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Sombras sobre la pluviselva¡Despertad! 1997 | 22 de marzo
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Sombras sobre la pluviselva
DESDE el aire, la selva húmeda del Amazonas semeja una alfombra de tamaño continental llena de relieves, tan verde y virginal como cuando la cartografió Orellana. Ya en el suelo, al abrirse uno paso en el cálido y húmedo bosque, esquivando insectos del tamaño de pequeños mamíferos, cuesta deslindar la realidad y la fantasía. Las apariencias engañan: las hojas se tornan mariposas; las lianas, serpientes, y los leños secos, roedores sobresaltados que huyen como una flecha. En el bosque amazónico todo adquiere tintes fabulosos.
“La mayor ironía —señala un observador— es que la realidad de la Amazonia es tan fantástica como sus mitos.” Y ciertamente es un mundo de ensueño. Imagínese una selva tan grande como Europa Occidental. Introduzca en ella más de cuatro mil especies arbóreas. Ornaméntela con las flores de más de sesenta mil especies de plantas. Coloréela con las brillantes tonalidades de 1.000 especies de aves. Enriquézcala con 300 especies de mamíferos. Inúndela con los zumbidos de quizás dos millones de especies insectiles. Ahora entenderá por qué todo el que describe el bosque pluvial amazónico acaba empleando superlativos. Los adjetivos de menor grado no hacen justicia a la gran diversidad biológica que bulle en la mayor pluviselva tropical del planeta.
“Muertos vivientes” por el aislamiento
Hace noventa años, Mark Twain, famoso escritor y humorista norteamericano, dijo que este fascinante bosque era “una tierra encantada, una tierra que derrocha maravillas tropicales, una tierra romántica donde las aves, las flores y los demás animales son especímenes de museo, y donde el caimán, el cocodrilo y el mono parecen estar tan a gusto como en el zoológico”. En la actualidad, los ocurrentes comentarios de Twain han adquirido cierta sobriedad, pues los museos y los zoológicos tal vez sean dentro de poco los únicos albergues de un número cada vez mayor de maravillas tropicales de la Amazonia. ¿Por qué?
La consabida causa principal es el ataque que ha lanzado el hombre contra el bosque húmedo del Amazonas, que arrasa el hogar natural de la flora y fauna de la región. Pero además de la aniquilación del hábitat, hay otros factores, más sutiles, que convierten a algunas especies vegetales y animales en “muertos vivientes”. En otras palabras, las autoridades opinan que su extinción es inevitable.
Una de tales causas es el aislamiento. Los funcionarios amantes de la ecología quizás salven de la motosierra una parcela de bosque para garantizar la supervivencia de sus especies, pero las “isletas” forestales sitúan al borde de la extinción a las especies que albergan. La obra Protecting the Tropical Forests—A High-Priority International Task da un ejemplo de cómo tales reductos no logran sostener la vida a largo plazo.
Las especies de árboles tropicales suelen estar constituidas por ejemplares masculinos y femeninos. Para reproducirse, dependen de los murciélagos, que acarrean el polen de las flores masculinas a las femeninas. Ahora bien, este servicio de polinización solo funciona si los árboles crecen dentro del radio de vuelo del murciélago. Si la distancia entre un árbol hembra y uno macho se hace muy grande —como suele ocurrir con las isletas forestales rodeadas de un mar de tierra calcinada—, el murciélago no puede salvar el abismo entre los dos. Como señala el informe, los árboles se convierten en “‘muertos vivientes’, dado que es imposible su reproducción a largo plazo”.
El vínculo existente entre los árboles y los murciélagos es tan solo una de las relaciones que conforman el ecosistema amazónico. Para entendernos, la selva del Amazonas es como una enorme casa que aloja y da comida a diversos huéspedes muy relacionados entre sí. Para evitar el hacinamiento, viven en diferentes pisos, algunos próximos al suelo, otros en lo alto de la bóveda forestal. Todos tienen un oficio, y siempre hay alguien de turno, tanto de día como de noche. Si se permite que todas las especies cumplan con su cometido, la compleja comunidad biológica de la Amazonia funciona como un reloj.
