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Fui probado en el horno ardiente de la aflicciónLa Atalaya 2003 | 1 de febrero
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Arrojados a un horno ardiente
Yo fui uno de los tres hermanos a los que detuvieron, y mi esposa ni siquiera vino a verme al cuartel de la policía. Nuestra primera parada fue la prisión de Iráklion, donde, como describí al principio, me sentí solo y desalentado. Había dejado atrás una esposa joven que no compartía mis creencias y dos niños pequeños. Oré con fervor a Jehová pidiéndole que me ayudara, y sus palabras recogidas en Hebreos 13:5 me vinieron a la memoria: “De ningún modo te dejaré y de ningún modo te desampararé”. Comprendí que el proceder sabio era confiar de lleno en Jehová (Proverbios 3:5).
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Fui probado en el horno ardiente de la aflicciónLa Atalaya 2003 | 1 de febrero
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Desde mi destierro continué escribiendo a mi querida esposa sin recibir jamás respuesta de ella. Pero eso no me retuvo de escribirle con ternura, consolándola y asegurándole que aquello era temporal y que seríamos felices de nuevo.
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Fui probado en el horno ardiente de la aflicciónLa Atalaya 2003 | 1 de febrero
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Una bendición inesperada, seguida de más aflicción
A finales de 1950 fui puesto en libertad. Regresé a casa débil, pálido, demacrado e inseguro de cómo me recibirían. ¡Cuánta alegría me produjo volver a ver a mi esposa y mis hijos! De hecho, me sorprendí al observar que la hostilidad de Frosini había disminuido. Las cartas que le envié desde prisión surtieron efecto, y mi aguante y persistencia la habían conmovido. Poco después tuvimos una larga y conciliadora conversación. Ella aceptó un estudio bíblico y llegó a cultivar fe en Jehová y sus promesas. El día que yo mismo la bauticé como sierva dedicada de Jehová, en 1952, fue uno de los más felices de mi vida.
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