-
Arrancan grano en sábadoEl hombre más grande de todos los tiempos
-
-
PRONTO Jesús y sus discípulos parten de Jerusalén para volver a Galilea. Es la primavera, y en los campos hay grano en las espigas.
-
-
¿Qué es lícito en el sábado?El hombre más grande de todos los tiempos
-
-
¿Qué es lícito en el sábado?
OTRO sábado Jesús visita una sinagoga cerca del mar de Galilea. Allí está un hombre que tiene la mano derecha seca. Los escribas y los fariseos están observando detenidamente para ver si Jesús lo cura. Por fin preguntan: “¿Es lícito curar en día de sábado?”.
Los líderes religiosos judíos creen que solo es lícito curar en sábado si la vida está en peligro. Por ejemplo, enseñan que en sábado no es lícito restablecer en su lugar un hueso dislocado ni vendar una torcedura. Por lo tanto, los escribas y los fariseos le hacen la pregunta a Jesús para tener algo de qué acusarlo.
Sin embargo, Jesús sabe cómo razonan. A la misma vez, reconoce que han adoptado un punto de vista extremado y no bíblico en cuanto a lo que constituye una violación del requisito sabático que prohíbe trabajar. Por eso, Jesús prepara el escenario para una confrontación dramática cuando dice al hombre de la mano seca: “Levántate y ponte en medio”.
Entonces, dirigiéndose a los escribas y los fariseos, Jesús dice: “¿Quién será el hombre entre ustedes que tenga una sola oveja y, si esta hubiera de caer en un hoyo en sábado, no habría de echarle mano y sacarla?”. Puesto que la oveja representa una inversión financiera, ellos no la dejarían en el hoyo hasta el día siguiente, de modo que tal vez enfermara y les causara pérdida. Además, las Escrituras dicen: “El justo está cuidando del alma de su animal doméstico”.
Jesús traza entonces un paralelo diciendo: “Todo considerado, ¡de cuánto más valor es un hombre que una oveja! De modo que es lícito hacer lo excelente en sábado”. Los líderes religiosos no pueden refutar aquel razonamiento lógico y compasivo, y se quedan callados.
Indignado, a la vez que contristado por la estupidez obstinada que manifiestan, Jesús mira a su alrededor. Entonces dice al hombre: “Extiende la mano”. Y él la extiende, y la mano queda sana.
En vez de alegrarse de que la mano del hombre haya sido restaurada, los fariseos salen e inmediatamente conspiran con los partidarios de Herodes para matar a Jesús. Es patente que este partido político incluye a miembros de la secta religiosa de los saduceos. Normalmente este partido político y los fariseos están en franca oposición unos a otros, pero están firmemente unidos en oponerse a Jesús. (Mateo 12:9-14; Marcos 3:1-6; Lucas 6:6-11; Proverbios 12:10; Éxodo 20:8-10.)
-
-
Cumple la profecía de IsaíasEl hombre más grande de todos los tiempos
-
-
Cumple la profecía de Isaías
DESPUÉS que Jesús se entera de que los fariseos y los partidarios de Herodes planean matarlo, él y sus discípulos se retiran al mar de Galilea. Aquí vienen a él grandes muchedumbres de todas partes de Palestina, y hasta de más allá de la frontera. Él cura a muchas personas, y el resultado es que todos los que tienen enfermedades dolorosas vienen hacia él para tocarlo.
Debido a las grandes muchedumbres, Jesús dice a sus discípulos que le tengan dispuesto de continuo un bote. Al alejarse de la orilla en el bote evita que el gentío lo oprima. Así puede impartir instrucción desde el bote o viajar a otro punto de la ribera para ayudar a la gente de allí.
El discípulo Mateo nota que esta actividad de Jesús cumple “lo que se habló mediante Isaías el profeta”. Entonces Mateo cita la profecía que Jesús cumple:
“¡Mira! ¡Mi siervo a quien escogí, mi amado, a quien mi alma aprobó! Pondré mi espíritu sobre él, y aclarará a las naciones lo que es la justicia. No reñirá, ni levantará la voz, ni oirá nadie su voz en los caminos anchos. No quebrantará ninguna caña cascada, y no extinguirá ninguna mecha de lino que humea, hasta que envíe la justicia con éxito. Realmente, en su nombre esperarán naciones”.
Por supuesto, Jesús es el siervo amado que tiene la aprobación de Dios. Y Jesús aclara lo que es la verdadera justicia, que ha sido oscurecida por tradiciones religiosas falsas. ¡Por su aplicación injusta de la ley de Dios los fariseos ni siquiera ayudan a un enfermo en el sábado! Al aclarar la justicia de Dios, Jesús alivia a la gente de la carga de las tradiciones injustas, y por esto los líderes religiosos tratan de matarlo.
¿Qué significa el que ‘no reñirá, ni levantará la voz de manera que lo oigan en los caminos anchos’? Pues bien, cuando Jesús sana a las personas ‘les ordena rigurosamente que no lo pongan de manifiesto’. No desea que le den publicidad ruidosa en las calles ni que circulen entre la gente excitada informes tergiversados.
Además, Jesús lleva su mensaje consolador a personas que, figurativamente, son como una caña cascada, doblada y pisoteada. Son como una mecha de lino que humea, cuya última chispa de vida está a punto de apagarse. Jesús no aplasta la caña cascada ni apaga el débil fuego de la mecha de lino. Más bien, con ternura y amor levanta o edifica a los mansos. ¡En verdad Jesús es la persona en quien las naciones pueden esperar! (Mateo 12:15-21; Marcos 3:7-12; Isaías 42:1-4.)
