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La vida en la sociedad del “usar y tirar”¡Despertad! 2002 | 22 de agosto
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La vida en la sociedad del “usar y tirar”
LOS habitantes de los países desarrollados generan enormes cantidades de basura. Tomemos como ejemplo Estados Unidos. Según se afirma, los desperdicios que produce en un año pesan “lo mismo que el agua necesaria para llenar 68.000 piscinas olímpicas”. Hace unos años se calculó que con solo la basura generada anualmente por los neoyorquinos se podría enterrar el enorme Parque Central bajo cuatro metros de residuos.a
Con razón se ha dicho que el ejemplo de “sociedad consumista y derrochadora” que da Estados Unidos sirve de “advertencia para el resto del mundo”. Pero este país no es el único. Se calcula que la basura que produce Alemania todos los años llenaría un tren de carga que se extendería desde la capital, Berlín, hasta la costa africana, a 1.800 kilómetros de distancia. Y en Gran Bretaña se calculó que la familia media de cuatro miembros consume anualmente una cantidad de papel equivalente a seis árboles.
Los países en vías de desarrollo no escapan al problema del exceso de basura. Una reconocida revista informa: “Las malas noticias son que la mayoría de los 6.000 millones de habitantes del planeta, en lo que a basura se refiere, están comenzando a seguir los pasos de Estados Unidos y del resto del mundo industrializado”. En efecto, lo queramos o no, casi todos formamos parte de la llamada sociedad del “usar y tirar”, o sociedad del desperdicio.
Claro está, la gente siempre ha tenido algo que tirar, pero hoy día se consiguen productos envasados y enlatados con más facilidad que antes, por lo que abundan los embalajes desechables. Además, la publicación de periódicos, revistas, folletos de propaganda y otros impresos se ha disparado.
En un mundo tan industrializado y científico como el nuestro, también se han creado nuevos tipos de basura. El rotativo alemán Die Welt indica que “en la Unión Europea se desmantelan todos los años cerca de nueve millones de automóviles”. No es nada fácil deshacerse de ellos. Pero más problemática es la cuestión de cómo eliminar sin riesgo los residuos nucleares o químicos. En 1991 se informó que Estados Unidos tenía “montañas de basura radiactiva sin un lugar donde almacenarla permanentemente”. Al parecer, un millón de barriles de sustancias letales estaban almacenados de forma temporal con el constante “peligro de pérdida, robo y daño medioambiental a consecuencia de una manipulación incorrecta”. Solo en 1999 se generaron más de 40.000.000 de toneladas de desechos peligrosos en más de veinte mil puntos de Estados Unidos.
Otro factor es la explosión demográfica mundial del pasado siglo. Cuanta más gente, más basura. Y gran parte de la población tiene una mentalidad consumista. Recientemente, el Instituto Worldwatch llegó a esta conclusión: “Hemos utilizado más productos y servicios desde 1950 que durante el resto de la historia de la humanidad”.
Como es obvio, pocos son los ciudadanos de los países industrializados que quieren prescindir de todos esos “productos y servicios”. Por ejemplo, piense en lo práctico que resulta comprar comestibles ya envasados y llevarlos a casa en las bolsas de papel o plástico que nos entregan en la tienda. Si se nos privara de repente de los envases modernos, no tardaríamos en darnos cuenta de lo mucho que dependemos de ellos. Además, contribuyen a mejorar la salud, al menos indirectamente, siempre y cuando el proceso de envasado haya sido higiénico.
Ahora bien, pese a estas ventajas, ¿existen motivos para preocuparse porque la actual sociedad del “usar y tirar” haya llegado demasiado lejos? Es evidente que sí, pues las diversas medidas destinadas a reducir la enorme cantidad de desperdicios generados por el hombre apenas han tenido efecto alguno. Lo que es peor, las actitudes que subyacen en nuestra sociedad del desperdicio tienen repercusiones aún más preocupantes.
[Nota]
a La extensión del parque es de 341 hectáreas, lo que representa alrededor del seis por ciento del área total del distrito de Manhattan.
[Ilustración de la página 4]
La eliminación de residuos peligrosos supone un grave problema
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¿Existe solución?¡Despertad! 2002 | 22 de agosto
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¿Existe solución?
