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  • “Yo no tengo la culpa”
    ¡Despertad! 1996 | 22 de septiembre
    • “Yo no tengo la culpa”

      ¿CON cuánta frecuencia se oye decir hoy en día: “Lo siento. Ha sido culpa mía. Asumo toda la responsabilidad”? Apenas se escuchan ya declaraciones tan francas. De hecho, en muchos casos, aun cuando se admite la falta, se hace todo lo posible por echar la culpa a otra persona o alegar circunstancias atenuantes sobre las cuales se afirma no haber tenido control.

      Algunos incluso culpan a sus genes. Pero ¿tiene fundamento este pretexto? El libro Exploding the Gene Myth (Se destruye el mito de los genes) cuestiona los objetivos y la eficacia de ciertos aspectos de la investigación en el campo de la genética. El periodista australiano Bill Deane presenta la siguiente conclusión seria en su reseña de este libro: “Parece que hace poco los deterministas sociales han empezado a creer que han encontrado pruebas casi irrefutables para apoyar su filosofía de que nadie debe dar cuenta de sus acciones: ‘Él no pudo evitar cortarle el cuello a la mujer, Su Señoría; lo lleva en los genes’”.

      No es una tendencia nueva

      En vista de que esta generación está convirtiéndose rápidamente en lo que un escritor llama la generación del “yo no he sido”, pudiera parecer que se trata de una tendencia nueva que va en aumento. No obstante, la historia revela que la propensión a culpar a los demás con la excusa “yo no he sido” se remonta a los comienzos de la humanidad. La reacción de Adán y Eva cuando pecaron por primera vez al comer del fruto prohibido por Dios, es un ejemplo clásico de echar la culpa a otro. El relato de Génesis narra la conversación que tuvo lugar, la cual Dios inició: “‘¿Del árbol del que te mandé que no comieras has comido?’. Y pasó el hombre a decir: ‘La mujer que me diste para que estuviera conmigo, ella me dio fruto del árbol y así es que comí’. Ante eso, Jehová Dios dijo a la mujer: ‘¿Qué es esto que has hecho?’. A lo cual respondió la mujer: ‘La serpiente... ella me engañó, y así es que comí’”. (Génesis 3:11-13.)

      Desde entonces, los seres humanos han inventado diversas creencias y han buscado excusas insólitas que los exoneren de toda responsabilidad por sus actos. Entre estas destaca la creencia de los antiguos en el destino. Una mujer budista que creía sinceramente en el karma dijo: “Pensaba que no tenía sentido sufrir por algo con lo que había nacido pero de lo que no sabía nada. Tenía que aceptarlo como mi destino”. La creencia en el destino, nutrida por la doctrina de la predestinación que enseñó Juan Calvino, también es común en la cristiandad. Los sacerdotes a menudo dicen a los familiares de quienes mueren en accidentes, que fue la voluntad de Dios. Por otro lado, algunos cristianos bienintencionados culpan a Satanás de todo lo malo que les sucede.

      En la actualidad estamos comenzando a presenciar cómo se toleran dentro del marco legal y social algunos tipos de conducta irresponsable. Vivimos en una era en que el individuo tiene cada vez más derechos y menos responsabilidades.

      Los estudios sobre la conducta humana han aportado supuestas pruebas científicas que, según algunos, podrían utilizarse para dar rienda suelta a las tendencias inmorales u homicidas. Esto refleja el empeño de la sociedad por achacar la culpa a cualquier persona o cosa excepto al individuo.

      Necesitamos las respuestas a preguntas como las siguientes: ¿Qué ha descubierto en realidad la ciencia? ¿Está el comportamiento humano determinado únicamente por los genes, o lo controlan tanto fuerzas internas como externas? ¿Qué demuestran las pruebas disponibles?

  • ¿Estamos predestinados por los genes?
    ¡Despertad! 1996 | 22 de septiembre
    • ¿Estamos predestinados por los genes?

