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  • Islas Salomón
    Anuario de los testigos de Jehová 1992
    • Aiolo es un refugio para el pueblo de Jehová, rodeado como está del culto demoniaco. En sus alrededores se ven muchos terrenos sagrados, zonas de densa vegetación en lo alto de colinas que tienen las laderas peladas para distinguir el suelo sagrado del territorio neutro. El sacerdote sacrifica cerdos a los dioses en tales zonas. Después, él mismo, y a veces otros hombres, se come parte de los sacrificios. A las mujeres no les está permitido comer carne sacrificada ni participar en la ofrenda del sacrificio bajo pena de muerte, aunque es ella principalmente quien se ocupa de criar los cerdos. Una vez efectuado el sacrificio, el sacerdote o los que lo hayan ofrecido deben permanecer en una casa santa dentro de los confines del poblado durante una determinada cantidad de días antes de regresar a su casa.

      En Aiolo se levantó una casa ‘de construcción rápida’ con bambú y otros materiales del bosque. Un Testigo la proveyó para los ‘fugitivos’, es decir, las personas, a veces familias enteras, que huyen del culto demoniaco de sus poblados y buscan refugio en Aiolo. En una ocasión llegó un matrimonio y algunos hermanos y hermanas del esposo huyendo de su pueblo porque sus vecinos querían matarlos por haber ofendido a su demonio al negarse a sacrificarle un cerdo. La pena por tal ofensa era la muerte.

  • Islas Salomón
    Anuario de los testigos de Jehová 1992
    • En cierto pueblo no se pueden usar las palabras inglesas wicked (inicuo) y war (guerra), pues corresponden a los nombres de dos demonios suyos. Pronunciar esos nombres se considera una ofensa, y se exige que el ofensor pague una considerable indemnización. Cuando el nuevo superintendente viajante se dirigía hacia este lugar para predicar junto con los hermanos nativos, les dijo que prefería escuchar en las puertas. Los hermanos no estuvieron de acuerdo; insistieron en que hablara en una puerta, ya que le habían explicado bien cuáles eran las costumbres locales. Acabó accediendo. Mientras caminaba por los senderos del bosque, montaña arriba y montaña abajo, repetía para sus adentros una y otra vez: “No digas GUERRA, no digas INICUO”.

      Cuando por fin llegaron al territorio, un hombre invitó a pasar a su casa al superintendente viajante y a dos hermanos más. Estos iniciaron la conversación y luego presentaron al nervioso superintendente. Este hizo una breve presentación bíblica, y todo fue bien. El amo de casa parecía complacido con lo que escuchaba. El superintendente, que también se sentía satisfecho de sí mismo, abrió el libro Usted puede vivir para siempre en el paraíso en la Tierra y empezó a enseñarle dibujos del paraíso. Pero entonces añadió, quedándose horrorizado: “Y Dios eliminará la guerra”.

      El hombre puso cara de asombro, igual que el superintendente. Este se volvió con rapidez hacia los dos hermanos en busca de ayuda y respiró profundamente, pero ellos se quedaron mirando al amo de casa como diciendo: “No ha dicho ‘guerra’, ¿verdad?”. El amo de casa los miró a ellos como diciendo: “No, creo que no”. De modo que la conversación concluyó sin que se tuviera que pagar ninguna indemnización.

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