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EstoniaAnuario de los testigos de Jehová 2011
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DEPORTADOS A SIBERIA
Puesto que la KGB ya había encarcelado a quienes consideraba los Testigos más prominentes, se propuso erradicar a todos los que quedaban en el país. En una operación perfectamente coordinada que se realizó en la madrugada del 1 de abril de 1951, se llevaron a cabo arrestos simultáneos en todas las regiones del país, así como en Letonia, Lituania y el occidente de Ucrania.
Casi todos los testigos de Jehová, muchos de sus familiares e incluso algunos interesados fueron desalojados a toda prisa de sus hogares. Los llevaron a varias estaciones de tren y los metieron en vagones. Apenas les permitieron llevar un poco de comida y unas cuantas pertenencias, pero el resto de sus cosas fueron confiscadas. En aquel día —sin que se les celebrara un juicio o se les diera explicación alguna—, cerca de trescientos estonios fueron deportados a Siberia, principalmente a la región de Tomsk, a unos 5.000 kilómetros (3.000 millas) de distancia.
JÓVENES VALIENTES
Corinna y Ene Ennika, de 17 y 13 años respectivamente, habían ido a visitar a unos familiares. Cuando regresaron a su casa, la hallaron cerrada, y su madre no estaba por ningún lado. ¡Imagine su desesperación! No obstante, al enterarse de que la habían arrestado, en cierta forma se tranquilizaron. ¿Por qué razón?
“Por lo menos estaba viva —dice Corinna—. Nos imaginamos que habían arrestado a otros Testigos, y nos alivió pensar que mamá podía estar con ellos. Jehová nos dio fuerzas y paz. No lloré, y Ene, que es más sensible, tampoco lloró. El lunes fuimos a la escuela, pero no le dijimos a nadie que habían arrestado a mamá.”
Corinna y Ene mantuvieron la calma incluso cuando las arrestaron a ellas. “En el vagón todos estaban tranquilos —continúa Corinna—. Una hermana nos consoló diciendo que Jehová no permitiría que nos causaran más dolor del que podíamos soportar y que debíamos confiar en la promesa de que nos ayudaría.” Estas dos muchachas estuvieron separadas de su madre por más de seis años.
Un ejemplo del odio irracional de los perseguidores fue la orden de deportación de un bebé de seis meses. ¿Por qué delito se le expulsó del país? Por ser “enemigo del Estado”.
El proceso de deportación fue muy traumático, pues a los exiliados se les humillaba de diversas maneras. Dos veces al día —por la mañana y por la tarde— los dejaban salir del tren para hacer sus necesidades, aunque no hubiera baños. Una hermana declara: “No había normas de decencia y humanidad. Era imposible hacer una división entre hombres y mujeres. La gente pasaba a nuestro lado, y todos los guardias nos rodeaban para vigilarnos”.
VIDA Y MUERTE EN SIBERIA
Tras el agotador viaje de dos semanas en tren, los exiliados, con sus pocas pertenencias, salieron de los vagones para enfrentarse a la nieve. Los llevaron a una granja colectiva que había cerca, adonde llegaban capataces para seleccionar a los mejores trabajadores, como si fueran terratenientes comprando obreros en un mercado de esclavos.
Puesto que muchos de los que vivían en Siberia también eran exiliados, se compadecieron de los recién llegados. Así que, con la ayuda de otros Testigos y algunos lugareños amables, los hermanos deportados enseguida se establecieron. Hubo quienes pudieron llevar una vida bastante normal. Incluso la salud de unos cuantos mejoró sin esperarlo, como el caso de dos hermanas estonias que se recuperaron de la tuberculosis gracias al clima seco de Siberia.
