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Nuestra deteriorada Tierra: atacada por diversos flancos¡Despertad! 1993 | 22 de enero
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Nuestra deteriorada Tierra: atacada por diversos flancos
EN JUNIO del año pasado se celebró en Río de Janeiro (Brasil) la Cumbre de la Tierra sobre cuestiones ambientales. Ese mismo mes, coincidiendo con la cumbre, la revista India Today publicó un artículo de fondo redactado por su director asociado, el señor Raj Chengappa, cuyo título era: “Una Tierra herida”. Los primeros párrafos eran muy gráficos:
“Cuando en 1971 Edgar Mitchell viajó a la Luna a bordo del Apolo 14, su primer vislumbre de la Tierra desde el espacio le dejó extasiado, y con gran efusión comunicó por radio a la base de Houston [Texas, E.U.A.] el siguiente mensaje: ‘Parece una joya resplandeciente de color azul y blanco [...] adornada con blancos velos que giran lentamente a su alrededor [...]. Es como una pequeña perla en un mar misterioso, denso y negro’.
”Si ahora, veintiún años después, Mitchell fuese enviado de nuevo al espacio, esta vez con lentes especiales que le permitieran ver los gases invisibles de la atmósfera terrestre, contemplaría algo muy distinto. Sobre la Antártida y América del Norte vería unos gigantescos agujeros en la protectora capa de ozono. En lugar de una joya resplandeciente de color azul y blanco, vería una Tierra apagada y sucia, llena de unas oscuras nubes de dióxidos de carbono y de azufre.
”Si Mitchell sacase su cámara, tomase imágenes de la cubierta forestal de la Tierra y las comparara con las que tomó en 1971, se quedaría asombrado de la gran regresión que esta ha experimentado. Y si utilizara su telescopio especial para examinar la suciedad de las aguas de la Tierra, vería tiras de veneno entrecruzando las masas de tierra y oscuras bolas de alquitrán recubriendo mucho del suelo oceánico. ‘Houston —habría sido su mensaje por radio—, ¿qué hemos hecho?’
”En realidad, no necesitamos adentrarnos 36.000 kilómetros en el espacio para saber lo que hemos hecho. Hoy día podemos beber, respirar, oler y ver la contaminación. En cien años, especialmente en los pasados treinta, el ser humano ha dejado la Tierra al borde del desastre. Al arrojar a la atmósfera una exorbitante cantidad de gases que retienen el calor, estamos provocando cambios climáticos dañinos. Los gases que utilizan nuestros refrigeradores y acondicionadores de aire reducen la protectora capa de ozono, lo que nos deja expuestos a enfermar de cáncer de piel y altera la estructura genética de animales más pequeños. Al mismo tiempo, el hombre ha degradado enormes extensiones de terreno, ha destruido bosques a un ritmo vertiginoso, ha vertido indiscriminadamente en los ríos toneladas de veneno y ha arrojado grandes cantidades de sustancias químicas tóxicas en los mares.
”La mayor amenaza actual a la humanidad es la destrucción del medio ambiente de la Tierra. Para detener el holocausto hace falta un cambio de procedimientos y actitudes en todo el globo terráqueo.”
Tras enumerar muchos problemas relativos al medio ambiente que las naciones deben esforzarse por resolver, Raj Chengappa concluye su artículo de fondo con estas palabras: “Todo esto tiene que hacerse sin demora. Ya no es que el futuro de sus hijos corra peligro. El peligro está aquí y ahora”.
Así que los médicos que están tratando a la Tierra se reúnen a la cabecera de su cama, celebran conferencias y sugieren remedios, pero no se ponen de acuerdo. Discuten. ‘No está realmente enferma’, dicen algunos. ‘¡Se está muriendo!’, exclaman otros. La retórica aumenta, los remedios proliferan, los médicos no se deciden y, mientras tanto, la paciente empeora. No se hace nada. Necesitan efectuar más estudios. Firman recetas que nunca se despachan. Cuántos de estos trámites no son más que una táctica dilatoria para dejar que la contaminación continúe y las ganancias se acumulen. La paciente nunca recibe la medicación, sus males aumentan, la crisis empeora, y la Tierra sigue deteriorándose.
