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Cuando se produce una crisis de salud¡Despertad! 2001 | 22 de enero
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Cuando se produce una crisis de salud
“Me cayó como un balde de agua fría.”
Lo que John sintió al enterarse de que sufría un trastorno degenerativo.
“Me invadió el pánico.”
Lo que Beth sintió al comprender la gravedad de su crisis de salud.
UNA de las experiencias más difíciles es descubrir que padecemos una enfermedad crónica incapacitante o que un accidente nos ha causado daños permanentes. Sea que nos enteremos del problema en la quietud de una consulta médica o en el ajetreo de una sala de urgencias, es muy probable que reaccionemos con incredulidad, pues rara vez estamos preparados para afrontar el torbellino de emociones en que nos sume la desoladora noticia.
A fin de recopilar datos útiles para quienes han sufrido este duro golpe en fechas recientes, ¡Despertad! entrevistó a varios pacientes de diversos países que desde hace años sobrellevan con entereza una afección crónica incapacitante. Les pidió que describieran las emociones que sintieron e indicaran qué medidas les ayudaron a capear el temporal y a ir recobrando el equilibrio, así como un cierto control de su vida. Para beneficio de quienes se hallan en plena crisis de salud, ofrecemos información de primera mano basada en sus respuestas y algunas conclusiones a las que han llegado quienes estudian los efectos de las dolencias prolongadas.a
[Nota]
a Aunque este reportaje de portada se dirige especialmente a enfermos y discapacitados, la serie de artículos “La familia frente a una enfermedad crónica” (¡Despertad! del 22 de mayo de 2000) se preparó en particular para los cuidadores.
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Un torbellino de emociones¡Despertad! 2001 | 22 de enero
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Un torbellino de emociones
“CUANDO me diagnosticaron una enfermedad mortal —señala un anciano—, traté de superar mis temores, pero me venció la incertidumbre.” Este comentario subraya un hecho: tras el impacto físico de la dolencia viene el emocional. No obstante, algunos pacientes afrontan bien tales golpes, y en muchos casos recalcan que existen medidas para encarar con entereza un mal crónico. Antes de ver cuáles son, examinemos algunos sentimientos que se experimentan en la fase inicial.
Incredulidad, negación y disforia
Aunque las emociones varían mucho de unos enfermos a otros, tanto los afectados como los especialistas señalan que hay varias que son comunes a todos. Tras la conmoción e incredulidad iniciales pudiera venir la negación: “No es posible”. “Tiene que haber algún error.” “A lo mejor han confundido las muestras.” Una señora explica cómo reaccionó al saber que padecía cáncer: “Tuve ganas de esconder la cabeza bajo las sábanas, con la esperanza de que, cuando la sacara, hubiese pasado todo”.
Al imponerse la realidad, la negación suele dar paso a la disforia, la sensación de infelicidad que, cual nube amenazadora, se cierne sobre el enfermo. A menudo le inquietan preguntas como: “¿Cuánto me quedará de vida?” y “¿Tendré que pasarme el resto de mis años sufriendo?”. Quizás llegue a desear un imposible: que retroceda el tiempo hasta la etapa anterior al diagnóstico. Poco después se sume en un torbellino de emociones dolorosas. ¿Cuáles son algunas de ellas?
Incertidumbre, ansiedad y temor
Los males graves conllevan un buen grado de incertidumbre y ansiedad. “Mi situación es impredecible, por lo que a veces me invade la frustración —señala un afectado de Parkinson—. Todos los días tengo que esperar a ver cómo marchan las cosas.” La enfermedad también genera mucho temor. Si esta se presenta de improviso, el miedo puede ser angustioso. Ahora bien, si se diagnostica tras años de batallar con síntomas malinterpretados, el temor tal vez surja gradualmente. Al principio, el paciente hasta pudiera sentir alivio al ver que, al fin, la gente aceptará que su mal no es imaginario, sino muy real. Pero tras el alivio inicial suele comprender, asustado, las implicaciones del diagnóstico.
Tal vez le inquiete la posibilidad de perder las riendas de su vida. Sobre todo si disfruta de relativa independencia, pudiera incomodarle la idea de depender cada vez más de otras personas, y quizás le preocupe que la enfermedad domine su vida y limite sus acciones.
