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AlemaniaAnuario de los testigos de Jehová 1999
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Caída repentina del muro de Berlín
El mundo se asombró por lo inesperado que fue el suceso. Gente de todas partes lo siguió por televisión. En Berlín, miles de personas lo celebraron ruidosamente. Se había eliminado la barrera que separaba el Este del Oeste. Era el día 9 de noviembre de 1989.
Más de veinticinco años antes, en horas de la mañana del 13 de agosto de 1961, los berlineses se habían quedado perplejos al descubrir que los funcionarios de Berlín Este levantaban un muro que separaría el sector controlado por los comunistas del resto de la ciudad. Estaban dividiendo literalmente Berlín en dos partes, este y oeste, un reflejo de la división que existía entre la Alemania oriental y la occidental. El muro de Berlín llegó a ser tal vez el símbolo más dramático del enfrentamiento entre las dos superpotencias durante la Guerra Fría.
El 12 de junio de 1987, más de dos años antes de los sorprendentes acontecimientos de 1989, el presidente de Estados Unidos Ronald Reagan exigió en un discurso pronunciado a la vista de la puerta de Brandeburgo y con el muro de Berlín a la espalda: “Señor Gorbachov, abra esta puerta. Señor Gorbachov, derribe este muro”. ¿Hubo algún indicio de que se fuera a acceder a esta petición? ¿Se trataba de algo más que de la retórica de la Guerra Fría? En realidad, no. Todavía a principios de 1989, Erich Honecker, cabeza del régimen germano oriental, dijo, como si respondiera a esa petición, que el muro ‘seguiría existiendo dentro de cincuenta e incluso cien años’.
No obstante, de manera sorprendentemente repentina se abrió la puerta de Brandeburgo y se desplomó el muro de Berlín. Un miembro de la familia Betel de Selters recuerda que la noche del jueves 9 de noviembre asistió a la reunión de la congregación, y cuando regresó a casa, encendió el televisor para ver las noticias de la noche. Incrédulo, siguió los reportajes que decían que se había abierto la frontera entre Berlín oriental y occidental. Los berlineses orientales entraban libremente en Berlín Oeste por primera vez en veintisiete años. Apenas podía creer lo que veía: automóviles que cruzaban la frontera tocando el claxon para celebrarlo, y una cantidad creciente de berlineses occidentales, algunos de ellos levantados de la cama, que se encaminaban a la frontera para alinearse a ambos lados del camino y abrazar a sus inesperados visitantes. Las lágrimas corrían abundantemente por los rostros. El muro había caído, literalmente, de la noche a la mañana.
Durante las siguientes veinticuatro horas, a muchas personas de todo el mundo les costó despegarse del televisor. Se estaba haciendo historia. ¿Qué significaría para los testigos de Jehová de Alemania? ¿Qué significaría para los testigos de Jehová en todo el mundo?
Nos visita un Trabi
A la mañana del siguiente sábado, poco antes de las ocho, un hermano de Betel de Selters que se dirigía a su trabajo se encontró con otro miembro de la familia, Karlheinz Hartkopf, quien actualmente sirve en Hungría. Emocionado, el hermano dijo: “Estoy seguro de que no tardarán en aparecer por Selters los primeros hermanos de Alemania oriental”. El hermano Hartkopf le contestó, con su habitual calma y naturalidad: “Ya están aquí”. De hecho, a primeras horas de la mañana habían llegado dos hermanos en su Trabi, un automóvil de Alemania oriental con motor de dos tiempos, y estaban estacionados fuera del portón de Betel a la espera de que comenzara la jornada laboral.
La noticia corrió rápidamente por la sucursal. Antes de que los betelitas tuvieran la oportunidad de siquiera ver y saludar a los visitantes, inesperados pero bienvenidos, ellos volvían a Alemania oriental con el automóvil lleno de publicaciones. Aunque estas aún estaban prohibidas oficialmente en el país, igual que la obra de los testigos de Jehová, la emoción del momento dio a los hermanos redoblado valor. “Tenemos que estar de regreso para la reunión mañana por la mañana”, explicaron. Imagínese la alegría de la congregación cuando estos hermanos aparecieron con cajas de publicaciones que habían escaseado mucho por tanto tiempo.
