-
Una lección de humildadEl hombre más grande de todos los tiempos
-
-
Con el tiempo llegan a Capernaum, que ha sido como una base de actividades durante el ministerio de Jesús. También es la ciudad de Pedro y de otros apóstoles. Allí, hombres que cobran el impuesto del templo abordan a Pedro. Quizás para implicar a Jesús en alguna violación de la costumbre aceptada, preguntan: “¿No paga el maestro de ustedes el impuesto de los dos dracmas [para el templo]?”.
“Sí”, responde Pedro.
Jesús, que quizás haya llegado a la casa poco después, está al tanto de lo que ha sucedido. Por eso, aun antes de que Pedro pueda mencionar el asunto, pregunta: “¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes reciben los reyes de la tierra contribuciones o la capitación? ¿De sus hijos, o de los extraños?”.
“De los extraños”, contesta Pedro.
“Entonces, realmente, los hijos están libres de impuestos”, indica Jesús. Puesto que el Padre de Jesús es el Rey del universo, Aquel a quien se adora en el templo, en realidad no es un requisito legal que el Hijo de Dios pague el impuesto del templo. “Pero para que no los hagamos tropezar —dice Jesús—, ve al mar, echa el anzuelo, y toma el primer pez que suba y, al abrirle la boca, hallarás una moneda de estater [cuatro dracmas]. Toma esa y dásela a ellos por mí y por ti.”
Cuando los discípulos se reúnen después de regresar a Capernaum, quizás en la casa de Pedro, preguntan: “¿Quién, realmente, es mayor en el reino de los cielos?”. Jesús sabe por qué hacen esta pregunta, pues está al tanto de lo que sucedía entre ellos mientras le seguían de regreso de Cesarea de Filipo. Por eso pregunta: “¿Qué discutían en el camino?”. Avergonzados, los discípulos se quedan callados, pues habían discutido entre sí sobre quién sería el mayor.
Después de haber sido enseñados por Jesús por casi tres años, ¿parece increíble que los discípulos tengan una discusión como aquella? Pues bien, aquello revela la vigorosa influencia de la imperfección humana, así como de los antecedentes religiosos. La religión judía en la cual se habían criado los discípulos recalcaba posición o rango en todo trato. Además, quizás Pedro, por la promesa que le hizo Jesús de que recibiría ciertas “llaves” del Reino, se creía superior. Puede que Santiago y Juan hayan tenido ideas similares porque se les había favorecido con ser testigos de la transfiguración de Jesús.
Sea lo que sea, Jesús hace algo conmovedor para corregir la actitud de ellos. Llama a un niño, lo pone en medio de ellos, lo abraza, y dice: “A menos que ustedes se vuelvan y lleguen a ser como niñitos, de ninguna manera entrarán en el reino de los cielos. Por eso, cualquiera que se humille como este niñito, es el mayor en el reino de los cielos; y cualquiera que reciba a un niñito como este sobre la base de mi nombre, a mí también me recibe”.
¡Qué maravillosa manera de corregir a sus discípulos! Jesús no se encoleriza con ellos ni los llama orgullosos, codiciosos ni ambiciosos. No; más bien, ilustra la corrección mediante usar el ejemplo de niñitos, que tienden a ser modestos y libres de ambición y por lo general no piensan en rango entre sí. Así Jesús muestra que sus discípulos tienen que desarrollar estas cualidades que caracterizan a los niños humildes. Como dice Jesús en conclusión: “El que se porta como uno de los menores entre todos ustedes es el que es grande”.
-
-
Más consejo y correcciónEl hombre más grande de todos los tiempos
-
-
Más consejo y corrección
MIENTRAS Jesús y sus apóstoles todavía están en la casa en Capernaum, se considera otro asunto además de la disputa entre los apóstoles sobre quién es el mayor. Es un incidente que quizás ocurrió también mientras regresaban a Capernaum, en ausencia de Jesús. El apóstol Juan informa: “Vimos a cierto hombre que expulsaba demonios por el uso de tu nombre y tratamos de impedírselo, porque no nos acompañaba”.
