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  • ¿A dónde se han ido los fieles?
    ¡Despertad! 1996 | 8 de abril
    • ¿A dónde se han ido los fieles?

      POR EL CORRESPONSAL DE ¡DESPERTAD! EN ESPAÑA

      “Nada hay tan funesto para la religión como la indiferencia.”—EDMUND BURKE, ESTADISTA BRITÁNICO DEL SIGLO XVIII.

      EN EL norte de España, enclavada en una llanura azotada por el viento, yace la villa de Caleruega. Domina esta población medieval un impresionante monasterio románico, erigido hace setecientos años en conmemoración de Domingo de Guzmán, hijo de la localidad y fundador de la orden dominica. Alberga desde hace siete siglos a monjas que se enclaustran para llevar una vida de silencio.

      El tejado tiene goteras, y los vetustos muros empiezan a desmoronarse. Sin embargo, a la madre superiora le inquieta un deterioro mucho más generalizado: el derrumbe de la religión en general. “Cuando entré en el monasterio, hace casi treinta años, éramos cuarenta monjas —explica—. Ya solo somos dieciséis. No hay jóvenes. La vocación religiosa parece ser cosa del pasado.”

      La situación de Caleruega es representativa de gran parte de Europa. No hay oleadas antirreligiosas; tan solo, un abandono lento e inexorable. Las grandiosas catedrales europeas convocan más a los turistas que a los “fieles” del lugar. La hegemónica Iglesia de antaño, protestante o católica, sucumbe al desinterés. Impera la secularización, término que emplean los portavoces eclesiásticos para referirse al hecho de que las preocupaciones seculares, más que las religiosas, marcan el rumbo del vivir de las gentes. La religión parece haberse vuelto irrelevante. ¿Es la decadencia religiosa de Europa un anticipo de lo que pudiera ocurrir en otras regiones del globo?

      ¿Qué ocurre con la asistencia al culto?

      El fenómeno no es nada nuevo en el norte de Europa. Solo el 5% de los luteranos escandinavos van a la iglesia con regularidad. En Gran Bretaña, únicamente el 3% de los anglicanos acuden a los oficios dominicales. Ahora da la impresión de que los católicos europeos del sur siguen tras las huellas de sus vecinos septentrionales.

      En Francia, nación mayoritariamente católica, solo 1 de cada 10 ciudadanos va a misa todas las semanas. En los últimos años, el porcentaje de españoles que dicen ser “católicos practicantes” ha bajado del 83 al 31%. En 1992, Ramón Torrella, arzobispo español, afirmó en una rueda de prensa que “la España católica no existe; la gente va a procesiones de Semana Santa y a misa en Navidad, pero no lo hace cada domingo”. Durante la visita que realizó a Madrid en 1993, el papa Juan Pablo II señaló que “España necesita volver a sus raíces cristianas”.

      La irreligiosidad afecta tanto al clero como al laicado. La cantidad de ordenaciones sacerdotales descendió en 1988 a 140, menos de la mitad que en 1970, mientras que en España unos ocho mil presbíteros han colgado los hábitos para casarse. Por otra parte, algunos que aún siguen ministrando a la grey albergan dudas sobre su mensaje. Tan solo el 24% de los pastores luteranos de Suecia opinan que pueden predicar acerca del cielo y del infierno “con conciencia clara”, y la cuarta parte de los curas franceses ni siquiera están seguros de que Jesús haya resucitado.

      Primero es la recreación, y la fe a la medida, que la devoción

      ¿Qué suplanta a la religión? En muchos hogares se antepone la diversión al culto. En vez de ir a la iglesia los domingos, las familias emprenden un éxodo a la costa o la sierra durante el fin de semana. “La misa es un aburrimiento”, indica Juan, joven español típico, con gesto de aversión. Los oficios del culto no pueden competir con los partidos de fútbol ni con los conciertos de música pop, que abarrotan los estadios.

      La mengua en la asistencia no es el único síntoma del declive religioso. Muchos europeos optan por hacerse una religión a su medida. En la actualidad, todo parecido de los dogmas eclesiásticos con las creencias de sus adherentes pudiera ser pura coincidencia. La mayoría de los europeos, sean católicos o protestantes, no creen en el más allá, y el 50% de los católicos de España, Francia e Italia tampoco creen en los milagros.

