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  • “La calle se convirtió en mi hogar”
    La Biblia les cambió la vida
    • Antonio Jiménez predicando en la calle

      LA BIBLIA LES CAMBIÓ LA VIDA

      “La calle se convirtió en mi hogar”

      Relatado por Antonio Jiménez

      • Año de nacimiento: 1955

      • País: España

      • Otros datos: Se drogaba, se emborrachaba y era violento

      Antonio Jiménez vestido con el uniforme de La Legión española

      MI PASADO

      A algunas personas les toma mucho tiempo aprender de sus malas experiencias en la vida. Yo fui una de esas. Nací y crecí en Barcelona, la segunda ciudad más grande de España. Mi familia vivía en una zona llamada Somorrostro, que ocupaba una gran extensión frente a la playa. Somorrostro tenía mala fama por el tráfico de drogas y la delincuencia.

      Yo fui el mayor de nueve hermanos. Como éramos muy pobres, mi padre me mandó a trabajar de recogepelotas en un club de tenis de la ciudad. Con tan solo 10 años, trabajaba diez horas diarias. Por eso, a diferencia de la mayoría de los niños de mi edad, no podía ir a la escuela. A los 14 años, comencé a trabajar en un taller de piezas de metal.

      Antonio Jiménez de joven

      En 1975, me alisté en La Legión española del norte de África. Tenía que llevar un particular uniforme.

      En 1975, me convocaron para el servicio militar, que en esos tiempos era obligatorio en España. Quería un poco de emoción en mi vida, así que me apunté a La Legión española en Melilla, un territorio español situado en el norte de África. Fue en esa época que caí de lleno en el sucio mundo de las drogas y el alcohol.

      Al salir de La Legión, volví a Barcelona y formé una pandilla. Robábamos cualquier cosa y luego la vendíamos con tal de conseguir dinero para pagar las drogas. Comencé a tomar LSD y anfetaminas, y mi vida empezó a girar en torno al sexo, el alcohol y las apuestas. Aquel horrible estilo de vida hizo que me volviera muy muy violento. Siempre llevaba un cuchillo, un hacha o un machete y estaba dispuesto a sacarlo en cualquier momento en que me pareciera necesario.

      En cierta ocasión, mi pandilla y yo robamos un auto y la policía empezó a perseguirnos. Fue como en una película. Recorrimos unos 30 kilómetros (unas 20 millas) hasta que la policía comenzó a dispararnos. Al final, estrellamos el coche y todos salimos corriendo. Como es normal, cuando mi padre se enteró, me echó de casa.

      En los siguientes cinco años, la calle se convirtió en mi hogar. Dormía en los portales de los edificios, en camiones, en los bancos de los parques y en cementerios. Durante un tiempo, incluso viví en una cueva. Iba sin rumbo por la vida y sentía que a nadie le importaba si estaba vivo o muerto. Recuerdo que, cuando estaba drogado, me hacía cortes en las muñecas y en los brazos. De hecho, tengo las cicatrices hasta el día de hoy.

      CÓMO LA BIBLIA ME CAMBIÓ LA VIDA

      Cuando yo tenía 28 años, mi madre vino a buscarme y me pidió que volviera a casa. Acepté y le prometí que tomaría las riendas de mi vida. Pero tardé un tiempo en poder cumplir aquella promesa.

      Una tarde, dos testigos de Jehová vinieron a nuestra casa. Mientras les escuchaba, mi padre gritó desde dentro que les cerrara la puerta en las narices. Pero como me molestaba que me dieran órdenes, no le hice caso. Los Testigos me ofrecieron tres libros pequeños, que acepté con gusto, y les pregunté dónde se reunían. Unos días más tarde, me presenté en la entrada del Salón del Reino.

      Lo primero que me llamó la atención fue ver que todos iban muy bien vestidos. En cambio, yo llevaba el pelo largo, una barba descuidada y la ropa muy vieja. Me pareció que no encajaba allí, así que me quedé fuera. ¡Qué sorpresa me llevé cuando reconocí a Juan, un antiguo pandillero que había sido amigo mío! ¡Pero iba vestido de traje! Después me enteré de que se había hecho testigo de Jehová un año antes. Verlo allí me dio la seguridad necesaria para entrar a la reunión. Desde aquel momento, mi vida empezó a cambiar.

      Acepté un curso de la Biblia y enseguida vi que, si quería agradar a Dios, debía cambiar mi carácter agresivo y mi estilo de vida inmoral. Pero no fue fácil. Me di cuenta de que tenía que transformar mi vida y rehacer mi mente para complacer a Jehová (Romanos 12:2). La misericordia de Dios me conmovía. A pesar de todos los errores que había cometido, sentía que me estaba dando la oportunidad de comenzar de nuevo. Lo que aprendí sobre Jehová me llegó a lo más profundo del corazón. Entendí que existe un Creador que se preocupa por mí (1 Pedro 5:6, 7).

