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  • Respuesta a la llamada de Micronesia
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1987
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  • Costumbres y supersticiones
  • Se llega a las islas más pequeñas
  • Sacrificios y recompensas
La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1987
w87 15/11 págs. 26-29

Respuesta a la llamada de Micronesia

NOMBRES como Truk, Yap, Ponape, Guam y Saipán pueden serle familiares. Pero ¿qué hay de Belau, Rota, Kosrae, Nauru o Kiribati? Estas islas, y otras, están entre más de 2.000 islas y atolones esparcidos sobre más de siete millones de kilómetros cuadradosa del Pacífico occidental que forman el grupo conocido colectivamente como Micronesia, o islas pequeñas.

En esta vasta expansión, que tiene más o menos el tamaño de Australia o de los Estados Unidos continentales, los testigos de Jehová están ocupados proclamando las buenas nuevas del Reino. (Marcos 13:10.) Hoy efectúan esta obra unos 740 publicadores del Reino en 13 congregaciones. Ciertamente se necesitan más trabajadores para la cosecha espiritual en estas lejanas islas del mar. (Compárese con Jeremías 31:10.)

Durante más o menos los últimos 20 años, hawaianos, filipinos, canadienses, estadounidenses y australianos han respondido a la llamada y emprendido el servicio misional en Micronesia. En 1965, cuando llegaron los primeros misioneros, solo había 76 publicadores del Reino en todo este vasto territorio. Sin embargo, en 1987 un total de 4.510 personas asistió a la Conmemoración de la muerte de Jesucristo. Está claro que las obras de amor cristianas de tantos años atrás habían recibido una gran bendición.

Hoy, 49 misioneros rinden servicio desde 14 hogares misionales esparcidos en las islas, todos bajo la supervisión de la sucursal de Guam de la Sociedad Watch Tower. Por amor a Jehová y a su prójimo de Micronesia, han respondido a la llamada a la obra misional. ¿Qué experiencias han tenido mientras sirven en estas islas lejanas? Respecto a nuevos idiomas y costumbres, ¿qué desafíos han vencido? ¿Y qué les ha ayudado a no abandonar sus asignaciones? Oigamos lo que algunos dicen sobre su obra en estas islas.

El desafío de los nuevos idiomas

En Micronesia se hablan ocho o nueve idiomas principales. Pero porque no se ve a estas lenguas como idiomas que tengan escritura, a los nuevos misioneros se les hace difícil hallar libros que les ayuden a aprenderlas. Con todo, se esfuerzan. Se les dijo que un método eficaz era apresurarse a usar en la predicación cuanto aprendieran. Pues bien, todavía recuerdan las muchas situaciones humorísticas —y embarazosas— en que se vieron al poner en práctica aquel consejo.

Roger, nativo de Hawai, recuerda lo que le sucedió cuando vino a Belau, 13 años atrás. “Cuando un ama de casa dijo: ‘Soy católica’, lo único que pude decirle en palau fue: ‘¿Por qué?’” El ama de casa entonces le respondió con una larga explicación. “No entendí ni una palabra de lo que dijo. Cuando concluyó, usé la única otra palabra que sabía: ‘Gracias’, ¡y me fui!”

Salvador, quien vino a Truk con su esposa, Helen, hace 10 años, recuerda que trató de preguntarle a una isleña si deseaba ser feliz (puapua). En vez de eso, le preguntó si deseaba estar encinta (puopuo). Y Zenette, quien vino del Canadá con su esposo, David, recuerda que trató de decir: “Gracias” (kilisou), pero terminó diciendo: “Tábano” (kiliso). No hay que decir que ahora estos misioneros conocen bien esas palabras.