      La jerarquía parece incapaz de contener la marea de inconformismo. En ningún otro asunto se ven con mayor claridad las divergencias que en la campaña pontificia contra el control de la natalidad. En 1990, el papa Juan Pablo II alentó a los farmacéuticos católicos a no despachar anticonceptivos. Aseveró que los usuarios son culpables de “contravenir las leyes de la naturaleza en detrimento de la dignidad de la persona”. Igualmente, el Catecismo de la Iglesia Católica hace resaltar que “el amor conyugal del hombre y de la mujer queda situado bajo la doble exigencia de la fidelidad y la fecundidad”.

      Pese a declaraciones tan rotundas, el matrimonio católico de término medio actúa a su manera, sin más contemplaciones. Hoy, las familias con más de dos hijos constituyen la excepción en los países católicos de la Europa meridional. En España, los preservativos, que hace veinte años casi eran productos del mercado negro, se anuncian de continuo en la televisión, y solo el 3% de las católicas francesas afirman seguir la doctrina oficial católica sobre la planificación familiar.

      Es patente que los europeos dan la espalda a las iglesias y sus doctrinas. George Carey, arzobispo de Canterbury, pintó con mucha viveza la situación del anglicanismo: “Nos estamos muriendo desangrados; es urgente que afrontemos este hecho”.

      Desde los agitados tiempos de la Reforma, nunca ha sido tan endeble la estructura religiosa europea. ¿Por qué se han vuelto apáticos en materia de religión tantos europeos? ¿Qué depara el futuro a las diversas confesiones?

  • ¿Por qué pierde influencia la Iglesia?
    ¡Despertad! 1996 | 8 de abril
    • ¿Por qué pierde influencia la Iglesia?

      “Todo estoico era estoico; pero en la cristiandad, ¿dónde está el cristiano?”—RALPH WALDO EMERSON, ENSAYISTA Y POETA ESTADOUNIDENSE DEL SIGLO XIX.

      “SOY católica, pero no practicante”, comenta una joven madre. Por otro lado, un adolescente manifiesta su más absoluta indiferencia con este coloquialismo español: “Paso de religión”. Son comentarios típicos de los jóvenes europeos. Aunque sus padres, o más probablemente sus abuelos, vayan todavía a la iglesia, la fe no se ha transmitido de una generación a otra.

      ¿Por qué han perdido generaciones enteras de europeos costumbres religiosas que eran muy estimadas?

      El temor ya no entra en juego

      Por siglos, el miedo al infierno o al purgatorio ha ejercido una profunda influencia en Europa. Ante el fuego de las pláticas y las representaciones eclesiásticas de las inextinguibles llamas infernales, muchos laicos se convencieron de que solo se librarían de la condenación asistiendo con fervor a la iglesia. Por otro lado, el Catecismo de la Iglesia Católica dice que “la Iglesia obliga a los fieles ‘a participar los domingos y días de fiesta en la divina liturgia’”.a En las zonas rurales la presión social era muy intensa: se esperaba que todo el mundo fuera a misa el domingo.

      Pero los tiempos han cambiado; la gente se cree en la libertad de hacer lo que le plazca. El temor ya no entra en juego. Se ha corrido un tupido velo sobre el infierno, pues, a fin de cuentas, la mayoría de los católicos europeos no creen en él.

      En la práctica, el “pecado” de faltar a la misa dominical no se toma muy en serio. Tirso Vaquero, párroco de la ciudad española de Madrid, admite este hecho: “Si un cristiano [católico] no viene a misa el domingo, lo lamentamos sinceramente, porque se ha perdido ese momento de comunicación con Dios y con sus hermanos, no porque haya cometido una falta o no. Eso es secundario”.

      Por lo tanto, el temor ya no es un acicate para la devoción. Pero ¿qué puede decirse de la autoridad moral de la Iglesia y sus dirigentes? ¿Consiguen que la grey les sea fiel?

