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  • Un gobernante sobrehumano deseado
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • Poco tiempo después llegan a Genesaret, una hermosa y fructífera llanura cerca de Capernaum. Allí echan anclas. Pero cuando bajan a la ribera, la gente reconoce a Jesús y pasa al campo de alrededor en busca de los enfermos. Cuando los traen en sus camillas y estos solo tocan el fleco de la prenda de vestir exterior de Jesús, quedan completamente sanos.

      Mientras tanto, la muchedumbre que había visto la alimentación milagrosa de los miles descubre que Jesús ha partido. Por eso, cuando llegan unas barcas pequeñas de Tiberíades, suben a estas y parten hacia Capernaum en busca de Jesús. Cuando lo hallan, preguntan: “Rabí, ¿cuándo llegaste acá?”. Jesús los reprende, como pronto veremos.

  • “Verdadero pan del cielo”
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • “Verdadero pan del cielo”

      EL DÍA antes habían sucedido muchas cosas interesantes. Jesús había alimentado milagrosamente a miles de personas y luego evadido su intento de hacerlo rey. Aquella noche había andado sobre el agitado mar de Galilea; había rescatado a Pedro, quien empezó a hundirse mientras andaba sobre el agua azotada por la tempestad; y había calmado las olas para salvar del naufragio a sus discípulos.

      Ahora las personas a quienes Jesús había alimentado milagrosamente al nordeste del mar de Galilea lo hallan cerca de Capernaum y preguntan: “¿Cuándo llegaste acá?”. Jesús las reprende; les dice que solo lo han buscado porque esperan conseguir otra comida gratis. Exhorta a la gente a trabajar, no por alimento que perece, sino por alimento que permanece para vida eterna. Por eso, la gente pregunta: “¿Qué haremos para obrar las obras de Dios?”.

      Jesús menciona una sola obra del más grande valor. “Esta es la obra de Dios —explica—: que ejerzan fe en aquel a quien Ese ha enviado.”

      Sin embargo, la gente no ejerce fe en Jesús, a pesar de todos los milagros que ha ejecutado. Increíble como parezca, aun después de todas las maravillas que ha hecho preguntan: “¿Qué ejecutas tú de señal, entonces, para que la veamos y te creamos? ¿Qué obra haces? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, así como está escrito: ‘Pan del cielo les dio a comer’”.

      En respuesta a su solicitud de una señal, Jesús indica claramente la Fuente de las provisiones milagrosas; dice: “Moisés no les dio el pan del cielo, pero mi Padre sí les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da vida al mundo”.

      “Señor —dice la gente—, siempre danos este pan.”

      “Yo soy el pan de la vida —explica Jesús—. Al que viene a mí, de ninguna manera le dará hambre, y al que ejerce fe en mí no le dará sed nunca. Pero yo les he dicho: Ustedes hasta me han visto, y sin embargo no creen. Todo lo que el Padre me da vendrá a mí, y al que viene a mí de ninguna manera lo echaré; porque he bajado del cielo para hacer, no la voluntad mía, sino la voluntad del que me ha enviado. Esta es la voluntad del que me ha enviado, que no pierda nada de todo lo que me ha dado, sino que lo resucite en el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que contempla al Hijo y ejerce fe en él tenga vida eterna.”

      Cuando oyen esto, los judíos empiezan a murmurar contra Jesús porque ha dicho: “Yo soy el pan que bajó del cielo”. En él ellos solo ven a un hijo de padres humanos, y por eso objetan como lo hizo la gente de Nazaret: “¿No es este Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo es que ahora dice: ‘Yo he bajado del cielo’?”.

      “Dejen de murmurar entre ustedes —responde Jesús—. Nadie puede venir a mí a menos que el Padre, que me envió, lo atraiga; y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los Profetas: ‘Y todos ellos serán enseñados por Jehová’. Todo el que ha oído de parte del Padre, y ha aprendido, viene a mí. No que hombre alguno haya visto al Padre, salvo aquel que es de Dios; este ha visto al Padre. Muy verdaderamente les digo: El que cree tiene vida eterna.”

