BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
Español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • Me beneficié de la lealtad de mi familia
    La Atalaya 2006 | 1 de septiembre
    • Matrimonio y servicio itinerante

      En 1955 conocí a John Cooke, quien ese mismo año acababa de llegar a África de misionero y antes de la segunda guerra mundial había ayudado a iniciar la predicación en Francia, Portugal y España. Años después, John escribió: “En una misma semana recibí tres sorpresas: [...] Conseguí un automóvil pequeño, obsequio de un hermano muy generoso; fui nombrado siervo de distrito, y me enamoré”.a La boda tuvo lugar en diciembre de 1957.

      Cuando éramos novios, John me prometió que no me aburriría ni un momento si me casaba con él, y no se equivocó. Visitamos muchas congregaciones por toda Sudáfrica, principalmente en sectores de raza negra. Todas las semanas nos resultaba difícil conseguir los permisos necesarios para entrar en tales zonas, y más aún si queríamos pasar allí la noche. En contadas ocasiones tuvimos que dormir en el piso de una tienda vacía de un sector blanco de las proximidades, tratando de que no nos vieran los transeúntes. Pero por lo general nos quedábamos con los Testigos de raza blanca más cercanos, que a menudo vivían a muchos kilómetros de distancia.

      Otro reto era conseguir en el campo lugares adecuados para celebrar las asambleas. Exhibíamos películas producidas por los testigos de Jehová para ayudar al espectador a comprender mejor el valor de nuestra hermandad mundial. Cargábamos siempre un generador, pues por lo común no había electricidad en tales lugares. Otros desafíos fueron el aprendizaje del zulú y la prohibición de nuestras publicaciones en los protectorados británicos. Pese a todo, era una delicia poder servir a nuestros hermanos.

      En agosto de 1961 se celebró por primera vez en Sudáfrica la Escuela del Ministerio del Reino. John fue el instructor durante las cuatro semanas que duró el curso, cuyo objetivo era capacitar a los superintendentes de las congregaciones. Mi esposo dominaba el arte de enseñar, y tocaba los corazones con sus razonamientos sencillos y gráficas comparaciones. Durante casi un año y medio viajamos por todo el país para que diera un curso tras otro en inglés. Mientras él impartía las clases, yo participaba en el ministerio con los Testigos locales. Más tarde recibimos una grata sorpresa cuando nos llegó una carta en la que se nos invitaba a servir en la sucursal, no muy lejos de Johannesburgo, a partir del 1 de julio de 1964.

      Para entonces había empezado a inquietarnos la salud de John. En 1948 enfermó de tuberculosis, tras lo cual padeció frecuentes rachas de agotamiento. Presentaba síntomas propios de la gripe que le obligaban a guardar cama por días, sin fuerzas para atender nada ni a nadie. Antes de recibir la invitación de la sucursal, consultamos a un médico, quien diagnosticó que mi esposo sufría depresión.

      El doctor dijo que tomáramos las cosas con más calma, pero esa era una posibilidad que no estábamos dispuestos a plantearnos. Al llegar a la sucursal, John fue asignado al Departamento de Servicio y yo a Corrección de Pruebas. ¡Qué bueno era contar con nuestra propia habitación! Como John había trabajado en el territorio portugués antes de casarnos, en 1967 nos pidieron que fuéramos a ayudar a la única familia portuguesa que atendía ese campo en Johannesburgo y sus alrededores. Así que nuevamente tuve que enfrentarme al aprendizaje de otro idioma.

      Como la comunidad portuguesa estaba muy dispersa, viajábamos mucho —hasta 300 kilómetros [200 millas]— a fin de encontrar a las personas merecedoras del mensaje. Por aquellos días comenzaron a visitarnos para las asambleas Testigos de Mozambique de habla portuguesa, los cuales fueron de gran ayuda con los nuevos. Durante los once años que estuvimos en el campo portugués, vimos convertirse el grupito de treinta personas en cuatro congregaciones.

  • Me beneficié de la lealtad de mi familia
    La Atalaya 2006 | 1 de septiembre
    • Hacemos frente a la enfermedad de John

      En la década de los setenta era obvio que la salud de John ya no iba a mejorar. Poco a poco había tenido que dejar algunos de sus más estimados privilegios de servicio en Betel, como presidir el estudio semanal de La Atalaya y el análisis matutino de la Biblia. Asimismo, pasó del Departamento de Servicio a Correspondencia, y luego a Jardinería.

      Como John era un luchador nato, le costaba hacer cambios. Cada vez que yo insistía en que bajara el ritmo, me decía en broma que yo era el par de grilletes que le había tocado llevar, y luego me daba un cariñoso abrazo. Con el tiempo vimos que era mejor dejar el campo portugués y mudarnos a la congregación que se reunía en el Salón del Reino de la sucursal.

      Al irse deteriorando el estado de John, me emocionaba ver lo estrecha que era su relación con Jehová. Cuando se despertaba de noche muy angustiado, nos poníamos a conversar hasta que se calmaba y era capaz de pedirle a Jehová que lo ayudara. Poco a poco consiguió enfrentarse él solo con esos malos momentos obligándose a repetir lentamente las palabras de Filipenses 4:6, 7: “No se inquieten por cosa alguna [...]”. Luego se sosegaba lo suficiente para comenzar su oración. Muchas veces estaba despierta y observaba en silencio cómo movía los labios al orar fervientemente a Jehová.

      Para entonces, la sucursal se había quedado muy pequeña, de modo que se inició la construcción de instalaciones más amplias fuera de Johannesburgo. John y yo visitábamos con frecuencia el solar, situado en un sitio muy tranquilo, lejos del ruido y la contaminación de la ciudad. A mi esposo le benefició mucho que nos mudáramos a las habitaciones provisionales del nuevo complejo mientras se terminaba la sucursal.

      Nuevas dificultades

      Al irse deteriorando las facultades intelectuales de John, cada vez le costaba más realizar su trabajo. Me conmovió ver cuánto lo apoyaron algunos hermanos. Por ejemplo, cuando uno de ellos iba a la biblioteca pública a realizar investigaciones, se llevaba a John, quien, para aprovechar el tiempo, salía con los bolsillos llenos de tratados y revistas. Detalles como este le ayudaban a sentirse útil y realizado.

      Por culpa del alzheimer, John perdió la capacidad de comprender la palabra escrita. Agradecimos mucho contar con grabaciones de publicaciones bíblicas y melodías del Reino. De hecho, las oíamos una y otra vez. Como John se ponía nervioso si no me sentaba a escucharlas con él, me mantenía ocupada todas esas horas haciendo labores de aguja, de modo que no andábamos escasos de suéteres y ropa de cama.

      El estado de John terminó exigiendo más cuidados. Aunque muchas veces acababa tan agotada que no podía leer ni estudiar, fue un privilegio cuidarlo hasta el último momento. Ese momento llegó en 1998, cuando murió tranquilo en mis brazos con 85 años recién cumplidos y fiel hasta el fin. ¡Cuánto deseo volverlo a ver cuando resucite con la mente y el cuerpo totalmente sanos!

Publicaciones en español (1950-2025)
Cerrar sesión
Iniciar sesión
  • Español
  • Compartir
  • Configuración
  • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
  • Condiciones de uso
  • Política de privacidad
  • Configuración de privacidad
  • JW.ORG
  • Iniciar sesión
Compartir