Puerta abierta al archipiélago de San Blas
EL AVIÓN de dos motores circunvoló sobre la pequeña pista de aterrizaje en la playa. El piloto anunció que la pista estaba inundada y el aterrizaje pudiera ser peligroso. Pero tras otra vuelta decidió aterrizar. Al tocar tierra, el avión rebotó sobre la pista de grava y lanzó al aire una rociada de agua. Cuando al fin se detuvo, suspiramos de alivio. El gozo de ver a los amigos que nos esperaban disipó nuestra ansiedad.
Ellos habían venido de la isla de Ustupu, que está como a kilómetro y medio (1 milla) de la costa de Panamá. Es una isla del archipiélago de San Blas, una cadena de unas 350 isletas esparcidas como puntos por la costa nordeste de Panamá hasta la frontera de Colombia. En estas islas viven unos 50.000 indígenas de la tribu cuna. Nos traía aquí una misión.
Audiencia con los sahilas
San Blas es una comarca o división territorial de la República de Panamá. En cada isla gobierna un sahilas, a manera de concejo local compuesto de varones mayores de la comunidad. Representantes de los sahilas componen un cuerpo llamado los caciques, que gobierna toda la comarca.
Desde 1969 los testigos de Jehová han estado predicando las buenas nuevas del Reino en San Blas, y ahora unas 50 personas asisten a nuestras reuniones. (Mateo 24:14.) Sin embargo, autoridades locales nos han negado permiso para predicar en algunas islas. Recientemente el sahilas de Ustupu, la segunda entre las islas más pobladas del archipiélago, solicitó una entrevista con los testigos de Jehová para decidir si nos otorgaban o nos negaban reconocimiento oficial. Parece que Jehová está ‘abriéndonos la puerta’. (1 Corintios 16:9.)
En una reunión preliminar supimos lo que principalmente preocupaba a las autoridades locales. Indicaron que ya había cuatro religiones en aquella comunidad: la católica, la bautista, la de la Iglesia de Dios y los mormones. Cada una había construido un edificio grande, y algunas de esas estructuras han sido abandonadas. Por la escasez de terreno en la isla, los funcionarios ejercían cautela en cuanto a permitir la entrada a otro grupo religioso.
Por intérprete explicamos que en más de 200 países del mundo los testigos de Jehová han contribuido al bienestar de la comunidad por sus elevadas normas morales. Aseguramos a los funcionarios que por el presente las reuniones se celebrarían en las casas de los Testigos locales, y que si se hacía necesario construir un lugar de reuniones especial no quedaría sin uso, porque tenemos buena concurrencia a nuestras reuniones.
Tras más o menos una hora de conversación, los funcionarios decidieron presentar el asunto en la próxima reunión del sahilas, que se celebraría otro día de la semana. Tendríamos que esperar la respuesta.
Visita a la isla del Perro
En vez de simplemente esperar, decidimos visitar a Achutupu, o la isla del Perro, con el mensaje del Reino. Nuestra embarcación, llamada La Torre del Vigía, está pintada de vivos colores —rojo y azul— y tiene un motor fuera borda. Se destaca claramente entre los muchos cayucos atados al muelle. Tras un viaje de 45 minutos por mar algo picado llegamos a Achutupu.
Achutupu es una isleta tropical típica, de palmeras ondulantes en sus playas. Pero la población de unas 2.000 personas hacía que pareciera atestada. Por todas partes había hileras de bohíos o cabañas, separados solamente por callejones estrechos y sin pavimentar. Todas las cabañas se parecían entre sí. Las paredes —de cañas atadas a una estructura de ramas delgadas de árboles— tenían solo metro y medio (5 pies) de altura, y sobre ellas había un techo alto y denso de frondas de palmeras. Solo había una habitación para toda la familia. No había ventanas, pero por los espacios entre las cañas entraba suficiente luz y aire.
Antes de visitar los hogares y llevarles el mensaje bíblico, decidimos seguir la costumbre local de visitar a los jefes de la aldea para obtener su permiso. Por eso fuimos al auditorio de la comunidad, un edificio grande en el centro de la aldea.
Estaba oscuro allí dentro, pero cuando los ojos se nos acostumbraron a la oscuridad pudimos ver hileras de bancos de madera alrededor de un espacio central. Por todas partes había cuadros de sahilas importantes del pasado. La oscuridad, los cuadros y el silencio nos recordaban el interior de una iglesia. En medio de todo esto había cinco hombres, algunos reclinados en hamacas, otros sentados en bancos. Parecía que eran los jefes de la aldea.
Bolívar, un Testigo que nos había acompañado desde Ustupu, explicó en el lenguaje local por qué estábamos allí. De inmediato se nos recibió amablemente y se nos otorgó permiso para visitar a los aldeanos.
De cabaña en cabaña en Achutupu
Los indios cunas son un pueblo alegre y amigable. Mientras caminábamos por las calles, los niños corrían hacía nosotros y decían: “¡Mergui! ¡Mergui!”, que significa: “extranjeros”. Querían darnos la mano. Había pocos hombres en los alrededores, y se nos dijo que la mayoría estaba atendiendo sus parcelas en tierra firme.
