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  • Una explosión de divorcios
    ¡Despertad! 1992 | 8 de febrero
    • Una explosión de divorcios

      “JOYAS DE DIVORCIO.” Este extraño titular apareció hace poco en una popular revista femenina. El artículo decía: “De modo que su matrimonio ha estallado y usted se siente quemada. ¿Por qué no funde todos los recuerdos que todavía tiene en el joyero?”. En una joyería de la zona se cobra cierta cantidad de dinero por dejar el soplete a los divorciados para que fundan sus anillos de compromiso y de boda. Luego el joyero los transforma en joyas que no les recuerdan sus fracasos matrimoniales.

      Parece ser que a los matrimonios estos días les ocurre lo que a los bolígrafos, los pañales y las maquinillas de afeitar: la gente los prefiere desechables. La actitud que prevalece es: “Cuando se canse de él, no tiene más que desecharlo”.

      “El matrimonio como tal ya no existe”, dijo Lorenz Wachinger, un conocido autor, psicólogo y terapeuta de Múnich (Alemania). ¿Una aseveración exagerada? Quizás, pero no resulta difícil comprender por qué opina así. Según el periódico Stuttgarter Zeitung, todos los años se producen en Alemania unas ciento treinta mil rupturas matrimoniales. No obstante, Alemania no es el único lugar donde el divorcio es común.

      Un fenómeno mundial

      Se observa una tendencia similar por todo el mundo. A Estados Unidos, por ejemplo, muy bien se le pudiera denominar la capital mundial del divorcio. Todos los años se producen en ese país más de un millón ciento sesenta mil divorcios, lo que quiere decir que casi la mitad de todos los matrimonios que se contraen termina en divorcio; esto equivale a un promedio diario de más de dos divorcios por minuto.

      Cuando estas cifras se comparan con las del pasado, se comprende que se hable de una explosión de divorcios. En el siglo pasado, sin ir más lejos, había un solo divorcio por cada dieciocho matrimonios que se celebraban en Estados Unidos. El aumento fue gradual hasta la década de los sesenta, si se exceptúa una repentina oleada después de la II Guerra Mundial, pero a partir de dicha década la cifra se triplicó en tan solo veinticinco años.

      A mediados de los ochenta (estos son los años más recientes de los que se disponen datos confiables), el número de divorcios fue muy elevado en algunos países. Por ejemplo, en la Unión Soviética hubo 940.000 divorcios al año; en Japón, 178.000; en el Reino Unido, 159.000; en Francia, 107.000; en Canadá, 61.000, y en Australia, 43.000. Incluso soplan vientos de cambio en lugares donde la religión y las leyes han mantenido baja la cantidad de divorcios. Por ejemplo, en Hong Kong solo se divorcia uno de cada diecisiete matrimonios, pero entre 1981 y 1987 la cantidad de divorcios se duplicó. La revista India Today informó que el estigma vinculado al divorcio está desapareciendo entre las personas de clase media de la India. Allí se han creado nuevos tribunales en diversos estados para poder atender el creciente número de casos de divorcio, un aumento que oscila entre un 100 y un 328% en una sola década.

      Por supuesto, estas enormes cifras no pueden transmitir el sufrimiento que hay detrás de ellas. Lamentablemente, el divorcio nos afecta a casi todos, pues el matrimonio es una institución universal. Es probable que estemos casados o que nuestros padres estén casados, y puede que seamos amigos íntimos de personas que están casadas. Por eso, aunque el divorcio todavía no nos haya hecho sufrir personalmente, la amenaza de que lo haga tal vez nos inquiete.

      ¿Qué hay detrás de todos estos divorcios? Parte de la respuesta puede estar en los cambios políticos. Las leyes de muchos países antes no permitían el divorcio —una postura que por mucho tiempo defendieron los grupos religiosos influyentes⁠—, pero la situación ha cambiado últimamente. Por ejemplo, en la década de los ochenta Argentina declaró inconstitucional una ley que no permitía ningún divorcio legal. España e Italia adoptaron leyes que autorizaban el divorcio. No obstante, tales cambios legales no siempre van acompañados de un rápido aumento en el número de divorcios.

