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  • El juego: la adicción de los noventa
    ¡Despertad! 1995 | 22 de septiembre
    • El juego: la adicción de los noventa

      UNA cámara fotográfica cargada con película de color capta la escena. La fotografía se publica a doble página en un periódico dominical. En aquel inmenso almacén de cientos de metros cuadrados, convertido en sala de bingo, casi no hay rincón que no bulla de jugadores de todas las edades y colores. ¿Observa sus rostros cansados y sus ojos inyectados de sangre, indicio de que llevan jugando horas sin parar? Están impacientes por que se cante el siguiente número, esperanzados en que este por fin cambiará su suerte esta noche.

      Pase las páginas del periódico. ¿Ve los rostros preocupados de los jugadores de naipes, temerosos de que les haya tocado una mala mano? En muchos casos se ganan o se pierden miles de dólares con la elección de una carta. Dé libre curso a la imaginación. ¿Ve las manos que sudan por el nerviosismo? ¿Escucha el ritmo acelerado de los latidos del corazón, o la oración silenciosa del que pide para sí una mejor mano y una mala para los demás?

      Penetre en el interior de los lujosos casinos instalados en hoteles y barcos suntuosos. ¿Se pierde en el laberinto de máquinas tragamonedas pintadas de vistosos colores? ¿Le ensordece el ruido de las palancas que se accionan y los carretes que zumban al girar? Esto constituye música celestial para los jugadores, sea que ganen o no. “En su caso, la excitación reside en la emoción de lo que pasará la siguiente vez que accionen la palanca de esa máquina”, explica el administrador de un casino.

      Ábrase paso entre la jungla humana y diríjase a las atestadas mesas de las ruletas. La visión de la rueda giratoria y sus casillas pintadas de negro y rojo puede tener un efecto hipnotizador. El sonido de la bola dando tumbos aumenta el hechizo. Ahí va, gira que gira, y la casilla en que se detenga determinará la diferencia entre ganar y perder. A menudo se pierden miles de dólares en un solo movimiento de la rueda.

      Ahora eleve la cantidad de imágenes a decenas de miles, la de jugadores a incontables millones y la de escenarios a millares en todo el mundo. Ya sea en avión, en tren, en autobús, en barco o en automóvil, los jugadores acuden a diversos lugares de la Tierra para satisfacer su obsesión. La compulsión por el juego, conocida como ludopatía, ha sido llamada “la enfermedad oculta, la adicción de los noventa”. “La década de los noventa marcará la época histórica del auge del juego despenalizado en todo el mundo”, predijo el investigador estadounidense Durand Jacobs, autoridad en la conducta de juego.

      Por ejemplo, en Estados Unidos, la afluencia a los casinos en 1993 superó la asistencia a los partidos de béisbol de grandes ligas. La construcción de nuevas casas de juego parece interminable. Los empresarios hoteleros de la costa este están eufóricos. “El número de habitaciones no es, ni con mucho, suficiente para alojar a las 50.000 personas que, según se calcula, frecuentan diariamente los casinos.”

      En 1994, muchos de los estados sureños, donde hasta hace poco estaba penalizado el juego de azar, lo acogieron con los brazos abiertos y lo calificaron de salvador. “La denominada ‘zona bíblica’ [región ultraprotestante al sur y oeste central de Estados Unidos] bien podría llamarse ahora ‘zona de la veintiuna’ [aludiendo al juego de naipes], por la cantidad de casinos flotantes y terrestres distribuidos en los estados de Misisipí y Luisiana, y los planes para construir más en Florida, Texas, Alabama y Arkansas”, comentó el diario U.S.News & World Report. Algunos líderes eclesiásticos están dando un giro de ciento ochenta grados en su opinión de que el juego es pecaminoso. Por ejemplo, cuando las autoridades municipales de Nueva Orleans (Luisiana) inauguraron el primer casino flotante del río Misisipí en 1994, un clérigo elevó una oración de gracias por ‘el juego, virtud con la que Dios había bendecido la ciudad’.