Durante las semanas siguientes, miles de germanos orientales cruzaron a raudales la frontera con Alemania occidental, muchos de ellos por primera vez en su vida. Sin duda, estaban disfrutando de una libertad de movimientos de la que habían carecido durante mucho tiempo. En la frontera, los recibían ciudadanos de Alemania occidental saludándolos con la mano. También estaban allí los testigos de Jehová dando la bienvenida a los visitantes, si bien con algo más importante que una simple manifestación externa de emoción. Distribuían libremente publicaciones bíblicas entre los visitantes del Este.
Las congregaciones de algunas ciudades fronterizas pusieron un empeño especial en hablar con los visitantes de Alemania del Este. Dado que las publicaciones de los testigos de Jehová habían estado prohibidas durante décadas, muchas personas conocían poco o nada de ellas. En lugar de ir de casa en casa, se puso de moda el servicio “de Trabi en Trabi”. Las personas anhelaban investigar todo lo que fuera nuevo, incluida la religión. En algunos casos, los publicadores se limitaban a decir: “Es probable que nunca haya leído estas dos revistas, pues han estado prohibidas en su país por casi cuarenta años”. La respuesta que se oía con frecuencia era: “Pues si estaban proscritas, deben ser buenas. Démelas”. Dos publicadores de la ciudad fronteriza de Hof colocaron cada uno hasta mil revistas al mes. Sobra decir que las congregaciones locales y vecinas enseguida agotaron sus excedentes de revistas.
Mientras tanto, los hermanos de Alemania oriental disfrutaban de la libertad que acababan de conseguir, si bien con algo de cautela al principio. Wilfried Schröter, que conoció la verdad durante la proscripción en 1972, recuerda: “Los primeros días tras la caída del muro, estábamos, lógicamente, un poco temerosos de que de repente todo se trastocara”. Menos de dos meses más tarde, asistió a una asamblea en el Salón de Asambleas de Berlín. Tiempo después comentó sobre ella: “Me sentía eufórico por poder relacionarme con tantos hermanos, se me llenaron los ojos de lágrimas cuando cantamos los cánticos del Reino, igual que a muchos otros hermanos. La alegría de experimentar una ‘asamblea en vivo’ fue inmensa”.
Manfred Tamme hizo un comentario de agradecimiento parecido. Durante la proscripción, las reuniones habían sido pequeñas y no había hecho falta equipo de sonido. Pero ahora dice: “Aunque había sido precursor especial durante más de treinta años, era la primera vez en mi vida que hablaba con un micrófono delante. Aún recuerdo lo aterrorizado que me quedé cuando escuché mi voz por los altavoces”. No obstante —dice—, “fue maravilloso estar de pronto sentado con toda la congregación en un salón alquilado”.
Y fue gratificante escuchar otros comentarios, como el que oyó Manfred unos pocos meses después. Él cuenta: “En enero de 1990 estaba en una sauna recibiendo tratamiento médico. Allí encontré a un ex agente autorizado de la Policía Nacional. Durante una amistosa conversación, me dijo: ‘Manfred, ahora me doy cuenta de que luchamos contra las personas equivocadas’”.
Alimento espiritual en abundancia
“No de pan solamente debe vivir el hombre, sino de toda expresión que sale de la boca de Jehová.” En todas partes, los testigos de Jehová conocen bien esta verdad fundamental que Jesucristo citó de las Escrituras Hebreas inspiradas (Mat. 4:4; Deu. 8:3). Con la ayuda amorosa de la hermandad internacional, los Testigos de Alemania oriental recibieron alimento espiritual incluso durante los años de la proscripción, si bien en pequeñas cantidades. ¡Cuánto anhelaban tener acceso a la abundancia espiritual de la que disfrutaban sus hermanos de otros países!