Está claro que para Juan los apóstoles son un grupo selecto de sanadores con título. Por eso, para él aquel hombre estaba ejecutando obras poderosas de manera indebida, pues no era parte del grupo de ellos.
Sin embargo, Jesús aconseja: “No traten de impedírselo, porque nadie hay que haga una obra poderosa sobre la base de mi nombre que pronto pueda injuriarme; porque el que no está contra nosotros, está a favor nuestro. Porque cualquiera que les dé de beber un vaso de agua debido a que pertenecen a Cristo, verdaderamente les digo, de ninguna manera perderá su galardón”.
Este hombre no tenía que seguir corporalmente a Jesús para estar de Su parte. Todavía no se había establecido la congregación cristiana, y por eso el que él no formara parte del grupo de ellos no significaba que fuera de otra congregación. Aquel hombre en realidad tenía fe en el nombre de Jesús y por eso lograba expulsar demonios. Estaba haciendo algo parecido a lo que Jesús dijo que merecía una recompensa. Jesús muestra que, por hacer esto, no perderá su recompensa.
Pero ¿qué sucedería si las palabras y acciones de los apóstoles causaran tropiezo a aquel hombre? ¡Eso sería muy serio! Jesús comenta: “Cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeños que creen, mejor le sería que se le pusiera alrededor del cuello una piedra de molino como la que el asno hace girar y realmente fuera arrojado al mar”.
Jesús dice que sus seguidores deben quitar de su vida todo lo que les sea tan estimado como una mano, un pie o un ojo que pueda causarles tropiezo. Es mejor que no tengan esa cosa preciada y entren en el Reino de Dios que apegarse a ella y ser arrojados al Gehena (un basurero que ardía constantemente, cerca de Jerusalén), símbolo de la destrucción eterna.
Jesús también advierte: “Miren que no desprecien a uno de estos pequeños; porque les digo que sus ángeles en el cielo siempre contemplan el rostro de mi Padre que está en el cielo”. Entonces ilustra que esos “pequeños” son preciosos cuando habla acerca de un hombre que posee cien ovejas pero pierde una. Jesús explica que el hombre deja las 99 para buscar la perdida, y al hallarla se regocija más por ella que por las 99. “Así mismo —concluye entonces Jesús—, no es cosa deseable a mi Padre que está en el cielo el que uno de estos pequeños perezca.”
Quizás pensando en la disputa que habían tenido entre sí los apóstoles, Jesús insta: “Tengan sal en ustedes, y mantengan paz entre unos y otros”. La sal hace más sabrosos los alimentos insípidos. Así, la sal figurativa facilita el aceptar lo que uno dice. El tener esa sal ayuda a conservar la paz.
Pero puede que a veces haya disputas graves como resultado de la imperfección humana. Jesús también nos da pautas para encargarnos de ellas. “Si tu hermano comete un pecado —dice—, ve y pon al descubierto su falta entre tú y él a solas. Si te escucha, has ganado a tu hermano.” Jesús aconseja que se haga lo siguiente si el hermano no escucha: “Toma contigo a uno o dos más, para que por boca de dos o tres testigos se establezca todo asunto”.
Solo como último recurso, dice Jesús, se ha de llevar el asunto a “la congregación”, es decir, a los superintendentes responsables de la congregación que pueden tomar una decisión judicial. Si el pecador no acata la decisión de ellos, la conclusión de Jesús es: “Sea para ti exactamente como hombre de las naciones y como recaudador de impuestos”.
Al tomar una decisión de esa clase los superintendentes tienen que adherirse estrechamente a las instrucciones de la Palabra de Jehová. Así, cuando hallan a alguien culpable y digno de castigo, el juicio ‘habrá sido atado ya en el cielo’. Y cuando ellos lo ‘desatan sobre la tierra’, es decir, cuando hallan inocente a la persona, ese juicio ya habrá sido ‘desatado en el cielo’. Jesús dice que en esas deliberaciones judiciales “donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. (Mateo 18:6-20; Marcos 9:38-50; Lucas 9:49, 50.)
