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¿Quién desea ser millonario?¡Despertad! 1992 | 8 de junio
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¿Quién desea ser millonario?
PARECE que la respuesta sería: casi todo el mundo. Y la manera más sencilla de convertirse en millonario —según muchos— es ganando instantáneamente una fortuna a través de la lotería o de las quinielas futbolísticas.a
A fin de complacer los gustos de la mayoría —y de recibir los ingresos adicionales que las loterías generan— una gran variedad de gobiernos, desde Moscú a Madrid y desde Manila a Ciudad de México, patrocinan loterías estatales que ofrecen premios de hasta cien millones de dólares (E.U.A.).
Algunas personas se han hecho millonarias con los juegos de azar. En Inglaterra, un hombre había estado rellenando quinielas durante veinticinco años y por fin le tocó una enorme cantidad de dinero. Por tan solo 50 centavos (E.U.A.) ganó casi 1,5 millones de dólares (E.U.A.). Y aún más espectacular fue el premio que ganó una mujer de Nueva York en la lotería estatal de Florida (E.U.A.): 55 millones de dólares, cantidad que la convirtió en una de las mayores ganadoras del mundo en el juego de la lotería.
Pero estos casos son excepcionales. El caso típico es el de un empleado español de mediana edad que lleva treinta años comprando cada semana boletos de lotería. Aunque nunca ha obtenido ningún premio sustancioso, sigue comprando boletos. “Siempre espero ganar”, dice. Lo mismo le sucede a un hombre de Montreal que se gastó todo el sueldo de una semana en una lotería canadiense. Él resumió así la opinión de muchos jugadores: “Sorteos como este son la única manera que tienen las clases económicas débiles de soñar en una vida mejor”. Pero no ganó nada.
A pesar del atractivo universal que tienen las loterías, hay otra forma de juego de azar que está cobrando cada vez mayor popularidad: las máquinas tragaperras.b Estas máquinas que, como su nombre indica, se ‘tragan’ el dinero, no ofrecen al jugador la oportunidad de hacerse rico de la noche a la mañana, pero sí la de ganar en un instante un premio gordo, es decir, una cantidad sustanciosa de dinero. Y las tragaperras ya no están confinadas a los casinos. Musiquillas pegadizas, luces centelleantes y de vez en cuando el sonido de monedas que caen en cascada, anuncian su presencia en muchos cafés, clubes, restaurantes y hoteles europeos.
Frances es una anciana viuda que vive en la ciudad de Nueva York. Dos o tres veces por semana realiza un trayecto de dos horas y media en autobús hasta Atlantic City (Nueva Jersey). Una vez en su destino, entra en uno de los casinos de la ciudad y se pone a jugar a las máquinas tragaperras durante unas seis horas. “No sé lo que haría sin Atlantic City —comenta—. Esta es nuestra diversión, ¿sabe?, es lo que hacemos.”
Para otros, los juegos de azar son mucho más que una mera diversión, una vía de escape de la rutina cotidiana o una tentativa optimista de conseguir riquezas. En su caso constituyen una parte importante —si no esencial— de la vida.
“Yo soy jugador porque me gusta el riesgo”, explica Luciano, un hombre de Córdoba (España). “No pretendo justificarme —añade—, pero el caso es que entré en una depresión que me hizo caer en el bingo [...]. Continuamente buscaba los juegos de riesgo.” También comenta: “Se siente euforia al tener el bolsillo repleto de billetes [...] dispuestos a ser jugados”. A otro jugador habitual, que había perdido su empleo de director de empresa, se le preguntó si alguna vez había pensado en abandonar su vicio. Su respuesta fue: “¿Abandonarlo? No podría. Es mi forma de ganarme la vida”.
