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  • ¿Por qué necesitamos a los profesores?
    ¡Despertad! 2002 | 8 de marzo
    • ¿Por qué necesitamos a los profesores?

      “Un solo día con un buen maestro es mejor que mil días de estudio concienzudo.”—Proverbio japonés.

      ¿RECUERDA a algún maestro de su etapa escolar que le impresionara mucho? O si aún está estudiando, ¿tiene un maestro predilecto? Si la respuesta es afirmativa, ¿por qué es su favorito?

      Un buen educador infunde confianza en sus alumnos y convierte el aprendizaje en una tarea fascinante. Un hombre de 70 años procedente de Inglaterra recuerda con cariño al profesor de Lengua Inglesa que tuvo en su escuela de Birmingham: “El señor Clewley descubrió en mí habilidades que yo desconocía. Pese a mi timidez y retraimiento, me preparó para el certamen escolar de teatro, y en el último curso lo gané. Nunca lo hubiera logrado sin su estímulo. Lamentablemente, no pude agradecerle su entrega, pues nunca volví a verlo”.

      Margit, una simpática mujer de más de 50 años originaria de Munich (Alemania), cuenta: “Había una maestra que me encantaba. Tenía la maravillosa habilidad de explicar los temas más difíciles de forma sencilla. Nos animaba a hacer preguntas si no entendíamos algo. Además, no era una persona distante, sino agradable, por lo que sus clases eran muy amenas”.

      Peter, nacido en Australia, no ha olvidado a su profesor de Matemáticas. “Nos ayudaba a percibir la utilidad de lo que aprendíamos mediante ejemplos prácticos —dice—. Cuando estudiamos trigonometría, nos enseñó a calcular la altura de un edificio sin siquiera tocarlo; solo aplicando los principios de la trigonometría. Recuerdo que pensé: ‘¡Eso es increíble!’.”

      Pauline, del norte de Inglaterra, le confesó a su maestro que las matemáticas le costaban mucho. Él le dijo que si deseaba mejorar al respecto, podía ayudarla. Pauline relata: “Durante los siguientes meses me dedicó atención especial, e incluso me ayudó después de las clases, pues deseaba que aprendiese y le importaba mi progreso. Eso me motivó a esforzarme más, y finalmente mejoré”.

      Angie, una mujer escocesa de más de 30 años, se acuerda del señor Graham, su profesor de Historia. “¡Hacía que la historia resultara tan interesante! Relataba los sucesos como si se tratara de un cuento, y se entusiasmaba con cada tema. Lograba que la historia cobrase vida.” Angie también recuerda con cariño a la señora Hewitt, su anciana maestra de primer grado: “Era una señora amable y bondadosa. Un día en clase me acerqué a ella para hacerle una pregunta, y me tomó en brazos. Sentí que realmente se interesaba en mí”.

      Timothy, del sur de Grecia, expresa así su gratitud por uno de sus profesores: “Todavía me acuerdo del profesor de Ciencias, quien cambió para siempre mi concepción de la vida y del mundo que nos rodea. Lograba que reinara en sus clases un sentimiento de asombro y admiración. Nos inculcó pasión por el conocimiento y un profundo deseo de comprender la realidad”.

      Así mismo, Ramona, de California (EE.UU.), escribe: “A mi profesora de Inglés de enseñanza secundaria le encantaba su asignatura. ¡Cómo nos contagiaba su entusiasmo! Hacía que lo difícil pareciese fácil”.

      Jane, oriunda de Canadá, habla animadamente de un profesor de Educación Física que tuvo: “Siempre se le ocurrían formas divertidas de aprender. Nos llevó a la montaña y nos inició en el esquí de fondo y en la pesca en lagos y ríos helados. Hasta cocimos una especie de pan indio llamado bannock sobre una hoguera que habíamos preparado nosotros mismos. Fue algo maravilloso para una chica casera como yo que apenas se despegaba de los libros”.

      Helen, una tímida mujer de Shanghai que estudió en Hong Kong, recuerda: “En quinto curso tuve un maestro, el señor Chan, que nos daba clases de educación física y pintura. Como yo era de complexión delgada, jugaba muy mal al voleibol y al baloncesto, pero él no me hacía pasar vergüenza. Me dejaba practicar bádminton y otros deportes más adecuados para mí. Era un hombre considerado y amable.

