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  • Marquesas y Tuamotú reciben la invitación de “vivir para siempre en el paraís

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  • Marquesas y Tuamotú reciben la invitación de “vivir para siempre en el paraís
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1986
  • Subtítulos
  • El modo de vivir sencillo de los isleños
  • En Nuku Hiva
  • Rumbo a las otras islas
  • Rumbo a las Tuamotú
  • Recuerdos inolvidables
La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1986
w86 15/10 págs. 25-28

Marquesas y Tuamotú reciben la invitación de “vivir para siempre en el paraíso”

DESPUÉS de un vuelo de unos 1.450 kilómetros (900 millas) al noreste de Tahití, mi esposa y yo llegamos a Nuku Hiva, la isla principal de las islas Marquesas. En el mapa estas islas parecen simples puntitos en el sur del inmenso océano Pacífico. No obstante, quedamos impresionados por su belleza natural.

Altos picos montañosos que alcanzan hasta las nubes y acantilados semejantes a faldas fruncidas dominan la mayoría de las islas Marquesas. Sus profundos valles fértiles, cubiertos de cocoteros y otros tipos de vegetación frondosa, se extienden hasta el mar y forman acogedoras bahías pequeñas. No obstante, las fuertes olas y corrientes de agua alrededor de las islas y la falta de arrecifes coralinos hacen difícil el llegar a tierra en bote. Los esparcidos atolones de las Tuamotú apenas pueden verse en el horizonte, lo cual nos ayudó a comprender por qué los primeros navegantes que llegaron aquí las llamaban las Islas Bajas o el Archipiélago Peligroso.

Llegamos a este lugar para extender una invitación a los isleños, una parecida a la del título de la ayuda bíblica Usted puede vivir para siempre en el paraíso en la Tierra. Abordamos el Araroa, un buque de carga, en Nuku Hiva para comenzar nuestro viaje de 4.000 kilómetros (2.500 millas) por las islas Marquesas y las Tuamotú durante 21 días. Cada vez que el buque se detenía en algún puerto o muelle para dejar y recoger cargamento, nosotros salíamos a testificar.

El modo de vivir sencillo de los isleños

Pero tal vez usted se pregunte cómo eran las personas que conocimos allí. La mayoría de los marquesanos viven en aldeas pequeñas cerca de las bahías o a lo largo de los ríos. Estas aldeas se componen de dos o tres familias o de hasta varios centenares de habitantes. La mayoría de las familias son grandes, tienen de 8 a 10 hijos, y algunas tienen hasta 18 ó 20 hijos. Su modo de vivir es sencillo y bastante primitivo. Se alimentan de lo que el océano les provee, y de vez en cuando comen la carne de los cerdos y las gallinas que crían en el patio de la casa. También van al interior de la isla para cazar cabras montesas o para atrapar caballos salvajes, los cuales doman y usan como animales de tiro. De los abundantes cocoteros obtienen la copra (médula seca del coco, de la cual se extrae aceite para elaborar jabón y otros productos). La copra es el principal producto de estas islas, pero también obtienen ingresos de lo que esculpen en madera de las tapas (paños decorados que se fabrican de la corteza de árboles) y de los piere (plátanos secos).

En un tiempo los marquesanos practicaban el canibalismo y ofrecían sacrificios humanos a sus dioses tiki. En la actualidad, la mayoría de los habitantes son católicos. Adornan sus casas con imágenes y estatuas de María y de Jesús. Un hecho interesante es que a la entrada de la casa del obispo católico de Nuku Hiva hay estatuas tiki. En las Tuamotú la vida religiosa es controlada por los mormones, los católicos y la Iglesia Reformada de los Santos del Último Día, conocida localmente como la iglesia de los sanitos.

Los isleños hablan marquesiano, pero también entienden francés y tahitiano. Su modo de vivir es típico de los polinesios: viven de día en día al paso lento que se acostumbra en las islas. Debido a las visitas irregulares y poco frecuentes de los barcos, la gente ha aprendido el arte de esperar pacientemente. El servicio de electricidad comenzó en enero de 1979, y ahora, con la llegada de la televisión, los isleños están más al tanto de las realidades del mundo en general.

En Nuku Hiva

Nuku Hiva, con sus 1.800 habitantes, es el centro administrativo de las islas Marquesas. El ayuntamiento, el puerto principal y la casa del obispo se hallan en la bahía de Taiohae, nuestro punto de partida.

Allí no había timbres en las puertas de las casas. Solo voceábamos diciendo: “hou-hou”. Si alguien contestaba, decíamos con una sonrisa amigable ¡Kaoha! (“¡Hola!”), y entonces pasábamos a explicar la razón de nuestra visita. Muchos de los isleños aceptaron con gusto el libro y dijeron: “Muchísimas gracias por haber venido. Nunca habíamos tenido algo como esto para ayudarnos a entender la Palabra de Dios”. Ellos tienen la Biblia católica en tahitiano y tres de los Evangelios en marquesiano.

