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  • Se propaga la epidemia
    ¡Despertad! 1998 | 22 de abril
    • Se propaga la epidemia

      El pequeño Robert, de solo 11 años, fue hallado boca abajo, con dos orificios de bala en la nuca, debajo de un puente solitario. Se cree que los asesinos eran miembros de su propia banda juvenil.

      Alex, de 15 años, posiblemente se encaminaba hacia una muerte temprana como miembro de una pandilla; pero al ver morir a un amigo suyo, no quiso correr la misma suerte.

      LAS bandas callejeras violentas, asociadas en un tiempo con los famosos Bloods y Crips, de Los Ángeles (E.U.A.), florecen por todo el mundo, y su parecido es extraordinario dondequiera que se hallen.

      Los Teddy Boys, de Inglaterra, horrorizaron al mundo en los años cincuenta. El periódico londinense The Times cuenta que se valían de hachas, cadenas de bicicleta y otras armas para “infligir terribles heridas” a personas inocentes. ‘Suscitaban peleas con navajas y destrozaban las cafeterías.’ Importunaban a la gente, robaban, apaleaban y, en ocasiones, asesinaban.

      El diario Die Welt, de Hamburgo (Alemania), informó hace poco de jóvenes que fueron agredidos por pandillas armadas con “bates de béisbol, cuchillos y pistolas” mientras iban “camino a la discoteca o de regreso a casa”. Y según el Süddeutsche Zeitung, de Munich, los cabezas rapadas de Berlín atacan a las personas “ostensiblemente más débiles: mendigos, lisiados, mujeres jubiladas”.

      Un corresponsal de ¡Despertad! en España aseguró que aunque allí el problema de las pandillas de adolescentes es nuevo, está creciendo. El rotativo madrileño ABC publicó el titular: “Cabezas rapadas, la nueva pesadilla callejera”. Un antiguo rapado español refirió que este grupo posee un olfato especial para detectar “cerdos extranjeros, prostitutas y homosexuales”. Y agregó: “Una noche sin sangre no vale la pena”.

      El Cape Times, de Sudáfrica, sostiene que gran parte de los crímenes violentos cometidos en el país son “una consecuencia de la depravada cultura de las pandillas”. Una obra editada en Ciudad del Cabo menciona que en los distritos segregados más pobres de Sudáfrica las pandillas se han convertido en “parásitos”, que “roban y violan a miembros de sus propias comunidades y guerrean entre sí por la posesión de territorios, mercados y mujeres”.

      El periódico brasileño O Estado de S. Paulo dijo que las pandillas se están “multiplicando a una velocidad espantosa”. Explicó que atacan a bandas rivales, jóvenes acomodados, personas de otras razas y trabajadores extranjeros pobres, y relató que un día varios grupos realizaron una redada, “asaltaron a los bañistas [...], pelearon entre sí” y convirtieron una de las principales avenidas de Río de Janeiro en “una zona de guerra”. Otro informe procedente de Brasil revela que las bandas crecen lo mismo en las ciudades grandes, como São Paulo y Río de Janeiro, que en las pequeñas.

      La revista canadiense Maclean’s observó en 1995 que, según la policía, existían por lo menos ocho bandas que operaban en las calles de Winnipeg (Canadá). Y los periódicos de Estados Unidos han publicado fotografías de miembros de bandas que han introducido la indumentaria y los grafitos característicos de dichos grupos en las aisladas reservas indias del suroeste del país.

      En la ciudad de Nueva York se produjo el año pasado un brote de violencia relacionado con las pandillas en que, según se afirma, estuvieron involucrados miembros de los Bloods y los Crips, bandas de Los Ángeles que fueron muy famosas en otros tiempos. De acuerdo con el alcalde de Nueva York, entre los meses de julio y septiembre la policía efectuó 702 arrestos en incidentes vinculados directamente con bandas callejeras.

      El problema ya no es exclusivo de las metrópolis. El Quad-City Times, que se edita en el centro de Estados Unidos, aludió a “la creciente violencia entre los adolescentes, la proliferación de las drogas y el aumento de la desesperanza”.