      De manera que tiene que haber mucho más tras la epidemia mundial de divorcios. El autor Joseph Epstein aludió a ello cuando escribió que no hace mucho “haber estado divorciado era como haber recibido un certificado legal de que se carecía de integridad moral. [Pero hoy día] —continuó⁠— en algunos círculos parece más excepcional no haberse divorciado que haberlo hecho; el que una persona acabe sus días dentro de los límites de un solo matrimonio incluso pudiera interpretarse como una falta de imaginación”. (Divorced in America [Divorciados en América].)

      En otras palabras, las actitudes fundamentales de las personas hacia el matrimonio han cambiado. El respeto y la reverencia hacia una institución que por mucho tiempo se consideró sagrada está disminuyendo. El divorcio se hace cada vez más aceptable en todo el mundo. ¿Por qué? ¿Qué ha podido llevar a las personas a aceptar algo que antes tantos desaprobaban? ¿Pudiera ser que el divorcio no sea tan malo al fin y al cabo?

  • La trampa del divorcio
    ¡Despertad! 1992 | 8 de febrero
    • La trampa del divorcio

      ANDREW y Ann formaban una pareja encantadora. Ann era más callada y pensativa, pero su radiante calma parecía el contrapunto ideal para la personalidad de Andrew, más extravertida y con una energía y un sentido del humor irrefrenables. A ella se le iluminaban los ojos en su presencia y a él se le notaba de lejos que estaba enamoradísimo de ella.

      Sin embargo, al cabo de siete años su matrimonio empezó a deshacerse. Andrew consiguió un nuevo empleo, que le consumía gran parte del tiempo, y a Ann llegó a molestarle que su marido estuviese tan dedicado al trabajo y llegase tarde tantas noches. Así que trató de “llenar aquel vacío” —como decía ella⁠— concentrándose en su propia carrera. No pasó mucho tiempo antes de que Andrew empezara a llegar a casa oliendo a alcohol y explicando que había salido con unos compañeros de trabajo. Su problema con la bebida empeoró, y Ann finalmente se marchó de casa. Andrew quedó sumido en una gran depresión, y en cuestión de unos meses se divorciaron.

      Es posible que esta historia les resulte muy familiar a muchas personas. Como hemos visto, la cantidad de divorcios se ha disparado en todo el mundo. No cabe duda de que algunos son inevitables o necesarios. La Biblia no prohíbe tajantemente el divorcio, como muchos suponen. Las normas bíblicas, que son justas y razonables, lo permiten en caso de adulterio (Mateo 19:⁠9); sus principios también autorizan la separación matrimonial en ciertas circunstancias extremas, como en el caso de maltrato físico.a (Véanse Mateo 5:32; 1 Corintios 7:10, 11.) Pero el divorcio de Andrew y Ann no se debió a ninguna de estas razones.

      Andrew y Ann eran cristianos, y en un principio habían respetado el matrimonio como una institución sagrada. No obstante, al igual que todos nosotros, viven en un mundo que predica una ética muy diferente: el matrimonio es un producto desechable y el divorcio sirve para deshacerse de él. Esta forma de pensar hace que miles de parejas se divorcien todos los años por razones que no son sólidas, ni, por supuesto, bíblicas. Muchos acaban dándose cuenta, demasiado tarde, de que su actitud “moderna” y “entendida” hacia el divorcio les ha hecho caer en una trampa.

      ¿Una trampa? “Esa es una palabra demasiado fuerte”, puede que digan algunos. Quizás usted opina, como tantos otros hoy día, que el divorcio no es más que una manera civilizada de salir de un matrimonio desgraciado. Pero, ¿conoce los aspectos negativos del divorcio? ¿Se ha dado cuenta de la sutilidad con que este mundo puede amoldar nuestras opiniones respecto a él sin que nos demos cuenta?