¿QUÉ haría usted con algo que ya no desea? “Tirarlo.” Esa parece ser la respuesta lógica y simple. Pero deshacerse de la basura no siempre es tan simple. ¿Dónde la tiraríamos? Una asociación conservacionista italiana calculó que las botellas de vidrio que se arrojan al mar tardan mil años en descomponerse. Los pañuelos desechables, en cambio, solo tres meses. Una colilla de cigarrillo contamina el mar un máximo de cinco años; las bolsas de plástico, de diez a veinte; los productos de nailon, de treinta a cuarenta; las latas, quinientos, y el poliestireno, mil años.
La cantidad de tales desechos ha aumentado enormemente. En la actualidad existe en el mercado una gran oferta de productos, y la publicidad quiere convencernos de que todos son necesarios. El periódico británico The Guardian afirma en pocas palabras: “Los anunciantes nos ayudan a satisfacer unas necesidades de las que jamás fuimos conscientes”. De hecho, nos tientan a adquirir lo último, no sea que nos perdamos algo nuevo. Y, claro está, en la jerga publicitaria, “nuevo” significa “mejor y superior”, mientras que “viejo” es sinónimo de “inferior y anticuado”.
Por eso, a menudo se insiste en que compremos productos nuevos en vez de reparar los viejos, sosteniendo que resulta más práctico y económico. En ocasiones eso es cierto, pero por lo general, cambiar lo viejo por lo nuevo es costoso e innecesario.
Hoy día, numerosos artículos se diseñan de tal forma que cuando se estropeen haya que tirarlos a la basura. Tal vez resulte difícil repararlos, factor que no debe olvidarse al ir de compras. Una revista alemana dirigida a los consumidores observó: “La vida útil de los productos no deja de acortarse. Lo que ayer estaba de moda hoy ya no lo está y de seguro acabará en la basura. Por consiguiente, una gran cantidad de materia prima valiosa se convierte todos los días en simple basura carente de valor”.
¿Beneficia realmente al consumidor este afán descontrolado por adquirir bienes? En realidad, los beneficiados son las empresas ansiosas por llenar sus cajas registradoras. El semanario suizo Die Weltwoche afirma: “Si todo el mundo usara sus muebles o su automóvil toda la vida o al menos el doble de tiempo de lo que lo hace ahora, el colapso económico estaría garantizado”. Es evidente que un colapso económico no es la solución, pues eso también dejaría a los consumidores sin empleo. ¿Cuál es, entonces, la solución al exceso de basura?
¿Tirar, reciclar, o reducir?
Algunos países industrializados optan por la vía fácil: envían sus desechos a los países en desarrollo. Por ejemplo, cierto informe indica que “en un lugar muy conocido de Nigeria se encontraron más de ocho mil barriles oxidados que dejaban salir 3.500 toneladas de sustancias químicas tóxicas, lo que generó contaminación del suelo y de las aguas subterráneas”. Semejante método de eliminación de residuos no parece ser una solución viable, ni mucho menos una forma admirable de tratar al prójimo.
¿Y qué hay de reciclar los artículos que ya no se desean, en lugar de deshacerse de ellos sin más? Como es evidente, para que los programas de reciclaje funcionen hace falta que los ciudadanos clasifiquen los desperdicios en varias categorías, algo que ya se estipula en algunas normativas municipales. Las autoridades tal vez pidan que se separen el papel, el cartón, el metal, los residuos orgánicos y el vidrio, y que este último, además, se clasifique por colores.
Está claro que el reciclaje es ventajoso. El libro 5000 Days to Save the Planet (Cinco mil días para salvar al planeta) indica que reciclar aluminio “supone un gran ahorro energético” y puede “reducir el daño ambiental causado por la extracción a cielo abierto de bauxita”. El libro añade más detalles: “Para producir la misma cantidad de papel, las operaciones de reciclaje consumen la mitad de la energía y una décima parte de la cantidad de agua. [...] Muchos de los desechos son recuperados, reciclados y reutilizados. [...] Y aunque algunas industrias no puedan reutilizar sus propios desechos, pueden reciclarlos para que los aprovechen otras industrias [...]. En Holanda funciona con mucho éxito una red de intercambio de desechos desde principios de la década de 1970”.
Hay gobiernos que, en vez de idear sistemas para deshacerse de los residuos, fomentan primero la reducción de estos. La obra mencionada anteriormente advierte que “es urgente actuar” si queremos ver a la humanidad “pasar de una economía del despilfarro [...] a una sociedad ahorrativa que reduzca al mínimo los desechos y disminuya el consumo de materias primas”.