Pero el ecosistema (“eco” se deriva de ói·kos, término griego que significa “casa”) amazónico es frágil. Aun si la intervención del hombre en esta comunidad forestal se limita a la explotación de unas cuantas especies, su intromisión repercute en todos los niveles de la casa selvática. El ecologista Norman Myers calcula que la extinción de una sola especie vegetal contribuye a que con el tiempo mueran hasta treinta especies de animales. Y como la mayoría de los árboles tropicales depende de estos para difundir sus semillas, la extinción de algunas especies animales conlleva la desaparición de los árboles que reciben sus servicios. (Véase el recuadro “Las conexiones entre el árbol y el pez”.) Al igual que el aislamiento, la interferencia en las relaciones afilia más y más especies selváticas al gremio de los “muertos vivientes”.
¿Cortar poco para perder poco?
Hay quien justifica la deforestación de parcelas pequeñas razonando que la selva se recuperará y la vegetación volverá a crecer en el hueco, como piel en la cortadura de un dedo. Lógico, ¿verdad? Pues no tanto.
Aunque es cierto que el bosque renace si el hombre no lo toca durante un buen tiempo, la nueva capa de vegetación se parece tanto a la original como una mala fotocopia a un nítido original. Al estudiar una sección de bosque reforestado amazónico de un siglo de antigüedad, Ima Vieira, botánica brasileña, halló que de las 268 especies arbóreas de la selva tradicional solo quedaban 65. La misma diferencia, señala la citada botánica, es aplicable a la fauna de la región. Así pues, aunque deforestar no sea, como dicen algunos, convertir verdes selvas en desiertos rojizos, lo cierto es que algunas secciones del bosque amazónico han llegado a ser burdos plagios del original.
Incluso si la tala se limita a una pequeña franja de selva, suele destruir un buen número de plantas y animales que crecen, se arrastran y se extienden únicamente en esa franja forestal. Por ejemplo, unos investigadores de Ecuador han descubierto 1.025 especies vegetales en 170 hectáreas de selva tropical. De estas, más de 250 no crecían en ningún otro lugar de la Tierra. “Un ejemplo local —señala el ecologista brasileño Rogério Gribel— es el sauim-de-coleira (que en español se llama tamarín bicolor o tamarín lampiño)”, encantador monito que parece llevar una camiseta blanca. “Los pocos que quedan viven en una estrecha franja selvática cercana a Manaus, en el centro de la Amazonia, pero la destrucción de su pequeño hábitat —señala el doctor Gribel— acarreará la extinción definitiva de esta especie.” Así, aunque se corte poco, las pérdidas son inmensas.
Se llevan la “alfombra”
Ahora bien, la sombra más amenazadora que pende sobre el bosque húmedo del Amazonas es la deforestación salvaje. Una hueste de constructores de carreteras, madereros, mineros y muchos más se llevan la selva, enrollándola como una alfombra, y saquean ecosistemas enteros en un santiamén.
Aunque hay hondas discrepancias tocante a la tasa anual de destrucción forestal —según cálculos moderados se pierden 36.000 kilómetros cuadrados cada año—, el total de selva destruida quizás supere el 10%, una extensión mayor que Alemania. Según Veja, el semanario brasileño de mayor difusión, en 1995 hubo en el país unos cuarenta mil focos de incendios forestales provocados por la técnica de tala y quema, cinco veces más que el año anterior. El hombre calcina el bosque con tanto ímpetu, señaló Veja, que algunas secciones de la Amazonia parecen un “infierno en la frontera verde”.
¿Y qué más da si perdemos especies?
Hay quien pregunta: ‘¿Nos hacen falta todos esos millones de especies?’. Pues sí, responde el ecologista Edward O. Wilson, de la Universidad de Harvard: “Al depender de los ecosistemas en funcionamiento para la depuración del agua, el enriquecimiento del terreno y aun para la elaboración del aire que respiramos —señala Wilson—, es obvio que no podemos prescindir a la ligera de la biodiversidad”. El libro People, Plants, and Patents (Personas, plantas y patentes) dice: “La clave de la supervivencia del hombre será acceder a la abundante diversidad genética; si esta desaparece, pronto nos iremos con ella”.
