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  • Hablemos la palabra de Dios con valentía
    La Atalaya 2010 | 15 de febrero
    • Lejos de orar por el fin de la persecución, elevaron este ruego junto con otros cristianos: “Jehová, da atención a sus amenazas, y concede a tus esclavos que sigan hablando tu palabra con todo denuedo” (Hech. 4:5, 19, 20, 29). ¿Cómo respondió Jehová a su petición? (Léase Hechos 4:31.) Les infundió valentía dándoles su espíritu. Hoy también puede dárnoslo a nosotros. Pero ¿qué debemos hacer para recibirlo y contar con su guía en el ministerio?

      Cómo podemos cobrar valor

      6, 7. ¿Cuál es la forma más directa de recibir el espíritu santo? Mencione algún ejemplo.

      6 La forma más directa de recibir el espíritu santo es solicitarlo. Jesús dijo a sus oyentes: “Si ustedes, aunque son inicuos, saben dar buenos regalos a sus hijos, ¡con cuánta más razón dará el Padre en el cielo espíritu santo a los que le piden!” (Luc. 11:13). Estas palabras nos animan a rogar constantemente a Jehová que nos conceda su fuerza activa. Podemos hacerlo, en particular, cuando necesitemos valor para emprender alguna faceta del ministerio que nos intimide, como la predicación en situaciones informales, en las calles o en locales de negocios (1 Tes. 5:17).

      7 Así lo hizo una cristiana llamada Rosa.a Un día, cuando se encontraba en el centro educativo donde trabaja, vio que una maestra estaba leyendo un informe de otra escuela sobre el maltrato infantil. La profesora se indignó tanto por lo que leyó que exclamó: “¡Adónde iremos a parar!”. La hermana no desperdició la ocasión de darle testimonio. ¿De dónde sacó el valor para hablarle? “Le pedí a Jehová que me ayudara con su espíritu”, señaló. Consiguió darle una buena explicación y quedó en hablar con ella más adelante. Otro caso semejante es el de Milane, de cinco años, quien vive en la ciudad de Nueva York. “Antes de ir a la escuela —cuenta la niña—, mi mamá y yo siempre hacemos una oración.” ¿Y qué le pide la madre a Jehová? Que le dé fuerzas a Milane para ser firme y hablar de su Dios. “Gracias a esto —dice la madre—, mi hija ha logrado explicar su postura sobre los cumpleaños y los días festivos, y ha podido negarse a participar en esas celebraciones.” ¡Qué ejemplos tan claros de lo útil que es orar para recibir valor!

      8. ¿Qué nos enseña el ejemplo de Jeremías?

      8 Meditemos también sobre la ayuda que recibió Jeremías para vencer sus temores. Cuando Jehová lo comisionó como profeta de las naciones, se excusó así: “Mira que realmente no sé hablar, pues solo soy un muchacho” (Jer. 1:4-6). Pero con el tiempo llegó a anunciar los juicios de Jehová con tanta persistencia y energía que muchos lo consideraron un catastrofista, un pájaro de mal agüero (Jer. 38:4). Por más de sesenta y cinco años, cumplió resueltamente con su labor. Su valerosa predicación lo hizo tan conocido en Israel que seis siglos más tarde, al ver la intrepidez de Jesús, la gente creyó que era Jeremías resucitado (Mat. 16:13, 14). ¿Cómo logró superar el profeta la indecisión y la timidez? Él mismo lo explica: “[El mensaje divino que tenía] en mi corazón resultó ser como un fuego ardiente, encerrado en mis huesos; y me cansé de contener[lo]” (Jer. 20:9). La irresistible fuerza de la palabra de Jehová lo impulsó a hablar.

      9. ¿Cómo puede tener la Palabra de Dios la misma influencia en nosotros que en Jeremías?