Sin embargo, quienes desean escapar “de una economía del despilfarro” tendrían que estar dispuestos a prolongar al máximo la vida de los artículos que compran y tirarlos únicamente cuando sean irreparables. Los productos que ya no se desean pero siguen siendo útiles deben entregarse a quienes sí quieran utilizarlos. La oficina de Darmstadt del Öko-Institut (Instituto de Ecología Aplicada), de Alemania, calculó que si una familia viviera bajo la máxima de “usar en lugar de consumir”, generaría hasta un 75% menos de basura que las demás.
Ahora bien, ¿cuántos seguirían tal principio? No es probable que fueran muchos. La problemática de la basura que genera la humanidad es tan solo un síntoma de problemas mayores. En la actual sociedad consumista, cada vez más personas adoptan lo que podríamos llamar la mentalidad de “usar y tirar”. Examinemos esta actitud y algunos de los extremos a los que podría llegar.
Los peligros de la mentalidad de “usar y tirar”
El concepto de “usar y tirar” puede fácilmente producir más que cierto despilfarro. Puede crear personas desagradecidas y desconsideradas que se deshagan de una gran cantidad de alimentos y otros productos sin apenas haberlos tocado. Los egocéntricos y quienes se dejan dominar por las modas y los caprichos triviales tal vez se sientan constantemente impulsados a sustituir ropa, muebles y otros artículos en buen estado por productos nuevos.
Pero la mentalidad de “usar y tirar” no solo tiene que ver con los objetos. Un programa alemán dedicado a la utilización de los bienes domésticos desechados observó recientemente: “La forma de tratar los muebles de la sala de estar, que al cabo de cinco años ya no nos gustan y los sustituimos por unos nuevos, se refleja en la forma de tratar a las personas. ¿Cuánto tiempo podrá tolerar esto la sociedad?”. El informe indica: “Tan pronto como alguien no rinde al máximo, se le sustituye. Al fin y al cabo, hay mucha gente que busca trabajo”.
En el libro Earth in the Balance (La Tierra en juego), Al Gore, ex vicepresidente de Estados Unidos, planteó estas pertinentes cuestiones: “Ya hemos llegado al punto de considerar nuestros bienes como artículos desechables. ¿Hemos transformado de igual modo la forma de ver a nuestros semejantes? [...] ¿Hemos dejado de valorar también, durante este proceso, la singularidad que poseemos todos?”.
A quienes dejan de valorar y respetar al prójimo es probable que les resulte más fácil, y menos censurable, romper amistades o matrimonios. El periódico alemán Süddeutsche Zeitung dijo respecto a esa actitud: “Dos veces al año nos compramos ropa nueva; cada cuatro años, un automóvil nuevo; cada diez, muebles nuevos para la sala de estar; todos los años buscamos un nuevo destino para pasar las vacaciones; nos cambiamos de casa, de trabajo, de negocio. De modo que, ¿por qué no cambiar de cónyuge?”.
En la actualidad se observa la tendencia a deshacerse de casi todo lo que se convierta en una carga. Por ejemplo, en un país europeo se calculó que en 1999 se abandonaron 100.000 gatos y 96.000 perros. Un defensor de los animales dijo respecto a esa nación que para sus compatriotas “poseer una mascota no implica ningún compromiso a largo plazo. Compran un cachorro en septiembre y lo abandonan [al cabo de un año, cuando se van de vacaciones] en agosto”. Lo que es peor, la mentalidad de “usar y tirar” influye en la forma de ver incluso a los seres humanos.
Falta de respeto por la vida
Muchas personas no parecen conceder gran valor a su propia vida. ¿En qué sentido? Por ejemplo, hace poco una revista europea mencionó que en los últimos años, la juventud ha estado más dispuesta a correr riesgos. Prueba de ello es la popularidad cada vez mayor que tienen entre los jóvenes los deportes de riesgo. Por unos momentos de intensa emoción son capaces de poner en peligro la vida. Y los empresarios ambiciosos no dudan en aprovecharse de esta creciente afición. Un político alemán dijo que, para los promotores de los deportes de riesgo, “ganar dinero suele ser más importante que la salud y la vida humanas”.