En cuanto cayó el muro de Berlín, los Testigos empezaron a llevarse publicaciones al Este a nivel individual. Unos cuatro meses después, el 14 de marzo de 1990, se concedió reconocimiento oficial a los testigos de Jehová en la República Democrática Alemana. La Sociedad ya podía hacer envíos directos. El 30 de marzo, un camión con 25 toneladas de alimento espiritual salió del complejo de Selters en dirección este. El 1991 Britannica Book of the Year indicó posteriormente: “En solo dos meses, la sucursal de la Sociedad Watchtower de Alemania occidental envió 275 toneladas de publicaciones bíblicas, incluidas 115.000 Biblias, únicamente a Alemania oriental”.
Más o menos por ese entonces, un hermano de Leipzig escribió a un Testigo de Alemania occidental: “Hace una semana, todavía importábamos en secreto pequeñas cantidades de alimento; dentro de poco descargaremos un camión con cuatro toneladas”.
“Recibimos tan pronto el primer envío de publicaciones —recuerda Heinz Görlach, de Chemnitz—, que apenas estábamos preparados. Después que llegó el primer envío, me costaba llegar a mi cama, pues todo el dormitorio estaba lleno de cajas. Me parecía estar durmiendo en la cámara de un tesoro.”
Los hermanos de Selters también sintieron a un grado pequeño lo que significaba la nueva situación para quienes durante tanto tiempo habían carecido de cosas que los Testigos que tienen libertad muchas veces dan por sentadas. Un superintendente de la imprenta cuenta: “Un hermano de edad vestido modestamente observaba una de nuestras prensas. El grupo con el que hacía la visita ya se había marchado, pero él se había quedado atrás, aún absorto, contemplando salir de la máquina a toda velocidad una multitud de revistas. Con lágrimas en los ojos se acercó a uno de los hermanos; era obvio que estaba profundamente conmovido. Trató de decir algo en un alemán defectuoso, pero la voz se le quebró. No obstante, comprendimos lo que significaba su sonrisa cuando del bolsillo interior de la chaqueta extrajo unas cuantas hojas de papel, nos las entregó y se marchó deprisa. ¿Qué nos había dado? Una revista La Atalaya en ruso casi ilegible que se había copiado en las hojas de un cuaderno de ejercicios de la escuela. ¿Cuánto había tomado hacer esa copia de la revista? No tenemos forma de saberlo, pero seguro que cientos de veces más de lo que necesitamos para producir una revista en la prensa”.
Los Testigos ya no tenían que arreglárselas en cada grupo de estudio con unos pocos ejemplares de las revistas impresos en letra pequeña o escritos a mano que podían tener en su poder solo unos días. Todo el mundo contaba ya con su propio ejemplar, con ilustraciones a todo color, además de con ejemplares extras para el servicio del campo.
La adaptación a rendir culto abiertamente
Contar con mayor libertad encerraba sus propios desafíos. Predicar bajo proscripción oficial exigió valor. Además, enseñó a quienes lo hicieron a confiar completamente en Jehová. No obstante, una vez que se levantó la proscripción, Ralf Schwarz, anciano cristiano de Limbach-Oberfrohna, dijo: “Debemos tener más cuidado para que no nos distraigan ni el materialismo ni las inquietudes de la vida”. Después que en octubre de 1990 la Alemania oriental se integró en la República Federal, algunas familias de Testigos del Este se mudaron a viviendas más humildes, pues subieron las rentas y no querían tener que trabajar horas extraordinarias y perderse reuniones para poder pagar el alquiler (Mat. 6:22, 24).