      Epidemia angustiosa

      Cuentan que una pandilla empezó como un grupo de amigos, pero a medida que aumentó la reputación de su líder, aumentó la violencia. El líder vivía en casa de su abuela, la cual fue tiroteada repetidas veces aun estando la anciana dentro. Un periódico informó que se contaron más de cincuenta agujeros de bala. Al parecer, los disparos se habían hecho en represalia por actos atribuidos a la banda del nieto. Además, el hermano del líder estaba en prisión por actos conectados con la pandilla, y su primo, que se había mudado a otro lugar huyendo de la violencia y se encontraba de visita, fue acribillado a balazos desde una furgoneta en marcha.

      Una banda de Los Ángeles disparó contra un automóvil y mató a un niño inocente de tres años cuando su madre y el novio de esta doblaron en la calle equivocada. Una bala dio contra una escuela y mató a un maestro que enseñaba a los estudiantes a mejorar su vida. Muchas otras personas que no tenían nada que ver con las pandillas han muerto víctimas de estas. Una madre de Brooklyn (Nueva York) se hizo conocida en su vecindario por la más lamentable de las distinciones: sus tres hijos, todos jóvenes, murieron a consecuencia de la violencia entre pandillas.

      ¿Qué ha causado esta epidemia mundial de violencia juvenil, y cómo podemos proteger a nuestros queridos hijos? En primer lugar, ¿cómo empiezan las bandas, y por qué se unen a ellas tantos jóvenes? Los siguientes artículos versarán sobre estos asuntos.

  • Lo que debemos saber sobre las bandas
    ¡Despertad! 1998 | 22 de abril
    • Lo que debemos saber sobre las bandas

      Wade, ex integrante de una banda de California, dijo: “Éramos simplemente muchachos del mismo barrio; asistimos a la escuela elemental juntos, solo que no tomamos buenas decisiones”.

      POR lo general, las bandas surgen más o menos como grupos de barrio. Chicos de 13 ó 14 años, o de menos edad, se reúnen en una esquina, hacen cosas juntos y luego se asocian para defenderse de algún grupo vecino que está mejor consolidado; pero al poco tiempo, el grupo comienza a rebajarse al nivel de sus miembros más violentos y se involucra en actividades delictivas peligrosas.

      Es posible que una banda rival de otra calle considere al nuevo grupo como su enemigo; la ira entonces conduce a la violencia. Los narcotraficantes se valen de la pandilla para vender drogas, tras lo cual vienen otros actos delictivos.

      Luis tenía 11 años cuando sus amigos formaron una banda. A los 12 empezó a consumir drogas, y a los 13 fue arrestado por primera vez. Participó en robo de automóviles, robo con escalamiento y atracos a mano armada. Fue encarcelado varias veces por intervenir en peleas de pandillas y motines.

      A veces pudiera sorprendernos conocer a los miembros de una banda. Martha era una estudiante de secundaria de apariencia nítida y excepcional rendimiento escolar, que se portaba bien en el colegio; no obstante, lideraba una pandilla que distribuía marihuana, heroína y cocaína. No fue hasta que uno de sus amigos murió a tiros que se asustó y cambió de vida.

      Por qué ingresan

      Aunque parezca asombroso, algunos afirman que han ingresado en las bandas por amor. Buscaban el compañerismo y la intimidad que les faltaba en el hogar. El periódico Die Zeit, de Hamburgo (Alemania), sostiene que los jóvenes pretenden encontrar en las bandas callejeras la seguridad que no hallan en otro lugar. Eric, antiguo miembro de una pandilla, dice que si uno no encuentra amor en el hogar, “sale a buscar algo mejor”.

      Un padre que en otros tiempos perteneció a una banda escribió sobre sus experiencias en la adolescencia: “Fui a la cárcel varias veces por alteración del orden público, peleas entre pandillas, motines y, finalmente, por tentativa de asesinato desde un vehículo en marcha”. Cuando nació su hijo Ramiro, no tenía mucho tiempo para él. De mayor, Ramiro también se unió a una banda, y fue arrestado por la policía tras una pelea entre pandillas. Cuando su padre insistía en que abandonara el grupo, él le gritaba: “Ellos son ahora mi familia”.