      “ANTES pensábamos que nuestro destino estaba regido por las estrellas. Ahora sabemos que lo rigen en gran medida los genes.” Estas palabras de James Watson se citan al principio del libro Exploding the Gene Myth, de Ruth Hubbard y Elijah Wald. Pero inmediatamente después se incluye el siguiente comentario de R. C. Lewontin, Steven Rose y Leon J. Kamin: “No sabemos de ninguna conducta humana significativa que esté determinada por los genes de tal manera que no pueda modificarse con medidas sociales”.

      El resumen del libro que aparece en la sobrecubierta comienza con la pregunta clave: “¿Es genética la conducta humana?”. Dicho de otro modo, ¿está determinado nuestro comportamiento exclusivamente por los genes que transmiten las características biológicas hereditarias del organismo? ¿Debe aceptarse cierta conducta inmoral porque se aduce que es genética? ¿Debería tratarse a los criminales como víctimas de su código genético, y por lo tanto, permitirles que aleguen la predisposición genética como atenuante de responsabilidad?

      Es innegable que los científicos han hecho muchos descubrimientos beneficiosos a lo largo de este siglo. Uno de los más fascinantes es el ADN, del que se dice que contiene los “planos” de nuestra estructura genética. La información del código genético ha intrigado a científicos y profanos por igual. ¿Qué han demostrado las investigaciones realizadas en este campo? ¿Cómo se utilizan los hallazgos para apoyar la doctrina moderna de la preprogramación o predestinación?

      Infidelidad y homosexualidad

      Según un artículo publicado en el periódico The Australian, algunos investigadores afirman que “la infidelidad se lleva en los genes. [...] Parece que el corazón traicionero está predeterminado”. Imagine los estragos que puede causar este razonamiento en los matrimonios y familias, pues ofrece un pretexto a quienes desean alegar una atenuante de responsabilidad para su vida promiscua.

      Con relación a los homosexuales, el semanario Newsweek publicó un reportaje titulado “¿Nacen, o se hacen?”, en el que afirmaba: “La ciencia y la psiquiatría están luchando por entender los resultados de nuevos estudios que sugieren que la homosexualidad puede deberse a la genética y no a la crianza. [...] La posibilidad de que la homosexualidad comience en los cromosomas agrada a buena parte de la comunidad gay”.

      El artículo cita a continuación las siguientes palabras del doctor Richard Pillard: “Atribuir la orientación sexual a un factor genético equivale a decir: ‘No es un defecto, usted no tiene la culpa’”. Abundando más sobre este argumento que descarta la culpabilidad, Frederick Whitam, investigador de la homosexualidad, señala que “cuando se le dice a la gente que la homosexualidad es innata, por lo general, da un suspiro de alivio. Tal explicación exime de culpa a los homosexuales y a sus familias. También implica que la sociedad no tiene que preocuparse por asuntos como la existencia de maestros homosexuales”.

      Los medios de comunicación a veces presentan las supuestas pruebas de que los genes determinan las tendencias homosexuales como un hecho concluyente, en lugar de como una hipótesis discutible.

      La revista New Statesman & Society arrojó un jarro de agua fría a quienes la retórica sobre este tema había entusiasmado tanto: “El lector que queda encandilado posiblemente ha pasado por alto la superficialidad de las pruebas materiales, o incluso la ausencia total de pruebas, para la afirmación científicamente errónea de que la promiscuidad ‘está plasmada en el código genético del varón y grabada en sus circuitos cerebrales’”. En su libro Cracking the Code (Se descifra el código), David Suzuki y Joseph Levine admiten su preocupación sobre las investigaciones actuales en el terreno de la genética: “Puede argumentarse que los genes influyen en el comportamiento de modo general, pero de eso a demostrar que un gen determinado —o un par de genes, o incluso un conjunto de genes— controlen detalles particulares de las reacciones de un animal ante su entorno, hay una gran diferencia. En este momento cabe preguntar si acaso alguien ha descubierto, en el estricto sentido molecular de localizar y manipular, algún fragmento de ADN que influya en conductas concretas de manera previsible”.

