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    Anuario de los testigos de Jehová 2015
    • Ilustración de la página 91

      Pablo González vivía en el valle del Cibao cuando comenzó a leer la Biblia alrededor del año 1935. Entró en contacto con un grupo protestante, pero al poco tiempo lo abandonó al ver que sus miembros no se comportaban según lo que él había leído en la Biblia. Aun así, continuó estudiando la Palabra de Dios por su cuenta y comenzó a hablar con otras personas sobre lo que aprendía, primero con sus familiares y vecinos, y luego con habitantes de pueblos cercanos. Vendió su finca y su ganado, y usó ese dinero para pagarse sus viajes de predicación.

      Para 1942, Pablo visitaba al menos a doscientas familias de las zonas de alrededor y celebraba reuniones, aunque todavía no conocía a ningún testigo de Jehová. Animaba a la gente a estudiar la Biblia y a ponerla en práctica. Muchos tomaron en serio lo que decía, dejaron el vicio del tabaco y abandonaron la poligamia.

      Ilustración de la página 91

      Entre las personas que escucharon el mensaje bíblico que enseñaba Pablo estaba Celeste Rosario. Ella relató: “Yo tenía 17 años cuando Negro Jiménez, el primo de mi madre, vino a casa y nos leyó unos versículos de la Biblia. Él pertenecía a uno de los grupos que dirigía Pablo González. Aquella visita me bastó para abandonar el catolicismo, porque lo que nos leían en la iglesia era en latín, y no entendíamos nada. Poco después, Pablo González también nos visitó para darnos ánimo. Recuerdo que dijo: ‘No pertenecemos a ninguna de las religiones conocidas, pero tenemos hermanos por todo el mundo. Todavía no sabemos quiénes son ni cómo se llaman, pero tarde o temprano los encontraremos’”.

      Pablo había formado grupos de estudiantes de la Biblia en las localidades de Los Cacaos Salcedo, Monte Adentro, Salcedo y Villa Tenares. En 1948 hizo una parada en Santiago para hacer un transbordo de autobús, y unos Testigos que predicaban en la calle le dieron un ejemplar de La Atalaya. En otra ocasión, una hermana le entregó dos libros y lo invitó a asistir en Santiago a la Conmemoración de la muerte de Cristo. Pablo fue, quedó muy impresionado con lo que escuchó y llegó a la conclusión de que al fin había encontrado la verdad. Entendió que los presentes en esa reunión eran aquellos que él tanto anhelaba conocer.

      Los misioneros visitaron a los grupos que estudiaban con Pablo. En uno se encontraron con 27 personas adultas que los estaban esperando y que se alegraron de verlos. Algunas habían caminado 25 kilómetros (15 millas) y otras habían recorrido 50 kilómetros (30 millas) a caballo. En el siguiente lugar de reunión asistieron 78 personas, y en otro, 69.

      Pablo les dio a los misioneros una lista con los nombres de unas ciento cincuenta personas interesadas en el mensaje. Eran gente humilde y de inclinación espiritual que ya estaban estudiando la Biblia y poniendo en práctica sus consejos.

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