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Siempre quise que Jehová fuera el centro de mi vidaBiografías de testigos de Jehová
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Preparados para la persecución
En aquella época había mucha inestabilidad política en Etiopía. En 1974 empezó un periodo marcado por disturbios, arrestos y muertes. Llegó el momento en que ya no era posible predicar de casa en casa y solo podíamos reunirnos en grupos pequeños. Como la oposición iba a más, mis padres decidieron ir preparándonos para lo que pudiera pasar. Gracias a los principios bíblicos, entendimos bien lo que significa la neutralidad cristiana. También comprendimos que Jehová nos ayudaría a saber qué decir si era el momento de hablar o a no contestar nada si era el momento de callar (Mateo 10:19; 27:12, 14).
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Durante las revueltas de 1974.
Al acabar mis estudios, empecé a trabajar para una compañía aérea, Ethiopian Airlines. Una mañana, cuando llegué al trabajo, mis compañeros me felicitaron porque me habían elegido para encabezar un desfile que conmemoraba el aniversario del Gobierno. Inmediatamente le comuniqué a mi supervisor que, como era cristiana, yo era neutral y no iba a participar en esa celebración.
Al día siguiente, cuando estaba trabajando en el aeropuerto, pasó algo inesperado. Vi a lo lejos a unos hombres con rifles colgados al hombro viniendo hacia el mostrador. Di por sentado que su intención era arrestar a alguien que quería huir del país. ¡Pero entonces me señalaron a mí! Yo no entendía qué estaba pasando. Lo que estaba siendo un día de trabajo normal y corriente cambió en un instante.
Jehová no me deja sola en la prisión
Los soldados me llevaron a una oficina donde me interrogaron durante varias horas. Me preguntaban: “¿Quién les está dando el dinero a los testigos de Jehová? ¿Trabajas para el Frente de Liberación de Eritrea? ¿Colaboran tú o tu padre con el Gobierno de Estados Unidos?”. Aunque estaba bajo mucha presión, me sentía tranquila. Jehová estaba conmigo (Filipenses 4:6, 7).
Después del interrogatorio, los soldados me llevaron a una casa que estaban usando como prisión. Me pusieron en una celda que solo tenía 28 metros cuadrados (300 pies cuadrados). ¡Estaba abarrotada! Conmigo había 15 presas políticas, y todas eran jóvenes.
Cuando trabajaba para una compañía aérea.
Esa noche me acosté sobre el duro suelo de la celda todavía vestida con mi uniforme. No podía dejar de pensar en lo angustiados que estarían mis padres y mis hermanos. Sabían que me habían arrestado, pero no tenían ni idea de dónde estaba. Le rogué a Jehová que ayudara a mi familia a averiguar dónde me tenían.
Cuando desperté al día siguiente, reconocí a uno de los guardias. Al verme, se extrañó mucho y me preguntó: “Aster, ¿qué estás haciendo tú aquí?”. Le supliqué que fuera a ver a mis padres y les dijera dónde estaba. Y lo hizo. Ese mismo día recibí de ellos un paquete con comida y ropa. ¡Estaba claro que Jehová había respondido mi oración! Lo que viví ese día me confirmó que no estaba sola.
En la prisión, no me permitían tener la Biblia ni ninguna otra publicación. Y no dejaban que mi familia y mis amigos me visitaran. Pero Jehová usaba a las demás presas para animarme. Yo les predicaba todos los días, y a ellas les impresionaba mucho lo que les explicaba sobre el Reino de Dios. Muchas veces me decían: “Nosotras estamos luchando por un gobierno humano, pero tú estás luchando por el gobierno de Dios. Así que, aunque te amenacen de muerte, ¡tú no cedas, aguanta!”.
A veces, los guardias interrogaban y golpeaban a los presos. Un día, como a las once de la noche, vinieron a buscarme. Durante el interrogatorio, no paraban de acusarme. Decían que yo no apoyaba al Gobierno. Y, como me negué a repetir un eslogan político, dos guardias me golpearon. Pasé por este tipo de interrogatorios varias veces. En cada ocasión, le oraba a Jehová con todas mis fuerzas, y siempre sentía que él me ayudaba a aguantar.
Tres meses más tarde, un guardia me dijo que podía irme, que ya era libre. Por un lado, me llevé una sorpresa y me puse contenta. Pero, por otro lado, me sentí un poco triste porque ya no podría seguir hablándoles de nuestra esperanza a las jóvenes que estaban presas conmigo.
Algunos meses después, unos soldados vinieron a arrestar a los adolescentes de mi familia. En ese momento, yo no estaba en casa, pero se llevaron a dos de mis hermanas y a uno de mis hermanos. Cuando eso pasó, decidí que lo mejor en mi caso era huir del país. Aunque me dolía mucho separarme otra vez de mi familia, mi madre me dijo que fuera fuerte y que confiara en Jehová. En poco tiempo, tomé un vuelo a Estados Unidos. Fue en el momento justo, porque esa misma tarde los soldados volvieron a nuestra casa, ahora para arrestarme a mí. Como no me encontraron, se fueron directos al aeropuerto. Pero, cuando llegaron allí, mi avión ya estaba en el aire.
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Pero había algo que me angustiaba: mi familia en Etiopía seguía sufriendo intensa persecución. Mis tres hermanos todavía estaban en prisión.b Y, como allí no les daban de comer, mi madre tenía que cocinar para ellos todos los días y llevarles la comida.
En esos momentos tan complicados, Jehová fue mi refugio. Y la familia Betel me dio el consuelo y el apoyo que tanto necesitaba (Marcos 10:29, 30). Un día, el hermano John Boothc me dijo unas palabras que me llegaron al corazón: “Estamos muy contentos de que estés en Betel. Si no tuvieras la bendición de Jehová, no podrías estar aquí”. Eso me confirmó que Jehová había bendecido mi decisión de salir de Etiopía y que cuidaría de mi familia.
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