-
-
Escoge a sus apóstolesEl hombre más grande de todos los tiempos
-
-
Escoge a sus apóstoles
HA PASADO como un año y medio desde que Juan el Bautizante presentó a Jesús como el Cordero de Dios y Jesús empezó su ministerio público. En aquel tiempo Andrés, Simón Pedro, Juan y tal vez Santiago (el hermano de Juan), así como Felipe y Natanael (también llamado Bartolomé), habían llegado a ser sus primeros discípulos. Con el tiempo, muchos más vinieron para seguir con ellos a Cristo.
Ahora Jesús se dispone a seleccionar a sus apóstoles. Estos serán sus compañeros íntimos a quienes suministrará adiestramiento especial. Pero antes de seleccionarlos Jesús se interna en una montaña y pasa la noche entera en oración, seguramente para pedir sabiduría y la bendición de Dios. Cuando llega el día, llama a sus discípulos y de entre ellos escoge a 12. Sin embargo, puesto que siguen siendo alumnos de Jesús, también se les sigue llamando discípulos.
Seis de los que Jesús escoge, ya mencionados, habían sido sus primeros discípulos. También escoge a Mateo, a quien llamó de su oficina de recaudador de impuestos. Los otros cinco a quienes escoge son: Judas (también llamado Tadeo), Judas Iscariote, Simón el cananita, Tomás y Santiago hijo de Alfeo. A este Santiago también se le llama Santiago el Menos, quizás porque era o de menos estatura o de menos edad que el otro apóstol Santiago.
Para ahora estos 12 han estado con Jesús por algún tiempo, y él los conoce bien. De hecho, algunos son parientes de él. Evidentemente Santiago y su hermano Juan son primos hermanos de Jesús. Y es probable que Alfeo fuera hermano de José, el padre adoptivo de Jesús. Así que el hijo de Alfeo, el apóstol Santiago, también sería primo de Jesús.
Por supuesto, a Jesús no se le hace difícil recordar los nombres de sus apóstoles. Pero ¿puede recordarlos usted? Bueno, sencillamente recuerde que hay dos que se llaman Simón, dos que se llaman Santiago y dos que se llaman Judas, y que Simón tiene un hermano que se llama Andrés, y que Santiago tiene un hermano llamado Juan. Esa es la clave para recordar a ocho apóstoles. Los otros cuatro son: un recaudador de impuestos (Mateo), uno que después dudó (Tomás), uno a quien se llamó desde debajo de un árbol (Natanael), y el amigo de este, Felipe.
Once de los apóstoles son de Galilea, el territorio de Jesús. Natanael es de Caná. Felipe, Pedro y Andrés son de Betsaida, pero Pedro y Andrés se mudaron después a Capernaum, donde parece que vivía Mateo. Santiago y Juan tenían un negocio de pesca y posiblemente vivían también en Capernaum o cerca de allí. Parece que Judas Iscariote, quien después traicionó a Jesús, es el único apóstol de Judea. (Marcos 3:13-19; Lucas 6:12-16.)
-
-
El más famoso sermón que se ha pronunciadoEl hombre más grande de todos los tiempos
-
-
El más famoso sermón que se ha pronunciado
LA ESCENA es una de las más memorables de la historia bíblica: Jesús sentado en la ladera de una montaña, pronunciando su famoso Sermón del Monte. El lugar está al lado del mar de Galilea, probablemente cerca de Capernaum. Después de haber pasado toda la noche en oración, Jesús acaba de escoger a 12 de sus discípulos para que sean apóstoles. Entonces, con todos ellos, baja a esta parte llana de la montaña.
Uno pensaría que para entonces Jesús estaría muy cansado y desearía dormir un poco. Pero han venido grandes muchedumbres, y algunas personas han venido desde Judea y Jerusalén, a una distancia de 100 a 110 kilómetros (de 60 a 70 millas). Otras han venido desde la costa de Tiro y Sidón, situada al norte. Han venido a escuchar a Jesús y a ser sanadas de sus enfermedades. Hay hasta personas a quienes perturban los demonios, los ángeles inicuos de Satanás.
Mientras Jesús baja, los enfermos se acercan para tocarlo, y él los sana a todos. Parece que más tarde Jesús sube a un lugar más alto en la montaña. Allí se sienta y empieza a enseñar a las muchedumbres dispersadas en la parte llana ante él. Y piense en esto: ¡ahora no hay en todo el auditorio ni siquiera una sola persona que esté sufriendo de una enfermedad grave!
La gente está deseosa de oír al maestro que puede efectuar estos asombrosos milagros. Sin embargo, Jesús pronuncia su sermón principalmente para beneficio de sus discípulos, que probablemente están a su alrededor, más cerca que otras personas. Pero, para que nosotros podamos beneficiarnos también, tanto Mateo como Lucas lo han puesto por escrito.
El relato que da Mateo del sermón es unas cuatro veces más largo que el de Lucas. Además, Lucas presenta porciones de lo registrado por Mateo como palabras que Jesús dijo en otras ocasiones durante su ministerio, como se puede notar por una comparación de Mateo 6:9-13 con Lucas 11:1-4, y de Mateo 6:25-34 con Lucas 12:22-31. Pero esto no debería sorprendernos. Jesús obviamente enseñó las mismas cosas más de una vez, y Lucas optó por registrar algunas de estas enseñanzas en un marco de circunstancias diferente.
La profundidad del contenido espiritual del sermón de Jesús no es lo único que lo hace tan valioso, sino también la sencillez y claridad con que presenta estas verdades. Él ilustra lo que dice con experiencias comunes y se vale de cosas con que la gente está familiarizada, lo que permite que sus ideas sean fácilmente entendidas por todos los que buscan una vida mejor a la manera de Dios.