      ”Algo parecido me pasaba con la pintura. Dado que no dibujaba bien objetos o personas, él me permitía pintar motivos abstractos, para lo que tenía una mayor habilidad. Puesto que yo era más joven que el resto de los alumnos, me convenció de que me quedara en aquel curso un año más. Esta decisión fue crucial para mi formación. Gané confianza en mí misma y progresé. Siempre le estaré agradecida.”

      ¿Qué profesores parecen causar una impresión más honda? William Ayers dice en su libro To Teach—The Journey of a Teacher (Enseñar: la aventura de ser maestro): “La buena enseñanza depende sobre todo de la entrega del educador, de que sea considerado y comprensivo. [...] No consiste en seguir un método o modelo específico ni en planificar ciertas actividades o tomar determinadas medidas. [...] Enseñar es, ante todo, una cuestión de amor”. En vista de esto, ¿quién es un buen profesor? El señor Ayers señala: “Aquel que nos llegó al corazón, que nos comprendió o se interesó en nosotros como persona; aquel cuya pasión por algo —la música, las matemáticas, el latín, los milanos— era contagiosa y motivadora”.

      Sin duda, muchos maestros han recibido muestras de agradecimiento de los alumnos o incluso de los padres, las cuales los han animado a seguir enseñando a pesar de los contratiempos. Casi todos los comentarios recogidos en este artículo tienen en común el interés y la amabilidad genuinos que han demostrado a sus estudiantes los profesores a los que se alude.

      Claro está, no todos los profesionales de la enseñanza dan a su trabajo un enfoque tan positivo. Sin embargo, no hemos de olvidar que estos a menudo afrontan muchas presiones que coartan su campo de acción. Así pues, cabe preguntarse: “¿Por qué escogen tantas personas esta difícil profesión?”.

      [Ilustración de la página 4]

      “Enseñar es, ante todo, una cuestión de amor”

  • ¿Por qué deciden enseñar?
    ¡Despertad! 2002 | 8 de marzo
    • ¿Por qué deciden enseñar?

      “La mayoría de los educadores escogen la carrera docente porque constituye una forma de prestar ayuda. [Enseñar significa] comprometerse a mejorar la vida de los niños.” (Teachers, Schools, and Society [Los maestros, las escuelas y la sociedad].)

      AUNQUE algunos educadores hacen que parezca fácil, la docencia puede convertirse en una carrera plagada de obstáculos, como aulas con demasiados estudiantes, una abrumadora cantidad de trámites burocráticos, alumnos con escaso o ningún interés y un sueldo insuficiente. Un profesor de Madrid (España) llamado Pedro lo expresa de este modo: “Enseñar no es nada fácil. Exige muchos sacrificios. Pero, a pesar de las dificultades que entraña, sigo creyendo que es más gratificante que trabajar en una empresa”.

      En los centros educativos de las grandes ciudades, los obstáculos pueden resultar apabullantes. Las drogas, la delincuencia, la falta de moralidad y, en ocasiones, la indiferencia de los padres repercuten gravemente en la disciplina y el ambiente escolar. Además, la rebeldía es algo habitual. Entonces, ¿por qué optan por la enseñanza tantas personas con preparación profesional?

      Leemarys y Diana son dos maestras de Nueva York que hablan inglés y español, y enseñan principalmente a niños hispanos de entre 5 y 10 años. La pregunta que les hemos formulado es:

      ¿Qué motiva a un profesor?

      Leemarys dice: “¿Qué me motiva? Pues que me encantan los niños. Además, sé que en algunos casos soy la única persona que los anima a esforzarse”.

      Diana responde: “Di clases particulares a mi sobrino de ocho años porque no le iba bien en la escuela. Sobre todo le costaba leer. Fue tan emocionante ver cómo él y otros niños aprendían, que decidí dedicarme a la enseñanza y dejar mi empleo en el banco”.

      ¡Despertad! ha hecho la misma pregunta a docentes de otros países. He aquí algunas de sus respuestas.

      Giuliano, un italiano de 44 años, comenta: “Elegí esta profesión porque me fascinaba cuando era estudiante (a la derecha). Me parecía una labor creativa que, a su vez, presentaba muchas oportunidades de estimular la creatividad de los alumnos. Mi entusiasmo inicial me ayudó a superar las dificultades por las que pasé al principio de mi carrera”.

