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  • Predicación pública y de casa en casa
    Los testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios
    • Los discursos grabados desempeñaron también un papel muy importante durante los años treinta y comienzos de los cuarenta. En 1934 algunos Testigos empezaron a llevar consigo gramófonos portátiles cuando testificaban. Como el aparato era bastante pesado, lo dejaban en el automóvil o en un lugar apropiado hasta que encontraban a alguien que estuviera dispuesto a escuchar un discurso bíblico grabado. Luego, en 1937, se empezó a usar el gramófono portátil en las puertas. El procedimiento era sencillo: después de decir que tenía un mensaje bíblico importante, el Testigo ponía la aguja en el disco y dejaba que este hablara por él. Kasper Keim, precursor alemán que servía en los Países Bajos, quedó muy agradecido por su “Aarón”, como solía llamar al gramófono, pues le costaba mucho trabajo testificar en holandés. (Compárese con Éxodo 4:14-16.) A veces, familias enteras movidas por la curiosidad escuchaban los discos.

      En 1940 había más de cuarenta mil gramófonos en uso. Ese año se presentó un nuevo modelo vertical diseñado y construido por los Testigos, y se usó particularmente en América. Este despertaba aún más la curiosidad de la gente, porque no podían ver el disco mientras sonaba. Los discos eran de 78 rpm y duraban cuatro minutos y medio. Los títulos eran breves y directos: “El Reino”, “La oración”, “El camino a la vida”, “La Trinidad”, “El Purgatorio”, “Por qué el clero se opone a la verdad”. Se grabaron más de noventa discursos diferentes y se pusieron en servicio más de un millón de discos. Las presentaciones eran claras y fáciles de entender. Muchos amos de casa escuchaban atentamente; algunos respondían con violencia. Pero se daba un testimonio eficaz y consecuente.

  • Predicación pública y de casa en casa
    Los testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios
    • Para 1933 empleaban potentes máquinas sonoras con el fin de que se pudieran escuchar en lugares públicos grabaciones de claros discursos bíblicos. Los hermanos Smets y Poelmans acoplaron su equipo a un triciclo y se quedaban de pie junto a él mientras el mensaje resonaba en los mercados y cerca de las iglesias de Lieja (Bélgica). Muchas veces pasaban allí diez horas al día. En Jamaica la gente se congregaba rápidamente cuando oía música, así que en este caso era lo primero que los hermanos ponían. Cuando la gente salía del campo a la carretera para ver qué pasaba, se encontraba con los testigos de Jehová publicando el mensaje del Reino.

      Algunas de estas máquinas sonoras se instalaban en automóviles y barcos, y se colocaban altavoces sobre estos para que el sonido se oyera desde lejos. Bert y Vi Horton, de Australia, conducían una camioneta sobre la cual tenían una gran bocina que llevaba la inscripción: “El mensaje del Reino”. Cierto año hicieron que resonaran por casi todas las calles de Melbourne emocionantes discursos que desenmascaraban la religión falsa y describían animadoramente las bendiciones del Reino de Dios. En aquel tiempo Claude Goodman era precursor en la India. El empleo de automóviles con altavoces y también de discos en las lenguas locales le permitió llegar a grandes multitudes en los bazares, los parques, las carreteras: dondequiera que podía hallar a la gente.

      Cuando los hermanos del Líbano estacionaban su automóvil en lo alto de una colina y ponían los discursos, el sonido se oía hasta en los valles. Puesto que los aldeanos no veían de dónde procedía la voz, ¡algunas veces se asustaban al pensar que era Dios quien les hablaba desde el cielo!

      No obstante, hubo algunos momentos de tensión para los hermanos. Por ejemplo, en una ocasión el sacerdote de una aldea de Siria dejó la comida en la mesa y, agarrando su bastón grande, salió corriendo hacia la multitud que se reunía para oír un discurso bíblico que se transmitiría desde un automóvil con altavoces. Agitando el bastón con furia, les ordenó: “¡Paren! ¡Les ordeno que paren!”. Pero los hermanos se dieron cuenta de que no todos los presentes estaban de acuerdo con él; algunos querían escuchar el discurso. De pronto, ¡ciertas personas de la multitud alzaron al sacerdote y lo llevaron hasta su casa, donde lo dejaron sentado a la mesa del comedor! Pese a la oposición del clero, los valerosos Testigos se encargaron de que la gente tuviera la oportunidad de oír el mensaje.

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