Cuando James fue transferido a la isla de Kosrae después de cuatro años de servicio en Ponape, tuvo que aprender otro idioma. Especialmente recuerda la ocasión en que trató de entablar amistad con un amo de casa. En vez de preguntar: “¿Cómo está usted?”, le dijo: “Usted es un tipo raro”. Ahora, después de 10 años, confiesa: “Al principio me resistía a usar algunas palabras de la lengua de Kosrae, porque sonaban como palabras obscenas del inglés”.

Sin embargo, experiencias como estas nunca hacen que los misioneros dejen de estudiar los idiomas que desean dominar. “Poco se puede ayudar a la gente si uno no aprende su idioma —dijo un misionero—. Por eso, estudiamos con diligencia.”

Costumbres y supersticiones

Muchas de las costumbres locales les parecían divertidas a los extranjeros. Por ejemplo, David conoció a un hombre que había puesto estos nombres a sus tres hijos: Sardina, Atún y Spam (una marca comercial de jamón). Después, le presentaron a tres hombres llamados Deseo, Pecado y Arrepiéntase. A Zenette le pareció extraño que la gente llamara papá y mamá a sus abuelos, pero no a sus padres, a quienes llamaban por sus nombres. Cuando Sheri vino de Hawai, le pareció muy divertido que la gente usara la nariz para señalar hacia algún lugar. Y tardó en acostumbrarse a este hábito: Cuando una mujer entra en una reunión pública, “camina” sobre las rodillas a su “asiento” en el piso como señal de respeto a los hombres.

También hay mucha superstición en las islas. Por ejemplo, en las islas Marshall, cuando alguien muere, la familia le pone alimento, cigarrillos y flores en la tumba. Y el que un pájaro cante mientras vuela alrededor de la casa se interpreta como peligro y muerte inminentes para algún miembro de la familia.

En las islas se practica mucho el espiritismo, también. Jon hacía eso. Había sido anciano de una iglesia protestante, y por oraciones y medicina de aceite de coco podía expulsar demonios.

“Cierto día, en la entrada de mi cuarto apareció la horrible cara de un demonio, tan ancha como una puerta”, relató Jon. Al principio pensó que estaba soñando, pero pronto se dio cuenta de que estaba completamente despierto.

“El demonio me dijo que era la fuente de mis poderes mágicos. Aquello me sacudió, y me pregunté por qué deberían trabajar por medio de mí los demonios, cuando era diácono de la iglesia, y por qué, si mis servicios estaban relacionados con los demonios, los procuraba el ministro mismo.” Poco después unos misioneros de los Testigos visitaron a Jon y comenzaron un estudio de la Biblia con él.

“Me regocijé mucho al aprender la verdad sobre los demonios y cómo identificar la religión verdadera”, recordó Jon. Dejó su iglesia y cesó de practicar el demonismo. Hoy advierte a otros que eviten toda práctica demoníaca. (Deuteronomio 18:9-13; Revelación 21:8.)

Se llega a las islas más pequeñas

El llevar las buenas nuevas a la gente de las islitas distantes es un verdadero desafío. Frecuentemente la única manera de llegar a ellas es como pasajero en una embarcación de transporte de copra, o médula de coco. Cuando esta se detiene en cada isla por unas cuantas horas o unos cuantos días para recoger su cargamento, los misioneros y otros publicadores del Reino testifican a los isleños. Transmisiones radiales una vez a la semana son otra manera de hacerles llegar las buenas nuevas.

Los residentes de las islas distantes suelen viajar a los centros de la isla principal para conseguir alimento, atención médica y educación. Mientras estas personas están allí, los testigos de Jehová pueden hablar con ellas y suministrarles literatura bíblica. El interés en la Biblia se atiende por correspondencia, o cuando los publicadores visitan la isla donde viven los interesados. Así, en Majuro, una de las islas Marshall, se habló con una pareja que después regresó a su isla de Ailuk, a 400 kilómetrosb de distancia. Adquirieron mejor entendimiento de la Biblia. Al poco tiempo se separaron de su iglesia, se inscribieron legalmente como matrimonio y se bautizaron. Ahora ambos predican celosamente en su isla distante, y con frecuencia son precursores auxiliares.