La Tierra y la vida que hay en ella son muy complejas, están entretejidas de forma intrincada. A los millones de criaturas vivas estrechamente vinculadas entre sí se les llama red de la vida. Si a esa red se le corta uno de los hilos, puede empezar a deshacerse. Es como hacer caer una ficha de dominó, que provoca la caída en serie de las demás. La regresión de una pluviselva tropical sirve de modelo.
Las pluviselvas se valen del proceso de la fotosíntesis para tomar dióxido de carbono del aire y producir oxígeno. También absorben enormes cantidades de agua, de las que solo utilizan una pequeña porción para fabricar su alimento. La mayor parte la reciclan y la devuelven a la atmósfera en forma de vapor de agua. Este forma nuevas nubes, que descargan más lluvia para el beneficio de las pluviselvas y de los millones de plantas y animales que se alimentan bajo su verde dosel.
Pero cuando se tala una pluviselva, el dióxido de carbono permanece suspendido como una manta y retiene el calor del Sol. Se aporta poco oxígeno al aire para beneficio de los animales. Se recicla poca agua de lluvia para que vuelva a precipitarse. Más bien, la poca lluvia que cae resbala sobre el terreno y arrastra a su paso el mantillo del suelo, tan necesario para que las plantas vuelvan a crecer. Las corrientes de agua y los lagos se cargan de cieno, y los peces mueren. El agua arrastra el cieno hasta los océanos y lo deposita sobre los arrecifes tropicales, que mueren como consecuencia. Desaparecen millones de plantas y animales que en un tiempo medraban bajo el verde dosel, disminuyen las intensas lluvias que antes regaban la tierra y empieza el largo y lento proceso de la desertización. Recuerde: hubo un tiempo en que el gran desierto africano del Sahara estaba cubierto de vegetación, pero ahora se ha convertido en la mayor extensión de arena de la Tierra y poco a poco se está acercando a algunos extremos de Europa.
En la Cumbre de la Tierra, Estados Unidos y otros países acaudalados presionaron para tratar de conseguir que Brasil y otros países en vías de desarrollo dejen de talar sus pluviselvas. “Estados Unidos afirma —según un despacho recibido por el periódico New York Times— que en el mundo en vías de desarrollo, los bosques, especialmente los bosques tropicales, están siendo destruidos a un ritmo alarmante, y que el planeta entero se verá perjudicado. Según Estados Unidos, los bosques son un haber mundial que ayuda a regular el clima al absorber el dióxido de carbono que retiene el calor, y también son el hábitat de un importante porcentaje de las especies vivas del mundo.”
Las naciones en vías de desarrollo no tardaron en acusar a Estados Unidos de hipocresía. Según The New York Times, esas naciones “se resienten por lo que consideran un intento de limitar su soberanía de parte de países que hace mucho tiempo talaron sus propios árboles por lucro, pero que ahora quieren colocar la principal responsabilidad de conservar los bosques de la Tierra sobre los hombros de países que están luchando por la supervivencia económica”. Una diplomática de Malaysia se expresó sin rodeos: “Desde luego, no vamos a conservar nuestros bosques para aquellos que han destruido los suyos y ahora tratan de reclamar los nuestros como parte de la herencia de la humanidad”. En el litoral pacífico del noroeste norteamericano, a Estados Unidos solo le queda el 10% de los bosques primarios, y continúa talándolos; sin embargo, ese país quiere que Brasil, que todavía conserva el 90% de sus selvas amazónicas, abandone toda su explotación forestal.
Los que predican a otros que “no destruyan sus bosques” mientras ellos destruyen los suyos, nos recuerdan a los que se describe en Romanos 2:21-23: “Tú, sin embargo, el que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú, el que predicas: ‘No hurtes’, ¿hurtas? Tú, el que dices: ‘No cometas adulterio’, ¿cometes adulterio? Tú, el que expresas aborrecimiento de los ídolos, ¿robas a los templos? Tú, que te glorías en ley, ¿por tu transgresión de la Ley deshonras a Dios?”. O dicho en términos ambientales: ‘Tú, el que predicas: “Conserva tus bosques”, ¿talas los tuyos?’.
