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Durante los siglos IV y V a.E.C., un médico griego llamado Hipócrates cuestionó los conceptos egipcios. A él se le conoce hoy sobre todo por el juramento hipocrático, que sigue siendo la base de la ética médica. El libro Moments of Discovery—The Origins of Science dice que Hipócrates fue “de los primeros que rivalizaron con la clase sacerdotal en la búsqueda de una explicación para las dolencias del hombre”. Basándose en métodos científicos, buscó las causas naturales de la enfermedad. La razón y la experiencia comenzaron a reemplazar a la superstición religiosa y las conjeturas.
Al rechazar las ideas equivocadas de la religión falsa, Hipócrates dio un paso importante en la dirección correcta. No obstante, aún hoy quedan vestigios de los antecedentes religiosos de la medicina. Su símbolo, la serpiente enrollada en la vara de Asclepio (Esculapio) —deidad griega de la medicina—, se remonta a los antiguos templos de curaciones en los que había serpientes sagradas. Según The Encyclopedia of Religion, estas serpientes representaban “la capacidad para renovación de la vida y el renacimiento saludable”.
Hipócrates llegó a ser conocido más tarde como el padre de la medicina, lo cual no quiere decir que no cometiera a veces errores científicos. La obra The Book of Popular Science indica que algunas de sus ideas erróneas “nos parecerían hoy meras fantasías”, aunque previene contra cualquier arrogancia médica, pues dice: “Es probable que algunas de las teorías médicas que en la actualidad gozan de más arraigo lleguen a parecer igual de fantásticas a hombres de una futura generación”.
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La universalidad de los griegos
Leamos sobre historia de la religión, política o comercio y tropezaremos más de una vez con alguna mención del pueblo griego. ¿Quién no ha oído hablar de sus famosos filósofos, término que se deriva de la palabra griega fi·lo·so·fí·a: “amor a la sabiduría”? En el siglo I, cuando el apóstol cristiano Pablo viajó a Grecia, el amor de los griegos a la sabiduría y su sed de conocimiento ya eran un hecho muy conocido. Él mencionó a los epicúreos y a los estoicos, quienes como “todos los atenienses y los extranjeros que residían allí temporalmente no pasaban su tiempo libre en ninguna otra cosa sino en decir algo o escuchar algo nuevo”. (Hechos 17:18-21.)
No sorprende, pues, que los griegos hayan sido el pueblo antiguo que mayor legado ha dejado a la ciencia. En The New Encyclopædia Britannica se comenta: “El intento de la filosofía griega de formular una teoría sobre el universo que reemplazara la cosmología mítica, condujo con el tiempo a descubrimientos científicos prácticos”.
De hecho, algunos filósofos griegos hicieron importantes aportaciones a la búsqueda de la verdad científica. Procuraron desarraigar los conceptos y teorías erróneos de sus predecesores, aunque al mismo tiempo se aprovecharon de los aspectos válidos. (Véanse los ejemplos del recuadro.) Por lo tanto, puede decirse que si los filósofos griegos del pasado vivieran hoy serían muy probablemente los científicos actuales. Dicho sea de paso, hasta hace relativamente poco se empleó la expresión “filosofía natural” para designar las diferentes ramas de la ciencia.
Con el tiempo, el recién fundado Imperio romano eclipsó en el terreno político a la Grecia amante de la filosofía. ¿Tendría esto algún efecto en el progreso científico? ¿O influiría de algún modo el advenimiento del cristianismo? Lea la respuesta en la Parte 3, que se publicará en nuestro próximo número.
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[Recuadro en la página 22]
“Científicos” griegos precristianos
TALES de Mileto (siglo VI), conocido sobre todo por su obra matemática y por la creencia de que el agua era la esencia de toda materia, estudió con espíritu crítico la estructura cósmica, lo que, según The New Encyclopædia Britannica, tuvo un efecto “decisivo en el progreso del pensamiento científico”.
Sócrates (siglo V), de quien The Book of Popular Science dice que “fue el creador de un método de investigación por medio del diálogo —la dialéctica—, que se aproxima a la esencia misma del método científico”.
Demócrito de Abdera (siglos V-IV) ayudó a sentar la base de la teoría atómica del universo, así como de las teorías de la indestructibilidad de la materia y de la conservación de la energía.
Platón (siglos V-IV) fundó la Academia en Atenas, dedicada a la investigación filosófica y científica.
Aristóteles (siglo IV), biólogo erudito, fundó el Liceo, una institución científica dedicada a la investigación de muy diversos campos. Sus ideas dominaron el pensamiento científico por más de mil quinientos años y fue considerado la suprema autoridad científica.
Euclides (siglo IV), el matemático más relevante de la antigüedad, es muy conocido por una compilación de sus conocimientos de “geometría”, voz griega que significa “medida de la tierra”.
Hiparco de Nicea (siglo II), notable astrónomo y padre de la trigonometría, clasificó las estrellas en magnitudes según su brillo, un sistema que en esencia aún está vigente. Fue precursor de Tolomeo, eminente geógrafo y astrónomo del siglo II E.C., quien amplió los hallazgos de Hiparco y enseñó que la Tierra es el centro del universo.
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