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  • La lucha entre el bien y el mal: Pugna desde tiempos ancestrales
    La Atalaya 1993 | 1 de febrero
    • La lucha entre el bien y el mal: Pugna desde tiempos ancestrales

      EN LAS películas de antes, el “bueno” siempre vencía a los malos. Pero la realidad nunca ha sido tan sencilla. Parece que lo común es que el mal prevalezca sobre el bien.

      Casi todas las noches los noticieros de televisión informan de crímenes horribles. En Milwaukee, en el norte de Estados Unidos, un hombre asesina a 11 personas y guarda los restos de sus cuerpos desmembrados en el congelador de la nevera. Al sur, en el estado de Texas, un desconocido lanza su camioneta contra una cafetería y luego dispara sin escrúpulos contra el público por espacio de diez minutos, segando la vida de 22 personas; acto seguido, se suicida. Un opositor disgustado incendia en Corea un Salón del Reino de los Testigos de Jehová y mata a 14 de las personas allí reunidas.

      Pero no solo se dan estallidos esporádicos de maldad como los que acabamos de mencionar, sino que existe otro mal horrendo que afecta al mundo: el genocidio. Se calcula que en lo que va de siglo han sido exterminados en purgas raciales y políticas un millón de armenios, seis millones de judíos y más de un millón de camboyanos. La llamada “limpieza étnica” les ha costado la vida a muchas personas en la anterior Yugoslavia. Y nadie sabe cuántos millones de personas inocentes alrededor del mundo han sido víctimas de torturas brutales.

      Tragedias como esas nos obligan a hacernos la desconcertante pregunta: ¿Por qué actúa así la gente? No podemos atribuir todas estas atrocidades a la locura de unos cuantos. La increíble envergadura del mal perpetrado tan solo en nuestro siglo descarta esta posibilidad.

      El acto malo se define como algo que es moralmente impropio. Es un acto perpetrado por alguien que puede escoger entre hacer el bien o el mal. Sin embargo, por alguna razón se tuerce su sentido moral y el mal triunfa. Pero ¿por qué y cómo sucede esto?

      Por lo general, las explicaciones religiosas del mal resultan insatisfactorias. El filósofo católico Tomás de Aquino sostuvo que “se impedirían muchos bienes si Dios no permitiese existir ningún mal”. Muchos filósofos protestantes comparten ese punto de vista. Por ejemplo, The Encyclopædia Britannica dice que Gottfried Leibniz pensaba que el mal “meramente hacía resaltar el bien en el mundo, el cual se magnifica por contraste”. En otras palabras, Leibniz creía que necesitamos el mal a fin de valorar el bien. Eso es como decirle a alguien que sufre de cáncer que su enfermedad es justamente lo que se necesita para que otros se sientan vivos y saludables de verdad.

      Las malas intenciones tienen que venir de alguna fuente. ¿Deberíamos culpar a Dios de alguna manera? La Biblia nos responde: “Al estar bajo prueba, que nadie diga: ‘Dios me somete a prueba’. Porque con cosas malas Dios no puede ser sometido a prueba, ni somete a prueba él mismo a nadie”. Entonces, si Dios no es culpable, ¿quién lo es? Los versículos que siguen responden a esa pregunta: “Cada uno es probado al ser provocado y cautivado por su propio deseo. Entonces el deseo, cuando se ha hecho fecundo, da a luz el pecado”. (Santiago 1:13-15.) De modo que una acción perjudicial se engendra cuando alguien cultiva un mal deseo y no lo rechaza. No obstante, hay otros factores que deben tenerse en cuenta.

      Las Escrituras enseñan que los malos deseos se producen debido a que la humanidad padece un defecto fundamental: la imperfección heredada. El apóstol Pablo escribió en cuanto a esto: “Así como por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y la muerte mediante el pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado”. (Romanos 5:12.) Por causa del pecado heredado, es fácil que el egoísmo anule la bondad de nuestro pensamiento y que la crueldad ahogue la compasión.

      Por supuesto, la mayoría de la gente es capaz de intuir que algunos comportamientos son incorrectos, por lo que su conciencia, o ‘la ley escrita en sus corazones’ que Pablo mencionó, la disuade de cometer ciertos males. (Romanos 2:15.) Sin embargo, un entorno que fomenta la crueldad puede embotar esa sensibilidad y amordazar una conciencia a la que se pasa por alto vez tras vez.a (Compárese con 1 Timoteo 4:2.)

      ¿Pero pudiera achacarse a la imperfección humana todo lo malo que ocurre en nuestros días? El historiador Jeffrey Burton Russell comentó: “Es cierto que todos tenemos el mal en nosotros mismos, pero aun juntando grandes cantidades de males individuales, no podríamos explicar lo que pasó en Auschwitz [...] El mal en aquella escala parece ser cuantitativa y cualitativamente distinto”. Jesucristo señaló de modo inequívoco a esa fuente de mal cualitativamente distinta.

