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Una lección valiosa sobre la humildadJesús: el camino, la verdad y la vida
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Más tarde, llegan a Capernaúm, el lugar donde suele quedarse Jesús y de donde son varios de sus apóstoles. Allí, los hombres que cobran el impuesto del templo se acercan a Pedro y, tal vez con la intención de acusar a Jesús de no pagar impuestos, le hacen una pregunta: “¿Tu maestro no paga el impuesto [del templo] de los dos dracmas?” (Mateo 17:24).
Pedro les dice que sí. Ya en la casa, Jesús le saca el tema a Pedro porque sabe lo que ha pasado: “¿Tú qué dirías, Simón? ¿A quiénes les cobran los reyes de la tierra impuestos y tributos? ¿A sus hijos, o a los extraños?”. “A los extraños”, le responde Pedro. Entonces Jesús le explica: “Eso quiere decir que los hijos están libres de pagar impuestos” (Mateo 17:25, 26).
El Padre de Jesús es el Rey del universo y es, además, el Dios a quien adoran en el templo. Por lo tanto, el Hijo de Dios no está obligado legalmente a pagar el impuesto del templo. “Pero, para no escandalizarlos —le dice Jesús—, vete al mar y echa el anzuelo. Cuando abras la boca del primer pez que saques, encontrarás una moneda de plata [un estater o tetradracma]. Tómala y dásela a ellos por mí y por ti” (Mateo 17:27).
Después, cuando los discípulos están juntos, van a Jesús y le preguntan quién será el mayor en el Reino. Antes no se atrevieron a preguntarle sobre su muerte, pero ahora sí se atreven a preguntarle acerca del futuro que les espera a ellos. Jesús sabe lo que están pensando. Iban hablando de eso mientras caminaban tras él de regreso a Capernaúm. Así que les pregunta: “¿De qué iban discutiendo por el camino?” (Marcos 9:33). A los discípulos les da vergüenza, y se quedan callados porque iban discutiendo sobre quién era el más importante. Al final, le plantean el asunto del que han estado hablando: “¿Quién es el mayor en el Reino de los cielos?” (Mateo 18:1).
Parece increíble que los discípulos se pongan a discutir sobre eso después de haber observado y escuchado a Jesús por casi tres años. Pero lo cierto es que son hombres imperfectos que han crecido en un ambiente religioso donde se da mucha importancia a la posición social y a los puestos de autoridad. Además, hace poco Jesús le prometió a Pedro que le daría ciertas “llaves” del Reino. ¿Será que Pedro se siente superior a los demás por eso? Y puede que Santiago y Juan, que vieron la transfiguración, tengan sentimientos parecidos.
Sea cual sea el caso, Jesús los corrige. Llama a un niño, lo pone en medio de ellos y les dice a los discípulos: “A no ser que cambien y lleguen a ser como niños, nunca van a entrar en el Reino de los cielos. Por eso, el que se haga humilde como este niño es el mayor en el Reino de los cielos, y el que recibe a un niño como este en mi nombre también me recibe a mí” (Mateo 18:3-5).
¡Qué buen método de enseñanza! Jesús no se enoja con ellos ni les dice que son unos codiciosos o ambiciosos. Por el contrario, toma a un niño y les enseña una lección. Entre los niños no hay posiciones sociales ni son unos más importantes que otros. Jesús les demuestra así que tienen que verse como se ven los niños. Entonces, concluye diciéndoles: “El que se porta como uno de los menores entre todos ustedes es el que es mayor” (Lucas 9:48).
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Jesús da otros consejos importantes a sus apóstolesJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 63
Jesús da otros consejos importantes a sus apóstoles
MATEO 18:6-20 MARCOS 9:38-50 LUCAS 9:49, 50
ADVERTENCIAS SOBRE HACER TROPEZAR
CUANDO UN HERMANO COMETE UN PECADO
Jesús acaba de enseñar con un ejemplo la actitud que han de tener sus seguidores. Deberían verse como se ven los niños, que son humildes y no se preocupan por su posición. Además, deben imitar a Jesús desarrollando cualidades como las que tienen los pequeños (Mateo 18:5).