Un problema vinculado estrechamente al de la destrucción de los bosques es el del calentamiento de la Tierra. Aunque la dinámica química y térmica es compleja, la preocupación se centra sobre todo en un componente químico de la atmósfera, el dióxido de carbono, que constituye uno de los factores principales en el calentamiento terrestre. El año pasado, investigadores del Centro de Investigación Byrd Polar dijeron que “todos los glaciares de montaña de mediana y baja altitud están derritiéndose y retrocediendo —algunos bastante deprisa—, y que el hielo de estos glaciares indica que durante los últimos cincuenta años las temperaturas han sido mucho más elevadas que en cualquier otro período de cincuenta años” del que hay datos. Muy poco dióxido de carbono podría significar un clima más frío; demasiado podría significar el derretimiento de los casquetes y glaciares polares y la inundación de las ciudades costeras.
Respecto al dióxido de carbono, India Today publicó:
“Puede que solo constituya una fracción de los gases atmosféricos: el 0,03% del total. Pero sin dióxido de carbono, nuestro planeta sería tan frío como la Luna. Al retener el calor que emana de la superficie de la Tierra, regula las temperaturas del planeta alrededor de los 15 grados Celsio, lo que permite la conservación de la vida. No obstante, si su cantidad aumenta, la Tierra podría convertirse en una gigantesca sauna.
”Si lo que dicen los centros que estudian los cambios climáticos de la Tierra es confiable, la situación se está caldeando. En la década de los ochenta hubo seis de los siete veranos más cálidos desde que se empezaron a registrar las variaciones climáticas, hace unos ciento cincuenta años. La supuesta causa: un aumento del 26% en la cantidad de dióxido de carbono que hay en la atmósfera en comparación con el nivel existente antes de la revolución industrial.”
Se cree que el problema radica en los 1.800 millones de toneladas de dióxido de carbono que arroja todos los años a la atmósfera la quema de combustibles fósiles. Un anhelado tratado para que las naciones controlaran más las emisiones de dióxido de carbono recibió tan poco apoyo en la reciente Cumbre de la Tierra que se dice que “calentó los ánimos” de los climatólogos presentes. Uno de ellos estaba tan acalorado que dijo: “No podemos seguir actuando como si no hubiera pasado nada. Es un hecho indisputable que la cuenta bancaria mundial de gases se ha desequilibrado. Hay que hacer algo o pronto tendremos millones de refugiados ambientales”. Se refería a los que huirían de sus lugares de origen por haberse inundado su tierra.
Otra cuestión candente tiene que ver con los llamados agujeros de la capa de ozono que protege la Tierra de los cancerígenos rayos ultravioleta. Los principales culpables de ese problema son los CFC (clorofluorocarbonos), gases que se utilizan en la refrigeración, el acondicionamiento de aire, los disolventes para limpieza y también como agentes insufladores en la fabricación de espuma de plástico. Además, muchos países todavía los utilizan en los aerosoles. Cuando los CFC llegan a la estratosfera, los rayos ultravioleta del Sol los descomponen, y se propagan átomos de cloro libre, cada uno de los cuales puede destruir por lo menos 100.000 moléculas de ozono. Los agujeros de la capa de ozono son zonas en las que los niveles de ozono se han reducido drásticamente. Se han encontrado tanto en la Antártida como en latitudes septentrionales, lo que significa que más rayos ultravioleta llegan a la superficie de la Tierra.
Estos rayos matan el fitoplancton y el krill, que constituyen los primeros eslabones de la cadena alimentaria oceánica. También producen mutaciones en las moléculas de ADN que contienen el código genético de la vida. Además, afectan las cosechas. En el ser humano, las radiaciones ultravioletas contribuyen a la aparición de cataratas y de cáncer de piel. Cuando los investigadores de la NASA encontraron elevadas concentraciones de monóxido de cloro en regiones septentrionales de Estados Unidos, Canadá, Europa y Rusia, uno de ellos dijo: “Todo el mundo debería estar alarmado por la situación. Es mucho peor de lo que imaginábamos”. Lester Brown, presidente del Instituto Worldwatch, informó: “Los científicos calculan que la degradación acelerada de la capa de ozono en el hemisferio norte provocará, tan solo en Estados Unidos, otras 200.000 muertes de cáncer de piel durante los próximos cincuenta años. En todo el mundo hay millones de vidas en peligro”.
La biodiversidad —mantener con vida en sus hábitats naturales tantas plantas y animales como sea posible— es otra preocupación actual. La revista Discover publicó un extracto del reciente libro del biólogo Edward O. Wilson titulado The Diversity of Life (La diversidad de la vida), en el que él mencionó la extinción de miles de especies de aves, peces e insectos, así como de especies que normalmente se pasan por alto por considerarse insignificantes: “Muchas de las especies desaparecidas son hongos micorrizantes, hongos que por unión simbiótica acrecientan la absorción de nutrientes por parte del sistema de raíces de ciertas plantas. Los ecologistas se han preguntado por mucho tiempo qué les sucedería a los ecosistemas terrestres si estos hongos desaparecieran, y pronto lo descubriremos”.