      Continuando, Jesús repite: “Yo soy el pan de la vida. Los antepasados de ustedes comieron el maná en el desierto y sin embargo murieron. Este es el pan que baja del cielo, para que cualquiera pueda comer de él y no morir. Yo soy el pan vivo que bajó del cielo; si alguien come de este pan vivirá para siempre”. Sí, la gente puede tener vida eterna si ejerce fe en Jesús, el enviado de Dios. ¡Ningún maná, ni ningún otro pan como ese, puede suministrar tal cosa!

      Parece que la consideración acerca del pan del cielo empezó poco después que la gente halló a Jesús cerca de Capernaum. Pero continúa, y llega a una culminación después mientras Jesús enseña en una sinagoga de Capernaum.

  • Muchos discípulos dejan de seguir a Jesús
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • Muchos discípulos dejan de seguir a Jesús

      JESÚS está enseñando en una sinagoga de Capernaum acerca de su papel como el verdadero pan del cielo. Parece que su discurso es una extensión de los puntos que empezó a considerar con la gente cuando esta lo encontró al volver del lado oriental del mar de Galilea, donde la gente había comido los panes y pescados que Jesús había provisto milagrosamente.

      Jesús continúa sus declaraciones así: “El pan que yo daré es mi carne a favor de la vida del mundo”. Solo dos años antes, en la primavera del año 30 E.C., Jesús había dicho a Nicodemo que tanto amaba Dios al mundo que había provisto como Salvador a su Hijo. Por eso, Jesús ahora muestra que cualquiera del mundo de la humanidad que coma simbólicamente de su carne —por ejercer fe en el sacrificio que él pronto hará— puede recibir vida eterna.

      Sin embargo, la gente tropieza por estas palabras de Jesús. “¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?”, pregunta. Jesús desea que los que le escuchan entiendan que su carne se habría de comer figurativamente. Por eso, para recalcar esto, dice algo que es más inaceptable todavía si se toma en sentido literal.

      “A menos que coman la carne del Hijo del hombre y beban su sangre —declara Jesús—, no tienen vida en ustedes. El que se alimenta de mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día; porque mi carne es verdadero alimento, y mi sangre es verdadera bebida. El que se alimenta de mi carne y bebe mi sangre permanece en unión conmigo, y yo en unión con él.”

      Es verdad que la enseñanza de Jesús parecería muy ofensiva si él estuviera sugiriendo participar en canibalismo. Pero, por supuesto, Jesús no está recomendando comer carne ni beber sangre literalmente. Solo está recalcando que todos los que reciben vida eterna tienen que ejercer fe en el sacrificio que él va a hacer cuando ofrezca su cuerpo humano perfecto y derrame su sangre vital. Sin embargo, hasta muchos de sus discípulos no se esfuerzan por entender su enseñanza, y por eso objetan así: “Este discurso es ofensivo; ¿quién puede escucharlo?”.

      Porque sabe que muchos de sus discípulos murmuran, Jesús dice: “¿Esto los hace tropezar? ¿Qué hay, pues, si contemplaran al Hijo del hombre ascender a donde estaba antes? [...] Los dichos que yo les he hablado son espíritu y son vida. Pero hay algunos de ustedes que no creen”.

      Jesús continúa: “Por esto les he dicho: Nadie puede venir a mí a menos que se lo conceda el Padre”. Al oír eso, muchos de sus discípulos se van y ya no lo siguen. Por eso, Jesús se vuelve a sus 12 apóstoles y pregunta: “Ustedes no quieren irse también, ¿verdad?”.

      Pedro responde: “Señor, ¿a quién nos iremos? Tú tienes dichos de vida eterna; y nosotros hemos creído y llegado a conocer que tú eres el Santo de Dios”. ¡Qué excelente expresión de lealtad, aunque Pedro y los demás apóstoles tal vez no hayan entendido de lleno lo que Jesús enseñaba sobre este asunto!

      Aunque la respuesta de Pedro le agrada, Jesús dice: “Yo los escogí a ustedes, a los doce, ¿no es verdad? No obstante, uno de ustedes es calumniador”. Se refiere a Judas Iscariote. Posiblemente en esta ocasión Jesús detecta en Judas un “principio” o comienzo de un mal derrotero.