Aunque los motivos varían, los jugadores no forman ni mucho menos un grupo minoritario. Tres de cada cuatro estadounidenses adultos participan a mayor o menor grado en juegos de azar; en España, otro país donde el juego alcanza proporciones endémicas, la situación es similar. Además, el juego es un gran negocio. En el mundo solo hay unas cuantas sociedades industriales cuyas ventas anuales superan el total recaudado por las loterías de un grupo de 39 países.
Obviamente, la magia del juego es poderosa. Pero, ¿es inofensivo su encanto, o alberga peligros ocultos? Un antiguo proverbio advierte: “El que se apresura a ganar riquezas no permanecerá inocente”. (Proverbios 28:20.) ¿Son ciertas estas palabras en el caso de los que quieren enriquecerse mediante el juego?
[Notas a pie de página]
a Juego público de apuestas sobre las predicciones del resultado de los partidos de fútbol.
b En algunos países hispanohablantes se las llama máquinas tragamonedas o máquinas de juego.
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El amargo precio del juego¡Despertad! 1992 | 8 de junio
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El amargo precio del juego
Bobby, un joven de solo veintitrés años, fue encontrado muerto en el interior de un automóvil aparcado en una calle del sector norte de Londres. Se había suicidado.
El anciano llevaba ya tiempo durmiendo en las calles cuando se presentó en un centro de asistencia social. Estaba muy débil, pues no había comido nada en los últimos cuatro días ni se había tomado los medicamentos que le habían recetado para el corazón.
Emilio, padre de cinco hijos, estaba destrozado. Su mujer y sus hijos le habían abandonado y ya ni siquiera le hablaban.
UN SUICIDA, un vagabundo y un padre rechazado: tres lamentables casos sin relación aparente entre sí, pero bastante comunes en la sociedad actual. No obstante, estas tres tragedias tenían un factor común: la adicción al juego.
Muchos jugadores compulsivos se niegan a reconocer su problema, y con frecuencia los familiares los encubren para evitar el estigma social que representa tener un jugador en la familia. Pero esta devastadora adicción provoca diariamente angustia y desesperación a millones de familias de todo el mundo.
No se sabe cuántos jugadores compulsivos existen. En cuanto a Estados Unidos, la cifra de diez millones se considera un cálculo conservador. Las cifras son alarmantes y por todas partes van en aumento a medida que las oportunidades de participar en juegos de azar se multiplican en un país tras otro. Se ha descrito el juego compulsivo como “la adicción que más deprisa aumenta”.
Muchos de los nuevos adictos al juego empezaron siendo jugadores ocasionales que querían “probar suerte” y finalmente se vieron arrastrados hacia la pesadilla de la adicción al juego.
Cuando el juego gobierna la vida
¿Qué hace que un jugador ocasional se convierta en un jugador compulsivo? Las causas varían, pero de una forma u otra los jugadores llegan a un punto en su vida en el que sienten que no pueden vivir sin el juego. (Véase el recuadro de la página 7.) Algunos descubren en el juego una excitación que no sienten en ninguna otra actividad. Una jugadora explicó: “En realidad no me importa perder o ganar. Cuando hago una apuesta, en especial si la cantidad es mayor que la de las personas que me rodean, me siento la persona más importante del mundo. La gente me respeta. ¡Y siento una excitación!”.
Otros recurren al juego para superar su soledad o depresión. Ester, madre de cuatro hijos, estaba casada con un militar que muchas veces se encontraba lejos de casa. Ella se sentía sola y empezó a jugar a las máquinas tragaperras en centros recreativos. No mucho después ya jugaba varias horas al día. Empezó a quedarse sin dinero para la compra, y los problemas iban en aumento. Procuraba ocultar a su marido las pérdidas que había tenido, a la vez que intentaba con desespero conseguir préstamos de bancos o de otras personas a fin de poder mantener una adicción que le costaba 200 dólares (E.U.A.) diarios.
En el caso de otros jugadores, la obsesión por el juego nació a raíz de haberles tocado un gran premio. Robert Custer, autoridad en el campo del juego compulsivo, explica: “Por lo general, los que se convierten en jugadores compulsivos son los que ganan varias veces seguidas al principio”. A partir de entonces, el deseo de seguir ganando se hace irresistible.