Los hermanos no dejaron de salir al ministerio del campo ni siquiera durante los difíciles años del régimen comunista. Hasta iban de casa en casa, claro que con discreción; por ejemplo, quizá visitaban una casa en una manzana y luego se iban a otra a llamar en otra puerta. Algunos hermanos lo hicieron incluso cuando el peligro de acabar en la cárcel era mayor. Martin Jahn, que solo tenía 11 años cuando se impuso la proscripción, mencionó algunos de los cambios a los que ahora se enfrentaban: “Hubo que rehacer todos los territorios para que los publicadores trabajaran secciones completas. Estábamos acostumbrados al viejo sistema de predicar solo en ciertas casas o ciertos pisos. Había sido la manera normal de hacerlo durante tanto tiempo, que tuvimos que ser pacientes con quienes encontraban difícil adaptarse. No tener que prestar las publicaciones, sino darlas, era nuevo para los publicadores y las personas interesadas. Puesto que estábamos acostumbrados a hacerlo del otro modo, a veces los publicadores acababan la predicación con más publicaciones en sus carteras que cuando empezaban”.
También hubo cambios en la actitud de las personas. Durante los años de la proscripción, mucha gente consideraba héroes a los testigos de Jehová porque tenían el valor de defender sus convicciones, lo cual les hizo ganarse su respeto. Cuando hubo mayor libertad, muchos recibieron a los Testigos con cierto entusiasmo. Sin embargo, esa actitud cambió transcurridos algunos años. Las personas se enfrascaron en el modo de vida propio de la economía de mercado. Algunas empezaron a considerar que las visitas de los Testigos perturbaban su paz y tranquilidad, hasta que eran molestas.
Dar testimonio bajo proscripción había exigido valor. Adaptarse a la nueva situación requirió no menos determinación. De hecho, muchos Testigos concordaron con lo que dijo un superintendente de un país de Europa occidental donde la obra había estado proscrita durante mucho tiempo: “Trabajar bajo proscripción es más fácil que hacerlo con libertad”.
La oposición no logra frenar la obra
Aunque la predicación de las buenas nuevas en Alemania oriental tomó nuevos bríos, el clero de la cristiandad se inquietó poco al principio. Sin embargo, su malestar aumentó cuando quedó patente que las personas escuchaban a los testigos de Jehová. Según el periódico Deutsches Allgemeines Sonntagsblatt, un pastor de Dresde que se creía experto en religiones afirmó que ‘los testigos de Jehová eran como el Partido Comunista’. Así que el clero ya no los acusaba de ser espías de Estados Unidos opuestos al comunismo, como había hecho durante los años cincuenta, sino que trataba de relacionarlos con los comunistas. Por supuesto, quienes sabían que los Testigos habían estado proscritos por el gobierno comunista durante cuarenta años, se dieron cuenta de que era una burda distorsión de la realidad.
¿Qué objetivo perseguía el clero? Esperaba que los testigos de Jehová volvieran a estar proscritos, como lo habían estado durante la época nazi y bajo el comunismo. Aunque los elementos religiosos, apoyados por los apóstatas, trataron de impedir que los testigos de Jehová disfrutaran de las libertades que protege la Constitución, estos aprovecharon al máximo las oportunidades de dar testimonio, como mandó Jesucristo (Mar. 13:10).
Algunas personas que aceptaron la verdad
Entre quienes respondieron al mensaje del Reino se encuentran algunas personas que habían estado completamente entregadas al viejo sistema. Egon había sido policía de la Alemania oriental durante treinta y ocho años. Cuando su esposa se puso a estudiar con los testigos de Jehová, a él no le pareció nada bien. No obstante, le impresionó la conducta amigable, amorosa y disciplinada de estos, así como los oportunos artículos de ¡Despertad! que solían llevar a su casa. En cierta ocasión en que asistió a un día especial de asamblea con su esposa, se quedó petrificado al encontrarse de frente con un hermano al que había detenido en cierta ocasión. No es difícil imaginar que se sintió incómodo, es más, culpable. Pero a pesar de lo ocurrido, se hicieron amigos. Actualmente, tanto Egon como su esposa son Testigos bautizados.