      Poco antes de morir, Jesús explicó que los hombres que planeaban matarlo no estaban actuando completamente por su propia voluntad. Había tras ellos una fuerza invisible que los guiaba. Por esa razón les dijo: “Ustedes proceden de su padre el Diablo, y quieren hacer los deseos de su padre. Ese era homicida cuando principió, y no permaneció firme en la verdad”. (Juan 8:44.) No cabe duda de que el Diablo, a quien Jesús llamó “el gobernante de este mundo”, desempeña un papel clave en fomentar el mal. (Juan 16:11; 1 Juan 5:19.)

      Por miles de años la imperfección humana y la influencia de Satanás han causado muchísimo sufrimiento a la gente. Y lo peor es que no hay la menor indicación de que esa influencia esté cediendo. ¿Se quedará el mal entre nosotros para siempre? ¿O erradicarán las fuerzas del bien alguna vez al mal?

      [Notas a pie de página]

      a Los científicos han establecido recientemente cierta relación entre las escenas de violencia explícita en la televisión y el crimen juvenil. Los vecindarios con altos índices de criminalidad y los hogares deshechos son factores que inciden considerablemente en el comportamiento antisocial. En la Alemania nazi, la constante propaganda contra otras razas logró que alguna gente justificara y hasta glorificara las atrocidades que se cometieron con los judíos y los eslavos.

      [Reconocimiento de la foto de la portada]

      Portada: Foto U.S. Army

      [Reconocimiento en la página 3]

      Foto U.S. Army

  • ¿Vencerá el bien alguna vez al mal?
    La Atalaya 1993 | 1 de febrero
    • ¿Vencerá el bien alguna vez al mal?

      HACE casi dos mil años, Jesucristo, un hombre inocente, fue llevado ante un tribunal que decidiría la suerte que correría su vida. Hombres malvados tramaban matarlo porque decía la verdad. Lo acusaron falsamente de sedición, y la chusma pedía a gritos que lo ejecutaran. El gobernador romano, que valoraba más su prestigio político que la vida de un humilde carpintero, lo condenó a una muerte cruel. Parecía que el mal había triunfado.

      Sin embargo, la noche antes de morir, Jesús había dicho a sus discípulos: “Yo he vencido al mundo”. (Juan 16:33.) ¿Qué quiso decir con esas palabras? Pues, al menos en parte, que el mal del mundo no lo había ni amargado ni le había hecho pagar con la misma moneda. El mundo no había sido capaz de meterlo en su molde de maldad. (Compárese con Romanos 12:2.) Incluso mientras agonizaba, Jesús oró a favor de sus ejecutores: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. (Lucas 23:34.)

      Jesús demostró hasta su último suspiro que es posible vencer al mal. Exhortó a sus seguidores a que lucharan contra el mal. ¿Cómo lo harían? Siguiendo el consejo bíblico de ‘no devolver mal por mal a nadie’ y ‘seguir venciendo el mal con el bien’, tal como había hecho él. (Romanos 12:17, 21.) Ahora bien, ¿es ese un modo de vivir realista?

      La lucha contra el mal en Dachau

      Else era una prisionera alemana en Dachau que hizo un regalo inapreciable a una jovencita rusa de 14 años de edad: le dio fe y esperanza.

      Dachau fue un famoso campo de concentración donde murieron miles de personas y se sometió a macabros experimentos médicos a centenares de prisioneros, entre ellos aquella jovencita rusa. Pudiera decirse que Dachau era la personificación del mal. A pesar de todo, el bien pudo germinar y multiplicarse aun en el árido suelo de aquel horrible lugar.

      Else sentía una compasión muy profunda por aquella adolescente, a quien los guardias de las SS habían obligado a presenciar la brutal violación de su madre. A riesgo de perder la vida, Else buscó oportunidades para hablar con ella sobre el bien y el mal y sobre la esperanza bíblica de la resurrección. También enseñó a su joven amiga a amar en vez de odiar. Gracias a ella, la muchachita rusa sobrevivió a la pesadilla de Dachau.

      Else obró así porque quería seguir el ejemplo altruista de Cristo. Como testigo de Jehová, había aprendido a no devolver mal por mal a nadie, y su fe la impulsó a ayudar a su semejante a hacer lo mismo. Aunque sufrió en Dachau, Else consiguió una victoria moral sobre aquel malvado régimen. Y no fue la única.

      Paul Johnson escribió en el libro A History of Christianity (Historia del cristianismo) que “[los testigos de Jehová] no quisieron cooperar de ninguna manera con el estado nazi, al que denunciaron como totalmente malvado. [...] El noventa y siete por ciento sufrió persecución de una forma u otra”. ¿Era una batalla perdida? En la obra Values and Violence in Auschwitz (Virtudes y violencia en Auschwitz), la socióloga polaca Anna Pawelczynska dijo acerca de los Testigos: “Este grupito de prisioneros constituía una sólida fuerza ideológica, y ganó su batalla contra el nazismo”.

      No obstante, para la mayoría de nosotros, la batalla más fuerte es la que tenemos que librar en nuestro interior, una lucha dentro de nosotros mismos.