      Jesús acaba de desilusionar a la gente al resistir sus intentos de hacerlo rey, y la gente quizás razona así: ‘¿Cómo puede este ser el Mesías si no se pone en la posición que debidamente corresponde al Mesías?’. Este punto sería también un asunto en que pensaría la gente en aquel momento. (Juan 6:51-71; 3:16.)

  • ¿Qué contamina al hombre?
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • Quizás Jesús se halla en Capernaum cuando desde Jerusalén vienen a él fariseos y escribas. Buscan una base para acusarlo de alguna ofensa religiosa. Preguntan: “¿Por qué traspasan tus discípulos la tradición de los hombres de otros tiempos? Por ejemplo, no se lavan las manos cuando van a tomar una comida”. Esto no es algo que Dios exija, pero los fariseos consideran delito serio no ejecutar este rito tradicional, que implicaba lavarse desde las manos hasta los codos.

      En vez de contestar a su acusación, Jesús indica que ellos quebrantan inicua y voluntariosamente la Ley de Dios. “¿Por qué traspasan ustedes también el mandamiento de Dios a causa de su tradición?”, quiere saber. “Por ejemplo, Dios dijo: ‘Honra a tu padre y a tu madre’; y: ‘El que injurie a padre o a madre termine en muerte’. Pero ustedes dicen: ‘Cualquiera que diga a su padre o a su madre: “Todo lo que tengo por lo cual pudieras sacar provecho de mí es una dádiva dedicada a Dios”, no debe honrar de ningún modo a su padre’.”

      Sí; los fariseos enseñan que el dinero, la propiedad o cualquier cosa dedicada como dádiva a Dios pertenece al templo y no se puede usar con ningún otro propósito. Sin embargo, en realidad la persona que ha dedicado la dádiva la conserva en su poder. De esta manera, por solo decir que su dinero o propiedad es “corbán” —una dádiva dedicada a Dios o al templo— un hijo evade su responsabilidad de ayudar a sus padres de edad avanzada, que pueden hallarse en gran apretura.

      Jesús, con razón indignado por el torcimiento inicuo de la Ley de Dios por los fariseos, dice: “Ustedes han invalidado la palabra de Dios a causa de su tradición. Hipócritas, aptamente profetizó de ustedes Isaías, cuando dijo: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está muy alejado de mí. En vano siguen adorándome, porque enseñan mandatos de hombres como doctrinas’”.

      Puede que la muchedumbre se haya echado atrás para permitir que los fariseos interroguen a Jesús. Ahora, cuando los fariseos no pueden responder a la vigorosa censura de Jesús, él pide a la muchedumbre que se acerque. “Escúchenme —dice—, [...] y capten el significado. Nada hay que entre en el hombre de fuera de él que pueda contaminarlo; mas las cosas que proceden del hombre son las cosas que contaminan al hombre.”

      Después, cuando entran en una casa, sus discípulos preguntan: “¿Sabes que los fariseos tropezaron al oír lo que dijiste?”.

      “Toda planta que mi Padre celestial no ha plantado será desarraigada —responde Jesús—. Déjenlos. Guías ciegos es lo que son. Por eso, si un ciego guía a un ciego, ambos caerán en un hoyo.”

      Parece que Jesús se sorprende cuando Pedro, hablando por los discípulos, le pide una aclaración en cuanto a lo que contamina al hombre. “¿También ustedes están aún sin entendimiento?”, responde Jesús. “¿No se dan cuenta de que todo lo que entra en la boca va pasando de allí a los intestinos, y se expele en la cloaca? Sin embargo, las cosas que proceden de la boca salen del corazón, y esas cosas contaminan al hombre. Por ejemplo, del corazón salen razonamientos inicuos, asesinatos, adulterios, fornicaciones, hurtos, testimonios falsos, blasfemias. Estas son las cosas que contaminan al hombre; mas el tomar una comida con las manos sin lavar no contamina al hombre.”

      Aquí Jesús no está oponiéndose a la higiene normal. No está diciendo que no es necesario que uno se lave las manos antes de preparar alimento o comer. Más bien, está condenando la hipocresía de los líderes religiosos que mañosamente tratan de evadir las leyes justas de Dios insistiendo en tradiciones que no son bíblicas. Sí; lo que contamina al hombre son los hechos inicuos, y Jesús muestra que estos salen del corazón de la persona.

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