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TahitíAnuario de los testigos de Jehová 2005
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En 1960, John y Ellen comenzaron la obra de circuito. Su territorio era la Polinesia Francesa, lo que les permitió seguir ayudando a los publicadores locales. “En 1961 —dice John— me invitaron a asistir a la Escuela de Galaad y, tras graduarme, me nombraron superintendente de circuito de todas las islas de habla francesa del Pacífico.”
Primer Salón del Reino
“Durante nuestra segunda visita a Tahití —dice el hermano Hubler— tuve el privilegio de iniciar un estudio bíblico con una señora que había sido maestra de escuela: Marcelle Anahoa. En aquel tiempo estábamos buscando desesperadamente un terreno para construir un Salón del Reino. Pero había dos obstáculos: primero, que al parecer nadie tenía una propiedad de la que pudiera prescindir; y segundo, que la congregación no tenía muchos recursos. Aun así, seguimos buscando, con la confianza de que Jehová dirigiría los asuntos.
”Cierto día, mientras le dirigía el estudio a Marcelle, le conté de la situación. ‘Quiero mostrarle algo’, mencionó ella. Me llevó afuera y dijo: ‘¿Ve este terreno? Pues es mío. Pensaba construir unos apartamentos, pero ahora que estoy aprendiendo la verdad he cambiado de opinión y quisiera donar la mitad para el Salón del Reino’. Al oír aquello, hice en silencio una sentida oración para darle las gracias a Jehová.”
En 1962, en cuanto se pusieron en orden las cuestiones legales para la construcción, la Congregación Papeete edificó su primer Salón del Reino. Tenía un diseño sencillo, típico de las islas, con laterales abiertos y techo de hojas de pándano. El único problema era que a las gallinas del vecindario les gustaba anidar en los asientos y posarse en las vigas, de modo que al llegar al salón, los hermanos encontraban en el suelo y en el mobiliario huevos y otras señales menos agradables de estos ocupantes plumados. En cualquier caso, el lugar resultó adecuado hasta que los hermanos construyeron un edificio más grande y permanente.
Se resuelven las incertidumbres legales
En aquellos tiempos, los hermanos no estaban seguros de cuál era la situación legal de los testigos de Jehová en la Polinesia Francesa. En Francia, la revista La Atalaya estaba prohibida desde 1952, pero no se había proscrito la obra en sí. ¿Pasaría lo mismo en este territorio francés? Entretanto, el número de publicadores había ido en aumento y la gente iba percatándose cada vez más de la presencia de los testigos de Jehová. De hecho, a finales de 1959, la policía se presentó en una reunión para ver qué se hacía allí.
Por tal razón, se aconsejó a los hermanos que establecieran una asociación legal, pues una inscripción oficial despejaría las dudas y acabaría con cualquier sospecha. ¡Qué contentos se sintieron los hermanos cuando, el 2 de abril de 1960, se les confirmó que estaban inscritos oficialmente como la Asociación de los Testigos de Jehová!
No obstante, en Francia seguía prohibida La Atalaya. Creyendo que esa prohibición también estaba en vigor en la Polinesia Francesa, los hermanos recibían los artículos de La Atalaya en una revista llamada La Sentinelle (El centinela), que se les enviaba desde Suiza. En una ocasión, la policía reveló al entonces presidente de la asociación legal, Michel Gelas, que estaban al tanto de que La Sentinelle era una sustitución de La Atalaya. Aun así, no pusieron trabas al envío de la revista. Los hermanos descubrirían la razón en 1975, cuando se revocó la prohibición de La Atalaya en Francia.
Cuando aquello ocurrió, los hermanos de Tahití solicitaron permiso para recibir dicha publicación. Fue entonces cuando se enteraron de que la prohibición no había llegado a publicarse en el Boletín Oficial de la Polinesia Francesa. Así que muchos se sorprendieron al constatar que La Atalaya nunca había estado prohibida en este territorio.
Por otro lado, las autoridades eran muy estrictas a la hora de conceder y extender visados. Así que por regla general, los que no tenían la nacionalidad francesa, como Clyde y Ann Neill, mencionados anteriormente, solo podían quedarse unos meses. Lo mismo ocurría con los Hubler, solo que, como John era miembro de la asociación legal y la ley francesa permitía que en la junta directiva hubiera un extranjero, no tenía tantos problemas para obtener visados.