El lazo sutil de la superstición
Muchos jugadores se dejan llevar por presentimientos en lugar de por la lógica. Un simple cálculo de probabilidades disuadiría a un posible jugador si este se rigiese tan solo por la razón. Para ilustrarlo, en Estados Unidos las probabilidades de morir alcanzado por un rayo son de aproximadamente 1 en 1.700.000, mientras que las de ganar un premio en una de las loterías estatales son por lo menos dos veces más remotas.
¿Quién piensa que va a ser alcanzado por un rayo? Solo un pesimista rematado lo pensaría. Sin embargo, casi todos los que compran un boleto de lotería sueñan que su número salga premiado. Es cierto que la perspectiva de que le toque a uno la lotería es más atrayente que la de ser alcanzado por un rayo, pero la razón por la cual muchos esperan algo casi imposible, es la superstición. El hecho de haber escogido sus “números de la suerte” favoritos les convence de que tienen muchas posibilidades de ganar. (Véase el recuadro de la página 8.)
El matemático español Claudio Alsina dijo que si los casinos y las loterías empezasen a utilizar letras en lugar de números en los juegos de azar, las probabilidades de ganar seguirían siendo exactamente las mismas, pero el embrujo —y posiblemente una parte considerable de la recaudación— desaparecería. La fascinación que ejercen ciertos números es extraordinaria. Los números 9, 7, 6 y 0 son los favoritos de algunos, mientras que otros escogen su “número de la suerte” entre fechas de cumpleaños o interpretaciones del horóscopo. Y también hay quien se guía por algún suceso extraño.
Un día, un hombre que se dirigía al casino de Montecarlo se llevó una desagradable sorpresa cuando una paloma que volaba sobre él le manchó el sombrero. Ese día ganó 15.000 dólares (E.U.A.). Convencido de que el excremento de paloma fue un buen presagio, no volvió a entrar nunca en el casino sin primero dar vueltas por fuera en espera de recibir “otra señal del cielo”. La superstición, efectivamente, engaña a muchos jugadores haciéndoles pensar que nunca se les acabará la racha de buena suerte. Sin embargo, esta convicción con frecuencia va aunada a una obsesión que los persigue despiadadamente, los controla y finalmente puede llegar a consumirlos.
Por el amor al dinero
La gente juega para ganar dinero, mucho dinero si es posible. Pero en el caso del jugador compulsivo, el dinero que gana adquiere una magia especial. A sus ojos, como explica Robert Custer, “el dinero es importancia. [...] Es amistad. [...] Es medicina”. ¿Por qué significa el dinero tanto para él?
En el mundo del juego, la gente admira al gran ganador o al que invierte mucho. Quieren estar cerca de él. Por eso, el dinero ganado le hace creer al jugador que es alguien, que es inteligente. También le hace olvidar sus problemas, le ayuda a relajarse y le levanta el ánimo. El investigador Jay Livingston dice que los jugadores compulsivos “se lo juegan todo a una sola carta en sentido emocional”, es decir, que confían en que el juego satisfará todas sus necesidades emocionales. Pero ese es un trágico error.
Cuando el sueño termina y el jugador empieza a perder una y otra vez, el dinero se hace aún más importante. Ahora anhela desesperadamente recuperar lo que ha perdido. ¿Cómo puede reunir suficiente dinero para pagar a sus acreedores y recuperar aquella racha de buena suerte que tuvo? En poco tiempo su vida degenera hasta convertirse en una constante búsqueda de dinero.
Esa deplorable situación es una realidad de la vida para millones de jugadores, prescindiendo de su sexo, edad o posición social. Y cualquier persona es vulnerable a ello, como se desprende de la reciente oleada de casos de adicción al juego entre los adolescentes y las amas de casa.
