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  • Guayana Francesa
    Anuario de los testigos de Jehová 2001
    • Las primeras semillas de la verdad las plantó el hermano Olga Laaland, un celoso ministro cristiano de Guadalupe. En diciembre de 1945 fue a visitar a su madre y a sus hermanos, que vivían cerca del río Mana, en el interior de la Guayana Francesa. Para llegar al pueblo, había que viajar varios días en canoa por el río. Cuando se detenían a pernoctar —en pequeños cobertizos abiertos con techo de hojas de palmera—, aprovechaba para predicar y distribuir publicaciones bíblicas. A su llegada al pueblo (Haut Souvenir), habló alegremente con su familia acerca de las buenas nuevas del Reino. Para su sorpresa y desilusión, lo llamaron “demonio”. En 1946, en medio de aquel ambiente hostil, conmemoró la muerte de Jesús acompañado solo de sus hermanos menores. Poco después, su madre, instigada por el sacerdote del pueblo, lo echó gritando: “¡Los demonios no pueden vivir en mi casa!”. Pero su actitud intolerante no apagó el celo del hermano Laaland.

      En su viaje de regreso predicó cada vez que se detenían en las minas de oro y en los degrads, nombre que allí dan a los puestos de negocio. Una noche, todos los pasajeros estaban durmiendo en un cobertizo de la ribera cuando un aguacero tropical hizo que un enorme árbol cayera y produjera un gran estruendo. Asustado, Olga se zambulló en el río, sin saber que estaba infestado de pirañas. Al salir ileso, los que estaban a su alrededor pensaron que tenía poderes divinos y sintieron un gran respeto por él. Gracias a ese incidente fueron más receptivos a su mensaje.

      El hermano Laaland por fin llegó a Mana, pueblo de 800 habitantes en la costa del Atlántico. Durante los primeros seis meses organizó reuniones y enseñó regularmente a diez personas las verdades bíblicas que traen libertad auténtica (Juan 8:32). La gente le puso el apodo de Père Paletot (el Padre de la Chaqueta) porque llevaba esa prenda, en contraste con el sacerdote del pueblo, a quien llamaban “el Padre del Vestido”. Aunque al hermano Laaland se le acabaron las publicaciones, pronunció discursos públicos y predicó con celo a cuantos lo escucharan. Se ganó la reputación de ser un discursante enérgico y no vacilaba en entablar animadas conversaciones con los clérigos locales.

      Casi dos años después de haber visitado a su madre, el hermano Laaland regresó a Guadalupe. Nadie se había bautizado como resultado de su predicación, pero había plantado muchas semillas. El fruto se vería después.

  • Guayana Francesa
    Anuario de los testigos de Jehová 2001
    • [Ilustración de la página 228]

      Olga Laaland

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