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La unidad mundial: ¿Se hará realidad algún día?La Atalaya 1997 | 1 de noviembre
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La unidad mundial: ¿Se hará realidad algún día?
“SI EN las próximas generaciones logramos transformar el mundo de estados independientes en el que vivimos en algún tipo de auténtica comunidad internacional, [...] habremos abolido eficazmente también la antigua institución de la guerra [...]. Por otra parte, si fracasamos, es probable que no haya [...] civilización.” Así se expresó Gwynne Dyer, historiador militar, en su libro War (Guerra).
Según Dyer, en las páginas de la historia abundan los relatos de naciones y otros colectivos poderosos que han recurrido a la guerra para zanjar sus diferencias, lo que ha acabado con la vida de millones de personas. Las siguientes palabras del rey Salomón en cuanto al efecto de esa situación en sus contemporáneos aún son aplicables en la actualidad: “Yo mismo regresé para poder ver todos los actos de opresión que se están haciendo bajo el sol, y, ¡mira!, las lágrimas de aquellos a quienes se oprimía, pero no tenían consolador; y de parte de sus opresores había poder, de modo que no tenían consolador”. (Eclesiastés 4:1.)
El mencionado historiador señaló otra razón que existe hoy en día, aparte de la compasión por ‘las lágrimas de aquellos a quienes se oprime’, para hallar algún modo de transformar el mundo de estados independientes en alguna clase de auténtica comunidad internacional: la misma supervivencia de la civilización está en juego. La guerra moderna amenaza con destruir a toda nación que recurra a ella, y no habrá ningún vencedor.
¿Se vislumbra la unidad mundial?
¿Qué perspectivas hay de alcanzar la unidad mundial? ¿Puede la sociedad humana vencer las fuerzas divisivas que atentan contra la supervivencia de la Tierra? Algunas personas opinan que sí. John Keegan, redactor de la sección de asuntos militares del Daily Telegraph, de Gran Bretaña, escribe: “A pesar de la confusión y la incertidumbre, parece que está empezando a percibirse el perfil de un mundo sin guerra”.
¿Qué razones tiene el señor Keegan para sentirse optimista? ¿Por qué están esperanzadas muchas personas pese al largo historial bélico del hombre y su aparente incapacidad de gobernarse con éxito? (Jeremías 10:23.) En el pasado, había quienes decían: “La humanidad está avanzando. La historia muestra un patrón de progreso continuo”. Aun en la actualidad, muchos creen que de alguna manera el bien innato del hombre triunfará sobre el mal. ¿Es realista tal esperanza? ¿O es simplemente una vana ilusión que conducirá de nuevo a la decepción? En su libro intitulado Shorter History of the World (Historia resumida del mundo), el historiador J. M. Roberts escribió de forma realista: “Difícilmente pudiera decirse que el futuro del mundo es halagüeño. Tampoco se vislumbra ahora el fin del sufrimiento humano, ni nada que nos permita creer que este terminará”.
¿Existen razones legítimas para creer que los pueblos y las naciones en realidad superarán su desconfianza mutua y sus diferencias insalvables? ¿O se requiere más que solo el esfuerzo humano? El siguiente artículo analizará estas preguntas.
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La unidad mundial: ¿Cómo se alcanzará?La Atalaya 1997 | 1 de noviembre
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La unidad mundial: ¿Cómo se alcanzará?
TAL como un edificio en ruina que unos inquilinos descuidados han destrozado, el presente sistema mundial solo puede ser demolido y reemplazado. Este no es simplemente otro pronóstico cínico de unos catastrofistas. La Biblia muestra que es la única perspectiva realista. ¿Por qué?
Los cimientos del presente orden mundial son inseguros. La estructura está infestada de termitas, y podrida. El armazón de acero está oxidado, las paredes de soporte se han debilitado, el techo se pandea, hay escapes en la cañería y la instalación eléctrica es defectuosa, lo que constituye un peligro. Los ocupantes riñen de continuo y estropean intencionalmente todo el edificio. Toda la propiedad y sus alrededores están infestados de sabandijas y representan un atentado contra la salud y la vida.
“En peligro de extinción”
Debido a los incesantes conflictos políticos, la codicia, la agresión y la animosidad tribal y étnica firmemente arraigada, “toda la raza humana está —como dijo Gwynne Dyer— en peligro de extinción”. Por todo el mundo, colectivos minoritarios resueltos a conseguir sus objetivos, como grupos de presión, luchadores por la libertad, pandillas de delincuentes y terroristas internacionales, entre otros, siguen tras sus propios fines egoístas y parece que cuentan con el poder de arruinar, cuando les plazca, cualquier posibilidad de alcanzar la paz en el mundo. Como inquilinos problemáticos, suelen amargar la vida a los demás.
Sin embargo, muchos comentaristas indican que quienes impiden que se logre la unidad mundial no son tan solo los grupos disidentes ni las personas indisciplinadas. El mayor obstáculo es el estado-nación mismo. S. B. Payne, hijo, escritor sobre asuntos bélicos, dice que las naciones independientes existen “en un estado de anarquía internacional”. Hacen lo que más convenga a sus intereses nacionales, con poca consideración o ninguna a las demás. Como consecuencia, a lo largo de la historia “el hombre ha dominado al hombre para perjuicio suyo”. (Eclesiastés 8:9.)
