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¿Quién desea ser millonario?¡Despertad! 1992 | 8 de junio
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A pesar del atractivo universal que tienen las loterías, hay otra forma de juego de azar que está cobrando cada vez mayor popularidad: las máquinas tragaperras.b Estas máquinas que, como su nombre indica, se ‘tragan’ el dinero, no ofrecen al jugador la oportunidad de hacerse rico de la noche a la mañana, pero sí la de ganar en un instante un premio gordo, es decir, una cantidad sustanciosa de dinero. Y las tragaperras ya no están confinadas a los casinos. Musiquillas pegadizas, luces centelleantes y de vez en cuando el sonido de monedas que caen en cascada, anuncian su presencia en muchos cafés, clubes, restaurantes y hoteles europeos.
Frances es una anciana viuda que vive en la ciudad de Nueva York. Dos o tres veces por semana realiza un trayecto de dos horas y media en autobús hasta Atlantic City (Nueva Jersey). Una vez en su destino, entra en uno de los casinos de la ciudad y se pone a jugar a las máquinas tragaperras durante unas seis horas. “No sé lo que haría sin Atlantic City —comenta—. Esta es nuestra diversión, ¿sabe?, es lo que hacemos.”
Para otros, los juegos de azar son mucho más que una mera diversión, una vía de escape de la rutina cotidiana o una tentativa optimista de conseguir riquezas. En su caso constituyen una parte importante —si no esencial— de la vida.
“Yo soy jugador porque me gusta el riesgo”, explica Luciano, un hombre de Córdoba (España). “No pretendo justificarme —añade—, pero el caso es que entré en una depresión que me hizo caer en el bingo [...]. Continuamente buscaba los juegos de riesgo.” También comenta: “Se siente euforia al tener el bolsillo repleto de billetes [...] dispuestos a ser jugados”. A otro jugador habitual, que había perdido su empleo de director de empresa, se le preguntó si alguna vez había pensado en abandonar su vicio. Su respuesta fue: “¿Abandonarlo? No podría. Es mi forma de ganarme la vida”.
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El amargo precio del juego¡Despertad! 1992 | 8 de junio
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Cuando el juego gobierna la vida
¿Qué hace que un jugador ocasional se convierta en un jugador compulsivo? Las causas varían, pero de una forma u otra los jugadores llegan a un punto en su vida en el que sienten que no pueden vivir sin el juego. (Véase el recuadro de la página 7.) Algunos descubren en el juego una excitación que no sienten en ninguna otra actividad. Una jugadora explicó: “En realidad no me importa perder o ganar. Cuando hago una apuesta, en especial si la cantidad es mayor que la de las personas que me rodean, me siento la persona más importante del mundo. La gente me respeta. ¡Y siento una excitación!”.
Otros recurren al juego para superar su soledad o depresión. Ester, madre de cuatro hijos, estaba casada con un militar que muchas veces se encontraba lejos de casa. Ella se sentía sola y empezó a jugar a las máquinas tragaperras en centros recreativos. No mucho después ya jugaba varias horas al día. Empezó a quedarse sin dinero para la compra, y los problemas iban en aumento. Procuraba ocultar a su marido las pérdidas que había tenido, a la vez que intentaba con desespero conseguir préstamos de bancos o de otras personas a fin de poder mantener una adicción que le costaba 200 dólares (E.U.A.) diarios.
En el caso de otros jugadores, la obsesión por el juego nació a raíz de haberles tocado un gran premio. Robert Custer, autoridad en el campo del juego compulsivo, explica: “Por lo general, los que se convierten en jugadores compulsivos son los que ganan varias veces seguidas al principio”. A partir de entonces, el deseo de seguir ganando se hace irresistible.
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El amargo precio del juego¡Despertad! 1992 | 8 de junio
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Por el amor al dinero
La gente juega para ganar dinero, mucho dinero si es posible. Pero en el caso del jugador compulsivo, el dinero que gana adquiere una magia especial. A sus ojos, como explica Robert Custer, “el dinero es importancia. [...] Es amistad. [...] Es medicina”. ¿Por qué significa el dinero tanto para él?
En el mundo del juego, la gente admira al gran ganador o al que invierte mucho. Quieren estar cerca de él. Por eso, el dinero ganado le hace creer al jugador que es alguien, que es inteligente. También le hace olvidar sus problemas, le ayuda a relajarse y le levanta el ánimo. El investigador Jay Livingston dice que los jugadores compulsivos “se lo juegan todo a una sola carta en sentido emocional”, es decir, que confían en que el juego satisfará todas sus necesidades emocionales. Pero ese es un trágico error.
Cuando el sueño termina y el jugador empieza a perder una y otra vez, el dinero se hace aún más importante. Ahora anhela desesperadamente recuperar lo que ha perdido. ¿Cómo puede reunir suficiente dinero para pagar a sus acreedores y recuperar aquella racha de buena suerte que tuvo? En poco tiempo su vida degenera hasta convertirse en una constante búsqueda de dinero.
Esa deplorable situación es una realidad de la vida para millones de jugadores, prescindiendo de su sexo, edad o posición social. Y cualquier persona es vulnerable a ello, como se desprende de la reciente oleada de casos de adicción al juego entre los adolescentes y las amas de casa.
Adolescentes y amas de casa adictos al juego
Los jóvenes son presa fácil para las fascinantes máquinas tragaperras u otros juegos de azar que les ofrecen ganar mucho dinero en poco tiempo. Una encuesta llevada a cabo en una ciudad inglesa reveló que cuatro de cada cinco jóvenes de catorce años jugaban regularmente a las máquinas tragaperras, y que la mayoría de ellos habían empezado a hacerlo a los nueve años. Algunos faltaban a clase para jugar a las máquinas. Una encuesta realizada entre estudiantes estadounidenses de enseñanza secundaria reveló que el 6% de ellos “manifestaban síntomas de probable juego patológico”.
Manuel Melgarejo, presidente de una asociación de ayuda mutua constituida en Madrid (España) y compuesta de jugadores en rehabilitación, explicó a ¡Despertad! que un joven impresionable puede engancharse al juego con solo ganar un buen premio en una máquina tragaperras. De la noche a la mañana, el juego deja de ser un pasatiempo y se convierte en una pasión. Al poco tiempo el joven adicto puede encontrarse vendiendo las joyas de la familia, robando a sus familiares y hasta recurriendo a la ratería o la prostitución para financiar su adicción.
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El amargo precio del juego¡Despertad! 1992 | 8 de junio
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Sueños que se convierten en pesadillas
El juego se basa en sueños. Para algunos jugadores, los sueños de riqueza son transitorios, pero para los jugadores compulsivos, aquellos se convierten en su obsesión, una obsesión que persiguen sin cejar hasta quedarse en la ruina, ir a prisión o incluso perder la vida.
Los juegos de azar prometen satisfacer necesidades que en sí son legítimas —un pasatiempo agradable, un poco de emoción, algo de dinero adicional o una vía de escape de las preocupaciones cotidianas—; pero, como han descubierto los jugadores compulsivos con gran pesar, el precio puede ser exorbitante.
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