¿Y qué puede decirse de las vidas humanas que se desechan antes de nacer? La Organización Mundial de la Salud calcula que “mundialmente se conciben al año unos setenta y cinco millones de niños que nadie desea. Para muchas mujeres, el aborto es la única solución”. Pero nacer no los libra del peligro. Según el rotativo brasileño O Estado de S. Paulo, “cada vez hay más casos de niños abandonados en las calles”. ¿Sucede lo mismo donde usted vive?
Hoy en día se percibe en todas partes que para numerosas personas la vida humana carece de valor y puede desecharse casi con total despreocupación. Esta actitud se refleja en el entretenimiento popular, donde en una sola película o programa de televisión los “héroes” matan a muchos “villanos”. Vemos esta mentalidad en las olas continuas de crímenes violentos que se extienden por todo el planeta, por ejemplo, cuando los ladrones matan a sus víctimas por un poco de dinero o incluso sin ninguna razón. Y la vemos en las escalofriantes noticias de atentados terroristas, limpiezas étnicas y genocidios fulminantes, actos caracterizados por el asesinato sistemático y despiadado de seres humanos, de vidas preciosas que se eliminan como simple basura.
Aunque nos sea imposible huir de esta sociedad derrochadora, sí podemos luchar para no adoptar una mentalidad de “usar y tirar”. El próximo artículo mostrará qué nos ayudará a combatir la actual sociedad del desperdicio, así como las actitudes indeseables que la acompañan.
[Ilustración de la página 6]
En muchos lugares, el reciclaje es obligatorio
[Ilustraciones de la página 7]
¿Le incitan los caprichos de la moda a deshacerse de ropa en buen estado para renovar su vestuario?
[Ilustración de la página 8]
Hay que valorar la vida de los no nacidos, y no tratar de deshacerse de ellos
[Reconocimiento]
Index Stock Photography Inc./BSIP Agency
[Ilustración de la página 8]
La vida es tan preciosa que no debe ponerse en peligro por sentir emociones intensas
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Cómo hacer frente a la sociedad del “usar y tirar”¡Despertad! 2002 | 22 de agosto
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Cómo hacer frente a la sociedad del “usar y tirar”
“EN LA naturaleza [...] no hay desechos.” Esta es la opinión, según la revista Time, de un respetado experto en reciclaje. Tal declaración aludía a la forma tan sorprendente en que la materia desechada o muerta de una parte de un ecosistema es reutilizada siempre en beneficio de otra parte. El mencionado experto cree que “la humanidad puede imitar la ausencia de residuos que se observa en la naturaleza, pero harían falta tecnología innovadora y un gran cambio de actitud”.
La gran mayoría de nosotros podemos contribuir muy poco a crear una tecnología innovadora, pero lo que sí podemos hacer es controlar nuestra actitud. Y una actitud apropiada hacia ciertos principios básicos de buena conducta nos ayudará a hacer frente a los problemas de vivir en la sociedad del “usar y tirar”.
Procuremos no desperdiciar nada
Una de cada cinco personas en la Tierra se va a dormir con hambre. Este dato debería mentalizarnos de lo necesario que es valorar el alimento y no desperdiciarlo. Un matrimonio de misioneros que regresó a Europa tras servir veintiocho años en África dijo que ver “a la gente tirar la comida” fue una de las cosas más difíciles que tuvieron que afrontar a la hora de adaptarse de nuevo a su país.
Los padres juiciosos enseñan a sus hijos a servirse solo la cantidad de alimento que pueden comer. Así se desperdicia menos comida y se produce menos basura. Es mejor tomar primero una porción pequeña y, si se desea más, repetir. Claro está, los padres deben dar el ejemplo. Jesús fue un modelo para todos nosotros al mostrar agradecimiento sincero por las provisiones de Dios, tanto físicas como espirituales. La Biblia señala que Jesús se esmeró por no desperdiciar alimento, aunque se hubiera producido milagrosamente en abundancia (Juan 6:11-13).
El principio de procurar no desperdiciar es aplicable también a la ropa, los muebles y las máquinas. Mantener las cosas en buen estado y prolongar al máximo su vida útil es una forma de mostrar que valoramos lo que tenemos. No hay razón para convertirnos en víctimas de la publicidad, que trata de hacernos sentir insatisfechos con lo que tenemos ofreciéndonos productos mejores, más grandes, más rápidos y más potentes. Naturalmente, tenemos todo el derecho de renovar bienes que todavía son útiles, pero antes de hacerlo, sería bueno evaluar nuestras actitudes y motivos.