En ese libro Wilson también formuló, y luego respondió, esta pregunta acerca de la importancia de salvar las especies:
“¿Qué importa que algunas especies se extingan, que hasta desaparezca la mitad de todas las especies de la Tierra? Déjenme enumerar las pérdidas. Se pierden nuevas fuentes de información científica. Se acaba con un vasto potencial de riqueza biológica. Medicinas, cosechas, fármacos, madera, fibras, pasta papelera, vegetación que restaura el suelo, sustitutivos del petróleo y otros productos y cosas que aún están sin explotar nunca se descubrirán. En algunos ámbitos está de moda desechar lo pequeño y desconocido, los insectos y la hierba, olvidando que una mariposa de América Latina casi desconocida salvó los pastos de Australia de una invasión de cactos, que la Vinca rosea suministró el remedio para la enfermedad de Hodgkin y la leucemia linfocítica infantil, que la corteza del tejo Taxus brevifolia ofrece esperanza a las mujeres que padecen cáncer de ovarios y de mama, que una sustancia química de la saliva de las sanguijuelas disuelve coágulos de sangre durante operaciones quirúrgicas..., y la lista seguiría, una lista bastante larga e ilustre a pesar de la poca investigación que se efectúa en este campo.
”Con una mente amnésica también es fácil pasar por alto los servicios que proporcionan a la humanidad los ecosistemas. Enriquecen el suelo y crean el aire que respiramos. Sin estos factores, la existencia futura de la raza humana en la Tierra sería desagradable y breve.”
Todo lo que se ha dicho hasta aquí no es más que —repitiendo la tan trillada expresión— la punta del iceberg. ¿Cuándo dejará el hombre de deteriorar la Tierra? ¿Y quién pondrá fin a ese proceso? En el siguiente artículo hallará la respuesta.
[Comentario en la página 4]
Hubo un tiempo en que el gran desierto africano del Sahara estaba cubierto de vegetación
[Comentario en la página 5]
‘Tú, el que predicas: “Conserva tus bosques”, ¿talas los tuyos?’
[Comentarios en la página 5]
Muy poco dióxido de carbono: clima más frío
Demasiado: derretimiento de los glaciares
[Comentario en la página 6]
“¿Qué importa que algunas especies se extingan?”
[Comentario en la página 6]
Sin microorganismos, la existencia de la raza humana sería breve y desagradable
[Fotografía en la página 8]
Vertidos químicos tóxicos que contaminan el aire, el agua y el suelo
[Reconocimiento]
Feig/Sipa
[Fotografías en la página 7]
La pluviselva amazónica en toda su prístina belleza
[Reconocimientos]
Abril Imagens/João Ramid
Más pluviselvas, tras la acción destructiva del hombre
F4/R. Azoury/Sipa
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Se avecina la recuperación de la Tierra¡Despertad! 1993 | 22 de enero
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Se avecina la recuperación de la Tierra
STEPHEN M. WOLF, presidente y director ejecutivo de la compañía United Airlines, escribió lo siguiente en un artículo de fondo: “Seamos o no conservacionistas, no puede negarse que el espectro que se cierne sobre la fauna en peligro de extinción y sobre los espacios naturales es un mal presagio para toda la Tierra, y al final supone una amenaza para todas las especies, incluida la humana. Como alguien dijo: ‘El hombre no tejió la trama de la vida; él es solo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo’”. Y tenía razón.
También dijo en el mismo artículo: “Nosotros somos la causa, y nosotros somos la única solución”. En esta afirmación tenía razón solo a medias. Nosotros somos la causa, cierto; pero no somos la solución. No estamos dando ninguna señal de serlo. Ha habido progreso, pero en comparación con el daño que se sigue haciendo a toda la Tierra, es ínfimo.
El año pasado, Al Gore escribió el libro Earth in the Balance—Ecology and the Human Spirit (La Tierra en la balanza. La ecología y el espíritu humano), en el que advertía de la creciente crisis ambiental por la que atraviesa el mundo entero. En él hizo esta significativa declaración: “Cuanto más profundizo para buscar las raíces de la crisis ambiental del mundo, más me convenzo de que se trata de la manifestación externa de una crisis interna, es decir, a falta de una palabra mejor, espiritual”.
