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¿Qué pasó con la unidad mundial?La Atalaya 2005 | 1 de junio
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¿Qué pasó con la unidad mundial?
“Por primera vez desde la II Guerra Mundial, la comunidad internacional está unida. [...] Por lo tanto, el mundo puede aprovechar esta oportunidad para realizar la promesa por tanto tiempo esperada de un nuevo orden mundial.”
ESA fue la afirmación que hizo un presidente de Estados Unidos en la última década del siglo XX. En ese tiempo, los sucesos internacionales parecían indicar que se avecinaba la unidad mundial. Los gobiernos totalitarios se habían desplomado uno tras otro. El muro de Berlín había caído, presagiando una nueva era para Europa. La Unión Soviética, considerada por muchos en Occidente como una instigadora de conflictos mundiales, había desaparecido ante la mirada atónita del mundo. La Guerra Fría había cesado, y se empezaba a hablar con optimismo de desarme, incluso de desarme nuclear. Es cierto que había estallado la guerra del golfo Pérsico, pero esta había quedado atrás como un problema pasajero que dejó a gran parte de la humanidad más resuelta a establecer un orden pacífico.
El panorama se veía prometedor no solo en el ámbito de la política, sino también en otros campos. El nivel de vida estaba mejorando en muchos países. Los adelantos en la medicina permitían que los médicos hicieran cosas que algunos hubieran llamado milagros hace unas décadas. El crecimiento económico de muchas naciones avanzaba a un ritmo que hacía prever que se conseguiría la prosperidad mundial. Todo parecía indicar que los asuntos iban por buen camino.
Hoy, no muchos años después, es inevitable preguntarse: “¿Qué pasó? ¿Dónde está la prometida unidad mundial?”. Da la impresión de que el mundo va en la dirección contraria a la unidad. Los atentados suicidas, los ataques terroristas, la conocida proliferación de armas de destrucción masiva y otros sucesos inquietantes acaparan los titulares de las noticias. Parece que tales acontecimientos han hecho retroceder al mundo en su carrera por la unidad. Un destacado financiero dijo recientemente: “Estamos atrapados en un círculo vicioso de violencia cada vez mayor”.
¿Unidad mundial, o fragmentación global?
Cuando se fundó la Organización de las Naciones Unidas, uno de sus propósitos declarados era el de “fomentar entre las naciones relaciones de amistad basadas en el respeto al principio de la igualdad de derechos y al de la libre determinación de los pueblos”. Después de casi sesenta años, ¿se ha alcanzado tan noble objetivo? ¡De ninguna manera! En vez de fomentar “relaciones de amistad”, parece que las naciones están más interesadas en “la libre determinación”. Pueblos y grupos étnicos que luchan por establecer su propia identidad y soberanía han dividido aún más al mundo. Cuando se formó la ONU, tenía 51 países miembros; hoy día cuenta con 191.
Como hemos visto, a finales del siglo XX reinaba la esperanza de que se alcanzaría la unidad mundial. Desde entonces, dicha esperanza se ha convertido en desaliento a medida que la humanidad ha sido testigo de la fragmentación paulatina del mundo. La violenta desintegración de Yugoslavia, las confrontaciones entre Chechenia y Rusia, la guerra de Irak y la matanza persistente en el Oriente Medio son pruebas de que la desunión está cada vez más extendida.
No cabe duda de que muchos de los esfuerzos por alcanzar la paz han sido sinceros y bienintencionados. No obstante, parece que la unidad entre todas las naciones es inalcanzable. Muchos se preguntan: “¿Por qué sigue siendo tan escurridiza la unidad mundial? ¿Adónde se dirige el mundo?”.
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¿Hacia dónde se dirige este mundo?La Atalaya 2005 | 1 de junio
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¿Hacia dónde se dirige este mundo?
UNIDAD MUNDIAL. ¡Qué idea tan llamativa! ¿Acaso no la anhelamos todos? Claro que sí, y se ha hablado mucho de ella. Las reuniones de los dirigentes mundiales se han centrado repetidamente en este tema. En agosto del año 2000 se congregaron más de mil guías religiosos en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York con el objeto de celebrar la Cumbre del Milenio por la Paz Mundial. Aunque se trataron las soluciones a los conflictos internacionales, la reunión misma fue un reflejo de las interminables controversias de este mundo. Un muftí de Jerusalén se negó a asistir debido a que estaría presente un rabino judío. Otros participantes se ofendieron porque al Dalai Lama no se le invitó los primeros dos días por temor a suscitar la hostilidad de China.