Ira, vergüenza y soledad
La sensación de que va perdiendo el control de su vida posiblemente llene de ira al enfermo. No es raro que se pregunte: “¿Por qué me ha pasado a mí? ¿Qué he hecho yo para merecerlo?”. La situación parece injusta y absurda. También pudiera dominarle la vergüenza y la desesperación. Un paralítico comenta al respecto: “Me avergonzaba que todo hubiese sido por culpa de un estúpido accidente”.
Se corre el peligro de caer en el aislamiento, primero físico y luego —en fácil transición— social. Si la enfermedad le obliga a permanecer en casa, quizás no pueda relacionarse mucho con los viejos amigos, aunque anhele más que nunca el calor humano. Es probable que tras la avalancha inicial reciba cada vez menos visitas y llamadas.
Dado que el distanciamiento de los amigos es doloroso, el paciente tal vez se encierre en sí mismo. Es comprensible que necesite tiempo antes de reanudar las relaciones. Pero si en esta etapa se aparta aún más del mundo que le rodea, pasará del aislamiento social (nadie va a verlo) al emocional (él no quiere ver a nadie). Sea como fuere, seguramente se siente muy solo.a A veces hasta se preguntará si logrará aguantar un día más.
Aprender de las experiencias ajenas
Pero hay razones para la esperanza. La persona que ha entrado en una crisis de salud en fechas recientes puede adoptar varias medidas que le ayudarán a recuperar cierto grado de control sobre su vida.
Como es obvio, estos artículos no van a solucionar los males crónicos de nuestros lectores, pero sí pueden ayudarlos a plantearse formas de asumirlos y afrontarlos. Una enferma de cáncer sintetiza así la evolución de su actitud: “Primero negué la realidad, luego me enfurecí y finalmente analicé los recursos de los que disponía”. Todo paciente puede hacer este análisis, apoyándose en la experiencia de quienes han afrontado circunstancias parecidas y aprendiendo de ellos a beneficiarse de los recursos existentes.
[Nota]
a Como es natural, el orden y la intensidad de estas emociones varían de un enfermo a otro.
[Comentario de la página 5]
No es raro que se pregunte: “¿Por qué me ha pasado a mí? ¿Qué he hecho yo para merecerlo?”
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Cómo sobrellevar el padecimiento con dignidad¡Despertad! 2001 | 22 de enero
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Cómo sobrellevar el padecimiento con dignidad
CONVIENE que el enfermo sepa que el torrente de emociones que probablemente experimenta es normal y comprensible. Aunque se trate de un mal físico, la mente se resiste a los cambios que este conlleva. Es como si el paciente midiera sus fuerzas con la dolencia, como si la persona que fue combatiera contra la que pudiera llegar a ser. Aunque parezca que la poderosa enemiga lleva todas las de ganar, él aún tiene la oportunidad de imponerse. La cuestión es cómo.
“Cuando la afección encierra una pérdida —señala la doctora Kitty Stein—, experimentamos una sensación muy parecida a cuando muere alguien querido.” De modo que si perdemos algo tan preciado como la buena salud, es natural que lo lamentemos y lloremos un tiempo, como haríamos si falleciera un ser amado. Además, la salud no siempre es lo único que se ve afectado. Así lo reconoce cierta paciente: “Me vi obligada a renunciar a mi empleo [...] y a la independencia que había tenido”. Con todo, no debemos agrandar la magnitud de las pérdidas. “Hay que llorar lo que se ha ido —señala la doctora Stein, que padece esclerosis múltiple—, pero sin olvidar lo que permanece.” En efecto, cuando dejamos atrás las lágrimas iniciales, llegamos a ver que aún nos quedan intactos algunos recursos, entre ellos la capacidad de adaptación.
El marinero no controla el temporal, pero lo capea modificando la disposición de las velas. De igual modo, tal vez no consigamos dominar la racha de mala salud, pero sí ajustar las “velas”, es decir, los medios físicos, mentales y emocionales de que disponemos. ¿Qué ha ayudado a otros enfermos crónicos a realizar esta adaptación?