      Crisis de autoridad

      La desaparición del temor religioso ha coincidido con un marcado deterioro de la moralidad eclesiástica. “Por siglos hemos tenido [...] muchísimos maestros de moral y poquísimos maestros morales”, indica en son de lamento el historiador italiano Giordano Bruno Guerri. La ausencia de guía moral se destaca particularmente en las dos guerras mundiales que asolaron a la cristiandad. Las iglesias europeas fueron incapaces de evitar que sus feligreses tomaran parte en el baño de sangre y, lo que es peor, ellas mismas se entregaron a la contienda en ambos bandos.

      “La Primera Guerra Mundial, que fue una guerra civil entre las sectas cristianas, inauguró un período de tragedia y vergüenza para el cristianismo”, señala el historiador Paul Johnson. “La II Guerra Mundial —agrega— infligió al nivel moral de la fe cristiana golpes aun más duros que la primera. Desnudó la vaciedad de las iglesias en Alemania, que era la cuna de la Reforma, y la cobardía y el egoísmo de la Santa Sede.”

      Los concordatos del Vaticano con el régimen nazi de Hitler y con los gobiernos fascistas de Musolini, en Italia, y de Franco, en España, también minaron la autoridad moral de la Iglesia. A la larga, pagó los manejos políticos con la pérdida de credibilidad.

      Se divorcian la Iglesia y el Estado

      Durante el siglo XX, la mayoría de los estados europeos han terminado por divorciarse de la Iglesia. En efecto, ninguna de las principales naciones europeas reconoce a la Iglesia Católica como religión oficial.

      Aunque las iglesias dominantes aún reciban subsidios estatales, han perdido la influencia política de antaño. No todos los eclesiásticos están conformes con la nueva situación. José María Díez-Alegría, eminente jesuita español, cree que “los hombres de Iglesia piensan (muchos de buena fe) que no pueden ejercer el oficio pastoral sin una plataforma humana de ‘poder’”.

      Pero dicha “plataforma humana de ‘poder’” se ha derrumbado. España, que se rigió hasta 1975 por el “nacional-catolicismo”, es un ejemplo de ello. En los últimos años, la jerarquía española ha sostenido una lucha sin cuartel contra el gobierno socialista por el tema de la financiación de la Iglesia. No hace mucho, el obispo de la diócesis española de Teruel afirmó sentirse “perseguido como católico” porque el gobierno español no financia adecuadamente a la Iglesia.

      En 1990, los obispos españoles aseveraron que “una profunda crisis de la conciencia y vida moral” estaba afectando a la sociedad española. ¿A qué achacaron la “crisis moral”? Según los obispos, una de las principales causas era “la mentalidad difusa, propiciada y extendida frecuentemente por instancias de la Administración pública [española]”. Por lo visto, los obispos esperan que el gobierno fomente la ideología católica y proporcione subsidios.

      ¿Practica el clero lo que predica?

      La enorme riqueza de la Iglesia Católica constituye desde antiguo una vergüenza para los sacerdotes que trabajan en las parroquias pobres. Pero la situación se hizo aún más bochornosa cuando el Banco Vaticano se vio implicado en lo que la revista Time denominó “el peor escándalo financiero en la Italia de la posguerra”. En 1987, la magistratura italiana expidió órdenes de detención en contra de un arzobispo y otras dos autoridades bancarias del Vaticano. Dada la especial situación del Vaticano en lo que a soberanía se refiere, los clérigos acusados no fueron arrestados. Pese a que el Banco Vaticano insistió en que no se había cometido ningún mal, no logró borrar la impresión de que la Iglesia no practica lo que predica. (Compárese con Mateo 23:3.)

      Los delitos contra la honestidad cometidos por el clero han causado aún más daño al recibir extensa publicidad. En mayo de 1992, un obispo irlandés famoso por su defensa del celibato sacerdotal dijo a su diócesis: “Pido perdón” y “rezad por mí”. Tuvo que dimitir al descubrirse que era padre de un muchacho de 17 años, cuya educación había costeado con fondos eclesiásticos. Un mes antes había aparecido en Alemania un cura con su “compañera” y sus dos hijas en un programa de televisión. Manifestó que su objetivo era “abrir el diálogo” sobre las relaciones clandestinas de muchos religiosos.