Algunos de los que aceptaron nuestra oferta nos pidieron sinceramente que visitáramos a otros isleños. Por ejemplo, cierto joven insistió en que mi esposa lo acompañara, diciéndole: “¡Allí detrás! ¡Allí detrás!”. Si él no le hubiera señalado dónde, mi esposa habría pasado por alto la casa de un escultor que mostró mucho aprecio por el instructivo libro.

En Hakaui solo había dos familias que vivían en lados opuestos de la estrecha desembocadura del río. Cuando llegamos, la primera familia que visitamos parecía estar bastante ocupada. Así que, con la ayuda de unos amables marineros, cruzamos en lancha hasta donde vivía la otra familia. Al acercarnos, vimos a dos mujeres sentadas cerca de unos cerdos que caminaban por los alrededores de la casa... un cuadro verdaderamente humilde. Sin embargo, cuando les mostramos el libro, con gusto ofrecieron lo poco que tenían para poder obtener uno. No pudimos dejar de pensar en el caso de la viuda pobre que se menciona en Lucas 21:2-4, quien dio todo lo que tenía cuando fue al templo.

Nuestra próxima parada fue en Taipivai, en la costa sudeste de Nuku Hiva, lugar que llegó a conocerse mediante el libro titulado Typee, de Herman Melville. Es un hermoso y profundo valle cubierto de plantaciones de cocoteros. A las seis de la mañana fuimos río arriba en nuestra lancha; como un espejo las cristalinas aguas reflejaban las siluetas de los cocoteros y la luz del alba. Pudimos distinguir bastantes casas entre los árboles.

“¿Cuánto tiempo pasaremos aquí?” Se me dijo que el camión que transportaba los sacos de copra se había averiado. Así que, si nos apresurábamos, tendríamos tiempo para abarcar todo el territorio a caballo, hasta la punta más lejana del valle, donde una espléndida cascada caía entre helechos. Unas doce familias respondieron favorablemente a nuestra campaña relámpago.

Rumbo a las otras islas

Como a unos 40 kilómetros (25 millas) al este de Nuku Hiva está la isla Ua Huka. Esta es más pequeña, menos fértil y muy montañosa. De nuevo desembarcamos a las seis de la mañana. De la playa pedregosa tuvimos que trepar un camino escarpado, y después de caminar por una hora, llegamos a Hane, la aldea principal. Como de costumbre, la iglesia de la localidad dominaba el paisaje. Su influencia había aumentado últimamente debido a un movimiento carismático que atraía a la gente. Pero cierto joven de este lugar expresó preocupación por los cambios drásticos relacionados con los sucesos mundiales, y con gusto aceptó la “invitación” que le extendimos de oír el mensaje respecto a vivir en un paraíso terrenal.

Nuestra próxima parada fue en la isla de Ua Pu. Inmediatamente nos impresionaron los picos negros de basalto, que parecían grandes agujas que se extendían por unos 1.200 metros (4.000 pies) hacia los cielos. En realidad eran lava solidificada en conductos de volcanes desgastados. En esta isla había cinco aldeas para visitar. Había muchos rostros sonrientes con ojos radiantes entre los que aceptaron nuestra “invitación”. A menudo les oíamos decir: “¡Mea kanahau!” (“¡Es hermoso!”). Muchos de los aldeanos quedaron tan impresionados por el libro que insistieron en demostrar su aprecio por medio de llenar nuestras mochilas de conchas marinas y frutas... limones, mangos, naranjas y toronjas. En Haakuti, una aldea ubicada en la cima de un acantilado, visitamos a una señora y a su hija, quienes se interesaron tanto en lo que oyeron que bajaron hasta el desembarcadero para animar a todos los que estaban allí a escuchar nuestro mensaje y adquirir el hermoso libro.

Cuando llegamos a la aldea principal, Hakahau, nos preguntábamos cómo podríamos comunicarnos con los más de mil habitantes en tan poco tiempo. Sentimos gran alivio cuando un hombre, que había aceptado con gusto el mensaje, nos ofreció su automóvil con las siguientes palabras: “Puedo llevarlos adondequiera que deseen ir”. Varios años antes, el sacerdote de la aldea había recogido y quemado toda la literatura que los testigos de Jehová habían dejado allí. Esto había atemorizado a los habitantes de la aldea. Pero nuestro mensaje resultó ser tan atrayente que una docena de familias perdieron el temor al hombre y obtuvieron el libro que les llevamos.