Informarse sobre la enfermedad
Una vez asimilado el impacto del diagnóstico, muchos pacientes descubren que la dolorosa verdad es preferible al temor indeterminado. Mientras que este nos paraliza, el conocimiento de lo que sucede nos ayuda a analizar qué medidas conviene adoptar, lo que por sí solo ya es positivo. “Cuando algo nos inquieta, nos sentimos mucho mejor si tenemos un plan de acción —dice el doctor David Spiegel, de la Universidad Stanford—. Mucho antes de dar paso alguno, la planificación calma el desasosiego.”
Tal vez veamos preciso buscar información sobre el padecimiento. Como dice un proverbio bíblico, “el hombre de conocimiento está reforzando el poder” (Proverbios 24:5). “Saque libros de la biblioteca y aprenda todo lo que pueda sobre la dolencia”, aconseja un paciente postrado en cama. Es posible que al enterarnos de los tratamientos y modos de afrontarla descubramos que no es tan grave como creíamos, y hasta encontremos motivos para ser optimistas.
Pero el objetivo primordial no es comprender racionalmente el mal. Así lo indica el doctor Spiegel: “Recopilar la información es parte del importante proceso de asumir la dolencia, entenderla y asignarle su importancia relativa”. Aceptar el hecho de que la vida ha cambiado, pero no ha terminado, es un proceso difícil y por lo general lento. Con todo, este avance —pasar de la comprensión racional a la aceptación emocional— es realizable. Pero ¿de qué modo?
Hallar el difícil equilibrio
Muchos pacientes tienen que modificar su criterio sobre la aceptación del padecimiento. A fin de cuentas, no es una derrota reconocerlo, como tampoco fracasa un marinero por admitir que atraviesa una tormenta; más bien, el realismo con que la encara le lleva a actuar. Así mismo, la aceptación del problema no implica fracaso alguno, sino que constituye “un avance en una nueva dirección”, como indicó una enferma crónica.
Aunque mengüen las facultades físicas, conviene recordar que las cualidades mentales, emocionales y espirituales no siempre se ven afectadas. Quizás se conserve la inteligencia, las dotes de organización y el raciocinio. O la calidez de la sonrisa, el interés por el prójimo y el arte de ser buen confidente y amigo. Lo que es más importante: aún queda la fe en Dios.
Debe tenerse presente, además, que no es posible cambiar todas las circunstancias, pero sí la forma de reaccionar ante ellas. Así lo indica Irene Pollin, del Instituto Nacional del Cáncer, de Estados Unidos: “Sin importar las imposiciones de la enfermedad, usted tiene la facultad de decidir cómo va a responder ante esta”. Helen, paciente de 70 años aquejada de esclerosis múltiple en fase avanzada, coincide con la anterior afirmación: “La recuperación del equilibrio no depende tanto del padecimiento como del modo de encararlo”. Un señor que lleva bastantes años discapacitado agrega: “El optimismo es como la quilla de un barco, pues permite mantener el equilibrio”. Ya lo dice Proverbios 18:14: “El espíritu de un hombre puede soportar su dolencia; pero en cuanto al espíritu herido, ¿quién puede aguantarlo?”.
Recuperar el control
Al ir recobrando el equilibrio emocional, las preguntas del tipo “¿Por qué tuvo que pasarme a mí?” dan paso a otras en una línea diferente: “Ya que me ha pasado, ¿cómo voy a afrontarlo?”. A estas alturas tal vez se opte por dar algunos pasos adelante. Examinemos algunos.
Evaluar el problema, analizar lo que debe modificarse y tratar de hacerlo. “La enfermedad nos permite replantearnos la vida. Es un toque de diana, no de difuntos”, dice el doctor Spiegel. Hay que preguntarse: “¿A qué daba yo importancia antes de enfermar? ¿Cómo ha cambiado la situación?”. No se trata de ver qué actividades ya no son realizables, sino las que todavía lo son, aunque sea de otro modo. El caso de Helen, de quien hablamos antes, es un buen ejemplo.