      Se estima que para el año 2000, el 95% de los habitantes de Estados Unidos vivirán a una distancia de tres o cuatro horas en auto de algún casino. A los indios de ese país también les ha tocado una buena porción del pastel, pues el Estado les concedió la administración de 225 casinos y bingos de categoría en toda la nación, según U.S.News & World Report.

      Si además añadimos las salas de juegos de naipes, las apuestas colectivas, las carreras de perros y caballos, los bingos de las iglesias, etc., es fácil comprender que en 1993 los norteamericanos hayan gastado 394.000 millones de dólares en apuestas legales, lo que supone un incremento del 17,1% respecto al año anterior. Quienes se oponen al juego están perplejos. “Los principales elementos de que disponemos para la protección ciudadana son las iglesias, los templos y el Estado —manifestó el director de un consejo sobre el juego compulsivo—. Y ahora resulta que también están en el negocio del juego.” Un periódico de Estados Unidos llamó al país una “nación jugadora”, y señaló que el juego es “el verdadero pasatiempo nacional”.

      Inglaterra creó su primera lotería en 1826, y se dice que las ventas van en constante aumento. Además, el bingo capta cada día más clientes en ese país, según informa The New York Times Magazine. “En Moscú hay un sinfín de casinos muy concurridos. Y los jugadores libaneses literalmente arriesgan la vida para ir a los centros de juego del occidente de Beirut, que son el blanco de los ataques tanto de los milicianos como de los fundamentalistas religiosos —aseguró la misma revista—. Los grandes ganadores son escoltados a casa por guardias de los casinos armados con ametralladoras.”

      “Los canadienses no se dan cuenta de que son una nación de jugadores”, dijo el funcionario de un organismo provincial regulador del juego. Y añadió: “En algunos aspectos, las actividades lúdicas en Canadá son probablemente mayores que en Estados Unidos”. “Los canadienses gastaron más de 10.000 millones de dólares canadienses en apuestas legales el año pasado, casi treinta veces más de lo que gastaron en ir al cine —informó el periódico The Globe and Mail—. La industria canadiense del bingo está mucho más adelantada de lo que jamás lo ha estado en Estados Unidos. Lo mismo es cierto de la lotería y las carreras hípicas.”

      “Nadie conoce la cantidad de jugadores habituales de Sudáfrica —dijo un periódico de ese país—, pero hay por lo menos varios ‘millares’.” El gobierno de España está al tanto del crecidísimo número de jugadores entre la población. Las cifras oficiales muestran que muchos de sus 38.000.000 de habitantes perdieron en apuestas el equivalente a 25.000 millones de dólares en un año, lo que lo sitúa entre los países de más alto índice de adeptos al juego del mundo. “Los españoles son jugadores empedernidos —apuntó el fundador de una asociación para la rehabilitación de jugadores—. Siempre lo han sido. [...] Apuestan en las carreras de caballos, los partidos de fútbol, la lotería y, por supuesto, en la ruleta, el póquer, el bingo y las infernales máquinas tragamonedas.” Solo recientemente se ha reconocido en España que la compulsión por el juego es una enfermedad psicológica.

      Las pruebas disponibles indican que Italia también se ha contagiado de la fiebre del juego. Miles de millones de dólares se pierden en loterías y apuestas colectivas, así como en concursos que aparecen en los periódicos y en las mesas de juego. “El juego ha penetrado todo aspecto de la vida cotidiana”, aseguró un informe emitido por una comisión investigadora auspiciada por el Estado. Hoy día, “el juego ha alcanzado cotas jamás imaginadas —aseguró The New York Times—, y desde los funcionarios gubernamentales hasta los curas párrocos, todos procuran hallar maneras de sacar partido de la situación”.

      ¡Qué ciertas son esas palabras! En muchos casos el juego afecta todo aspecto de la vida, como se muestra en los siguientes artículos.

