban agua. 4) Encontraron la manera de celebrar asambleas. 5) Xavier Dengo, 6) Filipe Matola y 7) Francisco Zunguza ayudaron a suministrar supervisión espiritual en calidad de superintendentes de circuito. 8) Este Salón del Reino construido por los Testigos malauianos todavía se usa
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