Huyamos de la codicia
Cuando los israelitas cruzaban el desierto de camino a la Tierra Prometida, se les alimentó con maná, en cantidad suficiente para todos, según indica la Biblia. Sin embargo, se les advirtió que no se hicieran codiciosos; solo debían tomar la cantidad justa para satisfacer sus necesidades inmediatas. Los desobedientes comprobaron que la codicia no les servía de mucho, pues el sobrante producía gusanos y despedía mal olor (Éxodo 16:16-20). La Palabra de Dios condena rotunda e inequívocamente la avidez en muchas ocasiones (Efesios 5:3).
Pero la Biblia no es la única que lo hace. Por ejemplo, Séneca, filósofo y dramaturgo latino del siglo primero, reconoció que quien tiene este defecto nunca está satisfecho. Observó lo siguiente: “Para el avaro, es poca cosa la naturaleza”. Erich Fromm, filósofo del siglo XX, llegó a una conclusión similar: “[La] codicia [...] es un pozo sin fondo que agota al individuo en un esfuerzo interminable para satisfacer la necesidad sin alcanzar nunca la satisfacción”. Además de evitar la avidez y el despilfarro, numerosas personas han optado por tomar algunas medidas prácticas.
Aprendamos a compartir
Antes de deshacernos de pertenencias que todavía estén en buen estado, pensemos en personas a quienes tal vez les gustaría tenerlas. Por ejemplo, cuando a los niños se les queda pequeña la ropa, ¿podrían heredarla otros y así extender su uso? ¿Podríamos hacer algo parecido con otras pertenencias que todavía sirven pero que ya no usamos tanto como antes? Hagamos sentir a los demás la misma alegría que sentimos cuando obtuvimos ese artículo. El escritor y humorista estadounidense Mark Twain escribió en una ocasión: “Para asumir el valor pleno de una alegría se precisa a alguien con quien compartirla”. Es posible que sepamos por experiencia que cuando la felicidad se comparte, se duplica. Por si fuera poco, compartir contrarresta el efecto negativo de la mentalidad de “usar y tirar”.
La generosidad es una virtud que la Biblia recomienda abiertamente (Lucas 3:11; Romanos 12:13; 2 Corintios 8:14, 15; 1 Timoteo 6:18). El mundo sería un lugar muchísimo mejor si todos sus habitantes estuvieran dispuestos a compartir sus posesiones.
Estemos satisfechos con lo indispensable
Una persona satisfecha es una persona feliz. Esta es una verdad universal. Un proverbio griego dice: “Nada contentará al que no está contento con poco”. Y un dicho japonés reza así: “Quien no se siente satisfecho es pobre”. La Biblia tampoco escatima elogios al hablar del contentamiento. Leemos: “Ciertamente es un medio de gran ganancia, esta devoción piadosa junto con autosuficiencia. Porque nada hemos traído al mundo, y tampoco podemos llevarnos cosa alguna. Teniendo, pues, sustento y con qué cubrirnos, estaremos contentos con estas cosas” (1 Timoteo 6:6-8; Filipenses 4:11).
Claro que estar conformes con lo que tenemos quizá implique “un gran cambio de actitud”. Una joven llamada Susanne percibió recientemente que debía realizar tal cambio. Ella contó: “En vista de que no podía conseguir todo lo que quería, me resolví a aprender a desear lo que ya tengo. Ahora estoy satisfecha y soy feliz”.
Sin lugar a dudas, esa forma de pensar conduce a la felicidad. El profesor búlgaro Argir Hadjihristev, experto en el envejecimiento, señala: “El mal básico es, antes que nada, no estar satisfecho con lo poco que tenemos”. Aludiendo a los beneficios físicos de sentirse contento con lo que ya se posee, añadió: “Quien no procura vivir mejor que el vecino ni acumular bienes sin cesar, vive sin competir y, por lo tanto, sin estrés. Y eso es bueno para los nervios”.
En efecto, la sociedad del “usar y tirar” jamás nos hará verdaderamente felices. Y mucho menos la mentalidad que la acompaña. Al parecer, cada vez más personas lo están comprendiendo. ¿Es usted una de ellas?
[Ilustración de la página 9]
Los niños deben aprender a no desperdiciar los alimentos
[Ilustración de la página 9]
Jesús no desperdició nada, dando así un magnífico ejemplo
[Ilustración de la página 10]
¿Por qué no reparte entre los demás los objetos que no utiliza, en lugar de tirarlos?
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