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  • La Tierra: un regalo de Dios para nosotros

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  • La Tierra: un regalo de Dios para nosotros
  • ¡Despertad! 1995
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¡Despertad! 1995
g95 22/11 págs. 8-11

La Tierra: un regalo de Dios para nosotros

“EN EL principio Dios creó los cielos y la tierra.” Después dijo que todo lo que había hecho era “muy bueno”. (Génesis 1:1, 31.) No había montones de basura que afearan su creación. La humanidad recibió un hermoso regalo como legado: “En cuanto a los cielos, a Jehová pertenecen los cielos, pero la tierra la ha dado a los hijos de los hombres”. (Salmo 115:16.)

En Isaías 45:18 Él nos dice lo que se propone para la Tierra: “Esto es lo que ha dicho Jehová, el Creador de los cielos, Él, el Dios verdadero, el Formador de la tierra y el Hacedor de ella, Él, Aquel que la estableció firmemente, que no la creó sencillamente para nada, que la formó aun para ser habitada: ‘Yo soy Jehová, y no hay ningún otro’”.

Además, ha especificado claramente que la responsabilidad del hombre para con la Tierra es ‘cultivarla y cuidarla’. (Génesis 2:15.)

Jehová nos da el ejemplo. Él cuida la Tierra de muchas maneras; una de ellas es reciclando los importantes recursos de que dependen todas las formas de vida del planeta. En un número especial de la revista Scientific American apareció una serie de artículos sobre varios de estos ciclos, como por ejemplo: el ciclo energético de la Tierra, el ciclo energético de la biosfera, el ciclo del agua, el del oxígeno, el del carbono, el del nitrógeno y los ciclos de los minerales.

La Tierra es extraordinaria y hermosa

El biólogo Lewis Thomas, cuyas obras han tenido una gran divulgación, escribió en la revista científica Discover el siguiente elogio incondicional a la Tierra:

“La Tierra es lo más asombroso, la estructura más peculiar que conocemos hasta la fecha en todo el universo, el mayor de todos los enigmas científicos cosmológicos, que por más que nos esforcemos no logramos comprender cabalmente. Hasta ahora no habíamos empezado a percibir lo extraordinaria, maravillosa e impresionante que es la Tierra: es lo más hermoso que flota alrededor del Sol, encerrada en su propia burbuja azul —la atmósfera—, produciendo y respirando su propio oxígeno, tomando su propio nitrógeno del aire y fijándolo en el suelo, generando sus propias condiciones climáticas en la superficie de sus pluviselvas, fabricando su caparazón de componentes vivos: acantilados cretácicos, arrecifes coralíferos, fósiles de formas primitivas de vida cubiertos por capas de otras más recientes que se entretejen por todo el globo terráqueo”.

Estas son solo unas cuantas de las provisiones de Jehová para que la Tierra siga desempeñando su función como hermoso regalo para la humanidad: un hogar creado con el fin de perdurar indefinidamente para el beneficio del ser humano y de incontables millones de otras criaturas vivas. Salmo 104:5 dice: “Él ha fundado la tierra sobre sus lugares establecidos; no se le hará tambalear hasta tiempo indefinido, ni para siempre”. Otro escritor inspirado declaró algo parecido respecto a la permanencia de la Tierra: “Una generación se va, y una generación viene; pero la tierra subsiste aun hasta tiempo indefinido”. (Eclesiastés 1:4.)

Varios astronautas que han circundado la Tierra han hablado efusivamente de esta esfera hermosa y frágil que navega describiendo su órbita alrededor del Sol, y han expresado la opinión de que la humanidad debería apreciar la belleza de la Tierra y cuidar del planeta. Cuando el astronauta Edgar Mitchell vio por primera vez la Tierra desde el espacio, dijo por radio a Houston: “Parece una joya resplandeciente de color azul y blanco [...], adornada con blancos velos que giran lentamente a su alrededor [...]. Es como una pequeña perla en un mar misterioso, denso y negro”. El astronauta Frank Borman comentó: “Compartimos un hermoso planeta. [...] Lo que resulta incomprensible es por qué no somos capaces de apreciar lo que tenemos”. Un astronauta del Apolo 8 en su vuelo circunlunar dijo: “En todo el universo, adondequiera que mirásemos, el único indicio de color, estaba en la Tierra. Podíamos apreciar el brillante azul de los mares, los canelas y marrones de la tierra y los matices blancos de las nubes. [...] Era lo más hermoso que se veía en todo el cielo. Aquí abajo la gente no se da cuenta de lo que tiene”.

Y estaba en lo cierto: la gente no se da cuenta del tesoro que tiene. En lugar de cuidar esta dádiva de Dios, la humanidad la contamina y la destruye, como han podido comprobar los astronautas. Paul Weitz, comandante del primer vuelo del transbordador espacial Challenger, dijo que el daño que el hombre ha hecho a la atmósfera terrestre es “horroroso” cuando se mira desde el espacio. “Por desgracia, este mundo está convirtiéndose rápidamente en un planeta gris.” A lo que agregó: “¿Qué nos indica eso? Que estamos ensuciando nuestro propio nido”. Esa tendencia destructiva se ha intensificado a grado alarmante, particularmente en estos “últimos días”. Jehová ha dictado sentencia contra los que dañan el planeta; ha dicho que va a “causar la ruina de los que están arruinando la tierra”. (Revelación [Apocalipsis] 11:18.)

Una sociedad ingrata que no merece el regalo de Dios

La actual sociedad materialista ha pisoteado los valores espirituales para dar rienda suelta a la carne. Las directrices prácticas que Jehová suministró a la humanidad para que viviera feliz y contenta han sido echadas a un lado por el creciente egoísmo que caracteriza nuestros tiempos.