¿Quiénes son verdaderamente felices?
Todo el mundo desea ser feliz. Porque reconoce esto, Jesús empieza su Sermón del Monte describiendo a los que en verdad son felices. Como podemos imaginarnos, esto en seguida capta la atención de su numeroso auditorio. Sin embargo, sus palabras de apertura deben parecer contradictorias a muchos.
Dirigiendo sus comentarios a sus discípulos, Jesús empieza así: “Felices son ustedes, los pobres, porque de ustedes es el reino de Dios. Felices son ustedes los que tienen hambre ahora, porque serán saciados. Felices son ustedes los que lloran ahora, porque reirán. Felices son ustedes cuando los hombres los odien [...] Regocíjense en aquel día y salten, porque, ¡miren!, su galardón es grande en el cielo”.
Este es el relato que da Lucas de la introducción del sermón de Jesús. Pero según el registro de Mateo, Jesús también dice que los de genio apacible, los misericordiosos, los de corazón puro y los pacíficos son felices. Jesús indica que estos son felices porque heredarán la Tierra, recibirán misericordia, verán a Dios y serán llamados hijos de Dios.
Sin embargo, lo que Jesús quiere decir por ser felices no es simplemente el ser jovial o estar alegre, como cuando uno se está divirtiendo. La felicidad verdadera es más profunda, lleva la idea de contentamiento, un sentido de satisfacción y logro en la vida.
Así Jesús muestra que las personas que en verdad son felices reconocen su necesidad espiritual, se lamentan por su condición pecaminosa y llegan a conocer y servir a Dios. Entonces, aunque las odien o las persigan por hacer la voluntad de Dios, son felices porque saben que están agradando a Dios y que recibirán el galardón de la vida eterna que proviene de él.
No obstante, lo mismo que algunas personas hoy, muchos de los que escuchan a Jesús creen que lo que hace feliz a uno es ser próspero y disfrutar de placeres. Jesús sabe que no es así. Estableciendo un contraste que debe sorprender a muchos de sus oyentes, dice:
“¡Ay de ustedes los ricos, porque ya disfrutan de su consolación completa! ¡Ay de ustedes los que están saciados ahora, porque padecerán hambre! ¡Ay, ustedes que ríen ahora, porque se lamentarán y llorarán! ¡Ay, cuando todos los hombres hablen bien de ustedes, porque cosas como estas son las que los antepasados de ellos hicieron a los falsos profetas!”.
¿Qué quiere decir Jesús con esto? ¿Por qué es un ay tener riquezas, procurar placeres y disfrutar del aplauso de los hombres? Esto se debe a que cuando alguien tiene estas cosas y las ama, entonces excluye de su vida el servicio a Dios, que es lo único que trae verdadera felicidad. A la misma vez, Jesús no quería decir que por simplemente ser pobre, tener hambre y estar triste uno es feliz. Con todo, a menudo sucede que las personas que tienen esas desventajas responden a las enseñanzas de Jesús, de modo que son bendecidas con verdadera felicidad.
A continuación, dirigiéndose a sus discípulos Jesús dice: “Ustedes son la sal de la tierra”. Por supuesto, no quiere decir que ellos sean literalmente sal. Pero la sal sirve para conservar. Había un montón de sal cerca del altar del templo de Jehová, y los sacerdotes que oficiaban allí la usaban para salar las ofrendas.
Los discípulos de Jesús son “la sal de la tierra” porque ejercen en la gente una influencia que conserva. Sí, ¡el mensaje que llevan conserva la vida de todo el que responde a él! Produce en la vida de esas personas las cualidades de permanencia, lealtad y fidelidad, las cuales evitan en ellas decadencia espiritual y moral.
“Ustedes son la luz del mundo”, dice Jesús a sus discípulos. Una lámpara no se pone debajo de una cesta, sino sobre el candelero, y Jesús dice: “Así mismo resplandezca la luz de ustedes delante de los hombres”. Los discípulos de Jesús hacen esto por participar en la testificación pública y por resplandecer como ejemplos de conducta que se conforma a los principios bíblicos.
Normas elevadas para sus seguidores
Los líderes religiosos consideran a Jesús transgresor de la Ley de Dios, y últimamente hasta han entrado en conspiración para matarlo. Por eso, a medida que continúa con su Sermón del Monte, Jesús explica: “No piensen que vine a destruir la Ley o los Profetas. No vine a destruir, sino a cumplir”.
Jesús tiene en alta estima la Ley de Dios, y anima a otros a estimarla como él. De hecho, dice: “Por eso, cualquiera que quiebre uno de estos mandamientos más pequeños y enseñe así a la humanidad, será llamado ‘más pequeño’ con relación al reino de los cielos”, lo cual significa que esa persona nunca entraría en el Reino.
Lejos de desatender la Ley de Dios, Jesús condena hasta las actitudes que contribuyen a que alguien la quebrante. Después de señalar que la Ley dice: “No debes asesinar”, Jesús agrega: “Sin embargo, yo les digo que todo el que continúe airado con su hermano será responsable al tribunal de justicia”.
Puesto que el continuar airado con un compañero es un asunto tan serio, pues hasta puede llevar al asesinato, Jesús ilustra el grado a que uno debe esforzarse por alcanzar la paz. Da estas instrucciones: “Por eso, si estás llevando tu dádiva [de sacrificio] al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu dádiva allí enfrente del altar, y vete; primero haz las paces con tu hermano, y luego, cuando hayas vuelto, ofrece tu dádiva”.