      Nick, de Nueva Gales del Sur (Australia), señala: “No tenía muchas posibilidades de encontrar trabajo en el campo de mi especialización —la investigación química—, pero sí las había en el sector educativo. Más tarde descubrí que me gustaba enseñar, y parece que a mis alumnos también les gusta que les enseñe”.

      El ejemplo de los padres ha sido a menudo un factor determinante en la elección de esta profesión. William, de Kenia, contesta así a nuestra pregunta: “Mi deseo de enseñar se lo debo en gran parte a mi padre, quien era profesor allá en 1952. Por otro lado, saber que estoy contribuyendo a la formación de mentes jóvenes me ha animado a seguir en la docencia”.

      Rosemary, también de Kenia, dice: “Siempre he querido ayudar a los menos afortunados. Tenía dos opciones: ser enfermera o maestra, y la oportunidad de enseñar surgió primero. Ser madre ha hecho que ame aún más mi trabajo”.

      Berthold, de Düren (Alemania), comenzó a dar clases por otro motivo: “Mi esposa me convenció de que sería un buen profesor”. Y resultó que tenía razón. “Disfruto mucho de mi trabajo —añade—. A menos que estés convencido del valor de la educación y de que te interese la gente joven, es imposible ser un buen maestro y sentirte motivado y satisfecho.”

      Masahiro, educador japonés de la ciudad de Nakatsu, dice: “Lo que me motivó a ejercer la docencia fue tener un maestro magnífico en el primer curso de enseñanza media. Nos instruía con verdadera entrega. Y la razón principal por la que sigo dando clases es que me encantan los niños”.

      Yoshiya, un hombre de 54 años, también de Japón, tenía un puesto bien remunerado en una fábrica, pero se sentía esclavizado al trabajo y a los continuos desplazamientos a su lugar de empleo. “Un día me dije: ‘¿Cuánto tiempo voy a seguir con esta clase de vida?’. Y me busqué una ocupación que estuviera más relacionada con personas que con cosas. No hay nada como enseñar. Trabajas con gente joven. Es muy humano.”

      Valentina, de San Petersburgo (Rusia), también valora ese aspecto de la docencia. Nos cuenta: “Yo elegí esta profesión. Soy maestra de escuela primaria desde hace treinta y siete años. Me fascina trabajar con niños, sobre todo con los más pequeños. No me he jubilado todavía porque disfruto con lo que hago”.

      El profesor William Ayers escribe: “Muchas personas se dedican a la enseñanza porque les encantan los niños y los jóvenes, o porque les gusta tratar con ellos, verlos crecer, desarrollarse y convertirse en personas más capaces, más competentes y mejor preparadas para defenderse en la vida. [...] Quienes enseñan lo hacen porque es [...] una forma de darse a los demás. Yo enseño porque espero hacer de este mundo un lugar mejor”.

      En efecto, a pesar de las dificultades e inconvenientes que existen, a miles de hombres y mujeres dedicados les atrae la carrera docente. ¿Cuáles son algunos de los mayores desafíos que afrontan? El siguiente artículo contestará esta pregunta.

      [Recuadro de la página 6]

      Consejos para fomentar la comunicación entre los profesores y los padres

      ✔ Haga lo posible por conocer a los padres de sus alumnos. No es una pérdida de tiempo, sino una inversión de tiempo que beneficiará a ambas partes. Es su oportunidad de entablar una buena comunicación con quienes pudieran ser sus mejores colaboradores.

      ✔ Hábleles a su nivel y no los trate con condescendencia. Procure no emplear la jerga docente.

      ✔ Cuando converse sobre el niño, destaque los aspectos positivos. Se logra más con el encomio que con la censura. Explique a los padres lo que pueden hacer para ayudar a su hijo.

      ✔ Permítales hablar y escúcheles atentamente.

      ✔ Trate de comprender el entorno en el que vive el niño y, de ser posible, visite su hogar.

      ✔ Fije la fecha de la siguiente reunión con ellos. Es importante que no pierda el contacto, pues de esta forma demuestra que tiene verdadero interés. (Basado en Teaching in America [La enseñanza en Estados Unidos].)