En todo hogar nos invitaban a entrar. El ama de casa nos invitaba a sentarnos en pesadas sillas de madera talladas a mano, y el resto de la familia nos rodeaba para escuchar con atención. Cuando ya nos íbamos, nos ofrecían una bebida hecha de cacao, café o frutas locales. Después nos daban un vaso de agua para que nos enjuagáramos la boca. La costumbre local permitía escupir el agua en el piso. Pronto aprendimos a sorber solo un poco cada vez, pues recordábamos que teníamos que hacer muchas visitas.
En cierta cabaña vimos unas 50 imágenes de madera tallada, de diferentes tamaños, alineadas al lado de la entrada. Bolívar nos explicó que estaban allí como protección contra los espíritus malos. Cuando la señora de la casa nos recibió, nos dijo que su esposo no se sentía bien, y comprendimos por qué estaban las imágenes allí, pues por lo general la gente aquí atribuye las enfermedades a demonios.
Dentro de la cabaña vimos al esposo de la señora en una hamaca. Sobre él, suspendidas de una cuerda, había docenas de arcos en miniatura con flechas de punta roja que apuntaban hacia el enfermo. Se suponía que estas intimidaran a los espíritus malos. En el piso había varias calabazas redondas que contenían pequeñas imágenes, pipas de fumar y granos de cacao que ardían. Se suponía que esto apaciguara a los espíritus. Bolívar trató de consolar a la familia hablándoles de la promesa de Dios sobre eliminar todas las enfermedades, y la familia aceptó alguna literatura bíblica. De nuevo recibimos la bebida tradicional y el vaso de agua.
El pintoresco traje de las indígenas
El pintoresco traje típico de las indígenas del archipiélago presenta una vista poco común. Aunque en la actualidad es general que los hombres vistan al estilo occidental, las mujeres todavía prefieren su vestido tradicional que consiste en un chal rojo, una blusa de manga corta y una falda que les llega a las rodillas. La parte superior de la blusa por lo general es de vivos colores. Los turistas suelen comprar la sección del centro de la blusa, la mola, y usarla para decorar paredes. Es una labor hecha con trozos de tela de varios colores y con diseños tradicionales de aves, peces y animales. La falda es simplemente una pieza rectangular de tela oscura con diseños de colores vivos, envuelta alrededor del cuerpo y ajustada en la cintura. La mayoría de las indígenas llevan el pelo corto, aunque algunas de las jóvenes solteras lo llevan más largo.
Parece que a estas mujeres les gusta llevar muchos adornos. Son muy populares entre ellas los aretes, collares, brazaletes y narigueras de oro. Muchas veces ostentan así la riqueza de la familia, que en valor puede ascender a miles de dólares (E.U.A.). Los cercos ornamentales que usan en las piernas y los brazos son distintivos también. Los hacen de diminutas cuentas anaranjadas, amarillas y de otros colores, y pueden ser de 5 a 15 centímetros (2 a 6 pulgadas) de ancho. Las mujeres ensartan las cuentas en un hilo largo que luego se envuelven ajustadamente alrededor de las extremidades. Logran diseños interesantes alternando el color de las cuentas. Se ajustan bien estos cercos para llevarlos puestos por varios meses sin quitárselos ni para bañarse. Como complemento de sus adornos se pintan por el centro de la frente y de la nariz una línea vertical negra (a veces es un tatuaje), que termina en el labio superior.
Tuvimos que acortar nuestra interesante visita a Achutupu porque teníamos que regresar a Ustupu a tiempo para la reunión con los sahilas. En el muelle esperaban muchas personas que querían conseguir de nosotros literatura bíblica. Con gusto dejamos en sus manos lo que llevábamos.
¡Misión cumplida!
Allá en Ustupu, en el auditorio de la comunidad había centenares de personas que querían saber si se reconocería oficialmente a los testigos de Jehová o no. Nosotros también queríamos saber eso. Primero el presidente presentó la moción de autorizar a los testigos de Jehová para que funcionaran como religión en la isla. Cuando invitó a los presentes a expresar sus puntos de vista, contuvimos el aliento. Solo dos personas se opusieron; la mayoría favoreció el reconocimiento.
Finalmente, el congreso aprobó otorgar el permiso oficial para que celebráramos reuniones y predicáramos de casa en casa, y para que la decisión se escribiera en sus registros. Así, los testigos de Jehová llegaron a ser la primera religión de la isla que tiene autorización escrita para funcionar. Las demás solo tienen autorización verbal. ¡Cuán agradecidos y felices nos sentimos por esta victoria!
Se espera que esta decisión abra la puerta para predicar las buenas nuevas del Reino en todo el archipiélago de San Blas. Con razón nos sentimos como el salmista cuando dijo: “¡Jehová mismo ha llegado a ser rey! Esté gozosa la tierra. Regocíjense las muchas islas”. (Salmo 97:1.)
[Mapa en la página 28]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
Golfo de Panamá
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