Jesús dirige la atención al séptimo de los Diez Mandamientos y pasa a decir: “Oyeron ustedes que se dijo: ‘No debes cometer adulterio’”. No obstante, Jesús condena hasta la contemplación constante del adulterio. “Yo les digo que todo el que sigue mirando a una mujer a fin de tener una pasión por ella ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.”
Aquí Jesús no habla simplemente de algún pensamiento inmoral pasajero, sino de ‘seguir mirando’. El continuar mirando así despierta las pasiones, las cuales, si surge la oportunidad, pueden culminar en adulterio. ¿Cómo se puede evitar que esto ocurra? Jesús ilustra que quizás sea necesario tomar medidas drásticas, al decir: “Ahora bien, si ese ojo derecho tuyo te está haciendo tropezar, arráncalo y échalo de ti. [...] También, si tu mano derecha te está haciendo tropezar, córtala y échala de ti”.
Para salvarse la vida, la gente suele estar dispuesta a sacrificar una extremidad literal del cuerpo que esté enferma. Pero según Jesús es hasta más importante ‘echar de uno’ cualquier cosa, hasta algo tan precioso como el ojo o la mano, para evitar pensamientos y acciones inmorales. Jesús explica que los que no hagan eso serán arrojados en el Gehena (un basurero que se mantenía ardiendo cerca de Jerusalén), que simboliza la destrucción eterna.
Jesús también considera cómo tratar con los que causan daño y ofenden. “No resistan al que es inicuo —aconseja—; antes bien, al que te dé una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra.” Jesús no quiere decir que uno no debería defenderse ni defender a su familia en caso de algún ataque. La bofetada no se da para causar daño físico a otra persona, sino, más bien, para insultar. Por eso, lo que Jesús dice es que si alguien trata de provocar a uno a una pelea o discusión, sea por abofetear a uno literalmente con la mano abierta o irritar con palabras insultantes, sería incorrecto pagar del mismo modo.
Después de dirigir la atención a la ley de Dios sobre el amar al prójimo, Jesús declara: “Sin embargo, yo les digo: Continúen amando a sus enemigos y orando por los que los persiguen”. Suministra una razón de peso por la cual hacer eso, cuando añade: “Para que [así] demuestren ser hijos de su Padre que está en los cielos, ya que él hace salir su sol sobre inicuos y buenos”.
Jesús concluye esta porción de su sermón con el consejo: “Ustedes, en efecto, tienen que ser perfectos, como su Padre celestial es perfecto”. Jesús no quiere decir que la gente pueda ser perfecta en sentido absoluto. Más bien, al imitar a Dios las personas pueden ensanchar su amor de modo que abarque hasta a sus enemigos. El relato paralelo de Lucas registra las siguientes palabras de Jesús: “Continúen haciéndose misericordiosos, así como su Padre es misericordioso”.
La oración y la confianza en Dios
Al seguir con su sermón, Jesús condena la hipocresía de la gente que exhibe su supuesta piedad. “Cuando andes haciendo dádivas —dice— no toques trompeta delante de ti, así como hacen los hipócritas.”
“También —continúa Jesús—, cuando oren, no deben ser como los hipócritas; porque a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de los caminos anchos para ser vistos de los hombres.” Más bien, instruye Jesús: “Cuando ores, entra en tu cuarto privado y, después de cerrar tu puerta, ora a tu Padre que está en lo secreto”. Jesús mismo oró en público, de modo que él no condena esto. Pero sí está denunciando las oraciones que se hacen para impresionar a los oidores y atraer sus lisonjas.
Además, Jesús aconseja: “Mas al orar, no digas las mismas cosas repetidas veces, así como la gente de las naciones”. Jesús no quiere decir que la repetición misma sea incorrecta. En cierta ocasión él mismo usó repetidas veces “la misma palabra” al orar. Lo que en realidad desaprueba es que “repetidas veces” se digan frases memorizadas, como lo hacen los que van pasando cuentas entre los dedos mientras repiten sus oraciones mecánicamente.
Para ayudar a sus oyentes a orar, Jesús provee una oración modelo que abarca siete peticiones. Como es apropiado, las primeras tres expresan reconocimiento de la soberanía de Dios y los propósitos divinos. Son peticiones para que el nombre de Dios sea santificado, que su Reino venga y que se haga su voluntad. Las cuatro restantes son peticiones personales, a saber, por el alimento del día, el perdón de los pecados, el no ser tentado uno más allá de lo que pueda aguantar, y el que se le libre del inicuo.
Jesús entonces pasa a considerar el lazo de dar demasiada importancia a las posesiones materiales. Exhorta: “Dejen de acumular para sí tesoros sobre la tierra, donde la polilla y el moho consumen, y donde ladrones entran por fuerza y hurtan”. Esos tesoros no solo son perecederos, sino que no edifican para uno ningún mérito ante Dios.
Por lo tanto Jesús dice: “Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo”. Esto se hace mediante poner en primer lugar en la vida el servir a Dios. Nadie puede robar el mérito así acumulado ante Dios, ni la magnífica recompensa. Entonces Jesús añade: “Donde está tu tesoro, allí también estará tu corazón”.
Jesús considera más a fondo el lazo del materialismo al dar esta ilustración: “La lámpara del cuerpo es el ojo. Por eso, si tu ojo es sencillo, todo tu cuerpo estará brillante; pero si tu ojo es inicuo, todo tu cuerpo estará oscuro”. El ojo que funciona apropiadamente es para el cuerpo como una lámpara encendida en un lugar oscuro. Pero, si se quiere ver correctamente, el ojo tiene que ser sencillo, es decir, tiene que concentrarse en una sola cosa. El ojo desenfocado hace que se estimen equivocadamente las cosas, que se pongan las búsquedas materialistas antes del servicio a Dios, y el resultado es que ‘todo el cuerpo’ se oscurece.