Günter había pertenecido durante diecinueve años al Servicio de Seguridad del Estado, donde alcanzó el grado de comandante. Amargado y desilusionado tras la caída del sistema para el que había trabajado tanto tiempo, entró en contacto con los Testigos por primera vez en 1991. Le impresionaron su conducta y el que le comprendieran a él y sus problemas. Se dio comienzo a un estudio bíblico, y aunque Günter era ateo, con el tiempo se convenció de la existencia de Dios. En 1993 estaba listo para bautizarse. Hoy es feliz trabajando a favor del Reino de Dios.
Otra persona que no tenía fe en Dios y que estaba completamente convencida de que el comunismo era la única esperanza de la humanidad, no tuvo reparos en infiltrarse en la organización de Jehová con el fin de pasar información sobre sus actividades al Servicio de Seguridad del Estado. Tras “bautizarse”, en 1978, vivió una mentira durante diez años. Ahora reconoce: “La conducta de los testigos de Jehová, que observé de cerca, y el estudio de los libros Creación y Apocalipsis, me convencieron de la falsedad de mucho de lo que los enemigos de los Testigos decían sobre ellos. Las pruebas de la existencia del Creador son abrumadoras”. Poco antes de la caída del muro de Berlín, tuvo que tomar una difícil decisión: encontrar una excusa para abandonar el pueblo de Jehová y seguir apoyando un sistema en el que había dejado de creer, o reconocer que era un traidor y luego tratar de ser un verdadero siervo de Jehová. Se inclinó por esta última opción. Su sincero arrepentimiento condujo a un estudio de la Biblia y a un segundo bautismo, esta vez basado en conocimiento exacto y una verdadera dedicación.
Ya podían contarlo
Tras levantarse la proscripción, los Testigos del Este pudieron hablar con más libertad de sus experiencias bajo el régimen comunista. Durante las ceremonias de dedicación de un edificio administrativo de los testigos de Jehová en Berlín, el 7 de diciembre de 1996, recordaron los sucesos pasados varios ancianos que habían contribuido decisivamente a que el rebaño de Alemania oriental se mantuviera fuerte espiritualmente.
Wolfgang Meise, Testigo desde hace cincuenta años, recordó lo ocurrido en junio de 1951, cuando contaba 20 años de edad. Se le condenó a cuatro años de prisión en un juicio organizado con fines propagandísticos al que se había dado publicidad. Cuando los sacaron de la sala a él y a varios hermanos condenados más, unos ciento cincuenta Testigos que también estaban presentes en el juicio los rodearon, les dieron la mano y se pusieron a cantar un cántico del Reino. Por todas las ventanas del tribunal asomaron quienes intentaban ver qué ocurría. Pero no era esa la impresión que las autoridades querían que quedara en la opinión pública. Ese incidente supuso el fin de los juicios de los Testigos con fines propagandísticos.
Egon Ringk recordó que durante los primeros días de la proscripción, los artículos de La Atalaya se escribían a máquina utilizando entre seis y nueve copias al carbón. “A fin de suministrar alimento espiritual a las congregaciones, un hermano de Berlín Oeste que conducía un camión entre ese sector de la ciudad y Alemania oriental, se puso a nuestra disposición. El ‘alimento’ se transfería rápidamente, en tres o cuatro segundos, durante los cuales también se pasaban de un vehículo a otro dos osos de peluche grandes del mismo tamaño. Tras llegar a casa, se ‘vaciaban’ los estómagos de los osos para sacar mensajes importantes e información sobre nuevos nombramientos.” (Compárese con Ezequiel 3:3.)
Se contaron experiencias sobre el valor de los correos que, antes de la construcción del muro, conseguían las publicaciones en Berlín occidental y las pasaban de contrabando a Alemania oriental. Por supuesto, existía la posibilidad de que algún día se cortara el acceso a Berlín Oeste. Para hablar sobre esa eventualidad, se invitó a varios hermanos de Alemania oriental a una reunión el 25 de diciembre de 1960. “Es obvio que se hizo por dirección de Jehová —dijo el hermano Meise—, pues cuando, repentinamente, el 13 de agosto de 1961 se levantó el muro, nuestra organización estaba preparada.”