      Genes del alcoholismo y de la criminalidad

      El estudio del alcoholismo ha fascinado a muchos genetistas a lo largo de los años. Según algunos, los estudios han demostrado que la presencia o ausencia de ciertos genes es la raíz del alcoholismo. Por ejemplo, The New England Journal of Medicine informó en 1988 que “durante la pasada década, tres investigaciones distintas han encontrado pruebas concluyentes de que el alcoholismo se hereda”.

      No obstante, ciertos especialistas en el campo de las adicciones están poniendo en tela de juicio la opinión de que el alcoholismo se deba en gran parte a factores biológicos. En un reportaje publicado el 9 de abril de 1996 en el diario The Boston Globe se afirmó: “No se vislumbra la identificación de un gen del alcoholismo, y algunos investigadores reconocen que probablemente no encontrarán más que una vulnerabilidad genética que permite beber en exceso sin llegar a embriagarse, característica que predispone al alcoholismo”.

      El periódico The New York Times informó sobre una conferencia pronunciada en la Universidad de Maryland con el tema “El significado y las implicaciones de las investigaciones sobre genética y conducta criminal”. La explicación de que exista un gen del comportamiento criminal resulta atractiva por su sencillez. Muchos comentaristas parecen estar ansiosos por apoyarla. Un redactor de temas científicos de la revista The New York Times Magazine escribió que el mal puede estar “grabado en las espirales de cromosomas que los padres transmiten en el momento de la concepción”. Un artículo de The New York Times dijo que el debate constante sobre los genes de la criminalidad crea la impresión de que el crimen tiene “un origen común, a saber, una anomalía en el cerebro”.

      Jerome Kagan, psicólogo de Harvard, predice que llegará el día en que con pruebas genéticas se identifique a los niños que tienen tendencias agresivas. Algunas personas opinan que puede haber esperanzas de controlar el crimen con la manipulación biológica en lugar de con reformas sociales.

      El lenguaje utilizado en estas especulaciones sobre la base genética del comportamiento a menudo es vago y titubeante. El libro Exploding the Gene Myth presenta los resultados de un estudio efectuado por el genetista del comportamiento Lincoln Eaves, que afirmó haber encontrado pruebas del origen genético de la depresión. Después de realizar un estudio entre mujeres consideradas propensas a la depresión, Eaves “indicó que el aspecto y la actitud depresivos de [las afectadas] pudieron haber propiciado tales percances”. ¿A qué “percances” se refería? A las mujeres estudiadas las habían “violado, asaltado o despedido del trabajo”. ¿Provocó, acaso, la depresión estos sucesos traumáticos? “¿Qué clase de razonamiento es ese? —prosigue el libro—. A las mujeres se las había violado, asaltado o despedido del trabajo, y estaban deprimidas. Cuanto más traumática había sido la experiencia por la que habían pasado, más crónica era la depresión. [...] Habría valido la pena buscar una conexión genética si [Eaves] hubiera descubierto que la depresión no estaba relacionada con ninguna de tales experiencias.”

      La misma publicación dice que estas historias son “típicas de la mayor parte de los informes sobre estudios de genética [del comportamiento] que aparecen actualmente, tanto en los medios de comunicación en general como en las revistas científicas. Contienen una mezcla de datos interesantes, conjeturas infundadas y exageraciones absurdas sobre la importancia de los genes en nuestra vida. Una característica preponderante en gran parte de estos escritos es la vaguedad”. Añade: “Hay una gran diferencia entre relacionar genes con enfermedades que siguen una ley mendeliana de la herencia y utilizar hipotéticas ‘tendencias’ genéticas para explicar afecciones complejas como el cáncer o la presión sanguínea alta. Los científicos van demasiado lejos cuando sugieren que la investigación genética puede ayudar a explicar el comportamiento humano”.

