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  • Fui probado en el horno ardiente de la aflicción
    La Atalaya 2003 | 1 de febrero
    • Nos enteramos de que nos iban a desterrar a Makrónisos, una isla desértica frente a la costa de la región griega del Ática. La simple mención del nombre de Makrónisos aterrorizaba a cualquiera, pues el campo de prisioneros que allí se hallaba lo hacía sinónimo de torturas y trabajo de esclavos. De camino nos detuvimos en El Pireo. Aunque aún estábamos esposados, nos sentimos fortalecidos cuando algunos de nuestros hermanos espirituales subieron al barco y nos abrazaron (Hechos 28:14, 15).

      La vida en Makrónisos era una pesadilla. Los soldados maltrataban a los reclusos desde la mañana hasta la noche. Muchos presos no Testigos perdieron la razón, otros la vida, y un gran número quedaron discapacitados. De noche oíamos los gritos y gemidos de los torturados, y la fina frazada apenas me resguardaba del intenso frío nocturno.

      Poco a poco, en el campo se llegó a conocer a los testigos de Jehová, pues el nombre se mencionaba todas las mañanas al pasar lista. Por consiguiente, tuvimos muchas oportunidades de dar testimonio, y yo incluso disfruté del privilegio de bautizar a un prisionero político que había progresado hasta el punto de dedicar su vida a Jehová.

      Desde mi destierro continué escribiendo a mi querida esposa sin recibir jamás respuesta de ella. Pero eso no me retuvo de escribirle con ternura, consolándola y asegurándole que aquello era temporal y que seríamos felices de nuevo.

      Mientras tanto llegaron más hermanos y aumentamos en número. Al trabajar en la oficina, trabé cierta relación con el coronel al mando del campo. Puesto que él respetaba a los Testigos, me armé de valor y le pregunté si podríamos recibir algunas publicaciones bíblicas de nuestra sucursal de Atenas. “Eso es imposible —me dijo—, pero ¿por qué su gente de Atenas no las empacan como equipaje, ponen mi nombre en el envío y me las mandan a mí?” ¡Me quedé mudo de estupor! Al cabo de pocos días, mientras descargábamos un barco recién llegado, un policía saludó al coronel y le dijo: “Señor, su equipaje ha llegado”. “¿Qué equipaje?”, preguntó. Dio la casualidad de que yo me encontraba allí y oí la conversación, así que le susurré: “Es probable que sea el nuestro, que fue enviado a su nombre tal como usted ordenó”. Esa fue una de las maneras mediante las que Jehová se aseguró de alimentarnos espiritualmente.

  • Fui probado en el horno ardiente de la aflicción
    La Atalaya 2003 | 1 de febrero
    • [Recuadro de la página 27]

      Makrónisos, isla de terror

      Durante diez años, de 1947 a 1957, en la desértica y desolada isla de Makrónisos cumplieron condena más de cien mil presos, entre ellos un gran número de fieles Testigos enviados allí por su neutralidad cristiana. En la mayoría de los casos, quienes instigaron su destierro fueron clérigos de la Iglesia Ortodoxa Griega que los acusaron falsamente de ser comunistas.

      Con respecto al proceso de “rehabilitación” seguido en Makrónisos, la enciclopedia griega Papyros Larousse Britannica señala: “Los despiadados métodos de tortura, [...] las condiciones de vida inaceptables para cualquier nación civilizada y el trato humillante que los guardianes dispensaban a los reclusos [...] constituyen una página vergonzosa de la historia de Grecia”.

      A algunos Testigos les advirtieron que jamás se les pondría en libertad a menos que renunciaran a sus creencias religiosas. Sin embargo, no solo permanecieron íntegros, sino que, de hecho, algunos presos políticos abrazaron la verdad de la Biblia como consecuencia de su relación con los Testigos.

      [Ilustración de la página 27]

      Minos Kokkinakis (tercero desde la derecha) y yo (cuarto desde la izquierda) en la isla penal de Makrónisos

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