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Parte 9: La gobernación humana llega a su cenit¡Despertad! 1990 | 8 de diciembre
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Sistemas políticos supranacionales: Imperios, ligas, confederaciones o federaciones formadas por naciones-estado sobre una base temporal o permanente en busca de metas comunes que están por encima de los límites, autoridad o intereses nacionales.
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Parte 9: La gobernación humana llega a su cenit¡Despertad! 1990 | 8 de diciembre
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Intentos de unificación
¿Ofreció alguna solución el científico nuclear Harold Urey cuando afirmó que “los problemas del mundo no tienen solución constructiva a no ser que con el tiempo un gobierno mundial establezca leyes en toda la Tierra”? No todo el mundo está tan seguro de que eso funcione. En el pasado fue prácticamente imposible conseguir una verdadera cooperación entre miembros de organismos internacionales. Veamos un ejemplo destacado.
Después de la I Guerra Mundial, el 16 de enero de 1920, quedó constituida una organización supranacional, la Sociedad de Naciones, con 42 estados miembros. En lugar de constituirse en gobierno mundial, se pretendía que fuese un parlamento internacional, que promoviese la unidad en el mundo, mediante zanjar las disputas entre las naciones-estado soberanas e impidiese así la guerra. Para 1934 la cantidad de naciones miembros había ascendido a 58.
No obstante, la Sociedad de Naciones se constituyó sobre un fundamento poco sólido. “La I Guerra Mundial había terminado en un ambiente de grandes esperanzas, pero no tardó en producirse la desilusión —explica The Columbia History of the World—. Las esperanzas puestas en la Sociedad de Naciones resultaron ser ilusorias.”
El 1 de septiembre de 1939 comenzó la II Guerra Mundial, lo que arrojó a la Sociedad de Naciones a un abismo de inactividad. Aunque no se disolvió formalmente hasta el 18 de abril de 1946, puede decirse que murió en plena “adolescencia”, sin siquiera haber cumplido los veinte años. Antes de su entierro oficial, ya había sido reemplazada por otra organización supranacional, las Naciones Unidas, formada el 24 de octubre de 1945 con 51 estados miembros. ¿En qué resultaría este nuevo intento de unificación?
Un segundo intento
Algunas personas dicen que la Sociedad de Naciones fracasó porque no estaba bien estructurada. Otros opinan que la mayor parte de la culpa no la tuvo la Sociedad de Naciones sino los gobiernos individuales que estaban poco dispuestos a prestarle el debido apoyo. No hay duda de que ambas opiniones tienen algo de razón. De todas formas, los fundadores de las Naciones Unidas trataron de aprender de la ineficacia de la Sociedad de Naciones y procuraron remediar algunas de sus debilidades.
El escritor R. Baldwin califica a la Organización de las Naciones Unidas de “superior a la vieja Sociedad de Naciones en su capacidad de crear un orden mundial de paz, cooperación, justicia y derechos humanos”. Por supuesto, algunas de sus agencias especializadas, como la OMS (Organización Mundial de la Salud), el UNICEF (Fondo Internacional de las Naciones Unidas para el Socorro a la Infancia) y la FAO (Organización para la Alimentación y la Agricultura) han ido en pos de metas encomiables y han logrado cierta medida de éxito. Algo que también parece dar la razón a Baldwin es el hecho de que las Naciones Unidas han estado funcionando por cuarenta y cinco años, más del doble que la Sociedad de Naciones.
Un importante logro de la ONU fue la aceleración de la descolonización, por lo menos haciéndola “con un poco más de orden de lo que se hubiese hecho de haber sido otro el medio”, dice el periodista Richard Ivor, quien también afirma que la organización “ayudó a limitar la guerra fría al campo de batalla de la retórica”. Además, alaba el “modelo de cooperación práctica en todo el mundo” que esta organización ayudó a producir.
Desde luego, hay quienes afirman que la amenaza de una guerra nuclear influyó más en impedir que la guerra fría se calentase que las Naciones Unidas. En lugar de unificar a las naciones, como promete su nombre, lo cierto es que con frecuencia esta organización solo ha servido de intermediaria, tratando de impedir que naciones desunidas se echen las manos al cuello unas a otras. E incluso en este papel de árbitro, no siempre ha tenido éxito, pues como explica el autor Baldwin, al igual que la vieja Sociedad de Naciones, “las Naciones Unidas no tienen poder para hacer más de lo que les permite un Estado miembro acusado”.
Este apoyo tan poco sincero por parte de los miembros de la ONU se refleja a veces en su desgana a la hora de suministrar fondos para mantener la organización en marcha. Por ejemplo, Estados Unidos —uno de sus principales contribuyentes— retuvo su cuota de la FAO debido a una resolución que a su juicio criticaba a Israel y era pro palestina. Más tarde concordó en pagar lo suficiente para retener su voto pero dejó pendiente más de dos terceras partes de la deuda.
En 1988, Varindra Tarzie Vittachi, anterior director diputado del UNICEF, escribió que rehusaba “unirse al partido general de linchamiento” de aquellos que no reconocían a las Naciones Unidas. Aunque se autodenomina “un crítico leal”, admite que se está produciendo un amplio ataque por parte de personas que dicen que “las Naciones Unidas son una ‘lámpara apagada’, que no se ha mantenido fiel a sus elevados ideales, que no ha podido llevar a cabo sus funciones pacificadoras y que sus agencias de desarrollo, con unas pocas nobles excepciones, no han justificado su existencia”.
La principal debilidad de las Naciones Unidas la revela el autor Ivor al escribir: “La ONU, prescindiendo de lo que pueda hacer, no eliminará el pecado. No obstante, puede dificultar hasta cierto grado el pecado internacional y hará que el pecador sea más responsable [ante la ley]. Pero todavía no ha logrado cambiar el corazón y la mente de los dirigentes de los países ni de la gente que los compone”. (Las bastardillas son nuestras.)
Por consiguiente, el defecto de las Naciones Unidas es el mismo que el de todas las formas de gobernación humana: ni una sola es capaz de inculcar en la gente el amor desinteresado a lo que es recto, el odio a lo que es malo y el respeto a la autoridad, que son requisitos previos para el éxito. Piense en el gran número de problemas mundiales que se aliviarían si la gente estuviese dispuesta a dejarse guiar por principios justos. Por ejemplo, una crónica sobre la contaminación en Australia dice que el problema existe “no por ignorancia sino por actitud”. Tras indicar que la codicia es una causa fundamental de la contaminación, el artículo afirma que “la política gubernamental ha agravado el problema”.
Los humanos imperfectos sencillamente no pueden formar gobiernos perfectos. Como indicó el escritor Thomas Carlyle en 1843: “A la larga cada gobierno es el fiel reflejo de su pueblo, con su sabiduría y su insensatez”. ¿Quién puede discutir una lógica como esa?
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