      La tentación de querer realizarse

      En el caso de Andrew y Ann, parte de lo que hizo que su matrimonio acabara en divorcio fue la seductora promesa de que se sentirían realizados si triunfaban en su carrera. Su matrimonio cayó víctima de la mentalidad de que ‘lo primero es la carrera’. No obstante, ellos no fueron, ni mucho menos, las primeras víctimas. La revista Family Relations dijo lo siguiente en 1983: “Conseguir realizarse se ha convertido en una consigna. Como consecuencia, los fuertes lazos de unión con la mayor parte de los miembros de la familia se rompen en seguida, y hasta el vínculo matrimonial se ve sometido a una creciente presión”. Andrew estaba muy emocionado con su nuevo empleo y las posibilidades de ascender. Aceptó trabajos adicionales, y se reunía con sus colegas después de la jornada laboral para ganarse más respeto y aceptación. Ann se sintió deslumbrada por su carrera, y llegó a pensar que lograría triunfar si conseguía una mejor formación profesional.

      Pero esos deseos de triunfar tuvieron un doble efecto. En primer lugar, contribuyeron a que Andrew y Ann dispusieran de menos tiempo para estar juntos. Ann confesó lo siguiente: “Se nos arrastraba en direcciones distintas. Ya no teníamos nuestras charlas de las diez de la noche, como había sido nuestra costumbre, cuando nos sentábamos y resolvíamos nuestros problemas. Tanto él como yo nos estábamos preparando para el siguiente día de trabajo. La comunicación cesó”.

      El segundo efecto fue de carácter espiritual. Como pusieron sus respectivas carreras en primer lugar, desplazaron su relación con Dios a un segundo término, y justo cuando más lo necesitaban. Si se hubiesen esforzado de común acuerdo por aplicar en su vida los principios bíblicos, a Andrew no le habría costado tanto enfrentarse a su problema con la bebida y Ann habría recibido la fuerza necesaria para apegarse a su marido durante esta difícil situación.

      Sin embargo, en lugar de tratar de solucionar sus dificultades maritales, empezaron a ver el divorcio como una opción viable, quizás incluso como una liberación de toda la presión que sentían. Una vez obtenido el divorcio, sus sentimientos de culpa y vergüenza les hicieron abandonar por completo su vida espiritual. Ya no profesaban ser cristianos.

      Los “expertos” echan más leña al fuego

      Muchas parejas recurren a consejeros matrimoniales y terapeutas o a libros escritos por autoridades en la materia cuando surgen dificultades en su matrimonio. Pero, lamentablemente, algunos “expertos” modernos han demostrado ser más hábiles en fomentar el divorcio que en conservar el matrimonio. En las últimas décadas se han oído infinidad de opiniones “expertas” en contra del matrimonio.

      Tal es el caso de las psicoterapeutas Susan Gettleman y Janet Markowitz. En su libro The Courage to Divorce (El valor de divorciarse) se lamentan: “Persiste la creencia irracional de que los divorciados se han desviado de una entidad beneficiosa llamada ‘vida de familia normal’”. Critican las “barreras legales y los valores morales” que se oponen al divorcio y que se “basan en principios religiosos que se originaron hace siglos”. Sostienen que el divorcio seguirá existiendo hasta que el “matrimonio caiga poco a poco en desuso” y el divorcio sea “innecesario”. Las autoras del libro recomiendan su lectura a abogados, jueces y hasta clérigos.

      “El divorcio no es malo. El divorcio libera. El aumento en el número de divorcios no indica que algo vaya mal en la sociedad; es una señal de que algo va mal en la institución del matrimonio.” No son pocos los “expertos” que han enseñado este punto de vista, en especial durante el apogeo de la revolución sexual de las décadas de los sesenta y setenta. Más recientemente, algunos psicólogos y antropólogos populares incluso han llegado a especular que el hombre está “programado” —por la evolución, nada menos⁠— para cambiar de pareja cada pocos años. En otras palabras, las aventuras extramaritales y los divorcios son algo natural.