Pero no a todos les fue tan bien. Se sabe que al menos un niño falleció en uno de los trenes y que un Testigo de edad avanzada murió debido al trauma emocional o a las circunstancias tan adversas. Algunos hermanos quedaron discapacitados por el exceso de trabajo o la falta de medicamentos adecuados. Otros se vieron afectados por las duras condiciones de vida, la desnutrición, las enfermedades, los accidentes y el frío intenso. Además, muchos tuvieron que soportar el dolor emocional de estar separados de sus familias durante años sin recibir sus cartas.
“En nuestra familia solo había niños y jovencitas —explica Tiina Kruuse—, así que nos llevaron a una granja colectiva muy pobre. Apenas había comida para los que ya vivían allí, y los nuevos teníamos que conformarnos con masticar corteza de pino y comer raíces. A menudo tomábamos sopa de ortiga.”
Los inviernos en Siberia son largos y extremadamente fríos, clima al que los estonios exiliados no estaban acostumbrados. Ni siquiera lograban cosechar papas, algo tan común para ellos. Para la mayoría, el primer año de exilio fue un período muy duro y de hambre muy intensa.
Hiisi Lember recuerda: “Como la temperatura exterior era de unos 50 °C bajo cero (-60 °F), metíamos debajo de la cama a nuestra gallina en su jaula para que no se congelara. Si un becerro nacía durante el invierno, algunos hasta lo guardaban dentro de la casa”.
UN NUEVO TERRITORIO POR CORTESÍA DEL ESTADO
William Dey había dicho años atrás que si la Unión Soviética asumía alguna vez el control de los países bálticos, los hermanos tendrían un enorme territorio para predicar. ¡Cuán ciertas resultaron ser sus palabras! Al deportar a los Testigos, el gobierno soviético en realidad los ayudó a expandir su predicación hasta Siberia y otros lugares lejanos. Aunque Jehová permitió que sus siervos sufrieran pruebas, muchas personas que nunca habían escuchado el nombre divino tuvieron la oportunidad de aprender la verdad.
Lembit Trell, quien fue arrestado por participar en actividades contra el gobierno, escuchó acerca de la verdad en 1948 de una manera poco común. Dentro de una celda en Tartu, un oficial del ejército ruso que también había sido detenido le habló de los Testigos que conoció en otra prisión. El hombre hizo un resumen de nuestras enseñanzas; le explicó que el gobierno de Dios es la única salida y que pronto Dios gobernará la Tierra. Esto despertó el interés de Lembit.
Posteriormente, Lembit fue enviado a un campo de prisioneros en Vorkutá, en el extremo norte de Siberia, cerca del océano Ártico. Allí escuchó a un grupo de Testigos hablando de la Biblia. Al acercarse, se dio cuenta de que decían las mismas cosas que el oficial le había explicado; así que empezó a conversar con ellos.
—¿Por qué estás preso? —preguntaron los hermanos.
—Por luchar a favor de la justicia —respondió.
—¿Y tuviste éxito? —dijo uno de los Testigos.
La respuesta era obvia, pero Lembit contestó: “No, no lo tuve”.
“Mira, has estado peleando en el lado equivocado —afirmó un hermano—. ¿No preferirías estar en el lado correcto?” Entonces le explicaron lo que la Biblia dice sobre la guerra espiritual. Mientras más escuchaba, más se convencía de que había hallado la verdad y de que debía ponerse del lado de Jehová.
Tras su liberación, Lembit regresó a Estonia, comenzó su lucha espiritual, y ahora es precursor regular. Su esposa, Maimu, aprendió la verdad de manera muy similar: su interés comenzó cuando alguien que no era Testigo le predicó en prisión.
La predicación era difícil para los hermanos que no sabían ruso. Pero incluso con su limitado vocabulario, se les hacía fácil empezar conversaciones explicando la razón de su deportación a Siberia. Esto los ayudó a hacerse hábiles en la predicación informal. Además, tuvieron la oportunidad de predicar en su lengua materna a los estonios exiliados. Una sobreviviente calcula que entre quince y veinte estonios, así como varios rusos y lituanos, aprendieron la verdad en los campos.
