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  • g94 22/4 págs. 12-15
  • Cómo pueden las personas vivir juntas en paz

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  • Cómo pueden las personas vivir juntas en paz
  • ¡Despertad! 1994
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  • ¿Por qué hay tanto odio y desunión?
  • La vida en la prisión
  • Me reúno con Jantina
  • Un punto de viraje en mi vida
  • Progreso espiritual
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¡Despertad! 1994
g94 22/4 págs. 12-15

Cómo pueden las personas vivir juntas en paz

ERA el mes de septiembre de 1944; el odio inundaba el mundo. La II Guerra Mundial causaba estragos y millones de personas sufrían terriblemente. Yo era prisionero de guerra alemán en Francia.

En una ocasión me pusieron ante un pelotón de fusilamiento, pero, pasado un rato, mis supuestos ejecutores comenzaron a irse. Solo querían intimidarme. Estaba conmocionado, pero me alegraba de seguir vivo. Algunas semanas después me hicieron lo mismo. Aunque sobreviví, cientos de prisioneros fueron ejecutados o murieron de enfermedad y desnutrición. ¿Cómo llegué a encontrarme en aquella situación?

Captura

Unos meses antes, en junio de 1944, las tropas aliadas habían cruzado el canal de la Mancha y habían establecido una cabeza de playa en la costa francesa. Su ofensiva posterior y la invasión del norte de Francia obligaron al ejército alemán a retirarse. Yo era sargento mayor de las fuerzas aéreas alemanas. En agosto, parte de nuestra compañía —otros dieciséis soldados y yo— fue capturada por la resistencia francesa, conocida como los maquis. Después de pasar algunos meses en un campo de prisioneros de guerra, fuimos transferidos a otro cerca de Montluçon, en el sur de Francia.

Se obligaba a los prisioneros a efectuar trabajos físicos, pero yo estaba exento por ser oficial. Sin embargo, me ofrecí para trabajar, y me pusieron a cargo de la cocina. Un día llegó un nuevo grupo de prisioneros, entre ellos un joven llamado Willy Huppertz, que era de mi ciudad natal. Pregunté al oficial a cargo si Willy podría ayudarme en la cocina, y se dispuso que así fuera.

Con el tiempo, Willy y yo llegamos a disfrutar de la clase de amistad que puede unir a las personas en paz. Pero antes de explicar cómo aprendí este camino a la paz, quisiera hablar de algunas contradicciones de la vida que me preocupaban.

¿Por qué hay tanto odio y desunión?

Crecí en Aquisgrán (Alemania), y siendo un niño ya me preocupaba la división religiosa, que existía incluso en mi propio hogar. Papá era luterano y mamá era católica romana, así que ella se encargó de que mi hermana y yo fuéramos educados en la fe católica. Desde muy pequeño iba regularmente a la iglesia católica, aunque no podía entender por qué papá seguía una fe diferente. Con el paso del tiempo, solía preguntarme: “¿Por qué hay tantas religiones si solo existe un Dios?”.

Cuando comenzó la II Guerra Mundial, en 1939, me llamaron a filas para servir en las fuerzas aéreas alemanas. Después de un adiestramiento preliminar en Alemania, me enviaron a Viena (Austria), donde me uní a un cuerpo de instrucción de nuevos reclutas. Más tarde, en diciembre de 1941, me mandaron al norte de Holanda (en la actualidad, los Países Bajos), donde conocí a Jantina, una joven de Den Helder. A pesar del enfrentamiento bélico de nuestros países, nos enamoramos.

Poco después, en abril de 1942, me transfirieron sin previo aviso a La Rochelle, en el sur de Francia. Por entonces ya tenía rango de sargento mayor, y nuestro batallón era responsable de la instrucción de los nuevos reclutas y la protección del pasillo aéreo de la zona. Como resultado, no tuve que entrar en combate en ningún momento del conflicto. Me siento agradecido por ello, ya que nunca quise matar a nadie.

Lo que más me inquietaba durante aquellos años bélicos era ver a clérigos de casi todas las confesiones —católica, luterana, episcopaliana y otras— bendecir los aviones y sus tripulaciones antes de partir para arrojar su carga mortal. A menudo me preguntaba: “¿De parte de quién está Dios?”. Nunca les pregunté a los capellanes, pues estaba seguro de que ellos tampoco lo sabían.