Los apóstoles han estado discutiendo acerca de quién es el más importante, así que tienen mucho que aprender sobre lo que Jesús les ha dicho. Ahora el apóstol Juan le comenta a Jesús algo que acaba de ocurrir: “Vimos a alguien que expulsaba demonios usando tu nombre; pero, como no anda con nosotros, tratamos de impedírselo” (Lucas 9:49).
¿Piensa Juan que los apóstoles son los únicos que tienen la autoridad de curar y expulsar demonios? Si son los únicos, ¿cómo es que este judío ha podido expulsarlos? Al parecer, Juan cree que el hombre no debería estar haciendo estos milagros porque no va con Jesús y sus apóstoles.
Para sorpresa de Juan, Jesús dice: “No traten de impedírselo, porque nadie puede hacer un milagro en mi nombre y al momento ponerse a hablar mal de mí. Porque el que no está contra nosotros está a favor de nosotros. Y, les digo la verdad, quien les dé un vaso de agua porque ustedes le pertenecen a Cristo de ninguna manera se quedará sin su recompensa” (Marcos 9:39-41).
De modo que el hombre no tiene por qué acompañar a Cristo en este momento para estar de su lado. La congregación cristiana todavía no se ha formado, así que el hecho de que no viaje con él no significa que sea su enemigo o que esté fomentando una religión falsa. Obviamente, el hombre tiene fe en el nombre de Jesús, y lo que dice Jesús indica que no se quedará sin su recompensa.
Pero sería algo grave que los apóstoles, con sus palabras y acciones, se convirtieran en un obstáculo para el hombre. Jesús comenta: “A quien haga tropezar a uno de estos pequeños que tienen fe, más le valdría que le pusieran al cuello una de esas piedras de molino que los burros hacen girar y lo lanzaran al mar” (Marcos 9:42). Jesús dice entonces que sus seguidores deberían arrancarse algo tan importante como una mano, un pie o un ojo si alguno de estos miembros se convirtiera en un obstáculo para ellos o les hiciera tropezar. Es mejor entrar en el Reino de los cielos, aunque sea sin una de esas partes del cuerpo tan valiosas, que empeñarse en conservarla y acabar en la Gehena (el valle de Hinón). Es muy probable que los apóstoles hayan visto este valle cerca de Jerusalén, donde se quema la basura, así que entienden que representa la destrucción definitiva.
Jesús también les advierte: “Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque les digo que sus ángeles en el cielo siempre ven el rostro de mi Padre”. ¿Cuánto le importan al Padre “estos pequeños”? Jesús les cuenta la historia de un hombre que tiene 100 ovejas y se le pierde una. El hombre deja a las 99 para ir en busca de la que se ha perdido y, cuando la encuentra, se alegra más por ella que por las otras 99. Jesús añade: “Lo mismo sucede con mi Padre que está en el cielo: él no desea que ni uno solo de estos pequeños se pierda” (Mateo 18:10, 14).
A continuación, Jesús les da un consejo, tal vez pensando en la discusión que han tenido acerca de quién es el más importante: “Tengan sal en ustedes y mantengan la paz unos con otros” (Marcos 9:50). La sal hace que la comida sea más sabrosa. De la misma manera, la sal en sentido simbólico hace que lo que uno diga sea más agradable a los demás, lo cual contribuye a mantener la paz, algo que no se consigue discutiendo (Colosenses 4:6).
Ahora, Jesús explica qué hacer si alguna vez surge un problema grave: “Si tu hermano comete un pecado contra ti, vete a hablar con él a solas y hazle ver su falta. Si te escucha, habrás recuperado a tu hermano”. Pero ¿y si no quiere hacer caso? Jesús dice: “Vuelve acompañado de una o dos personas más para que todo asunto pueda confirmarse con el testimonio de dos o tres testigos”. Si eso no resuelve el asunto, deben informar “a la congregación”, es decir, a ancianos que puedan tomar una decisión. ¿Qué pasa si sigue sin hacer caso? “Entonces —dice Jesús— considéralo como alguien de las naciones y como un cobrador de impuestos”, personas con quienes los judíos no tendrían trato (Mateo 18:15-17).
Los ancianos de la congregación deben guiarse por la Palabra de Dios. Si deciden que la persona es culpable y necesita disciplina, su decisión ya habrá sido atada o tomada en el cielo. Pero, si llegan a la conclusión de que es inocente, su decisión ya habrá sido desatada en el cielo. Estas instrucciones serán muy útiles cuando se forme la congregación cristiana. A los que tratan asuntos de peso como estos, Jesús les asegura: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:18-20).