      Cuesta imaginar la cantidad de matrimonios que han sufrido las consecuencias de semejantes ideas. Muchos otros expertos fomentan el divorcio de maneras más sutiles. Mientras Diane Medved documentaba su libro The Case Against Divorce (Proceso contra el divorcio), encontró en la biblioteca de su localidad unos cincuenta libros que si no fomentaban directamente el divorcio, por lo menos servían para ‘animar a los lectores a seguir con sus trámites de divorcio’. Ella dice: “Estos libros te allanan el camino para que entres en el mundo de los solteros y pregonan tu ‘nueva libertad’ como si [...] fuese la clave para sentirse realizado”.

      Otras influencias

      Por supuesto, hay muchas otras influencias que promueven el divorcio además de esos “expertos” mal encaminados. Los medios de comunicación —televisión, películas, revistas y novelas románticas⁠— con frecuencia se suman al continuo ataque propagandístico contra el matrimonio. A veces transmiten la idea de que fuera de la aburrida monotonía de la convivencia matrimonial hay una vida emocionante y llena de frenesí en la que las personas se sienten realizadas, y que tras un fantástico período de independencia y libertad, nos aguarda otro cónyuge, muy superior al que tenemos en casa.

      Hay que reconocer que para protegerse de tales ideas dañinas, no basta con verlas con escepticismo. Diane Medved explica: “Cuando se ve una película, se cae en su poder, aun siendo muy inteligente. Es inevitable; el argumento y la interacción se han preparado de forma que el espectador sienta simpatía por el personaje principal (¿el marido conquistador?) y antipatía por el malo de la película (¿la esposa gruñona?). [...] Puede que usted no apruebe lo que ve, pero el simple hecho de saber que otros sí lo aprueban —y eso está corroborado de un sinfín de maneras dentro de nuestra cultura⁠— socava la determinación y la seguridad”.

      Es obvio que la conducta de nuestro prójimo influye en nosotros. Y si eso es cierto en el caso de los mensajes que transmiten los medios de comunicación, cuánto más lo será en el caso de los amigos que escogemos. En la Biblia se encuentra una advertencia muy sensata: “No se extravíen. Las malas compañías echan a perder los hábitos útiles”. (1 Corintios 15:33.) Un buen matrimonio es uno de los hábitos más útiles. Podemos echarlo a perder si hacemos amistad con los que no respetan esta institución. Muchos matrimonios se han visto empujados sutilmente hacia el divorcio porque confiaron sus problemas maritales a tales “amigos”, a veces incluso a personas que se habían divorciado sin una verdadera justificación.

      Otros se precipitan en buscar asesoramiento legal cuando tienen algún problema en el matrimonio. Estas personas olvidan que el sistema legal de muchos países es un mecanismo muy eficaz diseñado para facilitar el divorcio. Al fin y al cabo, los abogados ganan dinero tramitando divorcios, no logrando reconciliaciones.

      De todas formas, usted quizás se pregunte: “Si todos esos abogados, terapeutas, personalidades de los medios de comunicación y hasta amigos y conocidos han adoptado y promovido eficazmente una actitud más indulgente hacia el divorcio, ¿no pudiera haber algo de cierto en lo que dicen?”. ¿Es posible que tantas personas estén equivocadas tocante a algo tan importante? Para saber las respuestas, analicemos algunas de las consecuencias del divorcio.

      [Nota a pie de página]

      a Véanse los siguientes números de La Atalaya: 15 de julio de 1989, páginas 8, 9; 15 de mayo de 1988, páginas 4-7; 1 de noviembre de 1988, páginas 22, 23.

