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  • ¿Es Dios el culpable de nuestros problemas?
    La Atalaya 2004 | 1 de julio
    • ¿Es Dios el culpable de nuestros problemas?

      CUANDO la hija adulta de Marisa sufrió una grave lesión cerebral, esta madre hizo lo que hubiéramos hecho muchos: pidió ayuda a Dios.a “No recordaba haberme sentido nunca tan impotente y sola”, dice ella. Más tarde, el estado de su hija se agravó, y Marisa empezó a dudar de Dios. Se preguntaba: “¿Por qué ocurre esto?”. No comprendía cómo un Dios amoroso y comprensivo podía abandonarla.

      La experiencia de Marisa es bastante común. Muchísimas personas de todo el mundo se han sentido abandonadas por Dios en tiempos de necesidad. “Todavía sigo preguntándome por qué permite Dios que sucedan cosas malas —dice Lisa, tras el asesinato de su nieto—. No es que haya perdido por completo la fe en Dios, pero ya no tengo tanta.” De igual modo, después de sufrir una tragedia sin sentido que afectó a su hijo pequeño, una madre comentó: “Dios no me proporcionó ningún consuelo en aquella situación. No ha dado ninguna muestra de interés ni de compasión por mí”. Agregó: “Nunca lo perdonaré”.

      Otras personas se resienten con Dios al observar el mundo que las rodea. Ven países azotados por la pobreza y el hambre, refugiados de guerra sin esperanza, un número incalculable de huérfanos cuyos padres han muerto de sida, y millones de personas aquejadas de diversas enfermedades. Cuando suceden tales tragedias y otras parecidas, muchos culpan a Dios por su aparente apatía.

      Sin embargo, la realidad es que Dios no es el culpable de los problemas que plagan a la humanidad. De hecho, hay razones de peso para creer que él pronto reparará el daño causado a la familia humana. Lo invitamos a leer el siguiente artículo para comprobar que Dios de veras se interesa por nosotros.

      [Nota]

      a Los nombres se han cambiado.

  • Dios de veras se interesa por nosotros
    La Atalaya 2004 | 1 de julio
    • ¿Tiene la culpa Dios?

      Gran parte del sufrimiento de los seres humanos se lo provocan ellos mismos. Por ejemplo, todo el mundo sabe los peligros que encierran ciertas actividades de alto riesgo. Aun así, la gente comete actos de inmoralidad sexual, abusa del alcohol, consume tabaco y otras drogas, participa en deportes peligrosos, conduce a toda prisa, etc. Si dicho comportamiento arriesgado acarreara sufrimiento, ¿quién tendría la culpa: Dios, o la persona que actúa con imprudencia? La Palabra inspirada de Dios dice: “No se extravíen: de Dios uno no se puede mofar. Porque cualquier cosa que el hombre esté sembrando, esto también segará” (Gálatas 6:7).

      Además, los seres humanos a menudo se hacen daño unos a otros. Cuando una nación declara la guerra a otra, Dios de ninguna manera es culpable del sufrimiento resultante. Si un delincuente ataca a un conciudadano, ¿es Dios responsable de que esa persona resulte herida o muerta? ¡Claro que no! Cuando un dictador oprime, tortura y asesina a sus súbditos, ¿deberíamos culpar a Dios? No sería razonable (Eclesiastés 8:9).

      ¿Qué podemos decir de que millones de personas vivan en condiciones de extrema pobreza o estén muriéndose de hambre? ¿Es Dios el culpable? No. Nuestro planeta suministra alimento más que suficiente para todo el mundo (Salmo 10:2, 3; 145:16). Lo que lleva a las hambrunas y la pobreza es la distribución desigual de las generosas provisiones divinas. Y el egoísmo del hombre impide resolver este problema.

      La causa fundamental

      Ahora bien, ¿quién tiene la culpa de que la gente enferme o muera de vejez? ¿Le sorprendería saber que Dios tampoco es responsable de eso? Dios no creó al hombre para que envejeciera y muriera.

      Cuando colocó a la primera pareja humana, Adán y Eva, en el jardín de Edén, les dio la perspectiva de vivir para siempre en un paraíso terrestre. No obstante, Dios obviamente deseaba que la Tierra estuviera poblada de seres humanos que apreciaran su legado. Por eso, impuso una condición a dicha perspectiva de vida futura. Adán y Eva vivirían en el Paraíso solo si continuaban obedeciendo a su amoroso Creador (Génesis 2:17; 3:2, 3, 17-23).

      Lamentablemente, aquellos primeros humanos se rebelaron. Eva optó por escuchar a Satanás el Diablo, quien le mintió y le dio a entender que Dios estaba reteniendo algo bueno de ella. De modo que Eva emprendió un derrotero de independencia e intentó “ser como Dios, conociendo lo bueno y lo malo”. Después Adán se unió a ella en la rebelión (Génesis 3:5, 6).

      Al pecar, Adán y Eva demostraron que no eran dignos de vivir para siempre. Sufrieron las desastrosas consecuencias del pecado. Su fuerza y vitalidad fueron disminuyendo y con el tiempo murieron (Génesis 5:5). Sin embargo, su rebelión tuvo repercusiones mucho más serias. Nosotros aún sufrimos los efectos del pecado de Adán y Eva. El apóstol Pablo escribió: “Por medio de un solo hombre [Adán] el pecado entró en el mundo, y la muerte mediante el pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado” (Romanos 5:12). En efecto, debido a la rebelión de Adán y Eva, el pecado y la muerte se propagaron como una enfermedad maligna entre toda la familia humana.

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