Adolescentes y amas de casa adictos al juego
Los jóvenes son presa fácil para las fascinantes máquinas tragaperras u otros juegos de azar que les ofrecen ganar mucho dinero en poco tiempo. Una encuesta llevada a cabo en una ciudad inglesa reveló que cuatro de cada cinco jóvenes de catorce años jugaban regularmente a las máquinas tragaperras, y que la mayoría de ellos habían empezado a hacerlo a los nueve años. Algunos faltaban a clase para jugar a las máquinas. Una encuesta realizada entre estudiantes estadounidenses de enseñanza secundaria reveló que el 6% de ellos “manifestaban síntomas de probable juego patológico”.
Manuel Melgarejo, presidente de una asociación de ayuda mutua constituida en Madrid (España) y compuesta de jugadores en rehabilitación, explicó a ¡Despertad! que un joven impresionable puede engancharse al juego con solo ganar un buen premio en una máquina tragaperras. De la noche a la mañana, el juego deja de ser un pasatiempo y se convierte en una pasión. Al poco tiempo el joven adicto puede encontrarse vendiendo las joyas de la familia, robando a sus familiares y hasta recurriendo a la ratería o la prostitución para financiar su adicción.
Los expertos también observan un significativo aumento en el número de amas de casa que son jugadoras compulsivas. Por ejemplo, en Estados Unidos las mujeres representan actualmente alrededor del 30% de todos los jugadores compulsivos, y se calcula que para el año 2000 constituirán el 50%.
María, madre de dos hijas perteneciente a la clase trabajadora, es un caso típico de las muchas amas de casa que se han convertido en jugadoras compulsivas. En los últimos siete años se ha gastado en el bingo y las máquinas tragaperras 3.500.000 pesetas (35.000 dólares [E.U.A.]), principalmente de los fondos de la familia. “El dinero se ha ido para siempre —dice suspirando—. Solo anhelo que llegue el día en que pueda entrar en un café con 5.000 pesetas (50 dólares [E.U.A.]) en el bolso y tenga la fuerza moral necesaria para gastar el dinero en mis hijas [y no en las máquinas tragaperras].”
Sueños que se convierten en pesadillas
El juego se basa en sueños. Para algunos jugadores, los sueños de riqueza son transitorios, pero para los jugadores compulsivos, aquellos se convierten en su obsesión, una obsesión que persiguen sin cejar hasta quedarse en la ruina, ir a prisión o incluso perder la vida.
Los juegos de azar prometen satisfacer necesidades que en sí son legítimas —un pasatiempo agradable, un poco de emoción, algo de dinero adicional o una vía de escape de las preocupaciones cotidianas—; pero, como han descubierto los jugadores compulsivos con gran pesar, el precio puede ser exorbitante. ¿Pueden satisfacerse dichas necesidades de otra forma?
[Recuadro en la página 7]
Prototipo del jugador compulsivo
EL JUGADOR sigue jugando prescindiendo de cuánto pierda. Si por fin gana, usa el dinero para seguir jugando. Aunque quizás afirme que puede dejar de jugar en cuanto lo desee, el jugador compulsivo que tiene dinero en el bolsillo solo resiste unos cuantos días sin apostar en algo. Siente un impulso patológico hacia el juego.
Contrae una deuda tras otra. Cuando no puede pagar a sus acreedores, pide desesperadamente más dinero prestado para pagar las deudas más apremiantes y seguir jugando. Tarde o temprano, deja de ser honrado. Puede que pierda en el juego hasta el dinero de su patrón. Por lo general, termina siendo despedido del trabajo.
Todo queda subordinado al juego, hasta su esposa y sus hijos. Su adicción al juego provoca inevitablemente problemas maritales que pueden desembocar en separación o divorcio.
Los intensos sentimientos de culpa que experimenta le vuelven cada vez más introvertido. Le cuesta relacionarse con otras personas. Con el tiempo desarrolla una depresión grave y posiblemente hasta trate de suicidarse; no ve otra vía de escape para su lamentable situación.