      [Ilustración de la página 6]

      ‘Mi padre también era profesor.’—WILLIAM, DE KENIA

      [Ilustración de la página 7]

      “Me fascina trabajar con niños.”—VALENTINA, DE RUSIA

      [Ilustraciones de la página 7]

      “No hay nada como enseñar. Trabajas con gente joven.”—YOSHIYA, DE JAPÓN

  • Los peligros e inconvenientes de la enseñanza
    ¡Despertad! 2002 | 8 de marzo
    • Los peligros e inconvenientes de la enseñanza

      “Se espera mucho de los profesionales de la enseñanza, pero se les concede muy poco reconocimiento público [...] por sus esfuerzos y dedicación.”—Ken Eltis, de la Universidad de Sydney (Australia).

      HAY que admitir que la enseñanza, de la cual se ha afirmado que es “una profesión de suma importancia”, afronta muchos desafíos: desde un sueldo insuficiente hasta las condiciones precarias de las aulas; desde el exceso de papeleo hasta las clases abarrotadas; desde la falta de respeto y la violencia hasta la indiferencia de los padres. ¿Cómo encaran algunos profesores dichos desafíos?

      La falta de respeto

      Hemos preguntado a cuatro educadores de Nueva York cuál es el problema más grave al que se enfrentan en las escuelas. Los cuatro comparten el mismo parecer: la falta de respeto.

      Según William, de Kenia, en África también se ha producido un cambio al respecto. “Los niños son cada vez más indisciplinados —dice—. Cuando yo era pequeño [ahora tiene más de 40 años], los maestros se hallaban entre las personas más respetadas de la sociedad africana. Jóvenes y mayores los consideraban sus modelos. Ese respeto está desapareciendo. La cultura occidental va influyendo poco a poco en la juventud, incluso en las zonas rurales. Las películas, los vídeos y las publicaciones presentan la falta de respeto como algo heroico.”

      Giuliano, que enseña en Italia, expresa con pesar: “Los niños están influidos por el espíritu de rebelión, la insubordinación y la desobediencia que impregnan la sociedad”.

      Las drogas y la violencia

      Por desgracia, las drogas son un verdadero problema en las escuelas. Tanto es así que la profesora y escritora norteamericana LouAnne Johnson señala: “La prevención contra las drogas forma parte del currículo de casi todos los centros educativos, empezando por los jardines de infancia [cursivas nuestras]. Los niños saben mucho más de drogas [...] que la mayoría de los adultos”. Y añade: “Los estudiantes que se sienten perdidos, solos, aburridos o inseguros, o los que creen que nadie los quiere, tienen más probabilidades de tomar drogas” (Two Parts Textbook, One Part Love [Una parte de amor por cada dos de libro de texto]).

      Ken, un maestro de Australia, pregunta: “¿Cómo podemos educar a un niño de nueve años a quien sus padres han iniciado en las drogas?”. Michael, profesor de más de 30 años que da clases en un instituto de Alemania, escribe: “Sabemos perfectamente que se venden y consumen drogas en los centros; lo que ocurre es que casi nunca descubrimos quiénes lo hacen”. Y respecto a la falta de disciplina comenta: “Se refleja en la tendencia destructiva generalizada. Las mesas y las paredes están manchadas, y el mobiliario, dañado. La policía ha detenido o interrogado a algunos de mis estudiantes por los cargos de hurto o delitos similares. No sorprende que se produzcan tantos robos en los colegios”.

      Amira, quien enseña en el estado de Guanajuato (México), admite: “Tenemos que batallar con los problemas que afectan directamente a los niños, como la violencia y la drogadicción en el seno familiar. Nuestros alumnos se hallan en un entorno en el que aprenden palabras obscenas y adquieren otros malos hábitos. Además, está el problema de la pobreza. Aunque aquí la educación es gratuita, los padres han de comprar libretas, bolígrafos y demás materiales, pero primero tienen que conseguir alimentos”.

      ¿Armas de fuego en las escuelas?

      Los últimos tiroteos ocurridos en algunos centros de Estados Unidos han dejado claro que los incidentes con armas de fuego son un problema en ese país. La obra Teaching in America señala: “Se cree que cada día se introducen 135.000 armas en los 87.125 colegios públicos de la nación. Para reducir la presencia de estas en los recintos escolares, los funcionarios están empleando detectores de metales, cámaras de vigilancia, tarjetas de identificación y perros especialmente entrenados para olfatear armas, además de registrar los casilleros y prohibir las carteras”. Estas medidas de seguridad hacen que dudemos de qué estamos hablando, si de escuelas o de prisiones. El mencionado libro añade que más de seis mil alumnos han sido expulsados por llevar armas de fuego al colegio.