-
-
Lección sobre saber perdonarEl hombre más grande de todos los tiempos
-
-
Lección sobre saber perdonar
PARECE que Jesús todavía está en la casa de Capernaum con sus discípulos. Ha estado considerando con ellos cómo tratar con las dificultades que surgen entre hermanos, de modo que Pedro pregunta: “Señor, ¿cuántas veces ha de pecar contra mí mi hermano y he de perdonarle yo?”. Puesto que los maestros religiosos judíos proponen que se otorgue perdón hasta tres veces, Pedro quizás cree muy generoso el sugerir: “¿Hasta siete veces?”.
Pero la idea misma de llevar tal cuenta es errónea. Jesús corrige a Pedro: “No te digo: Hasta siete veces, sino: Hasta setenta y siete veces”. Muestra que no se debe poner límite a la cantidad de veces que Pedro perdone a su hermano.
Para grabar en la mente de los discípulos su obligación de estar dispuestos a perdonar, Jesús les da una ilustración. Es acerca de un rey que desea ajustar cuentas con sus esclavos. Le traen un esclavo que le debe la enorme cantidad de 60.000.000 de denarios. De ninguna manera puede él pagarla. Por eso, según explica Jesús, el rey ordena que él y su esposa y sus hijos sean vendidos y se haga el pago.
Entonces el esclavo cae a los pies de su amo y suplica: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo”.
Compadecido de él, el amo muestra misericordia y cancela la enorme deuda del esclavo. Pero acabando de suceder esto —continúa Jesús— este esclavo sale y halla a uno de sus coesclavos que le debe solo 100 denarios. El hombre agarra a su coesclavo por la garganta y empieza a estrangularlo, diciendo: “Paga todo lo que debes”.
Pero el coesclavo no tiene el dinero. Por eso, cae a los pies del esclavo a quien está endeudado, y suplica: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré”. A diferencia de su amo, el esclavo no es misericordioso, y hace que echen en prisión a su coesclavo.
Pues bien, según el relato de Jesús los otros esclavos que han visto lo que ha sucedido van a contárselo al amo. Él se encoleriza y manda llamar al esclavo. “Esclavo inicuo —dice—, yo te cancelé toda aquella deuda, cuando me suplicaste. ¿No deberías tú, en cambio, haberle tenido misericordia a tu coesclavo, como yo también te tuve misericordia a ti?” Provocado a ira, el amo entrega al esclavo despiadado a los carceleros hasta que pague todo lo que debe.
Entonces Jesús concluye así: “Del mismo modo también tratará mi Padre celestial con ustedes si no perdonan de corazón cada uno a su hermano”.
¡Qué excelente lección sobre saber perdonar! En comparación con la gran deuda de pecado que Dios nos ha perdonado, en verdad cualquier transgresión que haya cometido contra nosotros un hermano cristiano es pequeña. Además, Jehová Dios nos ha perdonado miles de veces. Con frecuencia, ni siquiera estamos al tanto de los pecados que cometemos contra él. Por eso, ¿no podemos perdonar a nuestro hermano unas cuantas veces, aunque tengamos causa legítima de queja? Recuerde, como enseñó Jesús en el Sermón del Monte, Dios ‘nos perdonará nuestras deudas, como nosotros también hemos perdonado a nuestros deudores’. (Mateo 18:21-35; 6:12; Colosenses 3:13.)
-
-
Un viaje secreto a JerusalénEl hombre más grande de todos los tiempos
-
-
ES EL otoño de 32 E.C., y se acerca la fiesta de los Tabernáculos. Jesús ha limitado su actividad principalmente a Galilea desde la Pascua de 31 E.C., cuando los judíos trataron de matarlo. Es probable que desde entonces Jesús haya visitado Jerusalén únicamente para asistir a las tres fiestas anuales de los judíos.
-