CÓMO OBTENÍAN ALIMENTO ESPIRITUAL
Se utilizaron muchos métodos para pasar secretamente biblias y otra información espiritual a los Testigos exiliados en zonas remotas o encerrados en prisiones. “Recibíamos páginas de publicaciones en recipientes de manteca animal —explica un hermano—. Como esta se pone blanca con el frío, el papel no se veía. Aunque los soldados metieran cuchillos en la manteca, era difícil hallar el fino papel que estaba presionado contra las paredes del recipiente.” Raras veces encontraban el valioso alimento espiritual que iba escondido en recipientes de alimento material.
También cosían pedacitos de publicaciones en carteras y prendas de vestir o los introducían en barras de jabón ahuecadas y en las cajas donde venían. Ella Toom comenta: “Lograba meter cuatro revistas La Atalaya en el jabón que venía dentro de una pequeña caja”.
Como la correspondencia era sometida a censura, los hermanos aprendieron a disfrazar las verdades bíblicas y el vocabulario teocrático con palabras cotidianas. Por ejemplo, una hermana escribió en cierta ocasión: “El Padre nos está cuidando muy bien. Además, tenemos una cuerda que llega hasta el pozo”. Lo que quería decir era que Jehová, “el Padre”, les estaba dando lo necesario en sentido espiritual; que estaban en contacto con “el pozo”, es decir, la organización, y que tenían acceso a las vivificantes aguas de la verdad, las publicaciones bíblicas.
Algunas publicaciones se producían usando métodos básicos de impresión, pero la mayor parte se copiaban a mano. Para hacerlas a mano, a los hermanos les convenía que su castigo por predicar fuera el aislamiento. ¿Por qué? “Era bueno que me aislaran —comenta una hermana—, pues así podía traducir La Atalaya sin tantas interrupciones.” Es obvio que las estrategias de los perseguidores no funcionaban y a menudo resultaban en el adelanto de los intereses del Reino (Isa. 54:17).
LA IMPORTANCIA DE LAS REUNIONES
Las oportunidades de reunirse con otros Testigos eran pocas y muy apreciadas. Corinna Ennika describe la ocasión en que ella y otra hermana se armaron de valor para ausentarse un par de días de su trabajo sin permiso a fin de asistir a una reunión. “Nos fuimos por la tarde —explica— y caminamos hacia la estación de tren que estaba a 25 kilómetros [15 millas] de distancia. El tren salió a las dos de la mañana, y el viaje duró seis horas. Cuando nos bajamos, tuvimos que caminar 10 kilómetros [6 millas] hasta el lugar de reunión. Encontramos la casa, y mientras decidíamos quién diría la contraseña para entrar, salió un hermano, reconoció que éramos Testigos y nos dijo con alegría: ‘Están en el lugar correcto. Entren’. Estudiamos La Atalaya y entonamos cánticos del Reino. Fue una experiencia muy animadora que fortaleció nuestra fe.” Cuando estas hermanas regresaron a trabajar tres días después, les alivió saber que el capataz de la granja ni se había dado cuenta de que ellas no estaban. Asistir a las reuniones secretas fortalecía la fe y el valor de los fieles siervos de Jehová.
En otra ocasión, un grupo de hermanos estaba reunido en una prisión cuando de repente llegaron los guardias para buscar publicaciones. Uno de los Testigos, que tenía unas cuantas páginas en sus manos, enseguida agarró una escoba y comenzó a barrer. Los guardias registraron todo el lugar, pero como no encontraron nada, se fueron. Claro, las páginas estaban bien enrolladas en el mango de la escoba que el hermano sujetaba mientras barría el piso con diligencia.