Así pues, las repercusiones de la destrucción de las especies no se circunscriben a la tala de árboles, la amenaza de extinción de los animales y el acoso a los nativos. (Véase el recuadro “El factor humano”.) La pérdida de masa forestal nos afecta a todos. Piense en estas escenas: un labrador mozambiqueño corta tallos de mandioca; una madre de Uzbekistán toma una píldora anticonceptiva; un niño herido de Sarajevo recibe una dosis de morfina, y un cliente neoyorquino se deleita con una fragancia exótica. Todos ellos, señala el Instituto Panos, emplean productos que proceden del bosque tropical. Por consiguiente, la selva presta un servicio a las personas de todo el mundo, entre ellas usted.
No es la panacea, pero remedia el hambre
Aunque la pluviselva amazónica no es la panacea para el problema de la alimentación en el mundo, puede restar fuerza a la amenaza del hambre. (Véase el recuadro “El mito de la fertilidad”.) ¿De qué manera? En los años setenta el hombre comenzó a sembrar variedades que daban cosechas extraordinarias. Aunque estas superplantas han ayudado a alimentar a 500 millones más de habitantes, tienen un defecto. Al carecer de variación genética, son débiles y vulnerables a las enfermedades, de modo que un virus puede diezmar la supercosecha de una nación y ocasionar hambrunas.
A fin de disponer de cultivos más resistentes para evitar el hambre, la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO), dependiente de la ONU, recomienda “utilizar una variedad más amplia de material genético”. Y ahí es donde entran en juego la pluviselva y sus habitantes originales.
Dado que las selvas tropicales albergan más de la mitad de las especies de plantas existentes (entre ellas unas 1.650 con potencial agrícola), el vivero amazónico es el paraíso del investigador que busca plantas silvestres. Además, los nativos ya saben usarlas. En Brasil, los indios cayapo no solo las cruzan para obtener nuevas variedades, sino que conservan muestras en los bancos genéticos de las colinas. Si el hombre cruza las variedades silvestres y las domésticas, más vulnerables, obtiene comestibles más resistentes. Y, como indica la FAO, debe hacerlo con urgencia, pues “es preciso que en los próximos veinticinco años aumente la producción de alimento en un 60%”. Pese a la necesidad, la maquinaria destructora se adentra cada vez más en la pluviselva amazónica.
¿Cuáles son las consecuencias? Pues bien, al destruir el bosque pluvial, el hombre es como el granjero que se come la simiente: sacia el hambre inmediata, pero se arriesga a no tener luego víveres. Un grupo de expertos en el tema de la biodiversidad ha advertido recientemente que “la conservación y el desarrollo de la diversidad de cultivos existentes es un tema prioritario de importancia mundial”.
Plantas prometedoras
Entremos ahora en la “farmacia” selvática a ver por qué está entretejido el destino del hombre con las enredaderas tropicales y otras plantas. Por ejemplo, los alcaloides extraídos de ciertas enredaderas amazónicas se emplean antes de las operaciones quirúrgicas como relajantes musculares; 4 de cada 5 niños leucémicos viven más tiempo gracias a los extractos de una flor selvática: la hierba doncella de Madagascar (Catharanthus roseus). De la selva también se extrae la quinina, con la que se combate el paludismo; la digital, con la que se tratan los fallos cardíacos, y la diosgenina, que se emplea en las píldoras anticonceptivas. Otras plantas prometen buenos resultados en la lucha contra el sida y el cáncer. “Tan solo en la Amazonia —señala un informe de la ONU—, se sabe que existen 2.000 especies vegetales, utilizadas como medicamentos por la población nativa, que tienen potencial farmacéutico.” Según otro estudio, 8 de cada 10 habitantes del planeta recurren a las plantas medicinales para tratar sus males.
Por consiguiente, es muy lógico salvar las plantas que nos salvan, indica el doctor Philip M. Fearnside. “Se cree que la pérdida de la selva amazónica representaría un grave retroceso en la lucha contra el cáncer humano. [...] La idea de que los deslumbrantes logros de la medicina moderna nos permiten prescindir de una buena parte de estos recursos —añade— constituye una especie de soberbia potencialmente mortífera.”