Durante los últimos veinticinco años, la esclerosis múltiple ha ido debilitándole los músculos. Primero tuvo que recurrir a un andador. Luego perdió el control de la mano derecha y tuvo que valerse de la izquierda, que más tarde también le falló. Desde hace unos ocho años le es imposible caminar, y ahora la tienen que bañar, vestir y dar de comer. Aunque le apena esta situación, dice: “Mi lema es el mismo: ‘No pienses en lo que hacías, sino en lo que puedes hacer’”. Con la ayuda de su esposo, de las enfermeras que la asisten en su apartamento y de su propia imaginación, aún realiza algunas labores que siempre le han gustado. Por ejemplo, todavía participa todas las semanas en divulgar la promesa de un nuevo mundo pacífico, actividad a la que concede gran importancia desde que tenía 11 años (Mateo 28:19, 20). Helen explica cómo:
“Le pido a la enfermera que sostenga el periódico, y entre las dos seleccionamos algunas esquelas mortuorias. Luego le indico las ideas que deseo que incluya en una carta a los familiares del difunto y le pido que la escriba a máquina. En el sobre, adjunto el folleto Cuando muere un ser querido,a que explica la consoladora esperanza bíblica de la resurrección. Lo hago así todos los domingos por la tarde. Me satisface ser aún capaz de difundir las buenas nuevas del Reino de Dios.”
Establecer metas sensatas y realizables. Una razón por la que Helen procura cambiar lo que puede es que eso le permite ponerse objetivos y alcanzarlos. Ambos aspectos son muy importantes para el paciente, pues al trazarse metas se centra en el futuro, y al realizarlas disfruta de un sentido del logro y tal vez recupere cierta confianza en sí mismo. Deben ser resoluciones concretas, como, por ejemplo: “Hoy leeré un capítulo de la Biblia”. También han de ser realistas para su caso, pues la situación física y emocional de cada enfermo crónico es distinta, por lo que no todos consiguen realizar lo mismo (Gálatas 6:4).
“Aunque una determinada meta parezca insignificante, su consecución nos motiva a hacer más”, señala Lex, quien reside en los Países Bajos y quedó paralítico en un accidente a la edad de 23 años. Lleva así más de veinte años, durante los cuales ha realizado numerosas sesiones de fisioterapia en las que le animan a fijarse objetivos; por ejemplo, lavarse la cara con una manopla. Aunque le resultó arduo, lo consiguió. Satisfecho, se propuso un nuevo objetivo: abrir y cerrar un tubo de pasta de dientes, y también lo logró. “No fue fácil —admite—, pero descubrí que podía hacer más de lo que pensaba.”
Con la colaboración de Tineke, su esposa, ha alcanzado metas más importantes. Por ejemplo, montado en su silla de ruedas, va con ella a difundir el conocimiento bíblico de casa en casa. También visita semanalmente a un hombre con graves impedimentos para animarlo y darle lecciones de la Biblia. “Ayudar al prójimo me produce una gran satisfacción”, señala Lex. Ya lo dice la Biblia: “Hay más felicidad en dar que en recibir” (Hechos 20:35).
Si usted, lector, tiene alguna enfermedad o minusvalía, ¿podría fijarse metas para ayudar al prójimo? Quizás sea la persona ideal para dar consuelo, pues sus problemas le hacen más sensible al dolor ajeno.
Mantener el contacto con los demás. Los estudios médicos indican que la existencia de relaciones humanas es beneficiosa para la salud, y su ausencia, nociva. “Entre el aislamiento y la mortalidad existe un vínculo tan [...] importante como entre el tabaco [...] y la mortalidad”, señala un investigador. Luego añade: “Puede que la mejora en los contactos sociales sea tan saludable como dejar de fumar”. No es de extrañar que llegue a la conclusión de que la habilidad que tengamos para mantener tales relaciones sea “significativa para la supervivencia” (Proverbios 18:1).
No obstante, como indicó el artículo anterior, las amistades a veces dejan de visitar al paciente. De ahí que, por su propio bien, deba combatir la creciente soledad. ¿Cómo? Primero, invitándoles a que lo visiten.
Lograr que los visitantes se sientan a gusto.b Con este fin, no debe hablarse mucho del mal, pues pudieran cansarse. Una enferma crónica solucionó el problema fijando un límite a las charlas que tenía con su esposo sobre el particular. “Era imperioso hacerlo”, señala. En efecto, la dolencia no tiene que ser el único tema de conversación. Un señor fue a ver a su amigo, que se hallaba postrado en cama, y este habló con él de arte, historia y de las razones por las que tenía fe en Jehová Dios. Luego el visitante comentó: “Es mucho más que un enfermo. Me ha encantado dialogar con él”.