      Iris, profesora de Nueva York, cuenta a ¡Despertad!: “Los estudiantes introducen armas a escondidas en los centros pese a los escáneres. Además, está el grave problema del vandalismo”.

      En medio de esta anarquía, muchos educadores se afanan por impartir conocimiento y valores. No sorprende que haya tantos profesores con depresión y agotamiento. Rolf Busch, presidente de la Asociación de Maestros de Turingia (Alemania), señala: “Casi un tercio del millón de docentes de Alemania se enferman por el estrés. El trabajo les produce agotamiento nervioso”.

      Menores con hijos

      Otro problema de gran envergadura es la actividad sexual de los jóvenes. George S. Morrison, autor de Teaching in America, dice que en Estados Unidos “quedan embarazadas cada año alrededor de un millón de adolescentes (el 11% de las chicas de entre 15 y 19 años)”. En realidad, esta nación tiene el índice más alto de muchachas encintas de los países desarrollados.

      Iris confirma este hecho: “Los adolescentes solo hablan de sexo y de fiestas. Es una obsesión. Y ahora que cuentan con conexión a Internet en la escuela tienen acceso a los canales de charla y a la pornografía”. Ángel, de Madrid (España), comenta: “Lamentablemente, la promiscuidad sexual es una realidad entre los estudiantes. Hemos tenido casos de chicas muy jóvenes que se han quedado embarazadas”.

      “Niñeras de categoría”

      Los maestros también se quejan de que muchos padres no cumplen con la obligación de educar a sus hijos en casa. Piensan que los progenitores deben ser los primeros en enseñarles. Los buenos modales deben aprenderse en casa. Es comprensible que Sandra Feldman, presidenta de la American Federation of Teachers, diga que “los docentes [...] deben ser tratados como profesionales, no como niñeras de categoría”.

      A menudo, los padres no respaldan la disciplina que sus hijos reciben en el colegio. Leemarys, citada en el artículo anterior, comenta a ¡Despertad!: “Si llevas a un chico conflictivo al director, antes de darte cuenta, te lo están recriminando sus padres”. Busch, mencionado antes, dice respecto a los alumnos difíciles: “La educación que hasta hace poco se impartía en el hogar está desapareciendo. Ya no se puede dar por sentado que la mayoría de los niños han recibido una buena educación en casa”. Estela, de Mendoza (Argentina), admite: “Tenemos miedo de los alumnos. Si les ponemos malas notas, nos tiran piedras o nos agreden. Si tenemos automóvil, lo dañan”.

      ¿Es de extrañar que en muchos países no haya suficientes profesores? Vartan Gregorian, presidente de la Carnegie Corporation of New York, advirtió: “En los próximos diez años, nuestras escuelas [de Estados Unidos] requerirán hasta dos millones y medio de nuevos docentes”. Las grandes ciudades de esa nación “están buscando buenos educadores en la India, las Antillas, Sudáfrica, Europa o en cualquier otro lugar donde se hallen”. Claro, eso significa que en dichas partes del globo se producirá a su vez una escasez de estos profesionales.

      ¿Por qué no hay suficientes profesores?

      Yoshinori, un maestro japonés con treinta y dos años de experiencia, dice: “La enseñanza es un noble oficio con muchos alicientes, y en la sociedad japonesa es un trabajo muy respetado”. Desafortunadamente, no es igual en todas las culturas. El señor Gregorian, citado antes, sostiene que a los profesores “no se les respeta ni se reconoce su trabajo; tampoco reciben un salario justo. [...] En la mayoría de los estados [de Estados Unidos], los docentes son los profesionales con licenciatura o maestría que menos ganan”.

      Ken Eltis, mencionado al principio del artículo, escribió: “¿Qué sucede cuando los educadores descubren que una gran cantidad de empleos que requieren mucha menos preparación están bastante mejor pagados que el suyo? ¿O cuando alumnos a los que dieron clase tan solo doce meses atrás [...] reciben un sueldo más alto que el que ellos perciben o puedan llegar a percibir en los próximos cinco años? De seguro, eso hace peligrar su autoestima”.