No obstante, el hombre no deja de destruir animales y plantas a un ritmo que impide descubrirlos e identificarlos. Uno no puede menos que preguntarse: ‘¿Por qué prosigue la deforestación? ¿Es reversible esta tendencia? ¿Tiene futuro la pluviselva amazónica?’.
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En busca de soluciones¡Despertad! 1997 | 22 de marzo
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En busca de soluciones
“DISCUTIENDO acerca de la sombra —dijo el escritor inglés John Lyly— nos olvidamos de la realidad.” Para no caer en este yerro, debemos tener presente que las sombras que penden sobre los bosques pluviales son meros reflejos de problemas más profundos, y que la destrucción de la selva persistirá de no atajarse las causas subyacentes. ¿Qué causas? Según un estudio patrocinado por la ONU, las “principales fuerzas contrarias a la conservación de la Amazonia” son “la pobreza y las desigualdades humanas”.
Una revolución que no fue tan verde
Según ciertos investigadores, la destrucción forestal es en parte un efecto secundario de la “revolución verde” iniciada hace decenios en el centro y sur de Brasil. Hasta entonces, miles de familias subsistían en minifundios, pequeñas fincas donde cultivaban arroz, frijoles y papas, y criaban ganado. Pero los latifundios mecanizados de la soja y las obras hidroeléctricas absorbieron sus parcelas y sustituyeron las vacas y los cultivos locales con productos agrícolas destinados al consumo de los países industrializados. Tan solo entre 1966 y 1979, el terreno dedicado a cultivos exportables aumentó en un 182%, lo que conllevó que 11 de cada 12 agricultores tradicionales perdieran la tierra de la que vivían. Para ellos la revolución verde fue bastante árida.
¿A dónde irían los labradores? Los políticos, indispuestos a afrontar la distribución injusta de la tierra en sus propias regiones, señalaron una salida: promocionaron la región amazónica como “tierra sin hombres para hombres sin tierra”. Se abrió la primera autopista de la Amazonia, y al cabo de un decenio ya estaba flanqueada por miles de barracas que cobijaban a más de dos millones de agricultores pobres del sur de Brasil y de las zonas nororientales más deprimidas. Al trazarse nuevas vías, llegaron más aspirantes a labradores, dispuestos a convertir la selva en sembrados. Los investigadores que han estudiado el fenómeno concluyen que “el balance de casi cincuenta años de colonización es negativo”. La pobreza y la injusticia se “exportaron a la Amazonia”, donde además “se crearon nuevos problemas”.
Tres medidas provechosas
Para combatir las causas de la deforestación y elevar el nivel de vida en la selva amazónica, la Comisión para el Desarrollo y el Medio Ambiente de la Amazonia editó un documento en el que aconsejaba, entre otras medidas, que los gobiernos con jurisdicción sobre la cuenca amazónica adoptaran tres medidas iniciales: 1) Afrontar los problemas socioeconómicos en las zonas pobres situadas fuera de la selva amazónica. 2) Utilizar la selva que queda y reutilizar las zonas deforestadas. 3) Paliar las graves injusticias sociales, las auténticas causas de la miseria y la destrucción forestal. Analicemos estas tres medidas.
Inversiones
Afrontar los problemas socioeconómicos. “Una de las medidas más útiles para paliar la deforestación —señala la comisión— consiste en invertir en ciertas zonas depauperadas de los países amazónicos: las que obligan a poblaciones enteras a emigrar a la Amazonia en busca de un futuro mejor.” Pero “esta opción —agregan los comisionados— no suele barajarse ni en la planificación nacional o regional ni en los países industrializados que abogan por reducir drásticamente la tasa de deforestación”. Con todo, señalan, menguaría el flujo de labradores a la Amazonia, y se salvarían hectáreas de selva, si los funcionarios y los gobiernos extranjeros interesados aportaran su pericia y fondos para resolver problemas como el reparto de tierras o la pobreza urbana en las regiones limítrofes con la Amazonia.
¿Qué puede hacerse en favor de los minifundistas de la Amazonia? Su subsistencia depende de terrenos inadecuados.