[Recuadro en la página 8]
El hombre que hizo saltar la banca en Montecarlo
CHARLES WELLS fue un inglés que entró en el casino de Montecarlo en julio de 1891 con diez mil francos y en tan solo unos días los convirtió en un millón. Por asombroso que parezca, cuatro meses después repitió la misma hazaña. Muchos jugadores trataron de descubrir el “sistema” que utilizó, pero sus esfuerzos fueron en vano. Wells insistía en que jamás se había basado en sistema alguno. De hecho, al año siguiente perdió todo su dinero, y finalmente murió en la miseria. Lo irónico es que fue tanta la publicidad que recibió el casino con aquello, que alcanzó fama internacional y desde entonces nunca la ha perdido.
La “falacia de Montecarlo”
Muchos jugadores creen que las máquinas tragaperras o las ruletas tienen memoria. Así, el que juega a la ruleta quizás suponga que si hasta entonces ha salido cierta secuencia de números, la rueda probablemente continuará favoreciendo los números que corresponden con esa secuencia. De manera similar, algunos de los que juegan a las máquinas tragaperras dan por sentado que si una máquina en particular lleva cierto tiempo sin conceder un premio gordo, tardará poco en hacerlo. A estas suposiciones equivocadas se las denomina “falacia de Montecarlo”.
Tanto la rueda de la ruleta como el mecanismo que hace que la máquina tragaperras conceda un premio gordo dependen enteramente del azar. Por eso, lo que haya sucedido antes es irrelevante. En estos juegos de azar, como indica The New Encyclopædia Britannica, “cada vez que se juega existen las mismas probabilidades de que se produzca un determinado resultado”. De modo que las probabilidades de no ganar son siempre exactamente iguales. La “falacia de Montecarlo”, no obstante, ha arruinado a muchos jugadores a la vez que ha llenado las arcas de los casinos.
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Un premio que no se consigue con el juego¡Despertad! 1992 | 8 de junio
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Un premio que no se consigue con el juego
CASI todos los jugadores terminan más pobres de lo que eran antes de empezar a jugar. Y los pocos que ganan grandes sumas de dinero generalmente descubren que sus ganancias no les reportan felicidad.
Un japonés soltero de treinta y seis años ganó 45.000 dólares (E.U.A.) en la lotería. Su intención era comprar una casa con el dinero que le había tocado, pero fue objeto de tantas calumnias y de tanta envidia que decidió que no merecía la pena. Tomó el boleto ganador y, ante la mirada asombrada de sus compañeros de trabajo, lo quemó.
La policía de Florida (E.U.A.) detuvo a una mujer que, a pesar de haber ganado cinco millones de dólares en la lotería, trató de matar a su nuera. Su hijo dijo que estaba frenética porque unas malas inversiones y gastos excesivos habían consumido su fortuna.
Un perdedor que se convirtió en ganador
Domingo, padre de cinco hijos, era un jugador compulsivo. Él explica: “Si ganaba, era peor. Me sentía como si fuera un genio y me faltaba tiempo para volver a las mesas de juego y tratar de demostrar que no había ganado por chiripa.
”Cuando se apoderó de mí esta obsesión, me sentía como si estuviese drogado. Habría sido capaz de abandonar a mi esposa y a mis hijos tan solo por seguir jugando. Aunque varias veces le juré a mi esposa que no volvería a jugar, yo sabía en mi interior que aquellas promesas no tenían ningún valor. Recuerdo una ocasión en que mientras le decía a mi esposa que había acabado definitivamente con el juego, estaba tramando cómo conseguir dinero para apostar.