      William Ayers señala: “Los maestros estamos muy mal pagados [...]. Ganamos una cuarta parte de lo que gana un abogado, la mitad de lo que gana un contable y menos que un camionero y un empleado de astilleros. [...] No hay otra profesión que exija tanto con un sueldo tan desproporcionado” (To Teach—The Journey of a Teacher). Janet Reno, ex fiscal general de Estados Unidos, dijo al respecto en noviembre de 2000: “Podemos enviar gente a la Luna. [...] Pagamos grandes sueldos a los atletas. ¿Por qué no podemos pagar a nuestros maestros como es debido?”.

      “Por lo general, la enseñanza está mal remunerada —comenta Leemarys—. Tantos años estudiando, y solo he conseguido un sueldo bajo aquí, en Nueva York, con el estrés y los problemas que conlleva vivir en una gran ciudad.” Valentina, que enseña en San Petersburgo (Rusia), observa: “Es una labor muy ingrata en lo que al sueldo se refiere; este siempre ha estado por debajo del salario mínimo”. Marlene, de Chubut (Argentina), piensa lo mismo: “El sueldo bajo nos obliga a trabajar en dos o tres lugares y a correr de un lado a otro. Eso reduce la calidad de nuestra enseñanza”. Arthur, maestro de Nairobi (Kenia), confiesa a ¡Despertad!: “Debido al declive económico, no me ha resultado fácil vivir de mi trabajo. Muchos de mis compañeros concordarán en que el sueldo bajo siempre ha disuadido a la gente de dedicarse a la docencia”.

      Diana, quien da clases en Nueva York, se queja del exceso de papeleo, pues le quita mucho tiempo. Otra profesora escribe: “Me paso la mayor parte del día haciendo lo mismo”. Casi todas las personas entrevistadas en esta serie han expresado la misma queja: “Los formularios, esos absurdos formularios que hay que rellenar a todas horas”.

      Pocos profesores y demasiados alumnos

      Berthold, de Düren (Alemania), menciona otro inconveniente muy común: “Las clases son demasiado grandes. Aquí hay algunas de hasta treinta y cuatro alumnos. Esto significa que no podemos prestar atención a los chicos con problemas. De hecho, pasan desapercibidos. No se tienen en cuenta las necesidades individuales”.

      Leemarys, citada antes, dice: “El año pasado, el mayor problema que tuve, además de la indiferencia de los padres, fue tener treinta y cinco alumnos en clase. ¡Figúrese! ¡Tratar de enseñar a treinta y cinco niños de seis años!”.

      Iris señala: “En Nueva York faltan profesores, sobre todo de Matemáticas y de Ciencias, porque pueden encontrar un empleo mejor en otro sitio. Así que se ha contratado a muchos extranjeros”.

      En vista de que la enseñanza es una profesión que, sin duda, exige mucho, ¿qué motiva a los profesionales de la educación? ¿Por qué no se desaniman y abandonan su labor? Contestaremos a esas preguntas en el último artículo.

      [Comentario de la página 9]

      Se calcula que cada día se introducen 135.000 armas de fuego en las escuelas estadounidenses

      [Ilustración y recuadro de la página 10]

      ¿Qué significa ser un buen maestro?

      ¿Cómo definiría usted a un buen maestro? ¿Es la persona que logra desarrollar la memoria del niño de modo que este recuerde sucesos y apruebe exámenes? ¿O es la persona que le enseña a pensar, razonar y plantearse preguntas? ¿Quién hace que un niño llegue a ser un mejor ciudadano?

      “Cuando admitimos que somos compañeros de nuestros alumnos en el largo y difícil viaje de la vida, cuando los tratamos con la dignidad y el respeto que merece todo ser humano, entonces estamos en disposición de ser buenos maestros. Es así de fácil y, a la vez, así de difícil.” (To Teach—The Journey of a Teacher.)

      Un buen maestro sabe cuál es el potencial de cada estudiante y cómo desarrollarlo. William Ayers observa: “Debemos encontrar un método mejor, uno que aproveche los puntos fuertes del niño, sus experiencias, habilidades y aptitudes [...]. Recuerdo las palabras de una madre amerindia a la que le habían dicho que su hijo de cinco años tenía dificultades de aprendizaje: ‘Lobo del Viento conoce los nombres y los hábitos migratorios de más de cuarenta aves. Sabe que un águila con un perfecto equilibrio tiene trece plumas timoneras. Lo que necesita es un maestro que se percate de toda su capacidad’”.

      Para sacar lo mejor del niño, el educador debe descubrir qué le interesa, qué le motiva y por qué es como es. Un maestro entregado a su trabajo debe amar a los niños.