      [Fotografía en la página 7]

      Algunos “expertos” modernos han demostrado ser más entendidos en fomentar el divorcio que en conservar el matrimonio

  • La amarga cosecha del divorcio
    ¡Despertad! 1992 | 8 de febrero
    • La amarga cosecha del divorcio

      NO SON los abogados ni los amigos ni los medios de comunicación ni los “expertos” quienes tienen que pagar el precio del divorcio; son las parejas que se divorcian —y sus hijos⁠— quienes finalmente pagan la cuenta.a Lejos de ser una experiencia liberadora, el divorcio puede exigir el pago de un precio muy elevado.

      Diane Medved admite en su libro The Case Against Divorce que en un principio tenía la intención de escribir una obra “moralmente neutral” respecto al divorcio, pero se vio obligada a cambiar de idea. ¿Por qué? Ella contesta: “Muy sencillo: mis investigaciones me permitieron descubrir que tanto el proceso que conduce al divorcio como las secuelas de este producen unos efectos tan catastróficos —en el cuerpo, la mente y el espíritu⁠—, que en un número enorme de casos, el ‘remedio’ es sin duda mucho peor que la ‘enfermedad’ que atraviesa el matrimonio”.

      Ann, la mujer mencionada en el artículo anterior, opina lo mismo: “Pensaba que el divorcio sería una liberación. Creía que me sentiría bien si conseguía salir de este matrimonio. Pero el dolor que sentía antes del divorcio al menos me hacía ver que estaba viva. Una vez que me divorcié, ni siquiera me sentía viva. El vacío era tan grande, que me daba la sensación de que simplemente no existía. Fue terrible. Es imposible describir con palabras lo vacía que me sentía”. Después del divorcio, las vagas promesas de libertad y frenesí se evaporan en las crudas realidades de la vida cotidiana y la lucha por sobrevivir.

      La dura realidad es que las consecuencias del divorcio pueden ser dolorosas y duraderas, incluso cuando existe base legítima para él. De modo que cualquiera que esté pensando en dar este paso tan drástico haría bien en seguir primero el consejo de Jesús de ‘calcular los gastos’. (Lucas 14:28.) ¿Cuáles son, específicamente, algunos de esos gastos, es decir, algunas de las dolorosas consecuencias del divorcio?

      Efectos emocionales y morales

      Un estudio reciente que apareció en la publicación Journal of Marriage and the Family indicó que el divorcio está vinculado a la infelicidad y la depresión. Las personas divorciadas tienen más probabilidades de sentirse deprimidas, y las que se han divorciado más de una vez solían sentirse deprimidas con más frecuencia. La socióloga Lenore Weitzman dice en su libro The Divorce Revolution que los índices más elevados de admisión en centros psiquiátricos se dan entre los divorciados y los separados; es también en estos colectivos donde se dan los índices más elevados de enfermedad, muerte prematura y suicidio.

      Tras efectuar un estudio entre unas doscientas personas, Diane Medved descubrió que el divorcio dejaba a los hombres y a las mujeres afectados emocionalmente durante un promedio de siete años, y en el caso de algunos, durante décadas. Lo que el divorcio no afectó —según pudo ver⁠— fue el patrón de vida nocivo que condujo a la pareja a acabar con su matrimonio. No es de extrañar, entonces, que exista una mayor probabilidad de fracaso en las segundas nupcias que en las primeras.

      El divorcio no contribuye a que mejore el comportamiento; al contrario, muchas veces tiene un efecto sumamente negativo en la moralidad. Los investigadores han descubierto que la mayoría de los hombres y las mujeres experimentan una especie de segunda adolescencia durante un breve período de tiempo después del divorcio. Saborean su libertad recién obtenida yendo en pos de una aventura romántica tras otra a fin de levantar su decaído amor propio o de aliviar su soledad. Ahora bien, salir con alguien del sexo opuesto por razones tan egoístas puede conducir a inmoralidad sexual, conducta que por sí sola ya resulta en una larga lista de consecuencias trágicas. Y puede ser muy perjudicial para los hijos, hasta un verdadero trauma, ver a sus padres actuar de esa forma.