      9 En su carta a los Hebreos, Pablo escribió: “La palabra de Dios es viva, y ejerce poder, y es más aguda que toda espada de dos filos, y penetra hasta dividir entre alma y espíritu, y entre coyunturas y su tuétano, y puede discernir pensamientos e intenciones del corazón” (Heb. 4:12). La palabra de Dios —o sea, el mensaje divino— influye en nosotros del mismo modo que lo hizo en Jeremías. Recordemos que la Biblia no es fruto de la sabiduría humana. Aunque es cierto que la escribieron hombres, estos actuaron por inspiración divina. Es como leemos en 2 Pedro 1:21: “La profecía no fue traída en ningún tiempo por la voluntad del hombre, sino que hombres hablaron de parte de Dios al ser llevados por espíritu santo”. Por eso, cuando estudiamos con interés las Escrituras, llenamos la mente con el mensaje que se transmitió mediante el espíritu santo (léase 1 Corintios 2:10). Y ese mensaje llega a ser “como un fuego ardiente” en nuestro interior que no nos deja quedarnos callados.

      10, 11. a) ¿Qué clase de estudio nos ayudará a predicar con más valentía? b) Mencione algún paso que piensa dar para mejorar su programa de estudio personal.

      10 Si queremos que el estudio personal influya significativamente en nosotros, el mensaje bíblico debe penetrar hondo en nuestro corazón y cambiarnos por dentro. Pensemos en Ezequiel. En una visión, Jehová le pidió que comiera un rollo que contenía una enérgica denuncia contra un pueblo insensible. El profeta tenía que asimilar aquel mensaje hasta hacerlo parte de su ser. De este modo, la tarea de proclamarlo le resultaría tan agradable como la miel (léase Ezequiel 2:8–3:4, 7-9).

      11 Hoy nos encontramos en una situación semejante a la de Ezequiel. No es fácil proclamar el mensaje divino, pues muchos no quieren ni oír hablar de él. Para perseverar en nuestra labor, es esencial estudiar de un modo que nos permita absorber bien el mensaje de las Escrituras. Y no podemos dejarlo a la casualidad; tenemos que seguir fielmente un programa. Nuestro deseo debe ser imitar al salmista que cantó: “Que los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón lleguen a ser placenteros delante de ti, oh Jehová, mi Roca y mi Redentor” (Sal. 19:14). Es fundamental meditar en la lectura de la Biblia, pues así se grabarán sus verdades en el corazón. Sin lugar a dudas, todos hemos de esforzarnos por mejorar nuestro estudio personal.b

      12. ¿Por qué es necesario asistir a las reuniones para recibir la guía del espíritu?

      12 Otra forma de recibir espíritu santo es aplicar el siguiente consejo: “Considerémonos unos a otros para incitarnos al amor y a las obras excelentes, sin abandonar el reunirnos” (Heb. 10:24, 25). La congregación es uno de los medios por los que nos dirige el espíritu; por eso, si queremos que este nos guíe, hemos de hacer todo lo posible por asistir a las reuniones, escuchar con atención y poner en práctica lo que aprendemos (léase Revelación 3:6).

      Los beneficios de ser valerosos

      13. ¿Qué conclusión sacamos al examinar la predicación de los cristianos en el siglo primero?

      13 El espíritu santo, la fuerza más poderosa del universo, brinda a los siervos de Jehová las energías necesarias para hacer su voluntad. Así sucedió en el caso de los cristianos del siglo primero, quienes lograron realizar una obra de gran magnitud: predicar las buenas nuevas “en toda la creación que está bajo el cielo” (Col. 1:23). Si tenemos en cuenta que la mayoría de aquellos hombres y mujeres eran “iletrados y del vulgo”, es inevitable concluir que actuaron bajo el impulso de una fuerza sobrehumana (Hech. 4:13).

      14. ¿Qué necesitamos para tener una actitud fervorosa?