      [Reconocimiento]

      Naciones Unidas/Foto de Saw Lwin

      [Recuadro de la página 11]

      ¿Debe ser siempre divertido aprender?

      El profesor William Ayers elaboró una lista de diez mitos relativos a la enseñanza. Uno de ellos es: “Los buenos maestros hacen que aprender resulte divertido”. Dice al respecto: “La diversión distrae, entretiene. Los payasos son divertidos, y algunos chistes también lo son. Aprender puede ser interesante, fascinante, increíble, desconcertante, apasionante y, a menudo, sumamente agradable. Si es divertido, estupendo; pero no tiene por qué serlo. La enseñanza exige una amplia gama de conocimientos, aptitudes y habilidades, así como discernimiento y entendimiento. Pero, sobre todo, exige una persona considerada y comprensiva” (To Teach—The Journey of a Teacher).

      Sumio, de la ciudad de Nagoya (Japón), ha notado en sus alumnos el siguiente problema: “A muchos estudiantes de la escuela secundaria no les interesa nada salvo la diversión y lo que no requiere ningún esfuerzo”.

      Rosa, consejera estudiantil de Brooklyn (Nueva York), dice: “La actitud general de los alumnos es que aprender es aburrido y el profesor es aburrido. Creen que todo ha de divertirles. No se dan cuenta de que se aprende de acuerdo con el interés que se pone en aprender”.

      Esta obsesión que tienen los jóvenes por divertirse hace que les resulte difícil esforzarse y sacrificarse. Sumio, citado unas líneas más arriba, comenta: “En resumidas cuentas, no piensan en el mañana. Hay muy pocos estudiantes de secundaria que creen que trabajar arduamente ahora les beneficiará en el futuro”.

      [Ilustración de la página 7]

      DIANA, DE ESTADOS UNIDOS

      [Ilustración de la página 8]

      ‘La venta y el consumo de drogas son frecuentes, pero casi nunca se descubren.’—MICHAEL, DE ALEMANIA

      [Ilustración de las páginas 8 y 9]

      ‘Tenemos que batallar con problemas como la violencia y la drogadicción en el seno familiar.’—AMIRA, DE MÉXICO

      [Ilustración de la página 9]

      “Los docentes [...] deben ser tratados como profesionales, no como niñeras de categoría.”—SANDRA FELDMAN, PRESIDENTA DE LA AMERICAN FEDERATION OF TEACHERS

  • Las alegrías y satisfacciones de la docencia
    ¡Despertad! 2002 | 8 de marzo
    • Las alegrías y satisfacciones de la docencia

      “¿Por qué sigo ejerciendo esta profesión? Aunque enseñar puede resultar difícil y agotador, me anima ver a los niños ansiosos por aprender y observar su progreso.”—Leemarys, maestra de Nueva York.

      A PESAR de los desafíos, los inconvenientes y las desilusiones, millones de educadores de todo el mundo perseveran en su labor. ¿Qué ha incitado a miles de estudiantes a esforzarse y prepararse para ser profesores aunque saben que tal vez no reciban el debido reconocimiento? ¿Qué los impulsa a seguir adelante?

      Una maestra rusa de nombre Inna comenta: “Es maravilloso ver a tus antiguos alumnos convertidos en adultos, y escucharles decir que lo que les enseñaste mereció la pena. Anima mucho que recuerden con cariño los años que pasaron contigo”.

      Giuliano, mencionado en los artículos anteriores, señala: “Una de las mayores satisfacciones es saber que lograste despertar el interés de los alumnos por un determinado tema. Por ejemplo, un día, después de explicar en clase ciertos sucesos históricos, algunos estudiantes me dijeron: ‘¡No se detenga! ¡Cuéntenos más!’. Expresiones espontáneas como estas pueden iluminar una mañana gris, pues te das cuenta de que hiciste sentir a los chicos emociones nuevas. Es una sensación maravillosa ver el brillo de sus ojos cuando entienden algo”.

      Elena, una maestra de Italia, dice: “Creo que la satisfacción normalmente radica en las pequeñas cosas de cada día, en los pequeños logros de los alumnos más bien que en resultados espectaculares, los cuales casi nunca se producen”.

      Connie, una australiana de poco más de 30 años, observa: “Es muy gratificante recibir una carta de agradecimiento de un alumno con el que mantuviste una buena relación académica”.