      Una enfermera de un hospital de Texas que en poco más de un año había hablado con 114 jóvenes víctimas de disparos, declaró: “Es extraño, pero no creo haber oído nunca a uno de ellos preguntar por su madre o por cualquier otro familiar”.

      Llama la atención que no solo los jóvenes procedentes de los sectores más pobres de la ciudad se incorporan a las bandas. Hace varios años, la revista canadiense Maclean’s mencionó que la policía había encontrado en una misma pandilla a chicos tanto de los barrios más ricos de la ciudad como de los más pobres. A estos jóvenes de diversos orígenes los anima el mismo deseo: hallar el espíritu de familia que no encuentran en el hogar.

      Pertenecer a una banda es lo más natural para los jóvenes en algunas zonas. Fernando, de 16 años, explica: “Creen que unirse a una pandilla les ayudará a resolver los problemas. Piensan que conseguirán amigos grandes y armados que los defenderán, y así nadie les hará daño”. No obstante, los nuevos miembros de una banda descubren enseguida que se convierten en blanco de los enemigos de la misma.

      Las bandas a menudo se encuentran en los vecindarios donde escasea el dinero y abundan las armas. Las noticias informan de aulas en las grandes ciudades donde 2 de cada 3 estudiantes viven en hogares monoparentales. A veces sucede que una estudiante tiene por padre a un drogadicto que no va a casa de noche, y a ella le toca llevar a su propio hijo, que no tiene padre, a una guardería antes de ir a la escuela por las mañanas.

      Pete Wilson, gobernador de California, declaró: “Tenemos un problema muy grave porque muchos jóvenes están creciendo sin padre; sin un modelo varonil que les dé amor, guía, disciplina y valores; sin saber por qué deben respetarse a sí mismos y respetar al prójimo”. Agregó que la incapacidad de algunos jóvenes para compadecerse de los demás explica por qué “pueden volarle la tapa de los sesos a alguien sin que aparentemente sientan el más mínimo remordimiento”.

      Si bien es cierto que la carencia de unidad familiar, de formación personal y de un ejemplo moral sólido son factores importantes en la propagación de las bandas, otros elementos entran en juego. Entre ellos figuran los programas de televisión y las películas que presentan la violencia como la solución fácil a los problemas, una sociedad que con frecuencia califica a los pobres de fracasados y les recuerda constantemente que se encuentran imposibilitados para hacer lo que otros hacen, y el creciente número de familias monoparentales en las que la joven madre, que trabaja en exceso, tiene que luchar por mantener a uno o más hijos a quienes nadie supervisa. La combinación de la mayoría o de todos estos factores, y de otros más, ha producido una epidemia mundial de bandas callejeras.

      Es difícil salirse

      Es verdad que al cabo de algún tiempo algunos logran abandonar la banda a la que pertenecen y ocuparse en otras actividades. Tal vez otros intenten escapar yéndose a vivir con un pariente a otro lugar. Pero muchas veces esto no resulta tan fácil.

      Es común que los miembros de una banda sufran una cruel paliza a manos de sus compañeros antes de que les permitan abandonarla vivos. De hecho, algunos que han querido salirse de ciertas pandillas han tenido que hacerse blanco de disparos: si sobreviven, les permiten irse. ¿Vale la pena someterse a semejante trato cruel para abandonar una pandilla?

      Un antiguo pandillero explica qué lo llevó a dejar su banda: “Cinco de mis amigos ya han muerto”. En efecto, la vida de un pandillero está llena de peligros inimaginables. La revista Time informó sobre un ex pandillero de Chicago: “En su carrera de siete años recibió un balazo en el estómago, lo golpearon en la cabeza con una traviesa, le partieron el brazo en una reyerta y fue a prisión dos veces por robar automóviles [...]. Pero ahora que por fin lleva una vida honrada, hasta sus antiguos amigos intentan hacerle daño”.

      Es factible una vida mejor

      Eleno, oriundo de Brasil, pertenecía a la banda de los Chocacabezas, la cual peleaba con navajas y, a veces, pistolas. Sintiéndose marginado, se deleitaba destrozando cosas y atacando a la gente. Un compañero de trabajo le habló de la Biblia. Posteriormente, Eleno asistió a una asamblea de los testigos de Jehová, donde se encontró con ex compañeros de la pandilla, así como con un antiguo miembro de un grupo rival. Todos se saludaron como hermanos, muy diferente de lo que hubiera ocurrido en otros tiempos.

