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Recuerdos de una vida dedicada a JehováLa Atalaya 2014 | 15 de octubre
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MISIONERA EN EL SALVADOR
Evelyn y yo, junto con Leo y Esther Mahan, llegamos a El Salvador en junio de 1946. Allí encontramos “los campos [...] blancos para la siega” (Juan 4:35). Unos meses más tarde celebramos nuestra primera asamblea de circuito en Santa Ana. Invitamos al discurso público a todos los que pudimos y nos alegró mucho ver que asistieron casi quinientas personas. Eso disgustó a los líderes religiosos. Los enfureció tanto que, una semana después, causaron el incidente mencionado al principio. Sin embargo, no consiguieron que nos marcháramos de la ciudad. De hecho, estábamos más decididos que nunca a ayudar a la gente de corazón sincero. Los sacerdotes no querían que las personas leyeran la Biblia, y muy pocas podían comprarla. Aun así, muchas deseaban conocer la verdad. Además, apreciaban el esfuerzo que hacíamos por aprender español y hablarles de Jehová y su promesa de convertir la Tierra en un paraíso.
Con cuatro estudiantes de mi clase de Galaad que también fueron enviados a El Salvador. De izquierda a derecha: Evelyn Trabert, Millie Brashier, Esther Mahan, yo y Leo Mahan
Una de mis primeras estudiantes fue Rosa Ascencio. Cuando empezó a estudiar la Biblia, se separó del hombre con el que vivía. Con el tiempo, él empezó a estudiar también. Después se casaron, se bautizaron y llegaron a ser entusiastas testigos de Jehová. Ella fue la primera precursora de Santa Ana.b
Rosa tenía una pequeña tienda de comestibles. Cada vez que salía a predicar, la cerraba y confiaba en que Jehová cubriría sus necesidades. Cuando volvía al cabo de unas horas, la tienda siempre se llenaba de clientes. Comprobó lo ciertas que son las palabras de Mateo 6:33, y se mantuvo fiel hasta su muerte.
En cierta ocasión, el sacerdote de la zona visitó al hombre que nos alquilaba la casa a mí y a otros cinco misioneros. Le advirtió que si no nos echaba, tanto él como su esposa serían excomulgados. Hacía tiempo que nuestro casero, un conocido empresario, estaba molesto por el comportamiento de los sacerdotes, así que no se dejó intimidar. Es más, le dijo que no le importaba que lo expulsara de la Iglesia y nos aseguró que podíamos quedarnos todo el tiempo que quisiéramos.
UN CIUDADANO RESPETADO SE HACE TESTIGO
La sucursal que se construyó en 1955
En la capital, San Salvador, la esposa de un ingeniero llamado Baltasar Perla estudiaba con otra misionera. Aquel hombre tenía un buen corazón, pero había perdido la fe en Dios al ver la hipocresía de los líderes religiosos. Aunque todavía no era Testigo, se ofreció para diseñar y construir las instalaciones de nuestra sucursal sin cobrar nada.
Al trabajar con los hermanos en la construcción, Baltasar se convenció de que había encontrado la verdad. Se bautizó el 22 de julio de 1955, y poco tiempo después lo hizo su esposa, Paulina. Sus dos hijos sirven fielmente a Jehová. Uno de ellos, Baltasar Perla hijo, lleva cuarenta y nueve años sirviendo en Betel de Brooklyn y desde allí apoya nuestra predicación mundial. Actualmente es miembro del Comité de Sucursal de Estados Unidos.c
Cuando comenzamos a celebrar asambleas grandes en San Salvador, el hermano Perla nos ayudó a conseguir un amplio gimnasio donde reunirnos. Al principio solo ocupábamos unas pocas secciones de asientos, pero, con la bendición de Jehová, cada año fuimos aumentando hasta que el gimnasio se nos quedó pequeño. En aquellas ocasiones felices, me encontraba con personas que habían estudiado la Biblia conmigo. Imagínense lo que sentía cuando algunos de mis antiguos estudiantes me presentaban a mis “nietos”, es decir, a recién bautizados que habían estudiado con ellos.
El hermano Franz hablándoles a los misioneros en una asamblea
En una de estas asambleas, un hermano se acercó a mí y me dijo que quería confesarme algo. Estaba intrigada, pues su cara no me parecía conocida. “Yo fui uno de los muchachos que les lanzaron piedras en Santa Ana”, admitió. ¡Cuánto me alegró que ahora él también sirviera a Jehová! Aquella conversación me confirmó que servir a tiempo completo es lo mejor que uno puede hacer en la vida.
La primera asamblea de circuito a la que asistimos en El Salvador
CONTENTA CON MIS DECISIONES
Fui misionera en El Salvador durante casi veintinueve años. Serví en Santa Ana, Sonsonate, Santa Tecla y San Salvador, por ese orden. Finalmente, y tras muchas oraciones, en 1975 decidí volver a Spokane. Mis padres, que servían fielmente a Jehová, habían envejecido y me necesitaban.
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