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Sáquele partido a su curiosidadLa Atalaya 2008 | 1 de junio
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Un ejemplo inspirador
La curiosidad, desde luego, tiene su lado positivo. Veamos el caso de Alexander von Humboldt, naturalista y explorador alemán del siglo XIX, a quien la corriente de Humboldt, que bordea la costa oeste de Sudamérica, debe su nombre.
En cierta ocasión, Humboldt dijo: “Desde mi temprana juventud [tuve] el afanoso deseo de recorrer tierras lejanas, poco visitadas por europeos”. Según él mismo relató, llegó a sentir “una secreta fascinación que a veces llegaba a ser casi irresistible”. A los 29 años emprendió una expedición por América Central y del Sur, que duró cinco años. Con toda la información que reunió, redactó una crónica de treinta volúmenes sobre sus viajes.
Cualquier cosa le llamaba la atención: la temperatura del océano, los peces que lo poblaban, las plantas que encontraba a su paso. En sus viajes escaló montañas, exploró ríos y surcó los mares. Sus investigaciones sentaron las bases de varios campos de la ciencia moderna. ¿Qué lo impulsaba a investigar? Su desbordante curiosidad y un insaciable deseo de aprender que lo acompañó toda su vida. En palabras del ensayista estadounidense Ralph Waldo Emerson, “Humboldt fue uno de esos prodigios del mundo [...] que surgen de vez en cuando como para mostrarnos las posibilidades de la mente humana, la fuerza y la envergadura de nuestras facultades”.
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Sáquele partido a su curiosidadLa Atalaya 2008 | 1 de junio
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[Ilustración de la página 19]
Alexander von Humboldt
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