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Imitemos al Gran Formador de DiscípulosLa Atalaya 2007 | 15 de noviembre
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Jesús animaba a sus oyentes a expresarse
4. ¿Por qué podemos decir que Jesús sabía escuchar?
4 Ya a temprana edad, Jesús acostumbraba escuchar a los demás y los animaba a dar su opinión. Así, cuando tenía 12 años, sus padres lo encontraron entre los maestros del templo, “escuchándoles e interrogándolos” (Lucas 2:46). Él no había ido a abochornarlos con su gran conocimiento. Había ido a escuchar, aunque también planteó preguntas. Su disposición a escuchar fue, seguramente, una de las cualidades que le ganaron el favor de Dios y de la gente (Lucas 2:52).
5, 6. ¿Qué ejemplos nos muestran que Jesús escuchaba los comentarios de las personas a las que enseñaba?
5 Cuando se bautizó y fue ungido como Mesías, Jesús no perdió el interés por escuchar. Nunca estuvo tan inmerso en su labor de enseñar que se olvidara de prestar atención a sus oyentes. Muchas veces, hacía una pausa, les pedía su opinión y luego estaba pendiente de sus respuestas (Mateo 16:13-15). Por ejemplo, cuando Marta perdió a su hermano Lázaro, Jesús le dijo: “Todo el que vive y ejerce fe en mí no morirá jamás”. Acto seguido, le preguntó: “¿Crees tú esto?”. Y sin duda escuchó la respuesta de Marta: “Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios” (Juan 11:26, 27). ¡Qué contento debió de sentirse Jesús ante tal muestra de fe!
6 En otra ocasión, al ver que muchos de sus discípulos decidían abandonarle, Jesús quiso saber cuál era el parecer de sus apóstoles, de modo que les dijo: “Ustedes no quieren irse también, ¿verdad?”. Ante aquello, Simón Pedro le contestó: “Señor, ¿a quién nos iremos? Tú tienes dichos de vida eterna; y nosotros hemos creído y llegado a conocer que tú eres el Santo de Dios” (Juan 6:66-69). ¡Cuánto tuvieron que complacer estas palabras a Jesús! Ciertamente, uno se siente igual cuando oye a un estudiante de la Biblia hacer comentarios que evidencian su fe.
Jesús mostraba respeto a sus oyentes
7. ¿Por qué pusieron fe en Jesús muchos samaritanos?
7 Hay otra razón por la que Jesús tenía éxito en la obra de hacer discípulos: se preocupaba por sus oyentes y les mostraba respeto cuando hablaban. Recordemos la ocasión en que dio testimonio a una samaritana junto al pozo de Jacob, en la localidad de Sicar. Jesús no monopolizó la conversación, sino que dejó que la mujer se expresara. Al escucharla atentamente, pudo observar que le interesaba el tema de la adoración, y por ello le dijo que Dios buscaba personas dispuestas a adorarlo con espíritu y verdad. Como Jesús había demostrado respeto e interés, ella corrió a hablar de él a sus vecinos, y “muchos de los samaritanos de aquella ciudad pusieron fe en él a causa de la palabra de la mujer” (Juan 4:5-29, 39-42).
8. ¿Cómo podríamos entablar conversaciones en el ministerio aprovechando que a la gente le gusta dar su opinión?
8 Por regla general, a todos nos gusta opinar. Y los habitantes de la antigua Atenas no eran la excepción. En realidad, les encantaba decir lo que pensaban y enterarse de las novedades. Pablo aprovechó este hecho para pronunciar un eficaz discurso en aquella ciudad, concretamente en el Areópago (Hechos 17:18-34). De igual modo, hoy, cuando llegamos a un hogar, podemos entablar una conversación diciendo algo así: “Me gustaría saber su opinión sobre [un asunto en particular]”. Y cuando nuestro oyente se exprese, debemos escucharlo y luego hacer algún comentario sobre lo que ha dicho o formular una pregunta pertinente. A continuación, sería bueno indicarle con tacto lo que dice la Biblia sobre ese asunto.
Jesús siempre sabía qué decir
9. ¿Qué hizo Jesús antes de “[abrirles] por completo [el sentido de] las Escrituras” a Cleopas y su compañero?
9 Jesús nunca se quedaba sin palabras. Además de ser buen oyente, sabía por lo general en qué estaban pensando sus interlocutores y tenía muy claro lo que debía decir (Mateo 9:4; 12:22-30; Lucas 9:46, 47). Pongamos un caso. Poco después de la resurrección de Cristo, dos de sus discípulos caminaban de Jerusalén a Emaús. El Evangelio señala: “Mientras iban conversando y hablando, Jesús mismo se acercó y se puso a andar con ellos; pero se impidió que los ojos de ellos lo reconocieran. Él les dijo: ‘¿Qué asuntos son estos que consideran entre ustedes mientras van andando?’. Y ellos se detuvieron con rostros tristes. En respuesta, el que tenía por nombre Cleopas le dijo: ‘¿Moras tú solo como forastero en Jerusalén y por eso no sabes las cosas que han ocurrido en ella en estos días?’. Y él les dijo: ‘¿Qué cosas?’”. Ellos le contaron que Jesús el Nazareno, conocido por sus enseñanzas y milagros, había sido ejecutado, aunque algunos afirmaban que se había levantado de entre los muertos. El Gran Maestro escuchó a Cleopas y a su compañero, y luego les explicó lo que necesitaban saber, “[abriéndoles] por completo [el sentido de] las Escrituras” (Lucas 24:13-27, 32).