  • Los jugadores compulsivos siempre llevan las de perder
    ¡Despertad! 1995 | 22 de septiembre
    • Los jugadores compulsivos siempre llevan las de perder

      “LA COMPULSIÓN por el juego es una enfermedad como lo son el alcoholismo y la toxicomanía. Es una adicción sin droga, y [...] cada vez son más los afectados”, declaró el psiquiatra francés Jean Ades. Incluso después de haber perdido grandes sumas de dinero, el jugador compulsivo, o ludópata, por lo general sigue obsesionado con la idea de resarcirse de las pérdidas jugando aún más. “La mayoría de los perdedores se recobra rápidamente de la decepción. Pero para ciertos individuos, el impulso de jugar es tan irresistible que puede arruinar sus vidas —escribió un periodista francés—. Aunque prometen una y otra vez que van a dejar el vicio, este siempre los domina. Son adictos al juego.”

      Un jugador sudafricano hizo la siguiente confesión: “Cuando alguien adicto al juego se sienta frente a la ruleta o a la mesa de la veintiuna, ya no piensa en otra cosa. La adrenalina se agolpa en las venas, y acaba apostando hasta el último centavo a un solo movimiento más de la rueda o a una partida más. [...] Con mis reservas de adrenalina, yo podía pasar varios días seguidos sin dormir, mirando las cartas y los números, esperando embolsarme el premio mayor, siempre tan inalcanzable”. Concluyó diciendo: “Para muchos como yo, es imposible detenerse después de haber apostado unos cuantos cientos o miles de rands [unidad monetaria de Sudáfrica]. Se sigue jugando hasta perderlo todo y hasta que las relaciones familiares se desmoronan irreparablemente”.

      Henry R. Lesieur, profesor de Sociología de la Universidad de St. John (Nueva York, E.U.A.), escribió que el impulso de jugar del ludópata, no importa que gane o pierda, es tan intenso “que muchos pueden pasar días enteros sin dormir ni comer y sin siquiera ir al baño. La emoción del juego desplaza todo otro interés. Mientras espera el resultado de su jugada, el jugador entra en un estado de euforia, caracterizado por sudoración de las manos, palpitaciones y náuseas”.

      Un jugador rehabilitado admite que su compulsión de jugar no respondía al deseo de ganar, sino más bien al placer y la excitación propias del juego. “El juego genera emociones sumamente intensas —afirmó—. Cuando la ruleta está girando y uno aguarda la respuesta del azar, hay un momento en el que la cabeza le da vueltas y uno siente desvanecerse.” Un jugador francés llamado André comparte la misma opinión: “Cuando alguien ha apostado 10.000 francos a un caballo y faltan 100 metros para que llegue a la meta, le importa un comino que le digan que su esposa o su madre ha fallecido”.

      André explica cómo sustentaba el juego aun después de haber sufrido cuantiosas pérdidas: pedía prestado a los bancos, amigos y usureros, pagando intereses exorbitantes; robaba cheques y falsificaba libretas de ahorro de la Caja Postal; seducía a mujeres solitarias en los casinos y luego se escabullía con sus tarjetas de crédito. “Para entonces —escribió un periodista francés—, a André ya ni siquiera le importaba si algún día podría salir de su deplorable estado económico. Sus extravíos estaban inducidos únicamente por la obsesión.” Convertido en delincuente, André fue a parar a la cárcel y echó a perder su matrimonio.

      En muchos casos los jugadores compulsivos, lo mismo que los drogadictos y alcohólicos, siguen jugando a costa de su empleo, su negocio, su salud y, por último, su familia.

      En Francia, un gran número de ciudades ha abierto sus puertas recientemente a los juegos de azar. Allí donde otros establecimientos fracasaron, las casas de empeño están haciendo un buen negocio. Sus propietarios dicen que los jugadores, por lo común, pierden todo el dinero que llevan y entonces empeñan anillos, relojes, ropa y otros objetos de valor para poder comprar gasolina y volver a casa. En algunas ciudades costeras de Estados Unidos se han abierto nuevas casas de empeño, y no es raro ver tres, cuatro o más en fila.