      Óscar, de Mendoza (Argentina), piensa lo mismo: “Cuando me encuentro con antiguos alumnos en la calle o en cualquier otro lugar y me expresan su agradecimiento por lo que les he enseñado, siento que todo esfuerzo vale la pena”. Ángel, de Madrid (España), comenta: “Para mí, que he dedicado parte de mi vida a esta maravillosa pero difícil profesión, la mayor satisfacción es, sin duda, ver a los jóvenes a los que he enseñado convertirse en hombres y mujeres de provecho gracias, en parte, a mi trabajo”.

      Leemarys, citada al principio del artículo, opina: “Creo que los maestros somos una clase especial de personas. También hay que estar un poco loco para aceptar semejante responsabilidad, pero si puedes influir en la vida de tus alumnos —sea en diez niños o solo en uno—, cumpliste con tu labor, y no hay nada que te haga sentir mejor. Trabajas con ilusión”.

      ¿Les ha dado las gracias?

      Sea usted padre o alumno, ¿le ha agradecido alguna vez a un profesor su tiempo, esfuerzo e interés? ¿Le ha enviado alguna nota o una carta? Arthur, de Nairobi (Kenia), hace un comentario pertinente: “Los maestros también necesitan encomio. El gobierno, los padres y los estudiantes deben apreciarlos muchísimo, tanto a ellos como a su trabajo”.

      La escritora y educadora LouAnne Johnson señala: “Por cada carta que me llega con comentarios negativos sobre algún docente, recibo cientos de ellas con comentarios positivos, lo que confirma mi opinión de que hay muchos más buenos profesionales que malos”. Es curioso que numerosas personas contratan a un detective para “buscar a un ex profesor. La gente quiere hallar a sus maestros para darles las gracias”.

      Los maestros ponen la base esencial sobre la que se fundamenta la educación de una persona. Hasta los mejores profesores de las universidades más prestigiosas están en deuda con los docentes que dedicaron tiempo y esfuerzo a fomentar y cultivar en ellos el deseo de educarse, aprender y comprender la realidad. Arthur, de Nairobi, dice: “Todos los altos funcionarios de sectores públicos y privados han sido alumnos en algún momento de su vida”.

      Debemos estar muy agradecidos a esos hombres y mujeres que despertaron nuestra curiosidad, alimentaron nuestra mente y conmovieron nuestro corazón; hombres y mujeres que nos enseñaron a satisfacer nuestra sed de conocimiento y entendimiento.

      Pero hemos de estar más agradecidos aún al Gran Educador, Jehová Dios, quien inspiró las palabras de Proverbios 2:1-6, que invitan a la reflexión: “Hijo mío, si recibes mis dichos y atesoras contigo mis propios mandamientos, de modo que con tu oído prestes atención a la sabiduría, para que inclines tu corazón al discernimiento; si, además, clamas por el entendimiento mismo y das tu voz por el discernimiento mismo, si sigues buscando esto como a la plata, y como a tesoros escondidos sigues en busca de ello, en tal caso entenderás el temor de Jehová, y hallarás el mismísimo conocimiento de Dios. Porque Jehová mismo da la sabiduría; procedentes de su boca hay conocimiento y discernimiento”.

      Observe que la partícula condicional si aparece tres veces en el texto supracitado. Imagínese: si aceptamos el reto al que aluden estas palabras, podremos hallar “el mismísimo conocimiento de Dios”. Este es, sin duda, el conocimiento más valioso que existe.

      [Recuadro de la página 13]

      Una madre feliz

      Un maestro de Nueva York recibió la siguiente carta:

      “Quiero agradecerle de todo corazón lo que ha hecho por mis hijos. Con su cariño, bondad y habilidad han progresado muchísimo; estoy segura de que no lo habrían logrado sin su ayuda. Me ha hecho sentir muy orgullosa de ellos, algo que nunca olvidaré. Atentamente, S. B.”

      ¿Conoce a un profesor a quien dar ánimos?

      [Ilustración de la página 12]

      ‘Es una sensación maravillosa ver el brillo de sus ojos porque han entendido algo.’—GIULIANO, DE ITALIA

      [Ilustraciones de la página 13]

      ‘Es muy gratificante que un alumno se tome la molestia de escribirte una carta de agradecimiento.’—CONNIE, DE AUSTRALIA

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