”Perdí todo mi dinero, el de mi esposa y mi negocio, y llegué a estar cargado de deudas. No dejaba pasar ni un solo día sin participar en algún tipo de apuesta, hasta que sucedió algo que me obligó a autoexaminarme: Empecé a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová. Las cosas que aprendí me impresionaron, pero no dejé el juego de inmediato. Por eso agradezco mucho la paciencia que tuvo conmigo el Testigo con el que estudiaba.
”No obstante, el mensaje de la Biblia pronto empezó a influir en mí. Me ayudó a abandonar mi mundo de sueños y a verme tal como Dios me veía. Fue un golpe. Me sentí muy avergonzado, como aquellos a quienes el apóstol Pablo escribió en el primer siglo: ‘Entonces, ¿cuál era el fruto que tenían en aquel tiempo? Cosas de las cuales ahora se avergüenzan. Porque el fin de aquellas cosas es la muerte’. (Romanos 6:21.)
”Llegar a conocer a Dios, su nombre, su personalidad y en especial su misericordia me motivó a cambiar mi modo de ser, a pensar en otros y no solo en mí mismo. Finalmente me libré por completo de mi adicción al juego, y tanto mi esposa como yo nos bautizamos.
”Jesús dijo que la verdad nos libertaría. (Juan 8:32.) Y eso fue muy cierto en mi caso. La Palabra de Dios me dio algo por lo que merecía la pena vivir, me devolvió mi amor propio y me hizo sentir una gran satisfacción. Además, ayudé a uno de mis ex compañeros de juego a que rehiciera su vida, tal como yo había hecho. Cuando él y su esposa se bautizaron, sentí una emoción mucho mayor que la que jamás había sentido cuando ganaba en el juego.
”Durante los pasados veinte años no he hecho ni la más mínima apuesta. No puedo decir que haya sido fácil, pero tampoco ha sido difícil. Y lo que Dios me ha dado ha cubierto con creces las necesidades que yo trataba de satisfacer mediante el juego.”a
Para los que desean hacer la voluntad de Dios, es de vital importancia desarrollar el mismo punto de vista que se refleja en la Biblia. Quienes aplican el consejo de Dios, además de evitar los sufrimientos resultantes del juego, descubren que lo que Dios les ofrece vale mucho más que todo lo que pudieran ganar con el juego.
Una fortuna de mucho más valor
En el primer siglo, el apóstol Pablo escribió lo siguiente a Timoteo: “Mándales que no [...] pongan su esperanza en sus riquezas, porque las riquezas no son seguras. Antes bien, que pongan su esperanza en Dios, el cual nos da todas las cosas con abundancia y para nuestro provecho. Mándales que hagan el bien, [...] que estén dispuestos a dar y compartir lo que tienen. Así tendrán riquezas que les proporcionarán una base firme para el futuro, y alcanzarán la vida verdadera”. (1 Timoteo 6:17-19, Versión Popular.)
Un tesoro que vale la pena alcanzar es el de tener un buen nombre ante Dios. Esto conduce a la “vida verdadera”: la vida eterna, el premio mayor que jamás ha ofrecido juego de azar alguno. Jesús dijo en oración a Dios: “Esto significa vida eterna, el que estén adquiriendo conocimiento de ti, el único Dios verdadero, y de aquel a quien tú enviaste, Jesucristo”. (Juan 17:3.)
A diferencia de los inseguros premios monetarios que ofrecen los juegos de azar, el premio que Dios ofrece puede ser ganado por todos y cada uno de los que deseen hacer Su voluntad. Además, hacer la voluntad de Dios proporciona toda la emoción y satisfacción que cualquiera podría desear, y hace que la persona desarrolle amor propio y viva una vida significativa. Mientras tanto, en vista del amargo precio de los juegos de azar, recuerde lo que advierte un viejo refrán español: “En el juego de los dados, lo mejor es no jugarlos”.
[Nota a pie de página]
a Los testigos de Jehová han ayudado a muchos jugadores compulsivos a vencer su adicción. Otros han recibido ayuda de asociaciones de asistencia mutua como la de Jugadores Anónimos.