      ¿Es esto verosímil? ¡Por supuesto que sí! Hace poco, un representante de ¡Despertad! entrevistó a varios ex integrantes de las principales bandas de Los Ángeles que ahora sirven en las congregaciones de los testigos de Jehová. Al cabo de unas horas, uno de ellos pausó y, reclinándose en su asiento, dijo: “¡Miren esto! Antiguos miembros de los Bloods y los Crips sentados aquí, amándose los unos a los otros como hermanos”. Todos convinieron en que el cambio de pandilleros violentos a hombres que manifiestan amor y bondad fue el resultado de haber aprendido los principios piadosos mediante un estudio detenido de la Biblia.

      ¿Sucede esto realmente en los noventa? ¿Es posible que los miembros de una banda efectúen cambios de esta magnitud? Lo es si están dispuestos a examinar el poderoso estímulo que da la Palabra de Dios y a armonizar su vida con los principios de esta. Si por casualidad usted pertenece a una banda, ¿por qué no piensa en cambiar?

      La Biblia nos insta a “desechar la vieja personalidad que se conforma a [nuestra] manera de proceder anterior” y a “vestir[nos] de la nueva personalidad que fue creada conforme a la voluntad de Dios en verdadera justicia y lealtad” (Efesios 4:22-24). ¿Cómo se adquiere esa nueva personalidad? “Mediante conocimiento exacto”, dice la Biblia, es posible obtener una personalidad “nueva según la imagen de [Dios] que la ha creado” (Colosenses 3:9-11).

      ¿Vale la pena intentar el cambio? ¡Claro que sí! Si usted es miembro de una pandilla, probablemente necesite ayuda para lograrlo. Hay personas en su mismo vecindario que tendrán mucho gusto en brindársela. Con todo, son los padres quienes, por lo general, ejercen la mayor influencia positiva en los hijos. Por consiguiente, veremos qué pueden hacer ellos para proteger de las bandas a sus hijos.

  • Protejamos de las pandillas a nuestros hijos
    ¡Despertad! 1998 | 22 de abril
    • Protejamos de las pandillas a nuestros hijos

      “Los niños necesitan que la gente se preocupe por ellos.” (Not My Kid—Gang Prevention for Parents [¡Mi hijo no! Manual de prevención contra las pandillas para los padres].)

      DESPUÉS de nuestra relación con Dios, los hijos figuran entre nuestras posesiones más preciadas. Debemos hablar con ellos, escucharlos, abrazarlos y hacerles saber que son sumamente importantes para nosotros. Debemos enseñarles cosas buenas: a ser honrados y serviciales, a tener una vida feliz y a ser amables con los demás.

      El director de un reformatorio señaló concretamente a un gran problema actual al decir: “No se enseñan valores en el ámbito de la familia”. Sin duda, esto es algo a lo que hemos de prestar atención. Tenemos que vivir como queremos que nuestros hijos vivan y dejar que ellos vean la felicidad que esto nos aporta. Si no les enseñamos valores correctos, ¿cómo podemos esperar que se guíen por ellos?

      La revista Today, dirigida a los maestros de Estados Unidos, menciona que las pandillas a menudo atraen a los jóvenes que “se consideran un fracaso” y que “buscan seguridad, un sentido de pertenencia y aceptación social”. Si de verdad proporcionamos a nuestros hijos estas cosas en el hogar —seguridad y un fuerte sentido de logro tanto en la familia como en su propia vida—, habrá muchísimas menos probabilidades de que se dejen seducir por las promesas falsas de una banda.

      El jefe de una unidad antipandillas de la policía de California comenta las expresiones de asombro que ve en los rostros de los padres cuando la policía toca a la puerta para informarles de que su hijo se halla en dificultades. No conciben que el joven a quien creían conocer tan bien haya sido capaz de cometer un acto malo. Pero el caso es que su hijo ha encontrado nuevos amigos y ha cambiado; solo que los padres no lo habían notado.