      Hay quienes se han involucrado en actividades delictivas a fin de sostener el vicio. Según el profesor Lesieur, varios estudios llevados a cabo hasta la fecha “revelaron una amplia gama de comportamientos delictivos comunes entre los jugadores compulsivos [...:] falsificación de cheques, malversación de fondos, hurto, robo a mano armada, comisiones por mediar en apuestas, fraude, estafa y venta de objetos robados”. También está el delito de cuello blanco, es decir, el de los oficinistas que roban a sus patrones. En opinión de Gerry T. Fulcher, director del Institute for the Education and Treatment of Compulsive Gamblers (Instituto de Educación y Tratamiento para Jugadores Compulsivos), el 85% de los miles de ludópatas confesos se declararon culpables de robar a sus patrones. “De hecho —sostuvo—, desde un punto de vista estrictamente económico, el juego patológico es potencialmente más dañino que el alcoholismo y la drogadicción juntos.”

      Nuevos estudios han concluido que alrededor de dos tercios de los jugadores patológicos que están libres y el 97% de los que están en las cárceles, son culpables de valerse de medios fraudulentos para sostener el vicio o cubrir deudas de juego. En 1993, en los pueblos estadounidenses que bordean el golfo de México, donde prolifera el juego legalizado, se registraron dieciséis asaltos bancarios, una cifra cuatro veces mayor que la del año anterior. Cierto hombre robó 89.000 dólares en ocho bancos para seguir jugando. Otros bancos han sido asaltados a punta de pistola por jugadores que se ven obligados a pagar grandes sumas a sus acreedores.

      “Cuando los jugadores tratan de librarse del hábito, experimentan el síndrome de abstinencia, igual que los adictos al tabaco o los estupefacientes”, informa The New York Times. No obstante, reconocen que es más fácil abandonar otros hábitos que el juego. “Varios de nosotros dependíamos también del alcohol y las drogas —dijo un jugador—, pero todos concordamos en que la obsesión por jugar es muchísimo peor que cualquier otra adicción.” El doctor Howard Shaffer, del Center for Addiction Studies at Harvard University (Centro de Estudios sobre la Adicción, de la Universidad de Harvard), dijo que por lo menos el 30% de los jugadores que intentan dejar el vicio “se manifiestan irritables o padecen malestar estomacal, trastornos del sueño y aumento de la presión y el pulso”.

      Incluso si continúan apostando, “los jugadores [compulsivos] sufren trastornos de salud: dolores de cabeza crónicos, migraña, dificultades para respirar, angina de pecho, arritmia cardíaca y adormecimiento de las extremidades”, sostiene la doctora Valerie Lorenz, directora del National Center for Pathological Gambling (Centro Nacional de Atención al Jugador Patológico) de Baltimore (Maryland, E.U.A.).

      También entra en el cuadro el suicidio. ¿Qué puede ser peor que el que una adicción “no mortal” produzca la muerte? Por ejemplo, en un condado de Estados Unidos donde recientemente se abrieron varios centros de apuestas, “la tasa de suicidios se duplicó de forma inexplicable —informó The New York Times Magazine—, aunque los inspectores de sanidad se han mostrado remisos a vincular el aumento con el juego”. En Sudáfrica, tres jugadores se quitaron la vida en una sola semana. Se desconocen el número real de suicidios incitados por el juego —lícito o prohibido— y las deudas adquiridas por tal causa.

      El suicidio es una manera trágica de liberarse de las garras del juego. El siguiente artículo examinará cómo algunos han hallado una mejor salida.