[Ilustración en la página 10]
La vida eterna en una Tierra paradisiaca es un premio mucho mayor que los que se pueden conseguir con el juego
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¿Es el juego una afición para cristianos?¡Despertad! 1992 | 8 de junio
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¿Es el juego una afición para cristianos?
¿ES APROPIADO que un cristiano se aficione a los juegos de azar para tratar de conseguir dinero sin esfuerzo? No, pues la Palabra de Dios insta al cristiano a que trabaje para mantenerse a sí mismo y a su familia: “‘Si alguien no quiere trabajar, que tampoco coma’. [...] Que, trabajando con quietud, coman alimento que ellos mismos ganen”. (2 Tesalonicenses 3:10, 12.)
Un sociólogo dijo que la lotería es “una forma de que muchos pobres hagan ricos a unos pocos”, y lo mismo podría decirse de todos los juegos de azar en general. ¿Querría un cristiano enriquecerse a expensas de los que apenas pueden subsistir con sus ingresos? Los cristianos deberían ‘amar a su prójimo como a sí mismos’. (Marcos 12:31.) Pero los juegos de azar fomentan el egoísmo y la indiferencia en lugar del amor y la compasión.
El móvil del juego suele ser la codicia (avidez), una actitud totalmente ajena al cristianismo. En Romanos 7:7, Pablo dijo: “No debes codiciar”. La palabra “codiciar” significa “anhelar, ansiar”. ¿No describe eso el inmoderado deseo que tiene el jugador de ganar el dinero de su prójimo? Semejante deseo es incompatible con el ideal cristiano de dar y compartir.
La Biblia dice: “El amor al dinero es raíz de toda suerte de cosas perjudiciales, y, procurando realizar este amor, algunos [...] se han acribillado con muchos dolores”. (1 Timoteo 6:10.) Estas palabras describen muy bien la situación en que se encuentra el jugador compulsivo, esclavizado a un doloroso hábito que le acribilla incesantemente.
Jesús dijo que a las personas se las reconocería por “sus frutos”. (Mateo 7:20.) Aparte de la amargura que produce en los jugadores compulsivos y sus familias, desde hace mucho tiempo se ha relacionado el juego con la falta de honradez y la delincuencia. The New Encyclopædia Britannica comenta: “Mucho del estigma vinculado a los juegos de azar obedece a la falta de honradez de sus promotores”. El crimen organizado ha estado siempre relacionado con juegos de azar legales e ilegales. ¿Querría un cristiano apoyar tales negocios, aunque fuese de manera indirecta?
Por otra parte, como se explica en el segundo artículo de esta serie, quienes participan en los juegos de azar con frecuencia recurren a una búsqueda supersticiosa de números de la suerte, días de suerte o rachas de suerte. Desde hace siglos, los jugadores acostumbran a invocar a la Suerte para buscar su favor. Los romanos la llamaron Fortuna, y en la ciudad de Roma había veintiséis templos dedicados a esa deidad.
El profeta Isaías hizo referencia a una deidad similar, llamada gadh, adorada por los israelitas apóstatas. Él escribió: “Ustedes son los que dejan a Jehová, [...] los que arreglan una mesa para el dios de la Buena Suerte [hebreo, gadh]”. (Isaías 65:11.) El último día del año era costumbre preparar una mesa para ese dios de la Buena Suerte y llenarla de toda clase de alimentos. Los antiguos creían que dicha práctica les garantizaba buena suerte para el año entrante.
Dios no aprobó a las personas que ingenuamente confiaban en gadh, o la Suerte, para resolver sus problemas. Confiar en la suerte se equiparaba a dejar al Dios verdadero, Jehová. En lugar de reverenciar los volubles caprichos de la Fortuna, los cristianos confían en el Dios verdadero Jehová, Aquel que nos promete riquezas mucho más valiosas, Aquel que nunca nos fallará.
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