Hermann Laube contó que tuvo su primer contacto con la verdad cuando era prisionero de guerra en Escocia. De vuelta a su hogar, en Alemania oriental, una vez que la proscripción entró en vigor, vio la necesidad de suministrar a los hermanos todo el alimento espiritual que fuera posible. De modo que los Testigos montaron su propia imprenta con una prensa improvisada. “Pero hasta la mejor prensa sirve de poco sin papel”, indicó el hermano Laube al recordar el día en que se le dijo que solo quedaba papel para tres números más. ¿Qué ocurriría?
El hermano Laube prosiguió: “Pocos días después, oímos a alguien tocar en el alero de la casa. Se trataba de un hermano de Bautzen que dijo: ‘Usted es impresor. Hay varios rollos de papel prensa en el basurero de Bautzen, rollos que sobraron de la planta impresora de periódicos y que piensan enterrar. ¿Podría usarlos?’”.
Los hermanos no perdieron tiempo. “Esa misma noche reunimos un grupo y nos fuimos a Bautzen. No eran solo unos cuantos rollos, sino casi dos toneladas de papel. Raya en lo increíble el que nuestros destartalados automóviles pudieran transportarlo, pero en poco tiempo nos lo habíamos llevado todo. Así que tuvimos suficiente papel para seguir imprimiendo hasta que la Sociedad se encargó de facilitarnos publicaciones de letra pequeña en papel fino.”
Las circunstancias exigían que se tuviera todo el cuidado posible para mantener en secreto la identidad de los miembros del rebaño. Rolf Hintermeyer recordó: “En cierta ocasión, tras haberme reunido con los hermanos, me capturaron y me llevaron a un edificio para interrogarme. Tenía en mi poder varias hojas de papel con direcciones y otros datos. Al llegar, subimos una escalera de caracol, lo cual me dio la oportunidad de tragarme las hojas. Pero como eran muchas, me llevó algo de tiempo. Al final de las escaleras, los funcionarios se dieron cuenta de lo que estaba haciendo y me agarraron del cuello. Yo también me puse las manos en el cuello y balbuceé: ‘Ya está, por fin las tragué’. Al oírme decir eso, me soltaron, gracias a lo cual acabé de tragarlas de verdad, pues ya eran más pequeñas y estaban húmedas”.
Horst Schleussner entró en la verdad a mediados de los años cincuenta, cuando la persecución era más dura, así que sabía de qué hablaba cuando dijo: “No hay duda de que Jehová Dios protegió amorosamente a sus siervos durante los casi cuarenta años en que estuvieron proscritos”.
Se celebra la victoria en Berlín
Pasada la época de la opresión comunista, los hermanos tenían que celebrarlo. Por encima de todo, anhelaban reunirse para expresar a Jehová públicamente su gratitud por la oportunidad que se les presentaba entonces de servirle con mayor libertad.
En cuanto cayó el muro, en noviembre de 1989, el Cuerpo Gobernante dio instrucciones de que se comenzaran los preparativos para tener una asamblea internacional en Berlín. Enseguida se formó el equipo de organizadores. La noche del 14 de marzo de 1990, el grupo tenía programada una reunión para hablar sobre los preparativos de la asamblea. Helmut Martin aún recuerda el momento en que el superintendente de asamblea nombrado, Dietrich Förster, le pidió que anunciara a los hermanos reunidos que a primeras horas de ese día se había concedido el reconocimiento legal a los testigos de Jehová de Alemania oriental. En efecto, la proscripción se había acabado oficialmente.
Como la asamblea se estaba preparando relativamente tarde, el Estadio Olímpico ya tenía ocupados todos los fines de semana, por lo que se programó que se celebrara del martes 24 al viernes 27 de julio. Cuando llegó el momento de preparar las instalaciones, los hermanos solo tuvieron un día, y después de la asamblea no les quedó más que unas horas para desmantelarlo todo.