      [Comentario en la página 6]

      Prosperan las casas de empeño, pero también el delito

  • Los jóvenes: nuevos adeptos al juego
    ¡Despertad! 1995 | 22 de septiembre
    • Los jóvenes: nuevos adeptos al juego

      ¿LE CUESTA trabajo comprender el grado al que la población adulta, tanto masculina como femenina, se encuentra atollada en la adicción al juego? ¿No puede dar crédito a las historias de adultos que sacrifican el trabajo y los logros de toda una vida —empleos, negocios, familia y, en el caso de algunos, la propia vida— por el juego? ¿Cómo se explica que una persona madura y educada que ha ganado un millón y medio de dólares siga jugando hasta perder siete millones la misma noche? En muchos casos, la razón estriba en la codicia, el andar a la caza del escurridizo dinero. Sin embargo, muy a menudo la causa primordial es la emoción propia del juego.

      Si tiene hijos jóvenes, ¿se consuela pensando que el juego es solo para personas mayores? De ser así, reconsidere el asunto. Piense en los jóvenes adeptos que esperan su turno en el banquillo, o en los que ya están en el campo de juego. La realidad puede asombrarlo.

      He aquí varios titulares de periódicos y revistas recientes: “Hay muchas probabilidades de que el juego sea el vicio de los adolescentes en los noventa”. “Crece el número de jóvenes enviciados con el juego.” “El ‘crack’ de los noventa: el juego envicia a los chicos.” “Mi hijo no podía dejar de jugar.”

      Lea ahora lo que hay bajo esos encabezamientos: “Las autoridades aseguran que la culpa de la crisis la tiene en buena medida la proliferación de juegos auspiciados por el Estado y la Iglesia —informó un periódico—. Hoy más que nunca, la juventud vulnerable tiene fácil acceso al juego, y los especialistas advierten que más del 90% de los jugadores compulsivos adultos se habitúan antes de llegar a los 14”. Cierta investigadora observó: “En el pasado, la mayoría de los jugadores se iniciaban alrededor de los 14 años; ahora comienzan a los 9 ó 10. ¿Por qué? Porque la oportunidad está a su alcance. Los muchachos [...] son continuamente bombardeados con anuncios de juegos. Es una forma de excitación que cuenta con la venia de la sociedad”. El portavoz de un grupo denominado Jugadores Anónimos sostuvo: “La situación empeora rápidamente. Los muchachos se inician a edades cada vez más precoces y la cantidad de los que quedan atrapados no tiene precedentes”.

      Un estudio efectuado con jugadores adolescentes en cierto estado norteamericano reveló que cerca del 3,5% eran jugadores compulsivos potenciales y que un 9% iban camino de convertirse en jugadores “de alto riesgo”. “Las estadísticas suelen indicar que el promedio de jugadores entre la juventud es mayor que entre la población adulta en general”, aseveró William C. Phillips, coordinador de los servicios de orientación de una universidad estadounidense. “Para el próximo decenio nos enfrentaremos a más problemas con los jóvenes tahúres que con el consumo de drogas”, vaticinó otro consejero en el ramo de las adicciones. El profesor Henry Lesieur llevó a cabo un estudio con jóvenes de secundaria. Según Los Angeles Times, “sus hallazgos son sorprendentemente parecidos a los del estudio realizado con universitarios: los adolescentes clasificados como jugadores ‘patológicos’ o ‘compulsivos’ —individuos incapaces de controlar su obsesión por el juego— componen, en promedio, el 5% de la población adolescente del país”.

      La mayor preocupación de los terapeutas del juego no es el número de jugadores jóvenes, sino, más bien, la “actitud de los muchachos, los padres e incluso los maestros ante el juego en la adolescencia. [...] Muchos jóvenes, al igual que sus padres, lo consideran una ‘diversión inocente’, cuyas consecuencias son muchísimo menos graves que las ocasionadas por la drogadicción, el alcoholismo, la violencia o la promiscuidad”. No obstante, el consejero conductista Durand Jacobs advirtió que el juego expone a los jóvenes al delito, el absentismo escolar y el deseo de obtener dinero fácil.