      No obstante, con demasiada frecuencia, las parejas que se divorcian ya han asimilado la propaganda del mundo de que sus propios intereses y necesidades son lo primero. Eso hace que se endurezcan y ya no piensen en el dolor que causarán en la vida de los que los rodean —sus hijos, sus padres o sus amigos⁠—. Algunos olvidan que Dios también puede sentirse herido cuando se pasan por alto Sus normas. (Compárese con el Salmo 78:40, 41; Malaquías 2:16.) Por otra parte, el divorcio también puede ser un proceso lleno de rencores, sobre todo cuando degenera en batallas legales por conseguir la custodia de los hijos y la propiedad de los bienes.

      Catástrofe económica

      Lenore Weitzman también llegó a la conclusión de que en Estados Unidos el divorcio es una “catástrofe económica” para las mujeres. Sus fondos para cosas tan esenciales como el alimento, la vivienda y la calefacción quedan reducidos, como promedio, a la mitad. Ella descubrió que el nivel de vida de estas mujeres se redujo de golpe después del divorcio ¡nada menos que en un 73%!

      Se había imaginado que las modernas y “entendidas” leyes del divorcio protegerían a las mujeres. Descubrió, sin embargo, que ellas decían sentirse desesperadas y desvalidas después de la ruptura matrimonial. Contaban que de pronto tuvieron que recurrir a programas benéficos, cupones para comida, centros de acogida y comedores de beneficencia. Por lo menos el 70% de las mujeres que entrevistó reconocieron que estaban preocupadas continuamente por conseguir los ingresos suficientes para vivir. Algunas se sentían aterrorizadas, frustradas y hasta prisioneras con sus hijos, sin tiempo para sí mismas.

      Un joven al que llamaremos Tom, cuyos padres se divorciaron cuando él tenía ochos años, recuerda: “Después que papá se marchó, bueno, siempre teníamos comida, pero de pronto una lata de cualquier refresco se convirtió en un lujo. No podíamos comprar ropa nueva. Mamá tenía que confeccionarnos las camisas. Cuando miro las fotos de esa etapa de nuestra niñez, no veo más que escenas tristes y rostros demacrados”.

      Como en la mayoría de los casos es la mujer quien recibe la custodia de los hijos y muchos padres no pagan la pensión alimenticia fijada por el tribunal —que con frecuencia ni siquiera cubre las necesidades mínimas⁠—, es más probable que el divorcio empobrezca a las mujeres que a los hombres. De todas formas, no puede decirse tampoco que el divorcio enriquezca a los hombres. El libro Divorced Fathers (Padres divorciados) indica que solo los gastos legales pueden exigir el desembolso de la mitad de los ingresos netos anuales de un hombre. Además, el divorcio también es devastador emocionalmente para los maridos y padres. Muchos se desesperan al verse relegados a una posición de simples visitantes en la vida de sus hijos.

      ¡Proteja su matrimonio!

      No es extraño, por tanto, que en un estudio efectuado entre personas que llevaban un año divorciadas, el 81% de los maridos/padres y el 97% de las esposas/madres admitieran que el divorcio posiblemente había sido un error y que deberían haberse esforzado más por conseguir que su matrimonio marchase bien. Asimismo, cada vez son más los “expertos” que se están volviendo atrás desesperadamente de las actitudes desdeñosas que en un tiempo adoptaron respecto al matrimonio. El periódico Los Angeles Times dijo hace poco: “Tras más de veinticinco años de observar los resultados, muchos terapeutas [...] están haciendo un mayor esfuerzo por salvar matrimonios”.