Los soldados alemanes llevábamos un cinturón en cuya hebilla (véase la foto superior izquierda de la página 12) figuraba la inscripción Gott mit uns (Con nosotros está Dios), pero yo pensaba: “¿Por qué no puede Dios estar con los soldados del otro bando que son de la misma religión y le oran a él?”.

Pasaban los años, y la guerra parecía no tener fin. En algunas ocasiones me fue posible desplazarme hasta Holanda para ver a Jantina; la última vez fue en diciembre de 1943, cuando nos comprometimos. En 1944, el curso de la guerra comenzó a cambiar, y con el desembarco de las tropas aliadas en Francia, nos dimos cuenta por primera vez de la posibilidad de que Alemania perdiera la guerra. La idea nos conmocionó. Entonces llegó aquel mes de agosto, en el que diecisiete de nosotros fuimos capturados.

La vida en la prisión

Con el tiempo, los prisioneros del campo situado cerca de Montluçon conseguimos permiso para escribirnos con nuestros seres queridos. Así, Jantina y yo nos pusimos en contacto de nuevo. Con el tiempo me ofrecí junto con otros prisioneros para trabajar en una granja colectiva, donde se nos seguía considerando prisioneros de guerra. Llegué a descubrir que la vida en la granja me gustaba. Era todo un cambio de vida para un muchacho de ciudad.

La guerra de Europa terminó en mayo de 1945, pero el gobierno francés nos retuvo como prisioneros de guerra hasta diciembre de 1947. Entonces nos dieron la opción de unirnos a la legión francesa extranjera o quedarnos en Francia como trabajadores voluntarios hasta finales de 1948. Escogí esta última posibilidad, y fui trabajador en una granja colectiva junto con otros prisioneros. Con este sistema disfrutábamos de más libertad que cuando trabajábamos en la granja como prisioneros de guerra. Sin embargo, seguíamos confinados y con ciertas restricciones. Así que nuestra mayor alegría era recibir cartas de nuestros seres queridos.

Me reúno con Jantina

Un día de 1947 recibí una carta de Jantina en la que había metido sin darse cuenta una pequeña hoja impresa con una lista de los números de varias casas y una relación de libros y revistas. “Bien —pensé—, Jantina está ganando algún dinero con la venta de libros.” No sabía entonces que los testigos de Jehová se habían puesto en comunicación con ella y que estaba activa en la predicación de casa en casa y en la distribución de publicaciones bíblicas, y no en “la venta de libros”.

Poco después, en diciembre de 1947, los prisioneros recibimos una agradable sorpresa: nos dieron un permiso de cuatro semanas para visitar nuestros hogares. Por supuesto, la condición era que volviéramos a Francia para completar nuestra asignación de trabajo. Jantina viajó desde Holanda hasta Alemania a fin de pasar aquellas semanas con mis padres y conmigo. Como pueden imaginarse, después de más de cuatro años de separación, fue una reunión muy emotiva para todos. Fue entonces cuando me enteré del significado de la hoja que había encontrado en su carta. Jantina me dijo que era testigo de Jehová y me explicó ilusionada el significado de las cosas maravillosas que había aprendido.

Aunque me daba cuenta de que sus palabras tenían sentido, le dije que estaba contento de seguir siendo católico. No comprendía cómo podía saber más ella que los sacerdotes, que habían estudiado religión durante muchos años. Y para complicar aún más las cosas, a mi familia no le gustaron las nuevas creencias de Jantina. De hecho, se opuso mucho a ellas, y su prejuicio influyó en mí.

Un punto de viraje en mi vida

Cuando se acabó mi permiso de cuatro semanas, volví a Francia. Mientras sacaba la ropa de la maleta, encontré un libro titulado Liberación. Jantina lo había colocado allí cuando preparó mi equipaje. Para agradarla, aquella noche me senté y comencé a leerlo. Al poco rato descubrí, para mi asombro, que el libro contestaba muchas de las preguntas que me había estado haciendo durante mi encarcelamiento. Estaba deseando terminar todo el libro.

Recordé un texto que Jantina me había citado: “Y conocerán la verdad, y la verdad los libertará”. (Juan 8:32.) De hecho, sentí que comenzaba a conocer la verdad sobre muchas cosas. Todos los pueblos son una sola familia, sin importar la raza. (Hechos 17:26-28.) Los verdaderos cristianos se aman unos a otros y no luchan ni matan a nadie como yo había visto hacer a tantos que decían ser cristianos. (Juan 13:34, 35; 1 Juan 3:10-12.) Está claro, entonces, que el nacionalismo es un instrumento del Diablo que divide a los pueblos e impide la verdadera hermandad.