      Pese a todo lo anterior, continúan en pie las siguientes preguntas comunes: ¿Por qué a veces notamos que se producen cambios en nuestros patrones de conducta? ¿Hasta qué punto controlamos tales situaciones? ¿Cómo podemos obtener y mantener el dominio de nuestra vida? El siguiente artículo puede ayudarle a contestar estas preguntas.

  • ¡Tome ahora las riendas de su vida!
    ¡Despertad! 1996 | 22 de septiembre
    • ¡Tome ahora las riendas de su vida!

      LA INVESTIGACIÓN científica de la conducta y la motivación del ser humano nos beneficia de varias maneras. Comprender mejor las enfermedades quizás nos haya ayudado a afrontarlas. A la vez, es prudente tener cautela con las teorías sensacionalistas, sobre todo las que en apariencia contradicen principios bien fundados.

      En lo que se refiere a la genética y la conducta surgen varias preguntas: ¿Podemos descargarnos de la responsabilidad por nuestros actos y no aceptar culpa alguna? Si cometemos una indiscreción o un mal, ¿es lícito poner como excusa, o incluso como culpable directo, a una persona u otro factor, y así afiliarnos a la generación del “yo no he sido”? De ningún modo. Ya que la mayoría acepta el mérito por sus logros, ¿por qué no debe estar dispuesta a asumir también la responsabilidad por sus errores?

      Por ello, cabría preguntarse: ¿Qué enseña la Palabra de Dios respecto a que alguien o algo controle nuestra vida?

      ¿Qué criterio expone la Biblia?

      En primer lugar, conviene reconocer que todos nacemos con el pecado heredado de nuestros primeros padres, Adán y Eva. (Salmo 51:5.) Además, vivimos en una época especial, “los últimos días”, caracterizada por “tiempos críticos, difíciles de manejar”. (2 Timoteo 3:1.) Esto indica que, en líneas generales, tenemos más dificultades que nuestros predecesores para ejercer un sano control de los actos.

      Con todo, cada ser humano posee libre albedrío, de modo que es capaz de tomar sus propias decisiones. En ese sentido, lleva las riendas de su vida. Así ha sido desde la antigüedad, como se deduce de la siguiente invitación de Josué a la nación de Israel: “Escójanse hoy a quién quieren servir”. (Josué 24:15.)

      La Biblia indica que Satanás, el Diablo, ha sido expulsado de los cielos y hoy, más que nunca, ejerce una poderosa influencia maligna en toda la raza humana. También nos muestra que, ya en tiempos del apóstol Juan, el mundo entero yacía en el poder del inicuo. (1 Juan 5:19; Revelación [Apocalipsis] 12:9, 12.) Pero como en el caso del Dios Omnipotente, que no controla todos nuestros actos ni nos predestina a un fin que solo él conozca, tampoco ha de culparse a Satanás directamente de cada uno de nuestros errores o faltas. Todo se equilibra con esta verdad bíblica: “Cada uno es probado al ser provocado y cautivado por su propio deseo. Entonces el deseo, cuando se ha hecho fecundo, da a luz el pecado”. (Santiago 1:14, 15.) El apóstol Pablo escribió las siguientes palabras inspiradas: “No se extravíen: de Dios uno no se puede mofar. Porque cualquier cosa que el hombre esté sembrando, esto también segará”. (Gálatas 6:7.)

      Así pues, Jehová Dios juzga a cada uno responsable de sus actos. Debemos tener mucho cuidado de no excusarnos con la genética o la imperfección heredada. Dios juzgó responsables de sus depravaciones a los homosexuales de Sodoma y Gomorra. Es obvio que no los consideró desdichados seres humanos que, por una “imperfección genética”, no podían evitar ser malos. Así mismo, aunque los coetáneos de Noé vivían rodeados de influencias malignas, tuvieron que hacer frente a una decisión de la que dependería si sobrevivirían o no al Diluvio que se avecinaba. Algunos hicieron una buena elección, pero la mayoría, no.