Si el paciente conserva la jovialidad, las amistades se sentirán más inclinadas a visitarlo. Además, es bueno que se ría, pues, según dice un enfermo de Parkinson, “el humor ayuda a afrontar muchos problemas, sean de origen interno o externo”. De hecho, la risa suele ser una magnífica medicina, como reconoce Proverbios 17:22: “Un corazón que está gozoso hace bien como sanador”. Sí, es beneficiosa aunque solo dure unos minutos. “A diferencia de otros remedios, es totalmente inocua, segura y divertida [...] —señala la escritora Susan Milstrey Wells, que también es enferma crónica—. Con ella, lo único que tenemos que perder es el mal humor.”
Hallar formas de reducir la tensión nerviosa. Los estudios indican que el estrés agrava los síntomas físicos, por lo que la enfermedad será más llevadera si se logra reducirlo. Así pues, conviene que el paciente se tome un respiro de vez en cuando (Eclesiastés 3:1, 4). No debe permitir que la enfermedad se vuelva el centro de todo. Si no le es posible salir de casa, puede tratar de aminorar la presión emocional con actividades tales como escuchar música tranquila, leer un libro, darse un buen baño, escribir cartas o poemas, pintar cuadros, tocar un instrumento o hablar con algún amigo de confianza. Aunque con ello no solucionará definitivamente el problema, es muy probable que sienta alivio temporal.
Si conserva la movilidad, tiene la opción de dar un paseo, ir de compras, trabajar en el jardín, conducir a algún lugar o incluso irse de vacaciones. Es cierto que las dolencias complican los viajes, pero los obstáculos pudieran superarse con buena preparación y cierta dosis de improvisación. Por ejemplo, Lex y Tineke, de quienes ya hemos hablado, consiguieron viajar al extranjero. “Al principio estábamos algo tensos —señala Lex—, pero fueron unas vacaciones fabulosas.” En efecto, la enfermedad es parte de su vida, pero no debe dominarla por completo.
Sacar fuerzas de la fe. Los cristianos verdaderos que han afrontado con éxito graves problemas de salud mencionan algo que siempre los consuela y fortalece: la fe en Jehová Dios y el compañerismo de la congregación.c Veamos varios comentarios suyos sobre el valor de la oración, el estudio de la Biblia, la meditación sobre el futuro y la asistencia a las reuniones del Salón del Reino.
● “De vez en cuando todavía me deprimo, pero le oro a Jehová, y él refuerza mi resolución de seguir haciendo lo que puedo.” (Salmo 55:22; Lucas 11:13.)
● “La lectura meditativa de la Biblia me ayuda mucho a mantener la serenidad.” (Salmo 63:6; 77:11, 12.)
● “El estudio de las Escrituras me recuerda que la auténtica vida vendrá más adelante y que no estaré discapacitada siempre.” (Isaías 35:5, 6; Revelación [Apocalipsis] 21:3, 4.)
● “La fe en el futuro que promete la Biblia me da fuerzas para encarar día a día los problemas.” (Mateo 6:33, 34; Romanos 12:12.)
● “La asistencia a las reuniones del Salón del Reino me ayuda a concentrarme en asuntos positivos en vez de en la enfermedad.” (Salmo 26:12; 27:4.)
● “La relación que tengo con los hermanos de la congregación me reconforta.” (Hechos 28:15.)
La Biblia da esta garantía: “Jehová es bueno, una plaza fuerte en el día de la angustia. Y sabe de los que buscan refugio en él” (Nahúm 1:7). Si nos mantenemos muy unidos a Dios y a la congregación cristiana, recibiremos consuelo y fortaleza (Romanos 1:11, 12; 2 Corintios 1:3; 4:7).
Hay que darse tiempo
Según una trabajadora social que ayuda a sobrellevar males crónicos, el proceso de afrontar con entereza una dolencia o incapacidad grave “es largo y no se realiza de un día para otro”. Otro especialista recomienda al paciente que se dé tiempo, pues debe aprender “una destreza totalmente nueva: encarar un grave padecimiento”. Conviene recordar que, aunque mantenga el optimismo, en los días o semanas malos se sentirá abrumado. No obstante, a veces notará algunos progresos con el paso del tiempo. Así le sucedió a una señora: “Me emocioné mucho al darme cuenta de que había pasado un día entero sin pensar en el cáncer. [...] No hace tanto lo hubiese creído imposible”.