Jesús lleva este asunto al punto culminante con una ilustración clara y vigorosa: “Nadie puede servir como esclavo a dos amos; porque u odiará al uno y amará al otro, o se apegará al uno y despreciará al otro. No pueden ustedes servir como esclavos a Dios y a las Riquezas”.
Después de dar este consejo, Jesús asegura a sus oyentes que no tienen por qué estar inquietos en cuanto a sus necesidades materiales si ponen en primer lugar el servir a Dios. “Observen atentamente las aves del cielo —dice—, porque ellas no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; no obstante, su Padre celestial las alimenta.” Entonces pregunta: “¿No valen ustedes más que ellas?”.
Luego Jesús señala a los lirios del campo y dice que “ni siquiera Salomón en toda su gloria se vistió como uno de estos. Pues bien —continúa—, si Dios viste así a la vegetación del campo, [...] ¿no los vestirá a ustedes con mucha más razón, hombres de poca fe?”. Por lo tanto Jesús llega a esta conclusión: “Nunca se inquieten y digan: ‘¿Qué hemos de comer?’, o ‘¿qué hemos de beber?’, o ‘¿qué hemos de ponernos?’. [...] Pues su Padre celestial sabe que ustedes necesitan todas estas cosas. Sigan, pues, buscando primero el reino y la justicia de Dios, y todas estas otras cosas les serán añadidas”.
El camino a la vida
El camino a la vida consiste en observar las enseñanzas de Jesús. Pero no es fácil hacer esto. Por ejemplo, los fariseos tienden a juzgar severamente a otros, y es probable que muchos los imiten. Por eso, continuando su Sermón del Monte, Jesús da esta amonestación: “Dejen de juzgar, para que no sean juzgados; porque con el juicio con que ustedes juzgan, serán juzgados”.
Es peligroso seguir la guía de los fariseos, que critican demasiado. De acuerdo con el relato de Lucas, Jesús ilustra este peligro al decir: “Un ciego no puede guiar a un ciego, ¿verdad? Ambos caerán en un hoyo, ¿no es cierto?”.
El criticar demasiado a otros, exagerando sus faltas y buscándolas, es una ofensa seria. Por eso Jesús pregunta: “¿Cómo puedes decir a tu hermano: ‘Permíteme extraer la paja de tu ojo’, cuando ¡mira!, hay una viga en tu propio ojo? ¡Hipócrita! Primero extrae la viga de tu propio ojo, y entonces verás claramente cómo extraer la paja del ojo de tu hermano”.
Esto no significa que los discípulos de Jesús no han de ejercer discernimiento con relación a otras personas, pues él dice: “No den lo santo a los perros, ni tiren sus perlas delante de los cerdos”. Las verdades de la Palabra de Dios son sagradas. Son como perlas figurativas. Pero si algunos individuos, que son como perros o cerdos, no muestran aprecio por estas preciosas verdades, los discípulos de Jesús deben dejarlos y buscar a los que las acojan mejor.
Aunque antes en su sermón Jesús ha considerado la oración, ahora recalca que es necesario persistir en ella. “Sigan pidiendo —insta—, y se les dará.” Para ilustrar que Dios está dispuesto a contestar las oraciones, Jesús pregunta: “¿Quién es el hombre entre ustedes a quien su hijo pide pan..., no le dará una piedra, ¿verdad? [...] Por lo tanto, si ustedes, aunque son inicuos, saben dar buenos regalos a sus hijos, ¿con cuánta más razón dará su Padre que está en los cielos cosas buenas a los que le piden?”.
Entonces Jesús da lo que ha llegado a ser una famosa regla de conducta, llamada comúnmente la regla áurea, o de oro. Dice: “Por lo tanto, todas las cosas que quieren que los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos”. El vivir de acuerdo con esta regla implica la acción positiva de hacer el bien a otras personas, tratándolas como uno quiere que lo traten a uno.
El hecho de que el camino a la vida no es fácil lo revelan estas instrucciones de Jesús: “Entren por la puerta angosta; porque ancho y espacioso es el camino que conduce a la destrucción, y muchos son los que entran por él; mientras que angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la vida, y pocos son los que la hallan”.
Es grande el peligro de que se nos extravíe, y por eso Jesús advierte: “Guárdense de los falsos profetas que vienen a ustedes en ropa de oveja, pero por dentro son lobos voraces”. Jesús observa que, tal como por su fruto se puede distinguir un árbol bueno de uno malo, así también se puede distinguir a los falsos profetas por su conducta y sus enseñanzas.
Jesús pasa a explicar que no es simplemente lo que alguien diga lo que muestra que es Su discípulo, sino lo que haga. Algunos afirman que Jesús es su Señor, pero si no están haciendo la voluntad de su Padre, de ellos él dice: “Entonces les confesaré: ¡Nunca los conocí! Apártense de mí, obradores del desafuero”.
Finalmente Jesús da la memorable conclusión de su sermón. Dice: “A todo el que oye estos dichos míos y los hace se le asemejará a un varón discreto, que edificó su casa sobre la masa rocosa. Y descendió la lluvia y vinieron las inundaciones y soplaron los vientos y dieron con ímpetu contra aquella casa, pero no se hundió, porque había sido fundada sobre la masa rocosa”.
Por otra parte, Jesús declara: “A todo el que oye estos dichos míos y no los hace se le asemejará a un varón necio, que edificó su casa sobre la arena. Y descendió la lluvia y vinieron las inundaciones y soplaron los vientos y dieron contra aquella casa, y se hundió, y fue grande su desplome”.