Comencé a entender que la verdadera paz solo llegará cuando todos los pueblos apliquen las enseñanzas de Jesucristo. Como las naciones nunca lo harán, la única esperanza de paz radica en el gobierno de Dios, por el cual Jesucristo enseñó a sus seguidores a orar. (Mateo 6:9, 10.) Ya había comenzado a experimentar el sentimiento de verdadera libertad y satisfacción que se deriva de aprender tales cosas, y estaba muy agradecido a mi querida Jantina por haber puesto el libro en mi maleta. Pero ¿qué podría hacer?

Progreso espiritual

Pues bien, no tenía ni que haberme preocupado, ya que días más tarde un hombre llamado Lucien fue a la granja donde yo trabajaba y se presentó como ministro de los testigos de Jehová. Me explicó que la sucursal de los Testigos de París lo había enviado para que se pusiera en contacto conmigo a petición de mi novia. Lucien era un hombre amable y sincero, y me sentí cómodo con él de inmediato. Por suerte, ya hablaba francés con fluidez, lo que facilitó las cosas.

Acepté estudiar la Biblia con él, y por eso todos los domingos Lucien y su esposa, Simone, me recogían en la granja y me llevaban a su casa para hacer el estudio. Después íbamos a dar paseos, durante los cuales hablábamos de la maravillosa creación de Jehová. Los dos eran buenos maestros, y me dieron además algo que había echado de menos durante mucho tiempo: una amistad verdadera. ¡Y pensar que yo había preparado a mis hombres para que bombardearan y mataran a los franceses, la nacionalidad de la pareja que me brindaba su amistad!

Progresé bien en el estudio, y Lucien me invitó a asistir a la celebración anual de la Conmemoración de la muerte de Cristo, el 25 de marzo de 1948. Me impresionó mucho esta reunión sencilla pero sobria, y no me he perdido una Conmemoración desde entonces.

Jantina estaba encantada con mi progreso espiritual, por lo que se unió a mí en Francia. Allí nos casamos en noviembre de 1948. Lucien y Simone nos prepararon una maravillosa comida de boda, y dos precursores (ministros de tiempo completo de los testigos de Jehová) estuvieron con nosotros en esta ocasión feliz. Aquella tarde inolvidable reafirmó mi convicción de que los Testigos demostraban de verdad la clase de amor que Jesús dijo que identificaría a sus verdaderos discípulos. (Juan 13:35.)

Nos vamos a Alemania, y después, a otro país

En diciembre de 1948 volvimos a Alemania, y el ministerio cristiano se convirtió en nuestra forma de vida. Aunque mi familia continuó oponiéndose a nuestra actividad, no dejamos que eso nos detuviera. Seguimos ayudando a personas humildes y mansas para que aprendieran de qué única forma puede disfrutar la humanidad de verdadera paz y seguridad.

En 1955 Jantina y yo emigramos a Australia. Al principio nos establecimos en la hermosa isla de Tasmania, al otro lado del estrecho de Bass si se cruza desde el extremo sur del vasto continente. Con la ayuda amorosa y la paciencia de nuestros hermanos y hermanas espirituales de allí, con el tiempo añadimos el inglés a los idiomas que ya conocíamos.

En 1969, tras pasar trece años en Tasmania, nos trasladamos al estado septentrional de Queensland, donde vivimos desde entonces. En la actualidad soy ministro cristiano en la congregación de la localidad, y aprecio muchísimo la compañía de Jantina mientras servimos juntos a Jehová. Siempre que volvíamos a Alemania de vacaciones, buscábamos a Willy Huppertz y estudiábamos la Biblia con él. Andando el tiempo, él también dedicó su vida a servir a Jehová, y hemos llegado a disfrutar del tipo de amistad que une a personas de toda raza en paz.

Cuando repaso lo que ha sido mi vida desde los años que pasé como prisionero de guerra en Francia, me siento realmente agradecido por haber llegado a conocer a nuestro amoroso Creador, Jehová Dios. Estoy muy feliz de que Jantina tomara la iniciativa de poner aquel libro Liberación en mi maleta y de que escribiera a los Testigos de Francia para que se pusieran en contacto conmigo. Como resultado, mi vida personal y nuestra vida matrimonial se han visto enriquecidas y recompensadas de muchas maneras.—Relatado por Hans Lang.

[Fotografía en la página 15]

Con Jantina en la actualidad

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