Segunda a Timoteo 3:1-5 describe muy bien la época peligrosa en la que vivimos: “Sabe esto, que en los últimos días se presentarán tiempos críticos, difíciles de manejar. Porque los hombres serán amadores de sí mismos, amadores del dinero, presumidos, altivos, blasfemos, desobedientes a los padres, desagradecidos, desleales, sin tener cariño natural, no dispuestos a ningún acuerdo, calumniadores, sin autodominio, feroces, sin amor del bien, traicioneros, testarudos, hinchados de orgullo, amadores de placeres más bien que amadores de Dios, teniendo una forma de devoción piadosa, pero resultando falsos a su poder; y de estos apártate”.

El mercantilismo fomenta el consumismo, y para ello se vale de la publicidad. Una buena parte de ella es apropiada, otra no lo es. Esta última encaja con la observación que hizo Eric Clark en su obra The Want Makers (Los creadores de necesidades): “La publicidad no solo ayuda a vender cosas superfluas a personas que no pueden permitirse el lujo de comprarlas, sino que a menudo consigue que se vendan a precios exorbitantes”. En su artículo para la revista World Watch, Alan Durning dijo: “Los anunciantes no ofrecen los objetos, sino estilos de vida, actitudes y fantasías; vinculan sus mercancías a los infinitos anhelos del alma”. El objetivo de la publicidad es que nos sintamos insatisfechos con lo que tenemos y que deseemos lo que no necesitamos. Crea un anhelo insaciable; conduce a un consumo excesivo y perjudicial; provoca la proliferación de vertederos que contaminan la Tierra. Su insidiosa persuasión consigue penetrar hasta en el fatigado corazón de los que están sumidos en la más extrema pobreza. Muchos anunciantes ofrecen insistentemente productos que se sabe que matan o enferman a la gente.

Lo más importante en la vida es obedecer a Dios, como dice Eclesiastés 12:13: “La conclusión del asunto, habiéndose oído todo, es: Teme al Dios verdadero y guarda sus mandamientos. Porque este es todo el deber del hombre”. Quienes lo hagan, podrán vivir en el Paraíso limpio de Jehová. Jesús prometió: “No se maravillen de esto, porque viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz y saldrán, los que hicieron cosas buenas a una resurrección de vida, los que practicaron cosas viles a una resurrección de juicio”. (Juan 5:28, 29.)

Cuando la gente aprecie el regalo de Dios

La Tierra será una verdadera maravilla. Jehová nos da esta conmovedora descripción por boca del apóstol Juan: “Vi un nuevo cielo y una nueva tierra; porque el cielo anterior y la tierra anterior habían pasado, y el mar ya no existe. [Dios] limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado”. (Revelación 21:1, 4.)

Entre las cosas anteriores que habrán pasado estarán los vertederos de basura, los residuos tóxicos y quienes se deshacen de su basura echándosela a otros. Entonces, las únicas personas que vivirán en la Tierra serán aquellas que amen a su prójimo como a sí mismas, que alaben a Jehová por haberles regalado la Tierra, y que se deleiten en cuidarla y mantenerla en una condición paradisíaca. (Mateo 22:37, 38; 2 Pedro 3:13.)

[Reconocimiento en la página 8]

Foto: NASA

[Recuadro en la página 11]

El materialismo es pura vanidad

Jesús dijo una verdad tajante cuando advirtió: “Mantengan abiertos los ojos y guárdense de toda suerte de codicia, porque hasta cuando uno tiene en abundancia, su vida no resulta de las cosas que posee”. (Lucas 12:15.) Lo que cuenta no es lo que tenemos, sino lo que somos. Qué fácil es dejarse llevar por el ajetreo de la vida —ganar dinero, acumular bienes, afanarse por disfrutar de todos los placeres que la carne ansía— y pensar que estamos viviendo la vida al máximo, sin perdernos nada, cuando en realidad quizás estemos perdiéndonos lo mejor que esta puede ofrecernos.

Cuando vemos que la vida se nos está acabando es cuando nos damos cuenta de lo que nos hemos perdido. Apreciamos la certeza de lo que dice la Biblia: la vida es muy breve; es una neblina que se esfuma, una bocanada de humo, una exhalación, una sombra que pasa, hierba verde que se seca, una flor que se marchita. ¿Adónde se ha ido? ¿Qué hemos hecho? ¿Por qué estamos aquí? ¿Es esto todo cuanto hay? ¿Es simplemente vanidad de vanidades, como querer atrapar el viento? (Job 14:2; Salmo 102:3, 11; 103:15, 16; 144:4; Isaías 40:7; Santiago 4:14.)

Un hombre hospitalizado está muriéndose; mira por la ventana y ve una ladera bañada por la cálida luz del sol, una mezcla de hierba y maleza, unas pocas florecillas erguidas, un gorrión escarbando en la tierra en busca de algunas semillas..., no diríamos que la escena es emotiva. Pero para el hombre cuya vida se extingue, es hermosa. Le duele pensar en los sencillos placeres que se ha perdido, las cosas pequeñas que significan tanto. ¡Qué pronto se acabó todo!

La Biblia, en las Escrituras Griegas, lo expresa con mucha claridad: “Nada hemos traído al mundo, y tampoco podemos llevarnos cosa alguna. Teniendo, pues, sustento y con qué cubrirnos, estaremos contentos con estas cosas”. (1 Timoteo 6:7, 8.) Y en las Escrituras Hebreas lo dice aun con mayor franqueza: “Tal como uno ha salido del vientre de su madre, desnudo volverá a irse, tal como vino; y absolutamente nada puede uno llevarse por su duro trabajo, que pueda llevarse con la mano”. (Eclesiastés 5:15.)

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