Así, el lunes 23 de julio, ya había cientos de voluntarios en el estadio a las cinco de la mañana. Gregor Reichart, de la familia Betel de Selters, recuerda que “los hermanos de Alemania del Este se pusieron a trabajar con entusiasmo, como si lo hubieran estado haciendo durante años”. Un administrador del estadio dijo más tarde que estaba encantado de que “por primera vez se limpiaran a fondo las instalaciones”.
Unos nueve mil quinientos germanos orientales viajaron a la asamblea en trece trenes fletados, y otros llegaron en doscientos autobuses también alquilados. Un anciano cuenta que cuando contrataba uno de los trenes, le dijo a un funcionario de ferrocarriles que estaba previsto que solo de los alrededores de Dresde llegarían tres. Sorprendido, el funcionario abrió los ojos como platos y preguntó: “¿De verdad hay tantos testigos de Jehová en Alemania oriental?”.
Para quienes viajaron en los trenes fletados, la asamblea dio comienzo antes de llegar a Berlín. “Nos reunimos en la estación de ferrocarril de Chemnitz y subimos al tren reservado para nosotros —recuerda Harald Pässler, anciano de Limbach-Oberfrohna—. El viaje a Berlín fue inolvidable. Tras largos años de proscripción, durante los cuales realizamos nuestra obra en grupos pequeños en la clandestinidad, de repente era posible ver a muchos hermanos a la vez. Durante todo el viaje, nos juntamos en los diversos compartimentos y hablamos con hermanos a los que no habíamos visto por años, incluso décadas. Fue indescriptible el gozo que sentimos al reencontrarnos. Todos habíamos envejecido varios años, pero habíamos aguantado fielmente. Nos recibieron en la estación de Berlín-Lichtenberg, y mediante altavoces nos dirigieron a diversos puntos de reunión, donde los hermanos berlineses nos esperaban con grandes letreros. Fue una experiencia completamente nueva salir del anonimato. Vivimos personalmente algo que hasta entonces solo conocíamos de oídas o por las publicaciones: somos de verdad una gran hermandad internacional.”
Para muchos Testigos se trató, efectivamente, de su primera asamblea. “Todos estábamos emocionados cuando recibimos la invitación”, recuerda Wilfried Schröter. Dado que él se dedicó en 1972, durante la proscripción, comprendemos sus sentimientos. “Semanas antes de la asamblea teníamos una emoción febril. Yo, como muchos otros hermanos, nunca había vivido nada similar. Era sencillamente inconcebible el que fuéramos a ver a una hermandad internacional reunida en un enorme estadio.”
¡Cuántas veces habían anhelado los hermanos de Berlín Este atravesar los pocos kilómetros de la ciudad que los separaban del lugar donde tenían la asamblea sus hermanos! Por fin podían hacerlo.
Asistieron casi cuarenta y cinco mil hermanos de 64 países, entre ellos siete miembros del Cuerpo Gobernante, que fueron a compartir la alegría de sus hermanos cristianos de Alemania oriental en esa ocasión trascendental. En ese estadio, el Tercer Reich había tratado de aprovechar los Juegos Olímpicos de 1936 para impresionar al mundo con sus logros. Ahora retumbaban nuevamente los estruendosos aplausos en el estadio, pero esta vez no para ensalzar a algún atleta o por orgullo patriótico. Los asistentes eran miembros de una familia internacional del pueblo de Jehová verdaderamente feliz, y motivaban sus aplausos el agradecimiento a Jehová y el aprecio por las valiosas verdades de su Palabra. En esta ocasión se presentaron para inmersión en agua 1.018 personas, la mayoría de las cuales habían aprendido la verdad en Alemania del Este bajo la proscripción.
Quienes mejor podían comprender los sentimientos de los hermanos de Alemania del Este tal vez fueran los aproximadamente cuatro mil quinientos entusiastas representantes de Polonia, país colindante. También ellos habían aguantado muchos años de proscripción y hacía poco que habían tenido su primera asamblea grande en muchos años. Un Testigo polaco escribió más tarde: “Los hermanos de Polonia agradecieron enormemente el espíritu de sacrificio de sus vecinos del oeste, quienes les dieron gratis el alojamiento, la comida y el transporte a la sede de la asamblea, sin lo cual a muchos de nosotros nos hubiera resultado imposible asistir”.