Una vez superados los temores iniciales y establecidas nuevas metas, tal vez descubra sorprendido lo bien que afronta la situación, como veremos en el artículo siguiente.
[Notas]
a Editado por Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc.
b El trato que se recomienda dar a los visitantes es aplicable, con mucha más razón, al cónyuge, los hijos o los cuidadores.
c Cabe mencionar que un buen número de estudios médicos señalan que la fe contribuye a mejorar nuestra salud y bienestar. Según el profesor Dale Matthews, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Georgetown, “es un factor de valor innegable”.
[Ilustración de la página 7]
Informarse sobre la enfermedad ayuda a asumirla
[Ilustración de la página 8]
Con la ayuda de otras personas, Helen prepara cartas de aliento
[Ilustración de la página 8]
‘Me satisface difundir las buenas nuevas del Reino de Dios’
[Ilustraciones de la página 9]
‘Descubrí que, a pesar de la parálisis, podía hacer más de lo que pensaba.’—Lex
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Al mal tiempo, buenas metas¡Despertad! 2001 | 22 de enero
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Al mal tiempo, buenas metas
EL VISITANTE llega al apartamento donde viven William (Bill para los amigos) y Rose Meiners, cerca del aeropuerto neoyorquino de La Guardia. La amable esposa, ya septuagenaria, lo recibe cordialmente y le invita a entrar. Al pasar frente a la acogedora sala, se percibe la jovialidad de esta mujer. Tanto el hermoso arreglo floral, situado junto a la puerta, como los coloridos cuadros que adornan las paredes proclaman su alegría de vivir.
Junto a la sala hay una habitación bañada de luz, con una cama ortopédica en la que yace Bill, de 77 años, incorporado de medio cuerpo. Cuando ve al visitante, se le iluminan los ojos y lo saluda con una amplia sonrisa. Le gustaría levantarse para darle un apretón de manos y un abrazo, pero no le es posible, pues a excepción del brazo izquierdo, está paralizado del cuello para abajo.
Dado que tiene problemas de salud desde los 26 años, la visita le pregunta qué le ha ayudado a afrontarlos por más de medio siglo. Los esposos se miran con gesto risueño. “Pero ¿quién está enfermo?”, señala Rose, inundando el cuarto con su risa. Con ojos que brillan de alegría, Bill se ríe, asiente con la cabeza y dice con voz entrecortada y gutural: “Aquí no hay nadie enfermo”. Los dos siguen con las bromas y carcajadas. Es patente que sigue vivo el amor que sentían cuando se conocieron en septiembre de 1945. Se repite la pregunta: “Ahora en serio, ¿qué golpes ha sufrido, y qué le ha ayudado a sobrellevarlos sin perder el optimismo?”. Aunque hay que insistir un poco, al final accede a contar su historia. El siguiente relato condensa varias entrevistas que ¡Despertad! realizó a esta pareja.
Los primeros reveses
En octubre de 1949, al tercer año de matrimonio y cuando su hija, Vicki, tenía solo tres meses, le detectaron a Bill un tumor maligno en una cuerda vocal y se lo extrajeron. Meses después, el médico anunció otro contratiempo: el cáncer se había extendido a toda la laringe. “Me dijo que, a menos que me hiciera una laringectomía (extirpación de la laringe), solo me quedaban dos años de vida.”
Se explicó a la pareja las consecuencias de la intervención. La laringe abarca desde la base de la lengua hasta el comienzo de la tráquea, y contiene dos cuerdas vocales, que vibran al pasar por ellas el aire que se exhala de los pulmones, emitiéndose así los sonidos del habla. Cuando se extrae este órgano, se conecta el extremo superior de la tráquea a una abertura permanente que se practica en la parte delantera del cuello. Tras la operación, el paciente respira por el orificio, pero ha perdido la voz.
“Al terminar la explicación, me sentía lleno de rabia —señala Bill—. Teníamos una niña pequeña, mi empleo bien pagado y grandes expectativas, que se hicieron añicos.” Pero en vista de que la laringectomía podía salvarle la vida, aceptó operarse. “Después de la intervención —prosigue—, no podía tragar ni pronunciar palabra; había quedado mudo.” Cuando lo visitó su esposa, tuvo que comunicarse con ella escribiendo las palabras en una libreta. Fue muy duro. Para encarar ese revés, se fijaron nuevas metas.