Se trata efectivamente de una crisis de naturaleza espiritual. Denota una degeneración del espíritu humano. Manifiesta una actitud de sacrificar la belleza natural de la Tierra y sus recursos, la vida de miles de especies de plantas y animales, y hasta la salud y la vida de seres humanos. Además, indica una total indiferencia hacia los hijos y los nietos que tendrán que vivir en esta Tierra tan deteriorada que se les deja en herencia. También indica indiferencia, insensibilidad y desagradecimiento hacia Aquel que creó la Tierra y la diseñó como hogar para la humanidad.
Isaías 45:18 identifica a Jehová como “el Creador de los cielos, Él, el Dios verdadero, el Formador de la tierra y el Hacedor de ella, Él, Aquel que la estableció firmemente, que no la creó sencillamente para nada, que la formó aun para ser habitada”. En el principio puso al hombre en la Tierra para que la cuidara: “Jehová Dios procedió a tomar al hombre y a establecerlo en el jardín de Edén para que lo cultivara y lo cuidara”. (Génesis 2:15.) Pero aunque Adán fue creado perfecto, optó por abandonar la perfección a fin de obrar a su antojo. Abandonó su responsabilidad de ‘cuidar la Tierra’.
Esa indiferencia ha continuado hasta nuestros días, y ha llegado al grado de que nos encontramos en una situación verdaderamente crítica. “El Dios verdadero hizo a la humanidad recta, pero ellos mismos han buscado muchos planes.” (Eclesiastés 7:29.) “Ellos han obrado ruinosamente por su propia cuenta; no son hijos de él; el defecto es de ellos mismos. ¡Generación torcida y aviesa!” (Deuteronomio 32:5.) De todas formas, la Tierra seguirá estando habitada, pero no por una generación torcida y aviesa. El salmista dijo que, al debido tiempo de Dios, únicamente ‘los justos poseerán la tierra’. (Salmo 37:29.)
El interés de Jehová en la Tierra
Cuando Jehová terminó la creación terrestre, vio “todo lo que había hecho y, ¡mire!, era muy bueno”. Él quería que las cosas continuaran de aquella forma. Había plantado en Edén un hermoso jardín, en el que colocó a Adán para que lo cuidara. La vegetación que allí crecía no era únicamente para beneficio del hombre. Dios dijo: “A toda bestia salvaje de la tierra y a toda criatura voladora de los cielos y a todo lo que se mueve sobre la tierra en que hay vida como alma he dado toda la vegetación verde para alimento”. (Génesis 1:30, 31.)
La Ley mosaica que más tarde se dio a Israel hizo provisión para que se cuidara de la tierra. Cada séptimo año tenía que ser “un sábado de descanso completo para la tierra”. No se debía cosechar lo que creciera por sí solo durante ese tiempo, sino que debía dejarse a los pobres y también a su animal doméstico y a la bestia salvaje que estaba en su tierra. (Levítico 25:4-7.)
El interés de Jehová en la conservación de las especies quedó patente cuando mandó que se introdujeran en el arca diferentes parejas de animales con ocasión del Diluvio del día de Noé. Ese interés también se hizo manifiesto en el pacto de la Ley. Por ejemplo, no se debía poner bozal al toro que trillaba el grano, pues tenía derecho a comer algo de él. No se debía uncir juntos a un toro y un asno para arar, pues sería injusto para el animal más pequeño, el más débil. Si la bestia de carga de otra persona estaba en apuros, había que ayudarla, aunque su dueño fuese un enemigo y aunque supusiera trabajar un poco en día de sábado. (Éxodo 23:4, 5; Deuteronomio 22:1, 2, 10; 25:4; Lucas 14:5.) Se podían tomar del nido los huevos o los polluelos, pero no a la madre; a ella había que dejarla con vida para que la especie continuara. Y Jesús dijo que aunque el gorrión no tiene mucho valor, ‘ni uno de ellos cae al suelo sin que Dios lo sepa’. (Mateo 10:29; Deuteronomio 22:6, 7.)