      Aquello me impulsó a hacer cambios. Por ejemplo, cuando tratamos el tema del tabaco durante el curso bíblico, pensé: “Si Jehová quiere que esté limpio e incontaminado en todo aspecto de mi vida, entonces estos cigarrillos tienen que desaparecer” (2 Corintios 7:1). Así que los tiré todos a la basura.

      Además, también tenía que dejar de consumir y vender drogas. Aquello me costó mucho más. Para conseguirlo, era necesario que dejara de juntarme con mis amigos, pues estar con ellos no me ayudaba a progresar en sentido espiritual. Con el tiempo, comencé a confiar más en Dios y en los nuevos amigos que había hecho en la congregación. Nunca antes había experimentado un amor e interés como el de ellos. Con el paso de los meses, pude dejar definitivamente las drogas y vestirme de “la nueva personalidad”, que me permitiría agradar a Jehová (Efesios 4:24). En agosto de 1985, me bauticé como testigo de Jehová.

      Antonio Jiménez

      QUÉ BENEFICIOS HE OBTENIDO

      La Biblia me había dado una nueva oportunidad. Me había liberado de un estilo de vida peligroso que estaba destruyendo mi salud y robándome la dignidad. De hecho, más de treinta de mis antiguos amigos murieron jóvenes por culpa del sida y otras enfermedades relacionadas con las drogas. Estoy muy agradecido de que, al poner en práctica los principios de la Biblia, pude evitar ese trágico final.

      Los cuchillos y las hachas que llevaba cuando era un hombre violento ya son cosas del pasado. La verdad es que nunca imaginé que los cambiaría por una Biblia para ayudar a la gente. Hoy en día, mi esposa y yo dedicamos gran parte de nuestro tiempo a la predicación.

      A pesar de que mis padres nunca se hicieron testigos de Jehová, reconocieron que la Biblia me había ayudado mucho. Mi padre incluso defendía a los Testigos delante de sus amigos y tenía muy claro que mi nueva religión había provocado un extraordinario cambio en mí. Mi madre, por su parte, siempre me decía que ojalá hubiera empezado a estudiar la Biblia antes. ¡Cuánta razón tenía!

      Todo lo que he vivido me ha enseñado que no tiene sentido buscar la felicidad en las drogas u otros vicios. Lo que ahora me hace realmente feliz es ayudar a las personas a conocer las verdades de la Palabra de Dios, unas verdades que me salvaron la vida.

  • “Tenía un temperamento explosivo”
    La Biblia les cambió la vida
    • Cristóbal Díaz comiendo con sus amigos

      LA BIBLIA LES CAMBIÓ LA VIDA

      “Tenía un temperamento explosivo”

      Relatado por CRISTÓBAL DÍAZ

      • Año de nacimiento: 1975

      • País: México

      • Otros datos: Estuvo en la cárcel y era violento

      Cristóbal Díaz cuando era joven

      MI PASADO

      Nací en San Juan Chancalaíto, un pueblo pequeño que está en el estado de Chiapas (México). Mi familia pertenece a un grupo étnico descendiente de los mayas llamado chol. Mis padres tuvieron 12 hijos, y yo fui el quinto. Cuando era niño, mis hermanos y yo estudiábamos la Biblia con los testigos de Jehová. Desgraciadamente, yo no seguí los consejos de la Biblia.

      A los 13 años, ya me drogaba y robaba. A esa edad me fui de mi casa e iba sin rumbo de un lugar a otro. Con 16, empecé a trabajar en una plantación de marihuana. Una noche, cuando llevaba trabajando allí más o menos un año, unos hombres de un cartel rival armados hasta los dientes nos atacaron mientras transportábamos una gran cantidad de marihuana en bote. Para librarme de los disparos, me tiré al río y buceé un buen rato antes de salir a la superficie río abajo. Luego, hui a Estados Unidos.

      Una vez allí, seguí traficando con drogas y metiéndome en problemas. A los 19 años, me arrestaron y me sentenciaron a prisión por robo e intento de homicidio. En la cárcel me uní a una pandilla y seguí participando en actos violentos. Por esta razón, las autoridades me transfirieron a una prisión de máxima seguridad que estaba en Lewisburg (Pensilvania).

      En la prisión de Lewisburg, mi conducta iba de mal en peor. Como ya tenía tatuajes de una pandilla, se me hizo fácil unirme a quienes eran de la misma pandilla en esa cárcel. Me volví aún más violento y no dejaba de meterme en peleas. En una ocasión, me metí en una pelea entre pandillas en el patio de la cárcel, en la que usamos bates de beisbol y pesas de gimnasio. Fue salvaje. Los guardias tuvieron que usar gas lacrimógeno para detenernos. Después, las autoridades de la prisión decidieron meterme en un módulo especial para presos peligrosos. Tenía un temperamento explosivo y hablaba de forma muy irrespetuosa. Me peleaba por cualquier cosa. De hecho, lo disfrutaba. Y no sentía ningún tipo de remordimiento por ser así.