Hiva Oa, la siguiente isla en nuestro viaje, es la más fértil y frondosa de las Marquesas. Esta cobró fama por las vívidas pinturas impresionistas de Paul Gauguin. Él pasó sus últimos años en Atuona, lugar donde desembarcamos. La pregunta que comúnmente se hacía a los visitantes era: “¿Ha visto usted a la tiki?”. La tiki de piedra mide 2,4 metros (8 pies) y está al otro extremo de la bahía; es la más grande de la Polinesia Francesa. Amablemente nosotros contestábamos: “Tiene ojos pero no puede ver, y boca pero no puede hablar. Puesto que estamos aquí por solo un corto espacio de tiempo, queremos hablar con los vivos y mostrarles algo interesante”. Una señora se entusiasmó tanto por la oferta que animó a su amiga a tomar el libro. Hasta le prestó el dinero para que lo obtuviera. Otra señora comentó: “Estoy comenzando a comprender que el leer la Biblia es más importante que el ir todas las noches a la iglesia a orar”.

Al anochecer estábamos en el muelle de Hanaiapa hablando con algunas personas a la luz de una lámpara. El tema del infierno surgió en la conversación. Así que les preguntamos: “Supónganse que alguien tuviera un hijo muy malo. ¿Prepararía él una hoguera y arrojaría a su hijo en ella?”. “¡No!”, respondieron ellos. “Entonces, ¿permitiría Dios que sus hijos sufrieran eternamente en un fuego?” Cuatro mujeres y un hombre se interesaron particularmente en la amorosa “invitación” de Dios de vivir en una tierra donde “el inicuo ya no será”, pues habrá sido destruido para siempre, más bien que atormentado eternamente. (Salmo 37:10.)

La pequeña isla de Tahuata estaba a un paso de Hiva Oa. Un marinero nos dijo medio en broma que hacía solo poco más de cien años que los nativos de esta isla se habían comido a varias personas de la raza blanca. Pero nosotros les proporcionamos temas interesantes de conversación. El señor que era responsable del movimiento carismático de la aldea mostró cierta renuencia en cuanto a tomar el libro, pero insistió en que le aceptáramos un vaso de agua. “Si beben del agua que les doy —dijo él, aplicando mal las palabras de Jesús registradas en Juan 4:14— nunca más les dará sed, sino que se convertirá en una fuente de agua que brotará de ustedes.” Dándole las gracias, le contestamos: “Esta agua sólo es agua, y la aceptamos con agradecimiento. Pero ¿rehusaría usted el agua dadora de vida y el alimento espiritual del cual le invitamos a participar?”. Conmovido por estas palabras, tomó varios libros. Después, en el muelle, algunas personas empezaron a mofarse diciendo: “¿Acaso aceptó alguien su oferta?”. Pero el jefe de los obreros quiso ver el libro, y allí mismo, enfrente de todos, decidió obtenerlo. ¡Cuánto se sorprendieron los obreros de saber que otras personas también habían aceptado nuestra oferta!

Nuestra última parada en las Marquesas fue la isla que queda más al sur, Fatu Hiva. Esta fue una de las primeras en ser descubiertas, en 1595, por el navegante español Álvaro de Mendaña de Neira, quien dio el nombre a las islas en honor a la Marquesa de Mendoza, esposa del virrey de Perú. Fatu Hiva es una isla muy hermosa. En la aldea principal, Omoa, conocimos a una familia que mostró mucho interés. Mientras íbamos rumbo al valle, la madre salió a reunir a sus amistades, de modo que cuando regresamos estaban esperándonos con una sonrisa. Querían los libros para aprender de la Palabra de Dios en sus reuniones de estudio bíblico por las noches. Cuando regresamos al muelle, una de nuestras mochilas estaba vacía, y la otra estaba llena de naranjas y limones.

Rumbo a las Tuamotú

Después de navegar durante un día y dos noches hacia el suroeste, llegamos al atolón de Pukapuka en las Tuamotú. Se dieron instrucciones especiales para que el Araroa se detuviera en dos atolones cada día. Esto nos dio la oportunidad de llegar a algunos de los atolones a los que de otro modo hubiera sido imposible llegar.

Entre los más o menos mil habitantes de estas islas, 30 familias aceptaron gozosamente nuestra “invitación”. En un hogar modesto entre los cocoteros, una señora vendió de prisa agua de coco para poder obtener varios ejemplares del libro antes que nos fuéramos. Será difícil olvidar a esta familia que también insistió en que aceptáramos el pescado desecado que colgaba del techo de hojalata de su casa.

Recuerdos inolvidables

Hay muchos rostros felices que no olvidaremos, y confiamos en que Jehová cuidará de esas personas. Nos sentimos muy felices de haber hecho este viaje a las Marquesas y las Tuamotú, mediante el cual pudimos ver directamente el efecto poderoso de la “invitación”: ¡“Usted puede vivir para siempre en el paraíso en la Tierra”!—Contribuido.

[Mapa en la página 25]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Islas Marquesas

Nuku Hiva

Taiohae

Ua Huka

Ua Pu

Hiva Oa

Atuona

Tahuata

Fatu Hiva

Omoa

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