La explotación forestal
Utilización y reutilización de la selva. “Aunque se esquilman los bosques tropicales, se los infrautiliza. En esta paradoja estriba su salvación”, señala The Disappearing Forests (Los bosques que desaparecen), publicación de la ONU. Recomiendan los entendidos no centrar la explotación en la tala de árboles, sino en la extracción y cosecha de productos selváticos, como frutos, aceites, caucho, esencias y plantas, que, según ellos, constituyen “un 90% del valor económico de la selva”.
Doug Daly, del Jardín Botánico de Nueva York, explica por qué considera viable el cambio de la destrucción a la extracción. “Aplaca al gobierno, que no ve excluidos del mercado grandes sectores de la Amazonia. [...] Permite crear empleos para el sostenimiento de la gente, y conserva la selva. Cuesta ver algo negativo en este planteamiento.” (Wildlife Conservation.)
Al conservar la selva para utilizar los árboles, mejora el nivel de vida de los pobladores. Por ejemplo, en Belém, localidad septentrional de Brasil, un grupo de investigadores calculó que transformando 1 hectárea en pastizal solo se ganan 25 dólares anuales. Así, para obtener el salario mínimo brasileño, uno necesitaría 48 hectáreas y dieciséis reses. Pero el aspirante a granjero —señala la revista Veja—, ganaría mucho más extrayendo los productos selváticos. Y la cifra de productos recolectables es asombrosa, indica el biólogo Charles Clement. “Hay decenas de verduras, centenares de frutos, resinas y aceites que pueden explotarse y cosecharse —agregó el doctor Clement—. El quid de la cuestión es aprender a ver el bosque como fuente de riquezas, y no como un obstáculo para obtenerlas.”
Nueva vida para el terreno perdido
El desarrollo económico y la ecología son compatibles, señala el investigador brasileño João Ferraz. “Fíjese en cuánta selva se ha destruido ya. En vez de talar más selva virgen, basta con recuperar para el uso las zonas deforestadas y degradadas.” Y en la Amazonia hay mucha tierra recuperable.
Desde finales de los sesenta, el gobierno concedió cuantiosas subvenciones para animar a los grandes inversionistas a convertir el bosque en pastizal. Y así lo hicieron, aunque, como explica el doctor Ferraz, “al cabo de seis años los pastizales estaban degradados. Más tarde, al comprender todos que había sido un error garrafal, los grandes terratenientes dijeron: ‘Pues muy bien; ya recibimos bastante dinero del gobierno’, y se fueron”. ¿Cuál fue el resultado? “Unos 200.000 kilómetros cuadrados de pastizales abandonados están echándose a perder.”
Sin embargo, los investigadores como Ferraz hallan nuevos usos para los terrenos degradados. ¿Cuáles? Hace años sembraron en una granja abandonada 320.000 plantones del árbol de la nuez de la Amazonia, y hoy ya dan fruto. Como crecen rápido y tienen buena madera, se plantan en terrenos deforestados de la cuenca amazónica. Estas son varias opciones que dan los especialistas para conservar la selva: extraer productos, enseñar al labrador a cultivar plantas perennes, adoptar métodos de explotación maderera que no dañen la selva y revivificar las tierras degradadas. (Véase el recuadro “Labores de conservación”.)
A juicio de los entendidos, salvar el bosque no solo exige transformar los terrenos degradados, sino la naturaleza humana.
Cómo enderezar lo que está torcido
Paliar las injusticias. La actuación injusta de quien atenta contra los derechos ajenos suele deberse a la avaricia. Y como dijo el antiguo filósofo Séneca, “para los avaros toda la Naturaleza es poca”, incluida la extensa selva amazónica.
A diferencia del esforzado labrador, el industrial y el gran terrateniente se llenan los bolsillos arrasando el bosque, con la complicidad —según las autoridades— de las naciones occidentales, que ayudan a utilizar la gran motosierra que tala la Amazonia. “Las prósperas naciones industrializadas —concluyó un grupo de investigadores alemanes— han acarreado en gran parte el deterioro ambiental existente.” La Comisión para el Desarrollo y el Medio Ambiente de la Amazonia dice que la conservación de la Amazonia exige nada menos que “una nueva ética mundial, una ética que origine un mejor estilo de desarrollo, fundado en la solidaridad humana y la justicia”.