El salmista inspirado escribió: “A Jehová pertenecen los cielos, pero la tierra la ha dado a los hijos de los hombres”. (Salmo 115:16.) Y en Mateo 5:5 se registran estas palabras de Jesús: “Felices son los de genio apacible, puesto que ellos heredarán la tierra”. ¿Cree usted que esta herencia que Jehová otorgará será una Tierra contaminada? Si usted tuviese una casa hermosa que pensara dejar en herencia a sus hijos, ¿permitiría que la habitasen inquilinos que estropearan la casa y los terrenos circundantes? ¿No optaría, más bien, por echarlos y efectuar las reparaciones necesarias antes de dejársela a sus hijos?
Eso es lo que Jehová hizo antes de introducir a los israelitas en la tierra que les había prometido. Los cananeos habían contaminado aquella región con su crasa inmoralidad, y por esa razón Jehová los expulsó de allí. Él también avisó a los israelitas de que si contaminaban la tierra como habían hecho los cananeos, serían desahuciados como ellos. Dicha advertencia se registra en Levítico 18:24-28:
“No se hagan inmundos por medio de ninguna de estas cosas [incesto, sodomía, bestialidad, culpa de sangre], porque por medio de todas estas cosas se han hecho inmundas las naciones que voy a enviar de delante de ustedes. En consecuencia la tierra está inmunda, y traeré sobre ella castigo por su error, y la tierra vomitará a sus habitantes. Y ustedes mismos tienen que guardar mis estatutos y mis decisiones judiciales, y no deben hacer ninguna de todas estas cosas detestables, sea un natural o un residente forastero que esté residiendo como forastero en medio de ustedes. Porque todas estas cosas detestables las han hecho los hombres de la tierra que fueron antes de ustedes, de modo que la tierra está inmunda. Entonces la tierra no los vomitará a ustedes por contaminarla de la misma manera como ciertamente vomitará a las naciones que fueron antes de ustedes.”
Sin embargo, Israel acabó contaminando la tierra y cometiendo las mismas inmoralidades repulsivas que los cananeos. De modo que Jehová, fiel a su palabra, desahució a Israel haciendo que los babilonios se los llevaran cautivos a Babilonia. Mucho antes de que eso sucediera, Jehová les advirtió mediante el profeta Isaías: “¡Mira! Jehová vacía la tierra y la deja asolada, y ha torcido la faz de ella y ha esparcido a sus habitantes. Y la mismísima tierra ha sido contaminada bajo sus habitantes, porque han pasado por alto las leyes, han cambiado la disposición reglamentaria, han quebrantado el pacto de duración indefinida. Por eso la maldición misma se ha comido la tierra, y a los que la habitan se les considera culpables. Por eso los habitantes de la tierra han decrecido en número, y muy pocos hombres mortales han quedado”. (Isaías 24:1, 5, 6.)
Ruina para los que arruinan la Tierra
Hoy día nos encontramos en una situación parecida. Libros, revistas, periódicos, televisión, vídeos y demás medios de comunicación por lo general reflejan una sociedad depravada sexualmente, de violencia brutal y políticamente corrupta. En las naciones acaudaladas hay empresas comerciales codiciosas e inmorales que contaminan el medio ambiente, y hasta envían productos prohibidos en su propia nación por ser peligrosos para la salud a países en vías de desarrollo en los que no se aplican tales medidas de seguridad. Sin embargo, a los cristianos se les advierte que eviten tal proceder:
“Esto, por lo tanto, digo, y de ello doy testimonio en el Señor: que ya no sigan ustedes andando tal como las naciones también andan en la inutilidad de su mente, mientras mentalmente se hallan en oscuridad, y alejadas de la vida que pertenece a Dios, a causa de la ignorancia que hay en ellas, a causa de la insensibilidad de su corazón. Habiendo llegado a estar más allá de todo sentido moral, se entregaron a la conducta relajada para obrar toda clase de inmundicia con avidez.” (Efesios 4:17-19; 2 Timoteo 3:1-5.)
Tanto el espíritu humano como el medio ambiente están contaminados. Aunque la Tierra tiene sus propios mecanismos de control y equilibrio para todo, cuando el hombre cayó en el pecado, su conciencia —o mecanismo de control inherente— se corrompió, y el hombre empezó a contaminar la Tierra. A estas alturas, el único que puede regular al hombre y rescatar la Tierra es Dios. Y tenemos la seguridad de que lo hará, pues en Revelación 11:18 Jehová Dios promete “causar la ruina de los que están arruinando la tierra”.
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