Cuando Jesús termina su sermón, las muchedumbres quedan atónitas por su modo de enseñar, porque les enseña como persona que tiene autoridad y no como sus líderes religiosos.
-
-
La gran fe de un oficial del ejércitoEl hombre más grande de todos los tiempos
-
-
La gran fe de un oficial del ejército
CUANDO Jesús pronuncia su Sermón del Monte, ha llegado como a la mitad de su ministerio público. Esto significa que solo tiene alrededor de un año y nueve meses para completar su obra en la Tierra.
Jesús entra ahora en la ciudad de Capernaum, que ha llegado a ser como su centro de operaciones. Aquí hombres mayores de entre los judíos se le acercan para pedirle algo. Los ha enviado un oficial del ejército romano que es gentil, o sea, un hombre que no es de la raza judía.
El siervo amado del oficial del ejército está a punto de morir de una grave enfermedad, y el oficial desea que Jesús lo sane. Los judíos ruegan solícitamente a favor del oficial: “Es digno de que le otorgues esto —dicen—, porque ama a nuestra nación, y él mismo nos edificó la sinagoga”.
Sin titubear, Jesús va con los hombres. Sin embargo, cuando se acercan, el oficial del ejército envía unos amigos a decir: “Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres debajo de mi techo. Por esto no me consideré digno de ir a ti”.
¡Qué expresión tan humilde de un oficial que está acostumbrado a dar órdenes a otros! Pero puede que él esté pensando también en Jesús, por reconocer que la costumbre le prohíbe a un judío tener tratos sociales con gente no judía. Hasta Pedro dijo: “Bien saben ustedes cuán ilícito le es a un judío unirse o acercarse a un hombre de otra raza”.
El oficial, quizás por no querer que Jesús sufra las consecuencias de violar esta costumbre, hace que sus amigos soliciten de él lo siguiente: “Di tú la palabra, y sea sanado mi sirviente. Porque yo también soy hombre puesto bajo autoridad, que tengo soldados bajo mí, y digo a este: ‘¡Vete!’, y se va, y a otro: ‘¡Ven!’, y viene, y a mi esclavo: ‘¡Haz esto!’, y lo hace”.
Pues bien, al oír aquello Jesús se maravilla. “Les digo la verdad —dice—: No he hallado en Israel a nadie con tan grande fe.” Después de sanar al siervo del oficial, Jesús usa la ocasión para decir que gente no judía que tenga fe será favorecida con las bendiciones que rechazan los judíos faltos de fe.
Jesús dice: “Muchos vendrán de las partes orientales y de las partes occidentales y se reclinarán a la mesa con Abrahán e Isaac y Jacob en el reino de los cielos; entre tanto que los hijos del reino serán echados a la oscuridad de afuera. Allí es donde será su llanto y el crujir de sus dientes”.
“Los hijos del reino [...] echados a la oscuridad de afuera” son judíos naturales que no aceptan la oportunidad que primero se les ofrece a ellos de ser gobernantes con Cristo. Abrahán, Isaac y Jacob representan el arreglo del Reino de Dios. Así Jesús está diciendo que se recibirá con gusto a gentiles para que se reclinen a la mesa celestial, por decirlo así, “en el reino de los cielos”. (Lucas 7:1-10; Mateo 8:5-13; Hechos 10:28.)
-
-
Jesús disipa el dolor de una viudaEl hombre más grande de todos los tiempos
-
-
Jesús disipa el dolor de una viuda
POCO después de haber sanado al esclavo del oficial del ejército, Jesús parte hacia Naín, una ciudad situada a más de 32 kilómetros (20 millas) al sudoeste de Capernaum. Sus discípulos y una gran muchedumbre lo acompañan. Probablemente está anocheciendo cuando se acercan a las afueras de Naín. Aquí se encuentran con una procesión fúnebre. La gente saca de la ciudad, para enterrarlo, el cadáver de un joven.
La situación de la madre es especialmente lamentable, pues es viuda y este es su único hijo. Cuando su esposo murió, ella pudo consolarse porque tenía a su hijo. Ella depositó en el futuro de este sus esperanzas, deseos y ambiciones. Pero ahora no tiene a nadie en quien hallar consuelo. La embarga un profundo dolor mientras la gente de la ciudad la acompaña al lugar del entierro.
Cuando Jesús alcanza a ver a la mujer, el corazón se le conmueve por la inmensa tristeza de ella. Por eso, con ternura, pero con una firmeza que imparte confianza, le dice: “Deja de llorar”. Su porte y su acción atraen la atención de la muchedumbre. Por eso, cuando él se acerca y toca el féretro donde llevan el cadáver, los que lo llevan se detienen. Todos tienen que estar preguntándose qué va a hacer.
Es cierto que los que acompañan a Jesús lo han visto sanar milagrosamente de sus enfermedades a muchas personas. Pero parece que nunca le han visto levantar a nadie de entre los muertos. ¿Puede hacer tal cosa? Dirigiéndose al cadáver, Jesús ordena: “Joven, yo te digo: ¡Levántate!”. ¡Y el hombre se incorpora! Empieza a hablar, y Jesús lo entrega a su madre.
Cuando la gente ve que el joven en verdad está vivo, empieza a decir: “Un gran profeta ha sido levantado entre nosotros”. Otros dicen: “Dios ha dirigido su atención a su pueblo”. Las noticias de esta asombrosa hazaña se esparcen rápidamente por toda Judea y por toda la comarca.
Juan el Bautizante todavía está en prisión, y desea saber más acerca de las obras que Jesús puede ejecutar. Los discípulos de Juan le informan acerca de estos milagros. ¿Cómo responde él? (Lucas 7:11-18.)