      Cómo vencer el mal que tenemos dentro

      El apóstol Pablo describió esta lucha de la siguiente manera: “El bien que quiero, no lo realizo, mientras que el mal que no quiero, lo llevo a la práctica”. (Romanos 7:19, Nuevo Testamento de González Ruiz.) Pablo sabía que hacer el bien no siempre era lo más natural.

      Eugenio,a un joven español, luchó durante dos largos años contra sus malas tendencias. “Tenía que ser duro conmigo mismo —relata—. Desde temprana edad manifesté cierta predilección por las prácticas inmorales. De adolescente participé en orgías homosexuales, y, para ser franco, me gustaba ese estilo de vida.” Pero ¿qué hizo que quisiera cambiar?

      “Deseaba agradar a Dios, y había aprendido en la Biblia que él desaprobaba mi estilo de vida —dice Eugenio—. Decidí cambiar de vida, ser una persona diferente y guiarme por las normas divinas. Tenía que luchar a diario contra los pensamientos sucios y negativos que aún me inundaban la mente. Pero me propuse ganar la batalla. Pedí ayuda a Dios en oración incesantemente, y después de dos años había superado lo peor, aunque todavía sigo siendo exigente conmigo mismo. Sin embargo, la batalla ha valido la pena: he recuperado mi dignidad, disfruto de un matrimonio feliz y, sobre todo, de una buena relación con Dios. Sé por experiencia que los malos pensamientos se pueden desarraigar antes de que den fruto, siempre y cuando pongamos todo nuestro empeño.”

      Cada vez que despedimos de la mente un pensamiento malsano y cada vez que rehusamos devolver mal por mal, el bien vence al mal. No obstante, aunque esas son victorias valiosas, no eliminan las dos fuentes principales del mal. Por más que nos esforcemos, no podemos vencer completamente nuestras debilidades heredadas ni la mala influencia que ejerce Satanás sobre la humanidad. Entonces, ¿cambiará alguna vez esta situación?

      El Diablo es reducido a nada

      El que Jesús se mantuviera fiel hasta la muerte supuso una gran derrota para Satanás. Su fallido intento de quebrantar la integridad de Jesús señaló el principio de su fin. Como dice la Biblia, Jesús murió “para que por su muerte redujera a nada [...] al Diablo”. (Hebreos 2:14.) Después de su resurrección, dijo a sus discípulos: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y sobre la Tierra”. (Mateo 28:18.) Él iba a utilizar esa autoridad para anular las obras de Satanás.

      En Revelación se escribió sobre el día en que Jesús echaría a Satanás de los cielos. A este Gran Malhechor y a sus demonios se les confinaría en la vecindad de la Tierra. Por ello, la Biblia dice que el mal abundaría: “¡Ay de la tierra y del mar!, porque el Diablo ha descendido a ustedes, teniendo gran cólera, sabiendo que tiene un corto espacio de tiempo”. (Revelación 12:7-9, 12.)

      La profecía bíblica indica que ese acontecimiento histórico ya ocurrió, en los días de la I Guerra Mundial.b De ahí que hayamos presenciado en nuestros días un notorio aumento de la maldad. Pero pronto Satanás será totalmente restringido de modo que no pueda influir en nadie. (Véase Revelación 20:1-3.)

      ¿Qué significará ese suceso para la humanidad?

      “No harán daño”

      En calidad de Rey del Reino de Dios, Jesús utilizará su ‘autoridad sobre la Tierra’ para organizar un programa de rehabilitación espiritual. ‘Justicia es lo que los habitantes de la tierra productiva ciertamente aprenderán.’ (Isaías 26:9.) Todo el mundo podrá ver los beneficios de ese programa. La Biblia nos asegura: “No harán ningún daño [“no cometerán el mal”, La Nueva Biblia Latinoamérica] ni causarán ninguna ruina [...] porque la tierra ciertamente estará llena del conocimiento de Jehová como las aguas cubren el mismísimo mar”. (Isaías 11:9.)

      En la actualidad es posible vencer muchas inclinaciones malas. Pero cuando desaparezca la influencia demoníaca, sin duda será mucho, muchísimo más fácil ‘apartarse de lo que es malo y hacer lo que es bueno’. (1 Pedro 3:11.)

      Podemos estar seguros de que el bien vencerá para siempre al mal porque Dios es bueno, y con su ayuda los que desean hacer el bien pueden vencer al mal, como demostró el ejemplo de Jesús. (Salmo 119:68.) Todos los que hoy quieren luchar contra el mal pueden abrigar la esperanza de vivir en una Tierra limpia bajo la gobernación del Reino de Dios, un gobierno comprometido con la erradicación del mal para siempre. El salmista dijo cuál sería el resultado: “En cuanto a la bondad amorosa y el apego a la verdad, se han encontrado; la justicia y la paz... se han besado. El apego a la verdad mismo brotará de la mismísima tierra, y la justicia misma mirará desde los mismísimos cielos”. (Salmo 85:10, 11.)

      [Notas a pie de página]

      a No es su verdadero nombre.

      b Si se desea más información, véanse las páginas 20-22 del libro Usted puede vivir para siempre en el paraíso en la Tierra, publicado por Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc.

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