EL PODER DEL AUTÉNTICO AMOR CRISTIANO
“Estuve trabajando bajo tierra en las minas de carbón durante cinco años —explicó Adolf Kose—. Vivíamos al norte del círculo polar ártico, donde no hay luz solar durante el invierno. Así que ya estaba oscuro cuando terminábamos de trabajar. No veíamos la luz del sol por meses. Tampoco recibíamos suficiente comida. De modo que mi memoria y mi sentido del tiempo comenzaron a perjudicarse. El trabajo agotador, la mala alimentación y el cansancio apenas nos dejaban con ánimo para conversar unos minutos sobre temas triviales. Eso sí, podíamos pasar horas hablando sobre las verdades del Reino sin cansarnos.”
Al atravesar tantas dificultades, el pueblo de Jehová aprendió a manifestar amor abnegado por sus hermanos. Adolf Kose añadió: “Acostumbrábamos distribuir entre los hermanos las cosas que teníamos o recibíamos. Todos nos hallábamos en necesidad, así que aprendimos a compartir lo que tuviéramos” (1 Juan 4:21).
Hasta los guardias sabían que los Testigos siempre se ayudaban unos a otros. Sirva de botón de muestra el caso de Aino Ehtmaa. Cuando la transfirieron de un campo de prisioneros a otro, no tenía siquiera una cuchara ni un plato, artículos esenciales para vivir allí.
“No importa —le dijo el supervisor del campo—. Tus hermanas te van a dar lo que necesites.” Y así fue. Una y otra vez, las expresiones de amor cristiano honraban el nombre de Jehová.
Con todo, las pruebas de lealtad no cesaron. Por ejemplo, aunque la hermana Ehtmaa había estado en un campo de prisioneros por algún tiempo, los guardias no dejaban de preguntarle: “¿Sigues negándote a cooperar con nosotros?”. Claro está, lo que querían era recibir información confidencial de los testigos de Jehová.
“Ustedes me encierran en campos de prisioneros, y mis padres murieron por su culpa —solía responderles—. ¿Cómo podría cooperar con ustedes?”
Aunque estaban en “cadenas de prisión”, los Testigos deportados continuaron manifestando un amor como el de Cristo al predicar las buenas nuevas siempre que podían. Pero ¿a quién le predicaban? Pues bien, la política soviética de trasladar a ciudadanos de élite que no eran comunistas “abr[ió] una puerta de expresión”. Muchos hermanos conversaron con estas personas cultas, quienes tal vez en otras circunstancias no habrían escuchado o aceptado el mensaje del Reino (Col. 4:2-4).
“Con el tiempo nos enviaron a diferentes campos —recordó el hermano Kose—. Había mucha gente a quien enseñar la verdad en cada celda. Fue la época en la que más he predicado.”
Durante los años de exilio, la persecución contra los testigos de Jehová no tuvo tregua. Fueron despojados de sus propiedades y de su libertad. Y aunque los humillaron de todas las formas posibles, sus perseguidores no lograron corromper sus normas morales ni su espiritualidad.
DE REGRESO A ESTONIA
Cuando Josif Stalin murió en 1953, muchos de sus devotos seguidores estaban desconsolados. Para aquel tiempo, Ella Toom se encontraba en una celda junto con otras seis hermanas. El guardia se acercó a ellas llorando y les ordenó que se pusieran de pie e hicieran el saludo a Stalin. Todas se negaron valerosamente.
Tras la muerte de Stalin, la situación política comenzó a cambiar. Entre 1956 y 1957, los testigos de Jehová de todo el mundo enviaron cientos de peticiones al gobierno soviético en favor de los hermanos deportados. Poco a poco se les fue concediendo amnistía. Los que estaban en prisión fueron liberados, y los exiliados pudieron regresar a su lugar de origen. Algunos recibieron la libertad poco después de la muerte de Stalin, pero otros tuvieron que esperar algún tiempo. Por ejemplo, la familia Tuiman fue deportada en 1951; sin embargo, no se le permitió regresar a su país sino hasta 1965. Ahora bien, aunque nuestros hermanos pudieron volver a Estonia, tuvieron que buscar dónde vivir, pues sus propiedades habían sido confiscadas durante el exilio.