-
-
¿Le faltó fe a Juan?El hombre más grande de todos los tiempos
-
-
¿Le faltó fe a Juan?
JUAN el Bautizante, que para ahora lleva como un año en prisión, recibe el informe sobre la resurrección del hijo de la viuda de Naín. Pero Juan quiere oír directamente de Jesús acerca del significado de aquello, de modo que envía a dos de sus discípulos a preguntarle: “¿Eres tú Aquel Que Viene, o hemos de esperar a uno diferente?”.
Puede que esta pregunta parezca extraña, especialmente puesto que casi dos años antes, cuando bautizaba a Jesús, Juan vio el espíritu de Dios descender sobre él y oyó la voz de Dios diciendo que lo aprobaba. La pregunta de Juan tal vez lleve a algunos a concluir que se ha debilitado en la fe. Pero no es así. Jesús no hablaría tan bien de Juan, algo que hace en esta ocasión, si Juan hubiera empezado a tener dudas. Entonces, ¿por qué hace Juan esta pregunta?
Quizás Juan simplemente quiere que Jesús le confirme que es el Mesías. Esto fortalecería mucho a Juan mientras languidece en prisión. Pero parece que la pregunta de Juan implica más que solo eso. Evidentemente Juan quiere saber si va a venir otro, un sucesor, por decirlo así, que complete el cumplimiento de todas las cosas que se predijeron que efectuaría el Mesías.
Según las profecías bíblicas con las que está familiarizado Juan, el Ungido de Dios ha de ser un rey, un libertador. Sin embargo, a Juan todavía lo tienen en prisión, aun muchos meses después del bautismo de Jesús. Por eso es patente que Juan le está preguntando a Jesús: ‘¿Eres tú en realidad quien va a establecer con poder externo el Reino de Dios, o hay uno diferente, un sucesor, a quien debamos esperar para que cumpla todas las profecías maravillosas con relación a la gloria del Mesías?’.
En vez de decir a los discípulos de Juan: ‘¡Por supuesto que yo soy el que vendría!’, Jesús en aquella misma hora hace un notable despliegue al sanar a muchas personas, curándolas de toda clase de enfermedades y dolencias. Entonces dice a los discípulos: “Vayan, informen a Juan lo que vieron y oyeron: los ciegos reciben la vista, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos son levantados, a los pobres se anuncian las buenas nuevas”.
En otras palabras, la pregunta de Juan quizás da a entender que él espera que Jesús haga más de lo que está haciendo y quizás libre a Juan mismo. Sin embargo, Jesús le está diciendo a Juan que no espere más que los milagros que Jesús está haciendo.
Después que los discípulos de Juan se van, Jesús se dirige a las muchedumbres y les dice que Juan es el “mensajero” de Jehová predicho en Malaquías 3:1 y también es el profeta Elías predicho en Malaquías 4:5, 6. Así alaba a Juan como un profeta en igualdad con cualquiera de los profetas que vivieron antes de él, como explica: “En verdad les digo: Entre los nacidos de mujer no ha sido levantado uno mayor que Juan el Bautista; mas el que sea de los menores en el reino de los cielos es mayor que él. Pero desde los días de Juan el Bautista hasta ahora el reino de los cielos es la meta hacia la cual se adelantan con ardor los hombres”.
Aquí Jesús muestra que Juan no estará en el Reino celestial, pues uno de los menores allí es mayor que Juan. Juan preparó el camino para Jesús, pero muere antes de que Cristo selle el pacto o acuerdo con sus discípulos para que sean corregentes con él en su Reino. Por eso Jesús dice que Juan no estará en el Reino celestial. En vez de eso, Juan será un súbdito terrestre del Reino de Dios. (Lucas 7:18-30; Mateo 11:2-15.)
-
-
Los orgullosos y los humildesEl hombre más grande de todos los tiempos
-
-
Los orgullosos y los humildes
DESPUÉS de mencionar las virtudes de Juan el Bautizante, Jesús dirige su atención a la gente orgullosa y voluble que está a su alrededor. “Esta generación”, declara, “es semejante a los niñitos sentados en las plazas de mercado, que dan voces a sus compañeros de juego, y dicen: ‘Les tocamos la flauta, pero no danzaron; plañimos, pero no se golpearon en desconsuelo’.”
¿Qué quiere decir Jesús? Él explica: “Juan vino sin comer ni beber, pero dicen: ‘Tiene demonio’; el Hijo del hombre sí vino comiendo y bebiendo, y no obstante dicen: ‘¡Miren! Un hombre glotón y dado a beber vino, amigo de recaudadores de impuestos y pecadores’”.
Es imposible satisfacer a la gente. Nada le complace. Juan ha vivido una vida austera de abnegación como nazareo, conforme a la declaración del ángel de que “no debe beber en absoluto vino ni bebida alcohólica alguna”. Y sin embargo la gente dice que está endemoniado. Por otra parte, Jesús vive como otros hombres, sin practicar austeridad, y lo acusan de excesos.
¡Qué difícil es complacer a la gente! Son como compañeros de juego, algunos de los cuales se niegan a responder con danzas cuando otros niños tocan la flauta o con desconsuelo cuando sus compañeros plañen. No obstante, Jesús dice: “La sabiduría queda probada justa por sus obras”. Sí, la evidencia —las obras— muestra claramente que las acusaciones contra Juan y Jesús son falsas.
Jesús pasa a reprender específicamente a las tres ciudades de Corazín, Betsaida y Capernaum, donde ha efectuado la mayor parte de sus obras poderosas. Jesús menciona que si hubiera hecho estas obras en las ciudades fenicias de Tiro y Sidón estas se habrían arrepentido en saco y ceniza. Al condenar a Capernaum, la cual aparentemente ha sido su base de operaciones durante el período de su ministerio, Jesús declara: “Le será más soportable a la tierra de Sodoma en el Día del Juicio que a ti”.