      Examine el caso de un estudiante de secundaria que comenzó a jugar apenas entrada la adolescencia. En la escuela pasaba muchas horas jugando con otros estudiantes. En cierta ocasión, cuando perdió el dinero que le habían dado sus padres, robó un fondo escolar destinado a la compra de alimentos para familias necesitadas. Esperaba ganar con el fin de recuperar el televisor y un anillo de ónice pertenecientes a su familia que había empeñado para saldar deudas de juego. Para cuando cursaba el noveno grado, ya había pasado veinte días en un reformatorio por haber hurtado 1.500 dólares y se había aficionado al póquer, abriendo con un dólar, y al billar, apostando cinco dólares por partida. “Conforme fui creciendo, iba aumentando el monto de las apuestas”, recuerda. Pronto se encontró robando a los vecinos para pagar las deudas. Su madre estaba desesperada. A los 18 años, ya era un jugador empedernido.

      A juicio de los sociólogos, la legislación que regula las actividades lúdicas en Inglaterra es demasiado blanda y permite que los menores apuesten en las máquinas tragamonedas. Un gran número de niños sostiene su adicción en los aeropuertos y salas de juego robando a sus padres y hurtando en las tiendas.

      “La modalidad de juego de mayor auge entre los estudiantes de secundaria y universidad son las apuestas vinculadas a acontecimientos deportivos, patrocinadas en ocasiones por intermediarios de la zona —dijo Jacobs—. Me atrevería a decir que son muy pocas las escuelas de enseñanza media y las universidades que no cuentan con un sistema bien organizado de fuertes apuestas colectivas.” Están, además, los juegos de naipes, las loterías y los casinos que admiten a adolescentes que aparentan más edad.

      “Un punto que ha de destacarse —agrega Jacobs— es que la mayoría de los que se hicieron jugadores habituales habían sido ganadores cuando comenzaron a jugar en la adolescencia.” “La ‘abrumadora mayoría’ de los jóvenes, dijo él, fueron iniciados en el juego por sus padres o por parientes a quienes les parecía una diversión ingenua”, continuó diciendo Los Angeles Times. Note el comentario de otro consejero en el ámbito del abuso de sustancias: “Los padres deben tratar el asunto del mismo modo que lo hicieron al abordar el tema de los estupefacientes y el alcohol. En mi opinión, cuanto más se expanda el juego, tanto mayor será la cantidad de nuevos adeptos al club de los ludópatas”. Los especialistas en la rehabilitación de jugadores empedernidos afirman que, tal como sucede con los drogadictos y alcohólicos, cada vez son más los jóvenes que sostienen el vicio del juego robando, distribuyendo drogas o prostituyéndose. Tal vez los padres crean que el juego es una “diversión ingenua”, pero la policía no lo ve así.

      “Los jóvenes enviciados con las máquinas tragamonedas [...] manifestaban todas las conductas destructivas de los adultos adictos al juego. Probablemente empezaron a los 9 ó 10 años de edad jugándose el dinero de bolsillo, el que les daban sus padres para comer en la escuela y el dinero suelto que encontraban en casa. Uno o dos años después comenzaron a robar cosas y a vender cuanto tenían en sus cuartos: bates, libros y objetos de valor, como tocadiscos; incluso los juguetes de sus hermanos desaparecían. Nada en la casa estaba seguro. Moody, el reportero, supo de madres desesperadas que tenían que amontonar sus posesiones en una habitación para vigilarlas o dormir con sus bolsos escondidos bajo las sábanas. Estas madres furibundas no entendían lo que les estaba sucediendo a sus hijos, como el ave que anida no entiende cuando un cuclillo roba su nido. Los muchachos siempre se las arreglaban para robar de algún sitio. A los 16 años, ya los buscaba la policía.” (Easy Money: Inside the Gambler’s Mind [Dinero fácil. Viaje al interior de un jugador], de David Spanier.)