Se reconoce que algunos gobiernos nacionales han tenido cierto éxito en combatir las injusticias y la opresión dentro de los confines de sus propias fronteras y aun a escala internacional. Ocasionalmente han logrado cierta unidad internacional. Pero aun cuando varios países se han unido para tomar acción contra alguna nación agresora, a menudo ha quedado la sospecha de que actuaron motivados por interés propio más bien que por auténtico altruismo. La verdad es que los gobiernos humanos no poseen ningún remedio integral y duradero para la desunión mundial. Gwynne Dyer señaló lo siguiente: “El concepto de que todas las naciones del mundo se unirán para impedir que algún país inconformista cometa una agresión, o para castigarlo por haberla cometido, es bueno en principio, pero ¿quién determina cuál es el agresor, y quién pagará el costo, que pudiera requerirse en dinero y vidas, para detenerlo?”.
Por supuesto, cualquier nación en particular puede agredir a otra sólo cuando no se opone la mayoría de los ciudadanos del país agresor. La historia ha demostrado en repetidas ocasiones que no solo en los ‘países inconformistas’ los ciudadanos respaldan a sus gobernantes, tengan o no la razón. Lo cierto es que la generalidad de los habitantes de la Tierra lo han hecho. Han ido ciegamente tras lo que la revista Time llamó “las mentiras, la demagogia y la propaganda” de una sucesión de líderes políticos y religiosos.
El nacionalismo ha despertado las pasiones de personas que de otra forma serían razonables y compasivas, y las ha impulsado a cometer delitos atroces contra hombres, mujeres y niños de otras nacionalidades. Por ejemplo, con relación a la I Guerra Mundial, el historiador J. M. Roberts comenta: “Una de las paradojas de 1914 es que inmensas cantidades de personas de todos los países, y de toda afiliación, credo y raza fueron a la guerra, al parecer, voluntaria y gustosamente”. ¿Ha aprendido la gente una lección desde entonces? No. La plaga del “nacionalismo obcecado”, como lo llamó el periodista Rod Usher, aún impide que se alcance la unidad mundial.
La actuación de fuerzas externas
Sin embargo, existe un mayor obstáculo a la unidad mundial. La Biblia revela que están actuando fuerzas externas, es decir, Satanás el Diablo y sus secuaces, los demonios. La Biblia muestra que Satanás es “el dios de este sistema de cosas [que] ha cegado las mentes de los incrédulos”, de modo que respondan con indiferencia a “las gloriosas buenas nuevas acerca del Cristo”. (2 Corintios 4:4; Revelación [Apocalipsis] 12:9.)
Desde luego, este hecho no irresponsabiliza a la gente de sus propias acciones. Pero sí explica por qué los gobiernos humanos nunca podrán instaurar un mundo verdaderamente unido. Mientras exista Satanás el Diablo, este ejercerá su influencia sobre los hombres y las mujeres con el fin de que produzcan lo que la Biblia llama “las obras de la carne”, lo que incluye las ‘enemistades, contiendas, altercaciones y divisiones’. (Gálatas 5:19-21.)
Gobierno mundial
¿Cuál, pues, es la solución? Hace unos setecientos años, Dante, conocido poeta y filósofo italiano, anticipó la respuesta. Argumentó que solo un gobierno mundial podría garantizar a la humanidad la paz y la unidad. Muchas personas opinan que la esperanza de producir alguna forma de gobierno mundial es solo una ilusión, que no es digna de verdadera confianza. “Un gobierno mundial —concluye Payne, autor mencionado anteriormente— es una imposibilidad en la presente etapa de la historia.” ¿Por qué? Porque para tener éxito, tendría que garantizar el cumplimiento de dos condiciones que, al parecer, son totalmente inalcanzables para el hombre, a saber, que “un gobierno mundial ponga fin a la guerra, y que un gobierno mundial no constituya una tiranía mundial”.
De seguro que ningún gobierno humano reunirá jamás tales condiciones. Sin embargo, el Reino de Dios en manos de Cristo Jesús puede poner fin a la guerra, y lo hará. (Salmo 46:9, 10; Mateo 6:10.) En efecto, eliminará a todos los belicistas. El profeta Daniel indicó que al final del tiempo señalado por Dios para la gobernación humana de la Tierra, tal gobernación ‘resultaría dividida’ como el “hierro mezclado con barro húmedo”. (Daniel 2:41-43.) Esta situación ocasionaría fragmentación política y llevaría inevitablemente a la confrontación. Pero Daniel dice que el Reino de Dios “triturará y pondrá fin a todos estos reinos” nacionalistas y desunidos, es decir, los gobiernos humanos, y luego el Reino en manos de Cristo Jesús, por tanto tiempo esperado, los reemplazará. (Daniel 2:44.)
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