      CÓMO LA BIBLIA ME CAMBIÓ LA VIDA

      En el módulo especial, estaba encerrado en mi celda casi todo el día. Así que empecé a leer la Biblia para pasar el rato. Más adelante, una guardia me dio el libro Usted puede vivir para siempre en el paraíso en la Tierra.a A medida que leía este manual de estudio de la Biblia, iba recordando todo lo que había aprendido de niño cuando estudiaba con los Testigos. Reflexioné en lo bajo que había caído por culpa de mi carácter violento. También pensé en mi familia. Como dos de mis hermanas se habían hecho testigos de Jehová, pensé: “Ellas van a vivir para siempre”. Entonces me pregunté: “¿Y por qué yo no?”. En ese momento tomé la firme decisión de cambiar.

      Sin embargo, yo sabía que necesitaría ayuda para poder cambiar. Así que lo primero que hice fue orar a Jehová y rogarle que me ayudara. Después, escribí una carta a la sucursal de los testigos de Jehová de Estados Unidos para pedir un curso de la Biblia. La sucursal le pidió a una congregación cercana que se pusiera en contacto conmigo. En aquel momento, solo se me permitía recibir visitas de familiares. Por eso, un Testigo de esa congregación empezó a enviarme cartas animadoras y publicaciones bíblicas que fortalecieron mi determinación de cambiar.

      Fui un paso más allá cuando decidí dejar la pandilla en la que había estado tantos años. El jefe de la pandilla estaba en el mismo módulo que yo, así que me acerqué a él en uno de nuestros ratos libres y le dije que quería hacerme testigo de Jehová. Para mi sorpresa, me contestó: “Si lo dices en serio, hazlo. No quiero interferir en las cosas de Dios. Pero si lo que quieres es dejar la pandilla, ya sabes las consecuencias”.

      Durante los dos años siguientes, el personal de la prisión notó que estaba cambiando. Por eso, eran más considerados conmigo. Por ejemplo, dejaron de ponerme esposas para llevarme de la celda a los baños. Uno de los guardias incluso se acercó a mí y me animó a seguir haciendo cambios. De hecho, las autoridades me trasladaron a un pabellón anexo de mínima seguridad, y cumplí allí mi último año de condena. En el 2004, después de pasar diez años encarcelado, fui liberado y deportado a México en un autobús de la prisión.

      Al poco tiempo de llegar a México, encontré un Salón del Reino de los Testigos de Jehová. Fui a mi primera reunión con el uniforme de la prisión porque era la única ropa decente que tenía. A pesar de mi aspecto, los Testigos me recibieron con cariño. Cuando vi lo amables que eran, sentí que estaba entre verdaderos cristianos (Juan 13:35). Aquel mismo día, los ancianos de la congregación hicieron planes para que alguien estudiara la Biblia conmigo. Un año después, el 3 de septiembre de 2005, me bauticé como testigo de Jehová.

      En enero de 2007, empecé a servir como ministro de tiempo completo, es decir, a dedicar setenta horas mensuales a enseñar las verdades bíblicas a otras personas. En el 2011 me gradué de la Escuela Bíblica para Varones Solteros (ahora llamada Escuela para Evangelizadores del Reino). Esta escuela me ayudó muchísimo a cumplir con mis responsabilidades en la congregación.

      Cristóbal Díaz en la predicación pública

      Ahora disfruto de enseñarles a otras personas cómo pueden ser pacíficas.

      En el 2013 me casé con mi querida esposa, Pilar. Cuando le hablo de mi pasado, me dice sonriendo que se le hace difícil creer que yo fuera así. Nunca he vuelto a comportarme como antes. Mi esposa y yo creemos que la persona que soy ahora es una muestra del poder que tiene la Biblia para transformar vidas (Romanos 12:2).

      QUÉ BENEFICIOS HE OBTENIDO

      Siento que las palabras de Jesús que aparecen en Lucas 19:10 hablan de mí. Allí él dijo que había venido “a buscar y a salvar lo que estaba perdido”. Ya no me siento perdido. Ya no ando por ahí haciendo daño a los demás. Gracias a la Biblia, ahora uso mi vida de la mejor manera posible. Me llevo bien con todo el mundo y, más importante aún, tengo una gran amistad con mi Creador, Jehová.

      [NOTA]

      a Libro editado por los testigos de Jehová. Ya no se imprime. Ahora, la herramienta principal que usan para dar cursos bíblicos es el libro Disfrute de la vida

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