      Por supuesto, para los “expertos” es muy fácil volverse atrás. En realidad, no tienen más que decir: “¡Cuánto lo siento!”, y empezar a dar consejos distintos. Pero para los miles de personas que siguieron sus anteriores consejos no es tan fácil. Con todo, las víctimas del divorcio pueden aprender importantes lecciones de su amarga experiencia, como la que se resume en el Salmo 146:3, 4: “No cifren su confianza en nobles, ni en el hijo del hombre terrestre, a quien no pertenece salvación alguna. Sale su espíritu, él vuelve a su suelo; en ese día de veras perecen sus pensamientos”.

      Los amigos, los terapeutas, los abogados o las personalidades de los medios de comunicación no son más que humanos imperfectos. De modo que cuando necesitemos consejo sobre el matrimonio, ¿por qué confiar únicamente en ellos? ¿No tendría más sentido recurrir primero a Jehová Dios, quien instituyó el matrimonio? Sus principios no cambian según las volubles opiniones de los “expertos”. Han sido efectivos durante milenios y siguen siéndolo hoy día.

      Andrew y Ann empezaron a darse cuenta de esto algún tiempo después de su divorcio. Vieron que habían cometido un terrible error. Afortunadamente, en su caso no fue demasiado tarde. Se reconciliaron, se volvieron a casar y empezaron a cambiar su modo de pensar. “Me di cuenta —recuerda Andrew⁠— de que había fracasado moralmente y de que necesitaba ayuda. Por primera vez en años oré sobre este asunto. Quería hacer lo correcto, así que tenía que dejar lo que estaba haciendo y rechazar todos los valores que había adoptado del mundo. Ya no los quería.”

      Ann dice algo parecido: “La razón por la que ahora podemos vivir juntos a pesar del horrible pasado que tenemos a nuestras espaldas es que ambos queremos de corazón tener una buena relación con Jehová. Y deseamos de veras que el matrimonio marche bien”. Eso no significa que todo haya sido fácil desde entonces. “Ahora vigilamos constantemente nuestra relación, como los perros guardianes. Y si uno de los dos nota que esta se enfría, tratamos juntos el problema.”

      Andrew y Ann están criando dos hijos encantadores en la actualidad. Él es siervo ministerial de una congregación cristiana de los testigos de Jehová. Por supuesto, las cosas no les van a la perfección. Ningún matrimonio es perfecto en este viejo mundo. ¿Cómo podría serlo, si quienes lo componen son dos personas imperfectas? Por eso la Biblia nos advierte que desde que el pecado entró en el mundo, el matrimonio ha producido cierto grado de “tribulación en la carne”. (1 Corintios 7:28.) De modo que nadie debe entrar en una relación matrimonial a la ligera; todo aquel que tenga la intención de casarse hará bien en dedicar suficiente tiempo para conocer a fondo a su futuro cónyuge. Y una vez que se ha entrado en el matrimonio, lo bien que marche suele depender del esfuerzo de ambos cónyuges en esa dirección.

      Es obvio, por lo tanto, que el divorcio tampoco debe tomarse a la ligera. Cuando se entiende que es necesario o inevitable, no hay duda de que Dios puede darnos la ayuda que necesitamos para aguantar los tiempos difíciles que quizás nos sobrevengan. Sin embargo, si seguimos la tendencia del mundo de tener en baja estima la sagrada institución del matrimonio, ¿quién nos protegerá de las consecuencias de semejante disparate? Por lo tanto: proteja su matrimonio. En lugar de precipitarse a echarlo todo por la borda cuando las cosas no vayan bien, busque soluciones. Trate de reparar las naves en lugar de quemarlas. Acuda a la Palabra de Dios en busca de soluciones prácticas a los problemas matrimoniales.b Hay soluciones, y funcionan.

      [Notas a pie de página]

      a Si se desea más información sobre los efectos del divorcio en los hijos, véase la revista ¡Despertad! del 22 de abril de 1991.

      b Véase el libro Cómo lograr felicidad en su vida familiar, publicado por la Sociedad Watchtower Bible & Tract de Nueva York, Inc.

      [Fotografía en la página 10]

      Proteja su matrimonio dedicando tiempo a actividades familiares

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