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ChipreAnuario de los testigos de Jehová 1995
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Don Rendell recuerda: ‘Llegué al cine cuando apenas habían dado las diez de la mañana. Había policías a la entrada, y vi que un grupo de jóvenes merodeaban con la intención de meterse y causar dificultades. Algunos hermanos conocían a muchos de los revoltosos y ayudaron a la policía a impedirles la entrada. Tuve que abrirme paso a empellones entre ellos para entrar. El hermano Knorr empezó su discurso a las diez y media de la mañana, con una asistencia de 420 personas. Cuando los hooligans religiosos comenzaron a golpear las puertas, la policía los detuvo. Sin embargo, lo que más nos preocupaba era cómo saldríamos de allí al concluir el programa. Los hermanos decidieron que con la ayuda de la policía mantendrían a los revoltosos a la entrada del cine. Entonces, al finalizar el discurso se nos pidió que saliéramos del local por una puerta trasera, lo que hicimos en silencio para evitar una confrontación’.
Las campanas de la iglesia dan la señal de ataque
Famagusta era en 1952 una hermosa ciudad de naranjales y limonares con una larga playa. Está localizada en la costa oriental de la isla, y dista pocos kilómetros de las ruinas de la antigua Salamina, donde predicaron el apóstol Pablo y sus compañeros. Pero tras la invasión turca de 1974, Famagusta se convirtió en el pueblo fantasma de la actualidad que apenas cuenta con un puñado de habitantes. Pues bien, en 1952 se hicieron los preparativos para celebrar una asamblea en uno de los cines de la ciudad. Se solicitó la presencia de la policía, pues la Iglesia Ortodoxa Griega había declarado la guerra a los testigos de Jehová y se tenían presentes los sucesos de asambleas anteriores. La mañana de aquel domingo era preciosa; los hermanos aguardaban con anhelo para escuchar el discurso programado para la primera sesión. Sin embargo, diez minutos antes de empezar la conferencia, cuando ya había 350 personas sentadas, se comenzaron a ver señales de que se avecinaban problemas. Antonios Karandinos, un misionero que servía en esta ciudad, se encontraba en la puerta de entrada del cine. Él relata:
“Faltando diez minutos para que comenzara el discurso, se escuchó el repiquetear de las campanas de una iglesia ortodoxa cercana. Más tarde comprendimos que esa había sido la señal para que los sacerdotes y decenas de estudiantes de secundaria emprendieran la marcha hacia el cine. ¡Qué espectáculo! Unos sacerdotes dirigiendo a una pandilla de jovenzuelos resueltos a entrar al local. Nos preparamos para enfrentar esta dificultad. La puerta del recinto estaba cerrada, y cuando trataron de entrar por la fuerza, un sacerdote tiró de mi ropa y me la rasgó. Como la situación se tornó más peligrosa, pedimos la intervención de la policía, que se presentó rápidamente. Al ver frustrados sus intentos de interrumpir la reunión, la horda se dedicó a gritar y a lanzarnos insultos desde fuera del cine.”
Llenos de frustración, los sacerdotes condujeron a la turba de nuevo a la iglesia. Jehová había otorgado la victoria.
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Aunque algunos jueces eran imparciales, entre 1952 y 1953 el gobierno expulsó del país a dos misioneros, Antonios Karandinos y Emmanuel Paterakis, por considerarlos personas no gratas. Mientras estuvieron en Chipre, estos hermanos lucharon tenazmente por la fe, y por ello se les recuerda con mucho cariño.
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Lo que ocurrió la noche del 11 de septiembre de 1962 fue una verdadera infamia. Andreas Psaltis y su esposa, Nina, estaban con Eunice McRae en el hogar misional de Famagusta, cuando unos hombres enmascarados entraron por una ventana. Después de golpear al hermano Psaltis, ataron a las dos hermanas y cometieron la vileza de raparlas. (Compárese con 1 Corintios 11:6.) Después de saquear la casa se fueron.
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Uno de los primeros incidentes se produjo en Famagusta, cerca de la sucursal. Se atacó un campo militar británico. Era comprensible que los cinco misioneros británicos que vivían en la sucursal se sintieran bastante presionados.
En otra ocasión, en el momento en que los misioneros Dennis Matthews y su esposa, Mavis, entraban a su casa por la puerta trasera, estalló una bomba en el hogar de un vecino que era militar. Se persiguió al individuo que había colocado la bomba hasta un naranjal que estaba frente al hogar misional, y comenzó a oírse un tiroteo. Poco después alguien tocó a la puerta. Los misioneros, asustados, preguntaron quién era sin abrir. Eran soldados británicos; querían saber si todos estaban bien.
Cierto día, los hermanos Rendell y Gavrielides fueron a Quilofagu a colaborar en los preparativos de la asamblea de circuito. Mientras celebraban el Estudio de La Atalaya en la congregación, se oyó afuera un alboroto. Los soldados británicos entraron y les comunicaron que en las afueras del pueblo se había dado muerte a un soldado y otro había resultado herido de gravedad, y que por tal motivo toda la zona estaba bajo toque de queda. Dijeron al hermano Rendell que quienes estaban en el Salón del Reino debían irse de inmediato a sus hogares. Al día siguiente se reunió a todos los hombres de aquella zona, incluso al hermano Rendell, que era británico, y se les retuvo en un cerco de alambres de púas para ser interrogados. Los testigos de Jehová, por supuesto, nada tenían que ver con el asesinato, así que se les puso en libertad, y continuaron con los preparativos de la asamblea.
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