Sin voz ni empleo
Además de perder la voz, quedó desempleado, pues, como tenía que respirar por el orificio de la garganta, el polvo y los humos del taller donde trabajaba podían perjudicarle los pulmones. Tuvo que buscarse otra ocupación. Dado que seguía sin hablar, se inscribió en una escuela de relojería. “Era parecido a mi antiguo trabajo —señala Bill—. Ya sabía montar piezas de maquinaria, y hacer relojes también es una labor de ensamblaje, con la diferencia de que los componentes no pesan 25 kilos.” Nada más finalizar los estudios consiguió empleo de relojero, alcanzando así una de sus metas.
Entretanto, comenzó un curso para aprender a hablar con el esófago, es decir, a producir el sonido con este conducto, que lleva la comida de la garganta al estómago, en vez de con las cuerdas vocales. Primero se aprende a tragar el aire y hacerlo bajar por el esófago. Luego se eructa de forma controlada. Al escapar el aire, las paredes de este tubo vibran, produciéndose un sonido gutural que puede articularse con la boca y los labios para formar el habla.
“Antes solo eructaba si había comido demasiado —señala él con una sonrisa—, pero tuve que aprender a hacerlo de continuo. Al principio solo lograba pronunciar una palabra de golpe, más o menos así: ‘[Inhalo-trago-eructo] ¿Cómo [inhalo-trago-eructo] estás [inhalo-trago-eructo] hoy?’. No era fácil. Luego mi maestro me aconsejó beber mucho refresco de jengibre, para que me ayudaran las burbujas. Así que cada vez que Rose salía a pasear con Vicki, yo bebía y eructaba sin parar. Practiqué mucho.”
Aunque el 60% de los laringectomizados no dominan nunca la técnica de hablar con el esófago, Bill hizo progresos. Sin proponérselo, le incitó a ello su hija, que ya tenía casi dos años. “Vicki —explica— me hablaba y se me quedaba mirando, a la espera de una respuesta. Pero no podía devolverle ni una sola palabra. Volvía a hablarme, pero nuevamente sin resultados, así que se enojaba y le decía a mi esposa: ‘¡Haz que papá me hable!’. Sus palabras me llegaron hondo y fortalecieron mi resolución de volver a hablar.” Para alegría de Vicki, Rose y otros seres queridos, alcanzó también esta meta.
Otro golpe
A fines de 1951, la familia se enfrentó a un nuevo dilema. Ante la posibilidad de que el cáncer recurriera, los médicos recomendaron que Bill recibiera radioterapia. Así lo hizo, y al terminar estaba ansioso de reanudar su vida. Poco se imaginaba que su salud iba a recibir otro duro golpe.
Al cabo de un año, notó un día que se le dormían los dedos. En otra ocasión, no logró subir solo las escaleras. Poco después, se cayó cuando estaba caminando y no fue capaz de levantarse. Las pruebas revelaron que la radioterapia (que entonces no se administraba con tanta precisión como hoy) le había afectado la médula espinal. Los médicos pronosticaron que su salud empeoraría, y uno de ellos llegó a decirle que “nadie daba ni cinco por su vida”. Bill y Rose quedaron desolados.
Sin rendirse, ingresó en un hospital para recibir seis meses de terapia física. Su estado no mejoró, pero se produjo un cambio en su vida que lo llevaría a conocer a Jehová. ¿Qué sucedió?
Le fortalece saber la causa de los reveses
Era un hospital hebreo, por lo que durante aquellos seis meses compartió la habitación con diecinueve paralíticos judíos ortodoxos que hablaban de las Escrituras todas las tardes. Como él era bautista, se limitaba a escuchar. Sin embargo, para cuando salió del hospital, ya había oído lo necesario para concluir que el Todopoderoso es una única persona y que la doctrina de la Trinidad es antibíblica, de modo que no regresó a su iglesia. Aun así, deseaba orientación espiritual para afrontar los reveses de la vida. “No dejé de implorar la ayuda de Dios —dice Bill—, y mis oraciones recibieron respuesta.”
