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  • Hallamos consuelo cuando consolamos a otros
    La Atalaya 2013 | 15 de marzo
    • Las palabras amables y cariñosas de un amigo pueden aliviarnos y sanarnos (Prov. 16:24; 18:24; 25:11). Ahora bien, los cristianos verdaderos no solo estamos interesados en recibir consuelo. Tomamos la iniciativa para “consolar a los que se hallan en cualquier clase de tribulación mediante el consuelo con que nosotros mismos estamos siendo consolados por Dios” (2 Cor. 1:4; Luc. 6:31). Antonio, un superintendente de distrito de México, comprobó lo ciertas que son estas palabras.

      Cuando le diagnosticaron un linfoma —un tipo de cáncer que afecta a la sangre⁠—, se angustió muchísimo. Con todo, procuró dominar los sentimientos negativos. ¿Cómo lo hacía? Trataba de recordar cánticos del Reino y los cantaba para meditar en la letra. También lo consolaba mucho orar en voz alta y leer la Biblia.

      Sin embargo, Antonio reconoce que la principal ayuda vino de sus hermanos en la fe. Él relata: “Cuando mi esposa y yo nos sentíamos agobiados, le pedíamos a un pariente nuestro, anciano de congregación, que viniera y orara con nosotros. Esto nos consolaba y tranquilizaba. Gracias al apoyo de la familia y los hermanos, en poco tiempo pudimos vencer los sentimientos negativos”. ¡Qué agradecido se sintió de tener amigos tan amorosos y compasivos!

  • Hallamos consuelo cuando consolamos a otros
    La Atalaya 2013 | 15 de marzo
    • Tras recuperarse de su enfermedad, Antonio pudo volver a ser superintendente viajante. Siempre se había interesado por los hermanos, pero a partir de entonces él y su esposa se esforzaron más por visitar y animar a los enfermos. Por ejemplo, al visitar a un cristiano que estaba luchando con una grave dolencia, Antonio se enteró de que este hermano no quería ir a las reuniones. “No es que él no amara a Jehová o a los hermanos —explica⁠—, pero la enfermedad lo había aplastado tanto que se sentía inútil.”

      A fin de animarlo, Antonio le pidió hace poco que hiciera la oración en una reunión social. Aunque no se creía digno de hacerla, el hermano aceptó. Antonio recuerda: “Su oración fue bellísima, y después él parecía otra persona. Se sintió útil de nuevo”.

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