Los misioneros de Ponape, Truk y Belau usan sus propias embarcaciones para testificar en las islas. Puesto que en la mayoría de estas no hay muelles, con frecuencia los misioneros tienen que llegar a tierra vadeando por lodo que les llega hasta las rodillas. La mayoría de los isleños son amigables y acogen bien a los visitantes: extienden alfombras tejidas ante ellos y les sirven agua de coco fresca. Llaman a toda la familia, y todos escuchan atentamente. Porque muchos isleños no tienen dinero, no es raro que después de dos o tres días los publicadores regresen con su embarcación cargada de frutas que han recibido a cambio de literatura bíblica.

Sacrificios y recompensas

Para los misioneros, la vida en las islas difiere mucho de lo que era allá en su propio país. Tienen que acostumbrarse a las frecuentes fallas de la energía eléctrica y a que no les llegue agua, por lo que dependen del agua de la lluvia. En algunas islas no hay sistemas de energía eléctrica ni de agua ni de alcantarillado; tampoco hay carreteras ni automóviles. Pero los misioneros se han adaptado a las circunstancias. “Cuando vemos que los hermanos locales viven en casas de madera y revestimiento para el suelo que han sido desechados, nos compadecemos de ellos, y esto nos equilibra en cuanto a nuestras necesidades y deseos”, dice Julián, quien ha servido fielmente por 17 años en Guam y en las islas Marshall.

Rodney y Sheri llegaron a Truk desde Hawai. Rodney admite: “Francamente, sufrí una sacudida al pasar de un tipo de cultura a otro”. Ahora, 10 años después, escribe: “Estamos muy satisfechos con la obra aquí. Es cierto que tenemos nuestras dificultades, y a veces nos sentimos desanimados y aislados. Pero queremos seguir cumpliendo nuestro propósito de misioneros aquí”. Y Sheri añade con buen espíritu: “La gente abnegada es gente feliz”.

Es verdad que sus sacrificios son recompensados. Clemente y su esposa, Eunice, quienes vinieron a las islas Marshall hace 10 años, ahora conducen 34 estudios bíblicos semanales en hogares de la gente. “Catorce de los estudiantes han simbolizado su dedicación a Jehová por bautismo en agua —informa él— y otros pronto se bautizarán. Nos parece que esta obra de salvar vidas es importantísima.” James, misionero por más de 10 años, dice: “El ver año tras año el aguante de nuestros hermanos de Kosrae es una verdadera bendición”. Roger, allá en Belau, comenta: “Se nos ha bendecido con un nuevo Salón del Reino y con publicadores leales”. Y, en retrospección, Plácido dice: “Hemos visto la dirección de Jehová y de su espíritu santo en nuestra vida. Esto nos ha acercado mucho a él”.

Experiencias como estas han animado a los misioneros a permanecer en sus asignaciones. Muchos pueden recordar el establecimiento de la primera congregación en el área donde trabajan. Como el apóstol Pablo, tienen el gozo singular de ‘no haber edificado sobre el fundamento colocado por otro hombre’. (Romanos 15:20.) Lo que sienten está bien expresado en este comentario: “Todavía hay mucho trabajo que hacer. Creo que, de parte de Jehová, todavía habrá muchas oportunidades de recoger a las personas mansas de las islas, y nosotros tenemos el privilegio de participar en ello”.

“La bendición de Jehová... eso es lo que enriquece, y él no añade dolor con ella”, dice la Biblia en Proverbios 10:22. Los que han respondido a la llamada al servicio misional en Micronesia realmente han experimentado esta bendición, junto con el gozo y la satisfacción de servir a Jehová.

[Notas a pie de página]

a 1 kilómetro cuadrado = 0,4 de milla cuadrada.

b 1 kilómetro = 0,6 de milla.

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