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La importancia de perdonarJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 64
La importancia de perdonar
¿ES SUFICIENTE PERDONAR SIETE VECES?
LA PARÁBOLA DEL ESCLAVO SIN COMPASIÓN
Pedro acaba de oír el consejo de Jesús sobre intentar resolver cara a cara los problemas que puedan surgir entre hermanos. Ahora, al parecer, quiere saber cuántas veces debe intentarlo.
Pedro le pregunta a Jesús: “Señor, si mi hermano peca contra mí, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta 7 veces?”. Algunos líderes religiosos enseñan que hay que perdonar a los demás un máximo de tres veces. Así que es probable que Pedro piense que está siendo generoso al decir que perdonaría a un hermano “hasta 7 veces” (Mateo 18:21).
Sin embargo, la idea de llevar la cuenta del número de veces que alguien nos ofende no está de acuerdo con lo que enseña Jesús. Por eso, él lo corrige diciéndole: “No, no te digo hasta 7 veces, sino hasta 77 veces” (Mateo 18:22). En otras palabras: sin límites. Pedro debe perdonar a su hermano todas las veces que haga falta.
A continuación, para ayudarlos a ver que tienen que perdonar a otros, Jesús les cuenta a Pedro y a los demás discípulos una historia. Trata sobre un esclavo que no hizo lo mismo que su compasivo amo. Un día, este amo, que era rey, quiso saldar cuentas con sus esclavos. Así que le llevaron a uno de ellos, que le debía la enorme cantidad de 10.000 talentos (60 millones de denarios). Como al esclavo le era imposible pagar esa deuda, el rey ordenó que los vendieran a él, a su esposa y a sus hijos para que pagara así lo que debía. Al oír eso, el esclavo cayó a los pies de su amo y le suplicó: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo” (Mateo 18:26).
Al rey le dio lástima y le perdonó la enorme deuda. Después de eso, el esclavo se fue y encontró a un compañero que le debía 100 denarios. Entonces, lo agarró y comenzó a estrangularlo mientras le gritaba: “¡Paga todo lo que debes!”. Pero el segundo esclavo cayó a los pies del que le prestó el dinero y le rogó: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré” (Mateo 18:28, 29). Sin embargo, el esclavo al que el rey le perdonó la deuda no se comportó como su amo. Al revés, hizo que metieran en prisión a su compañero, que debía mucho menos, hasta que pagara todo.
Los demás esclavos vieron la falta de compasión de este hombre y fueron a contárselo al amo, quien se enfadó mucho, mandó llamar al esclavo y le dijo: “¡Esclavo malvado! Yo te perdoné toda aquella deuda cuando me lo suplicaste. ¿No deberías haber tenido misericordia de tu compañero igual que yo tuve misericordia de ti?”. El rey se indignó tanto que entregó al esclavo cruel a los carceleros para que lo encerraran hasta que pagara todo lo que debía. Jesús concluye la historia diciendo: “Así es como mi Padre celestial los tratará a ustedes si no perdonan de corazón a sus hermanos” (Mateo 18:32-35).
¡Cuánto nos enseña esta historia sobre el perdón! Cuando Dios nos perdona los pecados es como si nos cancelara una enorme deuda. Por otro lado, cualquier ofensa que cometa un hermano contra nosotros no es nada en comparación con las que nosotros cometemos contra Jehová. Y él no nos perdona solo una vez, sino miles de veces. Por esa razón, ¿no deberíamos perdonar a nuestros hermanos las veces que haga falta aunque tengamos motivos para quejarnos? Es como Jesús enseñó en el Sermón del Monte: Dios nos perdonará “nuestras deudas, como nosotros también hemos perdonado a nuestros deudores” (Mateo 6:12).
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Enseña mientras viaja a JerusalénJesús: el camino, la verdad y la vida
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Jesús lleva algún tiempo efectuando su ministerio principalmente en Galilea, donde la gente ha aceptado su mensaje mejor que en Judea. De hecho, cuando curó a un hombre en sábado en Jerusalén, los judíos hicieron todo lo posible por matarlo (Juan 5:18; 7:1).
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