En octubre de 2003, las naciones del Pacífico analizaron la cuestión de la seguridad mundial en la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico (APEC), celebrada en Tailandia. Las veintiuna naciones presentes prometieron desmantelar los grupos terroristas y concordaron en tomar medidas para aumentar la seguridad global. No obstante, durante la conferencia hubo varios representantes que se quejaron de los comentarios que hizo un primer ministro, pues les parecieron acusaciones llenas de odio contra los judíos.
¿Por qué no hay unidad?
Aunque se habla mucho de unir al mundo, vemos pocos resultados concretos. A pesar de los intentos sinceros de mucha gente, ¿por qué sigue siendo la unidad mundial un objetivo inalcanzable en este siglo XXI?
Parte de la respuesta se refleja en este comentario de cierto primer ministro que asistió a la conferencia APEC: “Hay lo que llamamos orgullo nacional”. Así es, la sociedad humana está sumida en el nacionalismo. Cada nación y grupo étnico es motivado por su deseo de autodeterminación. La soberanía nacional, el espíritu competitivo y la codicia forman todos juntos una mezcla explosiva. En numerosas ocasiones, cuando los intereses nacionales entran en conflicto con los intereses mundiales, predominan los nacionales.
En la Biblia se describe correctamente el nacionalismo como “la peste que causa adversidades” (Salmo 91:3). Esta doctrina ha sido como una plaga sobre la humanidad y ha causado sufrimiento indecible. El nacionalismo, y el odio que lo acompaña, ha existido durante siglos. Aún hoy sigue avivando las discordias sin que los gobernantes humanos puedan impedirlo.
Numerosas autoridades reconocen que el nacionalismo y los intereses egoístas constituyen la raíz de los problemas mundiales. Por ejemplo, U Thant, ex secretario general de las Naciones Unidas, observó: “Muchísimos de los problemas que arrostramos hoy día son el resultado de actitudes equivocadas [...]. Entre estas se halla el concepto del nacionalismo irracional: ‘Mi patria, tenga razón o no’”. Aun así, las naciones siguen absortas en sus propios intereses, y el clamor por su propia soberanía es cada vez mayor. Las que tienen la ventaja no quieren ceder ni una pizca de terreno. Por ejemplo, el periódico International Herald Tribune dijo lo siguiente respecto a la Unión Europea: “La rivalidad y la desconfianza siguen siendo el patrón general de la política europea. Para la mayoría de los estados miembros de la Unión sigue siendo inaceptable que uno de sus iguales obtenga mayor influencia y tome la delantera”.
La Palabra de Dios, la Biblia, expresa acertadamente las consecuencias de la gobernación humana al decir: “El hombre ha dominado al hombre para perjuicio suyo” (Eclesiastés 8:9). Al dividir al mundo en naciones separadas, tanto las comunidades como los individuos han experimentado el cumplimiento de este principio bíblico: “El que se aísla buscará su propio anhelo egoísta; contra toda sabiduría práctica estallará” (Proverbios 18:1).
Nuestro Creador, que sabe lo que más nos conviene, nunca se propuso que los seres humanos instauraran sus propios gobiernos y se rigieran a sí mismos. Al obrar así, los hombres han pasado por alto el propósito de Dios y el hecho de que todo le pertenece a él. Salmo 95:3-5 dice: “Jehová es un gran Dios y un gran Rey sobre todos los demás dioses, Aquel en cuya mano están las más recónditas profundidades de la tierra, y a quien pertenecen los picos de las montañas; a quien pertenece el mar, que él mismo hizo, y cuyas propias manos formaron la tierra seca misma”. Dios es el Soberano legítimo a quien todos debemos someternos y aceptar como nuestro gobernante. Cuando luchan por su propia soberanía, las naciones están obrando en contra de la voluntad divina (Salmo 2:2).
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