10. ¿Cómo podemos determinar qué creencias tienen las personas a las que visitamos?
10 Ahora bien, nosotros muchas veces no tenemos la menor idea de las creencias de la persona con la que hablamos. ¿Cómo lograremos determinar lo que piensa? Una posibilidad es mencionarle que nos gusta saber la opinión de la gente sobre el tema de la oración. Entonces pudiéramos preguntarle: “¿Qué le parece a usted? ¿Habrá alguien que nos escuche cuando oramos?”. La respuesta que nos dé tal vez revele detalles significativos sobre su manera de pensar y su formación religiosa. Si tiene inclinaciones espirituales, quizás consigamos profundizar más preguntándole: “¿Cree que Dios acepta todas las oraciones, o que rechaza algunas?”. Esta pregunta, u otra por el estilo, seguramente dará pie a una conversación distendida. Si resulta adecuado incluir algún comentario de la Biblia, debemos hacerlo con delicadeza, sin atacar sus creencias. Si la persona disfruta conversando con nosotros, es más probable que quiera volver a recibirnos. Pero ¿y si nos hace una pregunta que no sabemos responder? Lo mejor es quedar en regresar más tarde, cuando hayamos investigado el asunto y estemos listos para dar “razón de [nuestra] esperanza [...] con genio apacible y profundo respeto” (1 Pedro 3:15).
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Imitemos al Gran Formador de DiscípulosLa Atalaya 2007 | 15 de noviembre
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¿Cómo podemos animar a la gente a darnos su opinión acerca de la Palabra de Dios? Un método que funciona bien en algunos lugares es preguntar: “¿Le parece que la Biblia es difícil de entender?”. La respuesta que nos den reflejará su actitud hacia las cosas espirituales. Otra posibilidad sería leer un pasaje bíblico y preguntar: “¿Qué opina de lo que hemos leído?”. Al igual que Jesús, podemos obtener buenos resultados en el ministerio haciendo preguntas bien pensadas. Pero, como veremos, hay que tener cuidado.
Jesús empleaba hábilmente las preguntas
14. ¿Cómo lograremos que la gente nos dé su opinión sin someterla a un interrogatorio?
14 Aunque nos interesamos por lo que opina la gente, no queremos incomodarla. Por eso, seguimos el ejemplo de Jesús. Él no sometía a nadie a un interrogatorio implacable. Más bien, empleaba preguntas que hacían pensar. Además, escuchaba con amabilidad a las personas sinceras y conseguía que estuvieran tranquilas y a gusto (Mateo 11:28). Todo el mundo se sentía con la libertad de mencionarle sus preocupaciones (Marcos 1:40; 5:35, 36; 10:13, 17, 46, 47). En nuestro caso es igual: si queremos que nuestros oyentes sean francos y nos expresen sus opiniones acerca de la Biblia y sus enseñanzas, tenemos que evitar los interrogatorios.
15, 16. ¿Cómo podemos animar a la gente a conversar sobre temas religiosos?
15 Además de emplear hábilmente las preguntas, podemos entablar conversaciones haciendo una afirmación interesante y luego fijándonos en qué reacción provoca. Jesús recurrió a esta técnica cuando le dijo a Nicodemo: “A menos que uno nazca de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Eran unas palabras tan sorprendentes que Nicodemo no pudo menos que reaccionar con asombro y seguir escuchando a Jesús (Juan 3:4-20). Si adoptamos esta técnica, es fácil que las personas se animen a conversar.
16 En regiones del mundo tan distintas como África, Europa oriental y Latinoamérica se está hablando mucho últimamente de la presencia cada vez mayor de nuevas religiones. En tales lugares pudieran comenzarse muchas conversaciones diciendo: “Me llama la atención el hecho de que existan tantas religiones. Al mismo tiempo, tengo la esperanza de que la religión verdadera pronto unirá a la gente de todas las naciones. ¿Le atrae a usted esa idea?”. Al mencionar aspectos de nuestra esperanza que despierten la curiosidad de las personas, probablemente logremos que expresen su parecer. También será más fácil que nos contesten si les hacemos preguntas que solo admitan dos respuestas (Mateo 17:25). Y una vez que hayan respondido, contestemos nosotros la pregunta con un versículo o dos de las Escrituras (Isaías 11:9; Sofonías 3:9). Si los escuchamos con interés y nos fijamos en su reacción, podremos determinar el tema que trataremos en la próxima visita.
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