      El profeta hebreo Ezequiel confirma que es preciso controlarse para ser acreedor del favor divino: “En cuanto a ti, en caso de que hayas advertido a alguien inicuo y él realmente no se vuelva de su iniquidad y de su camino inicuo, él mismo por su error morirá; pero en cuanto a ti, habrás librado tu propia alma”. (Ezequiel 3:19.)

      Disponemos de la mejor ayuda posible

      Evidentemente, necesitamos ayuda para dominarnos día a día, algo que para muchos es todo un reto. Pero no nos desesperemos. Aunque las tendencias pecaminosas heredadas son inaceptables para Dios, si deseamos modificar nuestra conducta, él nos brindará la mejor ayuda posible: su espíritu santo y su palabra inspirada. Sin importar qué predisposición genética o influencia externa repercutan en nuestro modo de ser, podemos “[desnudarnos] de la vieja personalidad con sus prácticas, y [vestirnos] de la nueva personalidad, que mediante conocimiento exacto va haciéndose nueva según la imagen de Aquel que la ha creado”. (Colosenses 3:9, 10.)

      Muchos cristianos de la congregación corintia hicieron cambios radicales de conducta. De ello da fe este pasaje inspirado: “Ni fornicadores, ni idólatras, ni adúlteros, ni hombres que se tienen para propósitos contranaturales, ni hombres que se acuestan con hombres, ni ladrones, ni personas dominadas por la avidez, ni borrachos, ni injuriadores, ni los que practican extorsión heredarán el reino de Dios. Y, sin embargo, eso era lo que algunos de ustedes eran. Pero ustedes han sido lavados, pero ustedes han sido santificados, pero ustedes han sido declarados justos en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y con el espíritu de nuestro Dios”. (1 Corintios 6:9-11.)

      Así pues, si estamos luchando con nuestras imperfecciones, no nos rindamos. Muchos cristianos de nuestro tiempo han demostrado que, con la ayuda de Jehová, lograron ‘transformarse rehaciendo su mente y probar para sí mismos la buena y la acepta y la perfecta voluntad de Dios’. Nutren su mente con cuanto es verdadero, justo, casto, amable, virtuoso y digno de alabanza, y ‘continúan considerando estas cosas’. Al ingerir alimento espiritual sólido y darle buen uso, mantienen entrenadas las facultades perceptivas para distinguir lo correcto y lo incorrecto. (Romanos 12:2; Filipenses 4:8; Hebreos 5:14.)

      Nos alienta conocer sus luchas, sus fracasos ocasionales y su triunfo final gracias al espíritu santo. Dios nos asegura que el corazón y sus deseos intervienen en el cambio de conducta: “Cuando la sabiduría entre en tu corazón y el conocimiento mismo se haga agradable a tu mismísima alma, la capacidad de pensar misma te vigilará, el discernimiento mismo te salvaguardará, para librarte del mal camino”. (Proverbios 2:10-12.)

      Por consiguiente, si desea ponerse como meta la vida eterna, en la que no existirán los problemas de este mundo impío ni las imperfecciones que nos debilitan, ‘esfuércese vigorosamente’ por tomar las riendas de su vida ahora y guíese por la sabiduría celestial. (Lucas 13:24.) Obtenga la ayuda del espíritu santo de Jehová para producir el fruto del autodominio. Cultive el deseo sincero de amoldarse a las leyes de Dios y siga este consejo: “Más que todo lo demás que ha de guardarse, salvaguarda tu corazón, porque procedentes de él son las fuentes de la vida”. (Proverbios 4:23.) Vale la pena todo esfuerzo que haga por controlar su vida ahora, pues así recibirá “la vida que realmente lo es” en el nuevo mundo, donde Jehová Dios corregirá toda deficiencia genética en aquellos que ejerzan fe en el sacrificio redentor de Jesucristo. (1 Timoteo 6:19; Juan 3:16.)

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