A continuación Jesús alaba públicamente a su Padre celestial. Lo que lo mueve a hacer esto es que Dios oculta de los sabios y la gente intelectual preciosas verdades espirituales, pero revela estas cosas maravillosas a gente humilde, sí, a pequeñuelos, por decirlo así.
Por último Jesús extiende esta atractiva invitación: “Vengan a mí, todos los que se afanan y están cargados, y yo los refrescaré. Tomen sobre sí mi yugo y aprendan de mí, porque soy de genio apacible y humilde de corazón, y hallarán refrigerio para sus almas. Porque mi yugo es suave y mi carga es ligera”.
¿Cómo ofrece refrigerio Jesús? Lo hace mediante librar a la gente de las tradiciones esclavizadoras con que los líderes religiosos la han cargado, lo que incluye, por ejemplo, reglas restrictivas sobre guardar el sábado. Él muestra también la senda de alivio para los que se sienten aplastados por la dominación de las autoridades políticas y para aquellos que, por su conciencia afligida, sienten el peso de sus pecados. Revela a estos afligidos cómo se les pueden perdonar sus pecados y cómo pueden disfrutar de una preciosa relación con Dios.
El yugo suave que ofrece Jesús es uno de dedicación completa a Dios, el que podamos servir a nuestro compasivo y misericordioso Padre celestial. Y la carga ligera que ofrece Jesús a los que vienen a él es la de obedecer los requisitos de Dios para la vida, que son Sus mandamientos registrados en la Biblia. Y de ninguna manera es gravoso obedecerlos. (Mateo 11:16-30; Lucas 1:15; 7:31-35; 1 Juan 5:3.)
-
-
Una lección de misericordiaEl hombre más grande de todos los tiempos
-
-
Una lección de misericordia
PUEDE que Jesús todavía esté en Naín, donde hace poco resucitó al hijo de una viuda, o quizás esté visitando otra ciudad cerca de allí. Cierto fariseo llamado Simón desea ver más de cerca al que está efectuando estas extraordinarias obras. Por eso, invita a Jesús a comer con él.
Jesús, que considera esta ocasión como una oportunidad para ministrar a los presentes, acepta la invitación, tal como ha aceptado invitaciones a comer con recaudadores de impuestos y pecadores. Sin embargo, cuando Jesús entra en la casa de Simón no recibe la atención cordial que suele concederse a los invitados.
Los pies calzados con sandalias se calientan y ensucian como resultado del viaje en caminos polvorientos, y como acto de hospitalidad se acostumbra lavar con agua fresca los pies de los invitados. Pero a Jesús no le lavan los pies cuando llega. Ni le dan un beso de bienvenida, que es cortesía común. Tampoco le suministran el aceite que se acostumbra dar para el cabello como muestra de hospitalidad.
Durante la comida, mientras los invitados están reclinados a la mesa, cierta mujer que no ha sido invitada entra sigilosamente en aquel lugar. En la ciudad la conocen como persona de vida inmoral. Puede que haya oído las enseñanzas de Jesús, incluso su invitación a ‘todos los que estaban cargados a venir a él y hallar refrigerio’. Y porque lo que ha visto y oído la ha conmovido profundamente, ahora ha buscado a Jesús.
La mujer viene por detrás de Jesús cuando él está reclinado a la mesa, y se arrodilla a sus pies. Al caer sus lágrimas sobre los pies de Jesús, le enjuga los pies con el cabello. También toma aceite perfumado de su frasco y, besándole tiernamente los pies, derrama el aceite sobre ellos. Simón observa esto con desaprobación. “Este hombre, si fuera profeta —razona—, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora.”
Percibiendo lo que Simón piensa, Jesús dice: “Simón, tengo algo que decirte”.
“Maestro, ¡dilo!”, responde él.
“Dos hombres eran deudores a cierto prestamista —empieza Jesús—; el uno le debía quinientos denarios, pero el otro cincuenta. Cuando no tuvieron con qué pagar, él sin reserva perdonó a ambos. Por lo tanto, ¿cuál de ellos le amará más?”
“Supongo —dice Simón, quizás con un aire de indiferencia ante lo aparentemente fuera de propósito de la pregunta— que será aquel a quien sin reserva le perdonó más.”
“Juzgaste correctamente”, dice Jesús. Entonces, volviéndose hacia la mujer, dice a Simón: “¿Contemplas a esta mujer? Entré en tu casa; no me diste agua para los pies. Pero esta mujer me ha mojado los pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste beso; pero esta mujer, desde la hora que entré, no ha dejado de besarme los pies tiernamente. No me untaste la cabeza con aceite; pero esta mujer me ha untado los pies con aceite perfumado”.
Así la mujer ha dado prueba de estar sinceramente arrepentida de sus antecedentes de inmoralidad. Por lo tanto Jesús concluye sus palabras así: “En virtud de esto, te digo, los pecados de ella, por muchos que sean, son perdonados, porque amó mucho; mas al que se le perdona poco, poco ama”.
Jesús de ningún modo está disculpando ni aprobando tácitamente la inmoralidad. Más bien, este incidente revela su comprensión y compasión para con las personas que cometen errores en la vida pero que luego se arrepienten de ellos y, por eso, vienen a Cristo en busca de alivio. Jesús suministra verdadero refrigerio a la mujer al decir: “Tus pecados son perdonados. [...] Tu fe te ha salvado; vete en paz”. (Lucas 7:36-50; Mateo 11:28-30.)
-