RECUERDOS DE SIBERIA
¿De qué manera afectaron a los Testigos la intimidación, la crueldad, el duro trabajo y las terribles condiciones en la cárcel? La gran mayoría de ellos mantuvieron fuerte su espiritualidad y fueron fieles incluso ante la amenaza de muerte. Se sabe que por lo menos veintisiete Testigos estonios murieron en prisión o mientras estuvieron exiliados. Uno de ellos fue Artur Indus, quien antes de ser deportado había sido miembro del Comité de Servicio de Estonia. Friedrich Altpere murió poco después de su liberación, al parecer por el trabajo extenuante. Los siervos de Jehová enfrentaron severas pruebas de fe en Siberia; pero aprendieron muchas lecciones y se mantuvieron íntegros. De hecho, tales pruebas fortalecieron su fe y aguante (Sant. 1:2-4).
“Todos los hermanos encargados de dirigir la obra estaban en campos de prisioneros —explica el hermano Viljard Kaarna—, pero nos manteníamos en contacto con ellos. Gracias a esto, en Siberia nunca nos faltaron publicaciones y nos mantuvimos espiritualmente fuertes; en Estonia era más difícil conseguirlas de manera regular. Quedarnos en nuestro país no habría beneficiado tanto nuestra espiritualidad.”
Muchos de los exiliados que no eran Testigos se amargaron debido a lo que sufrieron. Pero nuestros hermanos vieron el exilio como una experiencia que fortaleció su fe.
“Los sufrimientos nos enseñaron a ser obedientes —comenta Corinna Ennika—. Ciframos nuestra esperanza en Jehová y no nos arrepentimos. Aprendimos que no necesitábamos muchas cosas para sobrevivir. Mi hermana, Ene, y yo solo teníamos una pequeña maleta y una caja que poníamos debajo de la cama. En la actualidad, cuando creemos que necesitamos algo, reflexionamos en aquella época. Los mejores años de nuestra juventud —en mi caso desde los 17 hasta los 23— los pasamos en Siberia. A menudo me pregunto si habríamos estado tan fuertes en sentido espiritual si no nos hubieran deportado. Creo que en aquel tiempo Siberia fue el mejor lugar para nosotras.”
“Pronto olvidé los cinco años que pasé en Siberia —explica otra hermana—. Fue como haber visto una película durante un par de horas.”
Aino Ehtmaa declara: “Nunca olvidaré el alegre baile de las auroras boreales, los helados días en los que la colorida neblina emergía del mar o de los ríos, los días polares en los que el Sol no se ocultaba por dos semanas y las noches polares en las que no había amaneceres durante dos semanas. Recuerdo las fresas que crecían durante el corto verano y las aves que se alimentaban de las ramitas de los esbeltos árboles. Pese a las dificultades, fue como si me hubiera ido de paseo a Siberia. Estando con Jehová, incluso allí se puede ser feliz”.
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[Ilustraciones y recuadro de la página 202]
Libros hechos a mano
HELMI LEEK
AÑO DE NACIMIENTO 1908
AÑO DE BAUTISMO 1945
AÑO DE FALLECIMIENTO 1998
OTROS DATOS Fue encarcelada y deportada a Siberia.
◼ POR ser testigo de Jehová, Helmi fue arrestada y deportada a Siberia. Estando allí hizo una carterita para guardar una libreta y le bordó el reconfortante texto de Romanos 8:35, que dice: “¿Quién nos separará del amor del Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, o la persecución, o el hambre, o la desnudez, o el peligro, o la espada?”.
Además, Helmi encontró unos papeles y los utilizó para hacer un libro en el que escribió algunos pensamientos bíblicos fortalecedores. Puesto que tenían pocas publicaciones impresas, muchos hermanos las copiaban enteras a mano.
Cuando regresó de Siberia, Helmi dijo a los soldados: “Gracias por haberme enviado a ver las bellas montañas de Siberia. Jamás hubiera podido pagar mi pasaje hasta allá”.
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