Esta circunstancia le fue a John de gran ayuda en su labor de superintendente de circuito. Un día, el jefe de la policía lo llamó a su despacho con la intención de averiguar por qué visitaba las islas con tanta frecuencia, a lo que John le explicó que, como miembro de la asociación, tenía que asistir a las reuniones de la junta. El inspector quedó satisfecho con la explicación, si bien aquella no fue la única vez que John tuvo que comparecer ante él.
A partir de 1963, muchos polinesios, entre quienes se contaba al menos un destacado pastor protestante, comenzaron a manifestar su indignación por las pruebas de armamento nuclear que se llevaban a cabo en el Pacífico. Un apóstata aprovechó la ocasión para quejarse a la policía diciendo que el hermano Hubler era uno de los instigadores, lo cual, por supuesto, no era cierto. Sin embargo, John tuvo que presentarse una vez más ante aquel inspector. En lugar de denunciar a su acusador, John explicó amablemente nuestra postura neutral basada en la Biblia y nuestro respeto por las autoridades (Rom. 13:1). También le entregó algunas publicaciones. Al final, el oficial llegó a la conclusión acertada de que había personas que estaban tratando de perjudicar a los Testigos.
Con el tiempo, los Hubler ya no pudieron obtener más visados, así que regresaron a Australia, donde siguieron en el servicio de viajante hasta que, en 1993, se vieron obligados a dejarlo por motivos de salud.
Durante su estancia en las islas, los Hubler vieron a muchas personas hacer cambios drásticos en su vida a fin de agradar a Jehová. Un caso fue el de una señora de 74 años que tenía catorce hijos, todos ilegítimos. “La llamábamos mamá Roro —dice John—. Cuando aprendió la verdad, se casó con el hombre con el que vivía y se encargó de inscribir en el registro a cada uno de sus hijos, aunque tenían distintos padres. Para registrarlos, el alcalde tuvo que juntar dos formularios y hacer uno largo. Mamá Roro insistió en que todo se hiciera como Jehová manda.” Después de bautizarse, esta hermana fiel comenzó a servir de precursora y se hizo muy hábil en la distribución de revistas. Hasta acompañaba a otros publicadores cuando iban a predicar a islas lejanas.
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TahitíAnuario de los testigos de Jehová 2005
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[Ilustración y recuadro de las páginas 83 y 84]
Jehová compensó mis carencias
Leonard (Len) Helberg
Año de nacimiento: 1930
Año de bautismo: 1951
Otros datos: De soltero, dio comienzo a la obra en Tahití durante su primera asignación como superintendente de circuito. Él y su esposa, Rita, viven ahora en Australia.
En 1955, cuando la sucursal de Australia me asignó a comenzar la obra de circuito en el Pacífico sur, este inmenso territorio solo contaba con dos congregaciones, una en Fiji y la otra en Samoa, aparte de seis grupos aislados. No había ningún publicador en Tahití.
Visité la isla en diciembre de 1956 después de una travesía de seis días desde Fiji en el buque Southern Cross. Encontré hospedaje en una pensión con vista al pintoresco puerto de Papeete. A la mañana siguiente, mientras me vestía para salir al servicio del campo, vi pasar el Southern Cross frente a mi ventana, a solo unos cientos de metros. Me encontraba solo en una tierra extraña, a 3.000 kilómetros [2.000 millas] de los hermanos más cercanos y entre personas que hablaban otro idioma: el francés. Lo único que tenía era la dirección de una suscriptora de ¡Despertad!
De pronto me invadió un sentimiento de soledad tan grande, que empecé a llorar inconsolablemente. Sin poder reprimir el llanto, dije para mis adentros: “Bueno, creo que mejor considero este un día perdido. Me voy a la cama y empiezo mañana”. Después de orar mucho aquella noche, al día siguiente me levanté bastante más animado. Esa tarde encontré a la suscriptora de ¡Despertad!: una señora de Argelia. Al igual que Lidia, la mujer mencionada en Hechos, ella y su hijo de 34 años me recibieron con los brazos abiertos, e insistieron en que me quedara con ellos (Hech. 16:15). Mi sensación de soledad se desvaneció por completo. Le di las gracias a Jehová, quien sin lugar a dudas oyó mis ruegos y vio mis lágrimas.
Ahora, cuando reflexiono en el pasado, comprendo mejor lo amoroso que es nuestro Padre Jehová. Cuando nos ponemos a su disposición, compensa con creces cualquier carencia que tengamos.
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