Sin embargo, las constantes humaredas que se alzan desde la Amazonia nos recuerdan que, pese al afán de los ecologistas del mundo, la realización de sus brillantes ideas es tan difícil como atrapar humo con las manos. ¿Por qué?
La corrupción impregna toda la sociedad y tiene raíces mucho más hondas que los árboles de la Amazonia. Aunque uno haga cuanto pueda para preservar la selva, no es realista esperar que los hombres, por sinceros que sean, erradiquen las profundas y enmarañadas causas de la destrucción forestal. Aún son muy ciertas las palabras que escribió hace tres milenios el rey Salomón, sagaz observador de la naturaleza humana. Si se recurre únicamente a las gestiones humanas, “lo que se hace torcido no se puede enderezar”. (Eclesiastés 1:15.) Muy parecido al refrán portugués “O pau que nasce torto, morre torto” (Árbol que nace torcido, muere torcido). Con todo, los bosques pluviales del mundo tienen futuro. ¿Por qué?
Un futuro esplendoroso
Hace un siglo, el escritor brasileño Euclides da Cunha, extasiado por la profusión de criaturas de la Amazonia, llamó a la selva “página inédita y contemporánea del Génesis”. Y aunque el hombre se ha afanado por ensuciar y romper esta “página”, los restos aún son, como indica el libro Amazonia Without Myths (La Amazonia sin mitos), “un símbolo nostálgico de la Tierra cuando fue creada”. ¿Por cuánto tiempo lo serán?
Examinemos un hecho: La pluviselva amazónica, como las demás del mundo, demuestra la existencia de lo que Da Cunha llamó “intelecto singular”. De la raíz a la copa, los árboles selváticos declaran que son obra de un arquitecto magistral. ¿Permitirá, por lo tanto, el Sumo Arquitecto que los codiciosos aniquilen los bosques pluviales, y hasta la Tierra entera? Esta pregunta se contesta con un rotundo no en la siguiente profecía bíblica: “Las naciones se airaron, y vino tu propia ira [divina], y el tiempo señalado [...] para causar la ruina de los que están arruinando la tierra”. (Revelación [Apocalipsis] 11:18.)
Observe que la profecía indica que el Creador no solo suprimirá de raíz el problema eliminando a los codiciosos, sino que lo hará en nuestro tiempo. ¿Por qué hacemos esta afirmación? Porque la profecía dice que Dios obrará cuando el hombre esté “arruinando” la Tierra. Al tiempo de escribirse esas palabras, hace casi dos mil años, no había ni la población ni los medios para realizar tal destrucción. Pero hoy es diferente. “Por vez primera en la historia —señala el libro Protecting the Tropical Forests—A High-Priority International Task (La protección de las selvas tropicales: Urgente labor internacional)— el hombre no solo es capaz de destruir las bases de su supervivencia a nivel regional o sectorial, sino a escala mundial.”
Así pues, está cerca “el tiempo señalado” de que el Creador actúe contra “los que están arruinando la tierra”. La selva amazónica y otros ecosistemas amenazados tienen futuro. El Creador se encargará de ello; y esto no es un mito, sino una realidad.
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En busca de soluciones¡Despertad! 1997 | 22 de marzo
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Labores de conservación
En una extensión de 400.000 metros cuadrados de selva repoblada, en la ciudad centroamazónica de Manaus, se hallan las oficinas del Instituto Nacional de Investigaciones Amazónicas de Brasil (INPA, por sus siglas en portugués). Este organismo, que lleva en existencia cuarenta y dos años, tiene trece departamentos que se ocupan de asuntos tan diversos como la ecología, la silvicultura y la salud humana. Es el mayor centro de investigaciones de la región y además alberga una de las colecciones de especies amazónicas (plantas, peces, reptiles, anfibios, mamíferos, insectos y aves) más ricas del mundo. Las labores de los 280 investigadores del instituto contribuyen a que se comprenda mejor la compleja interacción existente en los ecosistemas de la Amazonia. Quienes visitan el instituto salen de allí con cierto optimismo. Pese a las restricciones burocráticas y políticas, los científicos de Brasil y del extranjero han puesto manos a la obra para trabajar en pro de la conservación de la joya más preciada de las pluviselvas del mundo: la Amazonia.
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