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Costa RicaAnuario de los testigos de Jehová para 1988
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Eugenia Dillon descubrió que no todo el mundo estaba bajo la influencia del clero. Un día, mientras participaba en el servicio del campo, se reunió una chusma y comenzó a seguirla, gritando: “Aquí reina la virgen de los ángeles. ¡Viva el soberano pontífice! Somos católicos y no aceptamos propaganda protestante”. Rápidamente oró a Jehová por ayuda. En la siguiente puerta a la que llamó, un hombre, al ver la chusma, preguntó: “¿La están siguiendo estas personas? Pase adentro, la defenderé de esa pandilla de salvajes”.
Cuando la hermana Dillon estaba dentro, creyendo que su oración había sido contestada, el hombre entró apresuradamente en otra habitación, sacó su revólver, lo cargó y salió de la casa hacia el portón de entrada. Allí, alzando su revólver, gritó a la chusma: “Esta señorita no es de mi religión, pero la defiendo y ordeno a esta chusma que se disperse si no quieren morir”.
Inmediatamente la chusma se dispersó, y el hombre regresó a la casa con una sonrisa, diciendo que, en realidad, no iba a matarlos, pero que el cañón de un revólver era el único idioma que aquella banda de salvajes endemoniados entendería.
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Costa RicaAnuario de los testigos de Jehová para 1988
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Eugenia Dillon y su compañera fueron detenidas por unos soldados mientras trabajaban un territorio rural. “¡Alto! ¿Quién está ahí?”, gritaron los soldados mientras las apuntaban con sus rifles. “¿A qué partido político pertenecen?”
“Somos testigos de Jehová —replicaron las hermanas—. Estamos anunciando el Reino de Dios por medio de Jesucristo, el único gobierno que puede traer verdadera paz a la humanidad.”
Mientras los soldados registraban sus bolsos, las precursoras les testificaron. Las dejaron ir, y ellas continuaron predicando a la gente del vecindario, que estaba muy angustiada debido a la guerra.
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