      Según hemos visto en estos artículos, multitud de personas jóvenes y mayores han sido introducidas al juego por sus propias iglesias, con sus bingos, loterías, etc. ¿Deben las instituciones religiosas y sus líderes, que aseguran ser seguidores de Cristo, propiciar o inducir el juego en cualquiera de sus modalidades? ¡Por supuesto que no! Los juegos de azar, en cualquiera de sus variantes, apelan a una de las pasiones más bajas del ser humano, a saber, el deseo de conseguir algo por nada, o, dicho sin rodeos: la codicia. Sus promotores empujan a la gente a creer que está bien aprovecharse de las pérdidas ajenas. ¿Fomentaría Jesús una actividad de esta clase, que provoca la desintegración familiar, sentimientos de vergüenza, enfermedades y hasta la pérdida de la vida? ¡Jamás! Por el contrario, la Palabra inspirada de Dios es clara al decir que los codiciosos no heredarán el Reino de Dios. (1 Corintios 6:9, 10.)

      Los padres deben enseñar a sus hijos desde pequeños que todo tipo de juego por dinero es malo. No deben verlo como una diversión inocente, sino como el primer paso hacia la pereza, la mentira y la falta de honradez. Muchas ciudades cuentan con programas de rehabilitación, como el de Jugadores Anónimos. Pero si usted es uno de los afectados, aún le será de más valor acudir al consejo inspirado de la Palabra de Dios, la Biblia. Personas que intentaron suicidarse aseguran que este les salvó la vida.

      Los testigos de Jehová han ayudado a muchos a romper las cadenas de la adicción al juego. Un ex jugador escribió que después de muchos años de haber estado involucrado en los vicios, entre ellos el de las grandes apuestas, “se operaron en mí cambios de conducta inmediatos y sorprendentes cuando mi novia y yo comenzamos a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová. La adicción al juego era muy difícil de controlar, pero con la ayuda de Jehová y el apoyo de mi novia —además del estudio, la oración y la meditación, en especial sobre lo que Dios opina de la codicia—, pude controlar mi dependencia. Mi novia, con quien me casé hace treinta y ocho años, y yo dedicamos nuestras vidas a Jehová. Aunque llevamos muchos años sirviendo de tiempo completo en lugares donde hay gran necesidad y he sido representante viajante de la Sociedad Watchtower, mi adicción aún está latente, y solo con la ayuda y guía de Jehová he podido controlarla”.

      Si el juego representa un problema en su caso, ¿puede librarse de tal adicción? Sí, a condición de que siga aprovechándose de la ayuda procedente de Dios y continúe ofreciéndola a otros que también la necesitan.

      [Comentario en la página 9]

      Pronto habrá más problemas con los jóvenes tahúres que con las drogas

      [Comentario en la página 11]

      Los codiciosos no heredarán el Reino de Dios

      [Fotografía en la página 9]

      El juego fomenta las malas compañías

      [Recuadro/Ilustración en la página 10]

      Una iglesia católica de Las Vegas recibe con gusto fichas de juego

      Los visitantes de la iglesia del Santísimo Redentor normalmente preguntan al sacerdote: “Padre, ¿puede orar para que yo gane?”

      Millones de personas de todo el mundo se dan cita en Las Vegas (Nevada, E.U.A.) todos los años para tentar a doña Suerte. En el santuario cálidamente iluminado de esta iglesia, donde se ven elegantes estatuas broncíneas de la Natividad, la Última Cena y la Crucifixión junto a la pared, se da buen uso a las ganancias del juego: los fieles echan fichas de casino en el platillo de las limosnas.

      “De vez en cuando encontramos en los platillos fichas de 500 dólares” —dice el padre Leary, con suave acento irlandés.

      Una iglesia católica situada en el extremo norte de Las Vegas Strip sirvió a los intereses de los fieles durante varios decenios. Sin embargo, cuando se construyeron en el extremo sur los cuatro hoteles-casinos más grandes del mundo —el MGM, el Luxor, el Excalibur y el Tropicana—, se erigió la nueva iglesia del Santísimo Redentor a solo un bloque de distancia.

      Al preguntársele la razón, el sacerdote replicó: “¿Por qué no? Ahí es donde está la gente”.

      Y ahí también es donde está el dinero. Así que, ¿por qué no?

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