      Es esencial tomar precauciones

      Quienes viven en zonas donde operan bandas recomiendan tanto a jóvenes como a adultos tener buen juicio y no desafiarlas ni amenazarlas. Evite las grandes concentraciones de pandilleros y no copie su aspecto ni sus acciones, incluidos el estilo y el color de su vestimenta, pues podría convertirse en blanco de una banda enemiga.

      Además, si alguien se viste o se comporta como si deseara pertenecer a una banda, sus miembros podrían presionarlo para que se uniera a ella. Un padre de tres hijos que vive en Chicago ilustró la importancia de conocer las actitudes de las pandillas de la localidad cuando dijo: ‘Si me pongo la gorra ladeada hacia la derecha, creerán que les estoy faltando al respeto’. Y eso pudiera provocar actos violentos.

      Interésese en sus hijos

      Una madre señaló: “Debemos estar al tanto de nuestros hijos: saber lo que sienten y lo que hacen. No podremos ayudarlos si no mostramos interés personal en su vida”. Otra dijo que el problema de las bandas no acabará hasta que los padres acaben con él. Y añadió: “Démosles amor. Si ellos se pierden, nosotros perdemos”.

      ¿Sabemos quiénes son los amigos de nuestros hijos, adónde van después de la escuela y dónde están cuando anochece? Por supuesto, no todas las madres pueden estar en casa cuando los hijos regresan de la escuela. Con todo, quizás las madres solteras que luchan valientemente para pagar el alquiler y alimentar a sus hijos puedan conseguir que otras madres, o alguna persona de confianza, supervisen a sus hijos durante la tarde.

      Cuando a un hombre que vive en una zona donde abundan las pandillas le preguntaron cómo protegería a sus hijos, respondió que llevaría a su hijo a dar una vuelta por el vecindario para que observara los efectos de las actividades de las bandas. Le mostraría los grafitos y los edificios en ruinas, y le haría ver “que el sitio no parece seguro y que los pandilleros se pasan la vida vagando por ahí, prácticamente sin hacer nada útil”. “Entonces —añadió—, le explicaría que si él sigue los principios bíblicos evitará terminar como ellos.”

      Algo tan sencillo como interesarse sinceramente en los deberes escolares de los hijos puede serles una protección. Si en la escuela hay una noche dedicada a los padres u otra ocasión en que se les invite a visitar las aulas y hablar con los maestros, acuda sin falta. Conozca a los maestros de sus hijos y expréseles su preocupación por estos y por su educación. Si el plantel no cuenta con un programa de visita, procure hallar ocasiones para hablar con los profesores sobre el progreso de su hijo y enterarse de cómo puede ayudar.

      Una encuesta realizada en una ciudad grande de Estados Unidos halló que entre los estudiantes cuyas familias les ayudaban o los animaban a hacer sus tareas, el 9% había ingresado en una banda, mientras que en las familias en las que los muchachos no recibían tal atención, el doble —18%— lo había hecho. Si nuestra familia es amorosa y unida, y si participamos juntos en actividades sanas, se reducirán las probabilidades de que nuestros hijos sean atraídos por las promesas falsas de una banda.

      Lo que realmente necesitan nuestros hijos

      Nuestros hijos necesitan lo mismo que nosotros: amor, bondad y afecto. A muchos niños nunca los han acariciado con afecto y amor, o nunca les han dicho realmente cuánto importan. ¡Que ese nunca sea el caso de nuestros hijos! Abracémoslos, digámosles que los queremos y esforcémonos por que vivan según la moral que les hemos enseñado. Son demasiado valiosos para tratarlos de otra forma.

      Gerald, ex pandillero, explicó: “Como no tuve un padre al cual admirar, me uní a una pandilla para llenar ese vacío en mi vida”. Empezó a consumir drogas a los 12 años. Pero cuando tenía 17, su madre inició un estudio regular de la Biblia con los testigos de Jehová y comenzó a poner por obra los excelentes principios bíblicos. Él relata: “Observé el cambio en ella, y pensé que algo bueno tenía que estar aprendiendo”. El buen ejemplo de su madre lo impulsó a efectuar un gran cambio en su vida.

