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Se ofrecieron de buena ganaLa Atalaya (estudio) 2017 | enero
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Diane
Diane, de Canadá, tiene unos 60 años y estuvo 20 de misionera en Costa de Marfil. Ella nos cuenta: “Al principio me costó mucho estar lejos de mi familia”. Y añade: “Le pedí a Jehová que me ayudara a amar a las personas del territorio. Jack Redford, uno de mis instructores de Galaad, nos explicó que cuando llegáramos a nuestras asignaciones las condiciones nos podrían chocar un poco, o hasta asustar, sobre todo cuando nos encontráramos cara a cara con la pobreza extrema. Pero él dijo: ‘No se fijen en la pobreza. Fíjense en las personas, en sus rostros, en sus ojos. Noten su reacción al escuchar las verdades bíblicas’. Eso hice, ¡y fue lo mejor! Al hablarles a las personas de las buenas noticias del Reino, se les iluminaban los ojos”. Diane nos explica qué más la ayudó a adaptarse a la vida en otro país: “Me hice amiga de mis estudiantes de la Biblia y sentí la infinita alegría de verlos convertirse en siervos fieles de Jehová. Mi asignación llegó a ser mi hogar. Conseguí madres, padres y hermanos espirituales, tal como Jesús prometió” (Mar. 10:29, 30).
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Se ofrecieron de buena ganaLa Atalaya (estudio) 2017 | enero
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Heidi
Heidi, una hermana alemana de unos 70 años, ha sido misionera en Costa de Marfil desde 1968. Ella comenta: “Mi mayor gozo es ver que mis hijos espirituales ‘siguen andando en la verdad’. Algunos de los que estudiaron la Biblia conmigo ahora son precursores o ancianos en las congregaciones. Muchos me llaman mamá o abuelita. Uno de estos ancianos, junto con su esposa y sus hijos, me ven como parte de la familia. Así que puedo decir que Jehová me ha dado un hijo, una nuera y tres nietos” (3 Juan 4).
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