      Los escándalos no pueden menos que dejar huella. El historiador Guerri afirma en su libro Gli italiani sotto la Chiesa (Los italianos bajo la Iglesia) que “por siglos la Iglesia ha escandalizado a los italianos”, lo que ha generado “un anticlericalismo muy difundido, incluso entre los fieles”. Los católicos indignados tal vez sientan la tentación de plantear a sus clérigos las mismas preguntas que hizo el apóstol Pablo a los romanos: “¿Por qué robas, tú que exhortas a los otros a que no roben? ¿Por qué cometes adulterio, tú que condenas el adulterio en los demás?”. (Romanos 2:21, 22, Nuevo Testamento, Traducción interconfesional.)

      Distanciamiento entre clero y laicado

      Un problema menos evidente, pero que tal vez debilite más a las iglesias, es el abismo que media entre clérigos y laicos. Parece que, en vez de instruir a los feligreses, las pastorales de los obispos los irritan. En una encuesta realizada en España, solo el 28% de los entrevistados eligieron la opción “estoy de acuerdo con lo que dicen [los obispos]”; un porcentaje idéntico al anterior respondió: “paso de obispos”, y el 18% dijo: “no entiendo lo que dicen”. El arzobispo Ubeda, de la archidiócesis de Mallorca (España), admitió lo siguiente: “Los obispos también tenemos que asumir nuestra parte de responsabilidad en un proceso de descristianización, que es un hecho”.

      La ausencia de un mensaje bíblico claro aleja aún más al laicado. Según el periódico Catholic Herald, en Francia, “muchos sacerdotes han optado por las actividades políticas a fin de cobrar ‘relevancia’”, a pesar de que la mayoría de los feligreses preferiría que se dedicasen a asuntos espirituales. Silvano Burgalassi, sacerdote y sociólogo italiano, comenta: “Tal vez se hayan alejado [los jóvenes] por nuestro mal ejemplo. Les hemos dado el popurrí de transigencia, religión y negocio, egoísmo y adulteración”. No extraña que los sacerdotes estén perdiendo prestigio social. “Soy católico, pero no creo en los curas” es una frase que se oye con mucha frecuencia en España.

      A algunos católicos les cuesta confiar en el clero, y otros albergan serias dudas sobre las doctrinas eclesiásticas, sobre todo si a su juicio son ilógicas o poco prácticas.

      Doctrinas incomprensibles

      Un ejemplo manifiesto es la enseñanza oficial sobre el infierno. El Catecismo de la Iglesia Católica declara: “La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad”. Sin embargo, las últimas encuestas revelan que solo una cuarta parte de los católicos franceses y un tercio de sus correligionarios españoles creen que exista el infierno.

      Igualmente, en lo que a asuntos morales se refiere, los europeos tienden a ser cristianos “que siguen sus propios criterios”. Mimmi, adolescente luterana de Suecia, cree que cuestiones morales como la paternidad fuera del matrimonio son “asuntos que cada cual tiene que decidir por sí mismo”. La mayoría de las católicas francesas suscribiría su afirmación. A la hora de encararse a decisiones trascendentales, el 80% dijo que seguiría los dictados de su conciencia en vez de la doctrina eclesiástica.

      En el pasado, la autoridad de la Iglesia bastaba para reprimir las voces disidentes. Para el Vaticano, poco ha cambiado la situación. El Catecismo declara rotundamente: “Todo lo dicho sobre la interpretación de la Escritura queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia”. Esta actitud autoritaria no tiene, sin embargo, mucho respaldo. “El argumento de autoridad impera sin reserva alguna”, indica Antonio Elorza, catedrático español de Pensamiento Político, quien agrega: “La Iglesia [...] prefiere construir un recinto amurallado, consagrando frente a la historia la validez de su tradición”. Fuera del “recinto amurallado” va perdiendo influencia y autoridad.

      Además de la decadencia espiritual, los factores sociales también contribuyen ampliamente a la indiferencia religiosa. La sociedad de consumo proporciona una amplia oferta de ocio, y la mayoría de los europeos disponen tanto de las ganas como de los medios de satisfacerlas. Si se piensa en la diversión, asistir a la iglesia parece una forma un tanto aburrida de pasar la mañana del domingo. Además, los oficios religiosos no suelen llenar las necesidades espirituales del público.

      No parece probable que la religión tradicional recupere el dominio sobre la grey europea. ¿Es la religión una fuerza del pasado que correrá la misma suerte que los dinosaurios?

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