      Tenemos que dar buen ejemplo a nuestros hijos, que ellos vean que vivimos exactamente como les decimos que vivan. Nuestros hijos deben poder sentirse orgullosos de la familia no por lo que esta posee, sino por lo que hace. Y hay que ayudarlos de manera que se sientan orgullosos de su propio comportamiento moral. Ira Reiner, ex fiscal del condado de Los Ángeles, lo expresó así: “Debemos llegar a nuestros hijos antes de que se metan en las pandillas”.

      Démosles lo que necesitan

      Proporcionar cosas materiales a nuestros hijos no es lo primordial. Lo que verdaderamente cuenta es ayudarlos a convertirse en adultos amorosos y bondadosos que se rijan por normas morales altas. La Biblia dice que el justo Jacob llamó a sus hijos jóvenes “los hijos con quienes Dios [me] ha favorecido” (Génesis 33:5). Si vemos a nuestros hijos del mismo modo, como dádivas de Dios, estaremos más inclinados a tratarlos con amor y a enseñarles a llevar vidas honradas, rectas y morales.

      Por lo tanto, haremos lo que esté a nuestro alcance para vivir de tal manera que demos buen ejemplo a nuestros hijos. Haremos que vean con orgullo sano y apropiado a su familia no por los bienes materiales que posee, sino por la clase de personas que la componen. Así, será menos probable que busquen apoyo de la gente de la calle.

      Recordando sus años de juventud, un abuelo dijo: “Jamás hubiera hecho algo que avergonzara a mi familia”. Reconoce que se sentía así porque sabía cuánto lo querían sus padres. Es cierto que quizás a algunos padres que nunca recibieron amor de sus progenitores les cueste trabajo demostrar amor a sus hijos, pero tienen que esforzarse por hacerlo.

      ¿Por qué es tan importante esto? Porque como dijo la revista “What’s Up” (¿Qué pasa?), editada por la Asociación de Investigadores de Bandas de Utah, “cuando los jóvenes se sienten amados y seguros —no económicamente, sino emocionalmente—, las necesidades que los inducen a unirse a las bandas por lo general desaparecen”.

      Quizás haya lectores que piensen que difícilmente existen familias tan amorosas hoy día. Pero las hay. Pueden hallarse muchas en las congregaciones de los testigos de Jehová por todo el mundo. Si bien no son perfectas, estas familias tienen una gran ventaja: estudian lo que la Biblia dice sobre la crianza de los hijos y procuran aplicar sus principios piadosos en la vida; además, enseñan dichos principios a los hijos.

      Los testigos de Jehová concuerdan con lo que declaró The Journal of the American Medical Association: “No podemos esperar que los adolescentes ‘digan que no’ si no les damos algo a lo cual ‘decir que sí’”. En otras palabras, si queremos que nuestros hijos digan sí a las cosas buenas y sanas, hemos de guiarlos en esa dirección.

      Ninguno de nosotros quisiera decir jamás lo que cierto padre dijo: ‘Mi hijo halló en su pandilla el compañerismo y el respeto que nunca tuvo en casa’. Ni quisiéramos jamás oír a nuestros hijos decir lo que cierto joven dijo: “Me uní a la pandilla porque necesitaba una familia”.

      Nosotros, los padres, debemos ser esa familia. Y tenemos que hacer cuanto podamos para que nuestros amados hijos sigan siendo una parte afectuosa de ella.

  • Protejamos de las pandillas a nuestros hijos
    ¡Despertad! 1998 | 22 de abril
    • Lista de control para los padres que se preocupan

      ✔ Pasen tiempo con sus hijos en casa y hagan cosas en familia

      ✔ Conozcan a los amigos de sus hijos y sus familias, y sepan adónde van sus hijos y con quién

      ✔ Hagan saber a sus hijos que pueden acudir a ustedes en cualquier momento con cualquier problema

      ✔ Enseñen a los hijos a respetar al prójimo, sus derechos y sus ideas

      ✔ Apoyen a sus hijos familiarizándose con sus maestros, y manifiesten a estos que agradecen y apoyan sus esfuerzos

      ✔ No resuelvan los problemas gritando ni recurriendo a la violencia

      [Ilustraciones]

      Los hijos precisan de su afecto y amor

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