Los hermanos de Alemania occidental, para quienes era normal disfrutar de las asambleas en libertad, quedaron, de todas formas, profundamente impresionados. “Daba gusto ver a varios hermanos mayores fieles —algunos de los cuales habían sido perseguidos no solo durante los cuarenta años del régimen comunista, sino también durante el Tercer Reich— sentados en la sección reservada que habían ocupado Adolf Hitler y otros jerarcas nazis”, comentó Klaus Feige, de la familia Betel de Selters. Esta sección escogida del estadio se reservó amorosamente para los hermanos mayores e impedidos. ¡Qué impresionante símbolo del Reino de Dios, triunfante ahora sobre las fuerzas políticas que habían conspirado para detener su marcha hacia la victoria final!
Se facilitan lugares de reunión
Inmediatamente después de levantarse la proscripción en Alemania oriental, se dispuso que los hermanos del país se beneficiaran del programa regular de asambleas del que disfrutan los siervos de Jehová en todo el mundo. Antes incluso de que se reorganizaran por completo los circuitos, se invitó a las congregaciones a ir a los días especiales de asamblea y a las asambleas de circuito de Alemania occidental. Al principio, la asistencia se repartía a partes iguales entre publicadores de Alemania occidental y de la oriental. De ese modo se reforzaron los vínculos de la hermandad, y se dio a los hermanos del Este la oportunidad de trabajar con los del Oeste y así aprender los procedimientos que se siguen en las asambleas.
Cuando los circuitos se organizaron, se invitó a los hermanos del Este a utilizar los Salones de Asambleas de Alemania occidental. Cinco de ellos estaban suficientemente cerca de la anterior frontera como para que fuera factible: los de Berlín, Múnich, Büchenbach, Möllbergen y Trappenkamp. De todas formas, en cuanto fue posible se iniciaron las obras de un Salón de Asambleas en Alemania oriental. Se encuentra en Glauchau, cerca de Dresde, y se dedicó el 13 de agosto de 1994. Actualmente es el mayor Salón de Asambleas de los testigos de Jehová de Alemania, pues tiene un aforo de 4.000 personas.
También se prestó atención a la construcción de Salones del Reino. Habían estado prohibidos en la República Democrática Alemana, pero ahora se necesitaban para atender a los más de veinte mil Testigos de la zona. El modo en que se efectuó la construcción provocó el asombro de otras personas.
Un periódico escribió lo siguiente sobre la construcción de un Salón del Reino en Stavenhagen: “La manera de erigir el edificio y la rapidez con que se está haciendo ya ha dejado asombrados a numerosos observadores. [...] Levantaron el edificio unos doscientos cuarenta obreros especializados de 35 oficios distintos, todos ellos testigos de Jehová voluntarios. Todo lo hicieron en un fin de semana y sin cobrar”.
Otro periódico escribió sobre un Salón construido en la ciudad de Sagard, en la isla báltica de Rügen: “Unas cincuenta personas de ambos sexos, industriosas como abejas, están preparando los cimientos del edificio. Pero no reina la confusión. El ambiente es sorprendentemente relajado y amigable. A pesar de la obvia velocidad a la que trabajan, nadie parece nervioso y nadie habla con brusquedad a otros trabajadores, como ocurre en la mayoría de las obras”.
Para finales de 1992, se habían construido siete Salones del Reino, que utilizaban dieciséis congregaciones, y estaban confeccionados los planos de unos treinta más. En 1998, más del setenta por ciento de las congregaciones de la anterior Alemania oriental ya se reunían en sus propios Salones del Reino.
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AlemaniaAnuario de los testigos de Jehová 1999
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[Ilustraciones de la página 118]
Asamblea de Berlín, 1990
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