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  • Los cátaros, ¿fueron mártires cristianos?
    La Atalaya 1995 | 1 de septiembre
    • Los cátaros, ¿fueron mártires cristianos?

      “MATADLOS a todos, pues Dios reconocerá a los suyos.” Ese día de verano de 1209, la población de Béziers, ciudad meridional de Francia, fue masacrada. El abad Arnoldo Amaury, legado pontificio designado para encabezar a los cruzados católicos, no mostró la menor piedad. Se dice que cuando sus hombres le preguntaron cómo habrían de distinguir a los católicos de los herejes, pronunció las infames palabras que se citan al principio. Los cronistas católicos han suavizado su respuesta vertiéndola así: “No os preocupéis. Creo que muy pocos habrán de convertirse”. Prescindiendo de cuál haya sido su respuesta exacta, lo cierto es que en aquel degüello murieron no menos de veinte mil hombres, mujeres y niños a manos de unos trescientos mil cruzados dirigidos por prelados de la Iglesia Católica.

      ¿Qué consecuencias tuvo esta matanza? Fue solo el principio de la cruzada albigense que lanzó el papa Inocencio III contra los supuestos herejes de la provincia de Languedoc, hacia el sur de Francia. Es posible que antes de terminar esta, unos veinte años más tarde, perdieran la vida un millón de personas, entre ellas cátaros, valdenses e incluso muchos católicos.

      La disensión religiosa en la Europa medieval

      El florecimiento del comercio en el siglo XI provocó grandes cambios en la estructura social y económica de la Europa del Medioevo. Nacieron ciudades que albergaron al creciente número de artesanos y comerciantes. Estas presentaron un ambiente propicio para nuevas ideas. La disensión religiosa echó raíces en Languedoc, foco de la civilización más tolerante y próspera de la Europa de aquel tiempo. Su capital, Toulouse, constituía la tercera metrópoli más rica del continente europeo. Llegó a ser también el centro donde florecieron los trovadores, algunos de los cuales incluyeron en su lírica temas políticos y religiosos.

      La obra Revue d’histoire et de philosophie religieuses (Reseña de historia y filosofía religiosas) describe la situación religiosa de los siglos XI y XII en estos términos: “En el siglo XII, como en el que le precedió, la conducta del clero, su opulencia, su vanalidad y su inmoralidad siguieron siendo cuestionadas, pero lo que más se criticó fue su colusión con las autoridades seculares y su servilismo”.

      Predicadores itinerantes

      Hasta el papa Inocencio III reconoció que la culpa de que cada vez hubiese más predicadores itinerantes disidentes, sobre todo en el sur de Francia y el norte de Italia, debía atribuirse a la desenfrenada corrupción dentro de la Iglesia. La mayoría de estos predicadores eran o cátaros o valdenses. En tono de reproche dijo a los sacerdotes que se negaban a enseñar al pueblo: “Los pequeños buscan el pan y vosotros no queréis compartirlo con ellos”. Sin embargo, en lugar de promover la educación bíblica del pueblo, Inocencio afirmó que “es tal la profundidad de la Divina Escritura que no ya el simple e ignorante, sino aun el prudente e instruido no es capaz de entenderla por completo”. La lectura de la Biblia le estaba vedada a todo el mundo, excepto al clero, que tenía permitido leerla, si bien únicamente en latín.

      Con el fin de contrarrestar la predicación itinerante de los disidentes, el Papa aprobó la fundación de la Orden de los Frailes Predicadores, o dominicos. A diferencia de la opulenta jerarquía católica, estos frailes serían predicadores viajantes dedicados a defender la ortodoxia católica contra los “herejes” del sur de Francia. En un esfuerzo por razonar con los cátaros y conducirlos de nuevo a la grey católica, el Papa también les envió legados pontificios. Sin embargo, ante sus intentos fallidos y la muerte de uno de sus legados, supuestamente a manos de un hereje, Inocencio III ordenó la cruzada contra los albigenses en el año 1209. Como Albi era una de las ciudades donde los cátaros eran particularmente numerosos, los cronistas católicos comenzaron a llamarlos albigenses (del francés, Albigeois), y llegaron a designar con ese término a todos los “herejes” de aquella región, incluidos los valdenses. (Véase el recuadro de abajo.)

  • Los cátaros, ¿fueron mártires cristianos?
    La Atalaya 1995 | 1 de septiembre
    • [Recuadro en la página 28]

      LOS VALDENSES

      A finales del siglo XII, Pierre Valdès, o Pedro de Valdo, un acaudalado comerciante de Lyón, costeó las primeras traducciones de porciones de la Biblia a varias lenguas provenzales, idiomas vernáculos del sur y sureste de Francia. Fue un católico sincero que, habiendo renunciado a su negocio, se dedicó a predicar el Evangelio. Muchos otros católicos, hastiados del clero corrupto, se unieron a él y se convirtieron en predicadores itinerantes.

      Al poco tiempo Valdo se enfrentó a la hostilidad de los clérigos locales, quienes persuadieron al Papa para que prohibiera su predicación pública. Se afirma que su respuesta fue: “Es menester obedecer a Dios antes que a los hombres”. (Compárese con Hechos 5:29.) Debido a su persistencia, Valdo fue excomulgado. Sus seguidores, conocidos como valdenses, o pobres de Lyón, se esforzaron por imitar su ejemplo predicando de dos en dos en los hogares de la gente. Como consecuencia, sus enseñanzas se difundieron por el sur, el oriente y partes del norte de Francia, así como en el norte de Italia.

      Propugnaban, sobre todo, que se volviera a las doctrinas y costumbres de los primeros cristianos. Ponían en entredicho doctrinas como las del purgatorio, los rezos por los muertos, la veneración de María, las oraciones a los “santos”, la veneración de crucifijos, las indulgencias, la eucaristía, el bautismo de los niños y otras más.b

      Las enseñanzas de los valdenses diferían diametralmente de las enseñanzas dualistas y no cristianas de los cátaros, con quienes a menudo eran confundidos. Tal confusión se debió principalmente a los polemistas católicos, quienes deliberadamente procuraron asociar la predicación valdense con las enseñanzas de los albigenses, o cátaros.

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