      14 Los cristianos deben vivir de un modo que permita que el espíritu los dirija, pues así efectuarán su ministerio sin temor. Algo que los ayudará a que “fulguren con el espíritu” es pedírselo siempre a Jehová, realizar diligentemente su estudio personal, meditar con la ayuda de la oración y asistir a todas las reuniones (Rom. 12:11). Tenemos el ejemplo de “cierto judío de nombre Apolos, natural de Alejandría, varón elocuente, [que] llegó a Éfeso”. ¿Qué le permitía enseñar con intrepidez? La Biblia da la respuesta: “Puesto que estaba fulgurante con el espíritu, iba hablando y enseñando con exactitud las cosas acerca de Jesús” (Hech. 18:24, 25). Si nosotros también nos dejamos “animar por el fuego del Espíritu”, mostraremos aún más valentía al predicar de casa en casa e informalmente (Rom. 12:11, Senén Vidal).

      15. ¿Qué beneficios obtenemos al predicar con más valor?

      15 Al participar con decisión en el ministerio, veremos resultados muy positivos. Primero, mejorará nuestra actitud, pues comprobaremos en más ocasiones los beneficios de nuestra importante labor. Segundo, aumentará nuestro gozo y entusiasmo, pues enseñaremos con más habilidad. Y, tercero, se avivará nuestro celo, pues tendremos muy claro lo urgente que es la predicación.

      16. ¿Qué podemos hacer si ya no tenemos tantas ganas de predicar como antes?

      16 Pero ¿qué podemos hacer si ya no tenemos tantas ganas de predicar como antes? Lo primero de todo, realizar un autoexamen sincero, tal y como nos recomienda Pablo: “Sigan poniéndose a prueba para ver si están en la fe, sigan dando prueba de lo que ustedes mismos son” (2 Cor. 13:5). Preguntémonos: “¿Mantengo vivo el fuego del espíritu? ¿Le pido a Jehová que me dé su fuerza activa? ¿Muestran mis oraciones que confío en que Dios me ayudará a hacer su voluntad? ¿Le doy las gracias por el honor de servir en el ministerio? ¿Tengo buenos hábitos de estudio? ¿Cuánto tiempo dedico a meditar en lo que leo y escucho? ¿Participo activamente en las reuniones?”. Plantearnos preguntas como estas nos permitirá identificar nuestros puntos débiles y tomar las medidas que correspondan.

      Dejemos que el espíritu nos infunda valor

      17, 18. a) ¿Qué proporciones ha adquirido la predicación? b) ¿Cómo podemos proclamar las buenas nuevas con “la mayor franqueza de expresión”?

      17 Jesús resucitado les dijo a sus discípulos: “Recibirán poder cuando el espíritu santo llegue sobre ustedes, y serán testigos de mí tanto en Jerusalén como en toda Judea, y en Samaria, y hasta la parte más distante de la tierra” (Hech. 1:8). La obra que se inició entonces ha adquirido proporciones históricas. Ya hay siete millones de Testigos anunciando el Reino en más de doscientos treinta países y territorios. Y cada año dedican al ministerio casi mil quinientos millones de horas. ¡Qué emocionante es colaborar en esta proclamación que nunca se repetirá!

      18 Al igual que en el siglo primero, la predicación mundial se lleva a cabo bajo la dirección del espíritu santo. Si cedemos a su influencia, realizaremos nuestro ministerio con “la mayor franqueza de expresión” (Hech. 28:31). Por tanto, dejemos que el espíritu guíe siempre nuestros pasos mientras seguimos declarando las buenas nuevas del Reino.

  • Manejemos hábilmente “la espada del espíritu”
    La Atalaya 2010 | 15 de febrero
    • Como explicó el artículo anterior, el espíritu nos permite hablar “la palabra de Dios con denuedo” (Hech. 4:31). Pero también nos ayuda a efectuar el ministerio con habilidad. ¿Cuál es una manera de adquirir más destreza? Usar bien el arma más poderosa que nos ha dado Jehová: su Palabra inspirada, la Biblia (2 Tim. 3:16). Dado que su mensaje es producto del espíritu santo, cuando proclamamos las verdades bíblicas lo hacemos guiados por esa fuerza.

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