En 1953, Roy Douglas, hombre mayor que había sido vecino suyo y se había enterado de su situación, fue a visitarlo un sábado. Era testigo de Jehová y le invitó a estudiar la Biblia con él. Bill aceptó la oferta y quedó gratamente sorprendido con lo que leyó en las Escrituras y en el libro “Sea Dios veraz”.a Se lo comentó a su esposa, quien se unió al estudio. Rose explica su reacción: “En la iglesia nos habían enseñado que las enfermedades eran castigos de Dios, pero gracias al estudio aprendimos, con gran alivio, que no era así”. Bill agrega: “Algo que nos ayudó a asimilar la situación fue descubrir con la Biblia la causa de todos los problemas, incluidos mis padecimientos, y saber que vendría un futuro mejor”. En 1954, los dos alcanzaron otra meta al bautizarse como testigos de Jehová.
Más ajustes
Cuando la parálisis se agravó tanto que al esposo se le hizo imposible trabajar, la pareja tuvo que intercambiar los papeles para salir adelante: él se quedaría en casa con Vicki, y ella comenzaría a trabajar en la fábrica de relojes, empleo que conservó durante treinta y cinco años.
“Disfrutaba atendiendo a mi hija —indica Bill—, y a ella también le gustaba. Con mucho orgullo les decía a todos: ‘¡Yo cuido a mi papá!’. Una vez que entró en la escuela, la ayudaba con sus tareas, y también jugábamos juntos. Además, tuve buenas oportunidades de darle instrucción bíblica.”
Las reuniones cristianas también eran un placer para toda la familia. Aunque a él le tomaba una hora ir cojeando hasta el Salón del Reino, no se las perdía. Más tarde se mudaron a otro sector de la ciudad y compraron un pequeño automóvil en el que Rose llevaba a la familia al salón. Pese a que Bill solo podía hablar por breves períodos, se matriculó en la Escuela del Ministerio Teocrático. “Ponía por escrito el discurso —relata—, y otro estudiante lo presentaba. Al finalizar, el superintendente de la escuela me daba consejos referentes a la información.”
Varios hermanos le ayudaron a participar con constancia en la predicación. A quienes conocían su devoción, no les extrañó que fuese nombrado siervo ministerial. Más tarde, cuando le fallaron las piernas y la parálisis lo inmovilizó aún más, quedó recluido en su apartamento y terminó postrado en cama. ¿Conseguiría superar ese revés?
Una afición que le llenó
“Al estar en casa el día entero —explica él—, me busqué algo con que entretenerme. Antes de quedar paralítico me gustaba tomar fotos, por lo que pensé en pintar cuadros, aunque nunca lo había hecho. Además, la mano que siempre había utilizado era la derecha, y la tenía paralizada, al igual que dos dedos de la izquierda. De todas maneras, Rose compró un montón de métodos de pintura. Estudié aquellos libros y comencé a pintar con la izquierda. Muchas de las primeras obras acabaron en el incinerador de basuras, pero poco a poco fui aprendiendo.”
La hermosa colección de acuarelas que adorna el apartamento da fe de que consiguió superar sus expectativas. “Hace unos cinco años —añade—, me empezó a temblar tanto la mano izquierda que tuve que dejar el pincel, pero por mucho tiempo fue una afición que me llenó.”
Queda una meta
Bill prosigue: “Llevo más de cincuenta años con problemas de salud. Aún me conforta leer la Biblia, sobre todo los Salmos y el libro de Job. Y me encantan las publicaciones de la Sociedad Watch Tower. También me anima mucho que los hermanos de la congregación y los superintendentes viajantes nos visiten y nos cuenten experiencias edificantes. Además, escucho las reuniones del Salón del Reino por línea telefónica, y hasta me graban en vídeo las asambleas.
”Le agradezco a Dios que me haya bendecido con una mujer tan cariñosa, mi mejor amiga durante todos estos años. También estoy muy contento con mi hija, que ya tiene su propia familia, con la que sigue sirviendo a Jehová. Sobre todo, le doy las gracias a Jehová por ayudarme a seguir unido a él. Hoy, aunque tengo cada vez más débiles la voz y el cuerpo, suelo recordar las palabras del apóstol Pablo: ‘No nos rendimos; más bien, aunque el hombre que somos exteriormente se vaya desgastando, ciertamente el hombre que somos interiormente va renovándose de día en día’ (2 Corintios 4:16). Sí, aún me queda una meta: mantenerme despierto en sentido espiritual mientras viva.”
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