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“En lugar de oro, encontré diamantes”La Atalaya 1997 | 1 de marzo
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Al poco tiempo se reunió conmigo Michael Triantafilopoulos, quien me bautizó en el verano de 1935, más de un año después de haber iniciado el ministerio de tiempo completo. Como no había transporte público, íbamos andando a todas partes. Nuestro mayor obstáculo fue la oposición de los clérigos, que estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por detenernos. Como consecuencia, encontramos mucho prejuicio. No obstante, pese a las dificultades, se dio el testimonio y el nombre de Jehová se proclamó por todas partes.
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“En lugar de oro, encontré diamantes”La Atalaya 1997 | 1 de marzo
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Un día, el hermano Triantafilopoulos y yo estábamos predicando en el pueblo de Mouríki, en el nomo de Beocia. Dividimos el pueblo en dos secciones, y como yo era más joven, comencé a trabajar las laderas empinadas. De repente, escuché unos gritos que procedían de la parte baja del pueblo. Mientras descendía, pensé para mis adentros: ‘Están golpeando al hermano Triantafilopoulos’. Los lugareños se habían reunido en el café del pueblo, y un sacerdote iba y venía pisando fuerte como un toro irritado. “Esta gente nos llama ‘la descendencia de la Serpiente’”, gritaba.
El sacerdote ya había roto un bastón en la cabeza del hermano Triantafilopoulos, a quien le corría la sangre por la cara. Después de limpiarle la sangre del rostro, logramos escapar. Caminamos por tres horas hasta que llegamos a Tebas, y en una clínica de esta ciudad le curaron la herida. Informamos de lo ocurrido a la policía, y se presentó una demanda. Sin embargo, el sacerdote tenía ciertas conexiones y finalmente lo exoneraron.
Mientras trabajábamos en la ciudad de Leukás, los seguidores de uno de los líderes políticos de la zona nos “arrestaron” y nos llevaron al café del pueblo, donde nos acusaron ante un tribunal popular improvisado. El jefe político y sus hombres se turnaban en dar vueltas alrededor de nosotros despotricando en contra nuestra y amenazándonos con los puños cerrados. Todos estaban borrachos. Sus invectivas en contra nuestra duraron desde el mediodía hasta el atardecer, pero nosotros permanecimos imperturbables y seguíamos sonriendo cuando declarábamos que éramos inocentes y pedíamos en silencio a Jehová Dios que nos ayudara.
A la caída de la tarde nos rescataron dos policías. Nos llevaron a la comisaría, donde nos trataron bien. Para justificar sus actos, el jefe político se presentó al día siguiente y nos acusó de difundir propaganda contra el rey de Grecia. De modo que la policía nos envió, escoltados por dos hombres, a la ciudad de Lamia para otro interrogatorio. Nos mantuvieron en custodia por siete días y luego nos llevaron esposados a la ciudad de Larisa para juzgarnos.
Los hermanos cristianos de Larisa, a quienes se había avisado de antemano, esperaban nuestra llegada. El gran cariño que nos mostraron constituyó un buen testimonio para los guardias. Nuestro abogado, un testigo de Jehová que había sido teniente coronel, era muy conocido en la ciudad. Cuando apareció ante el tribunal y defendió nuestro caso, se demostró que los cargos contra nosotros eran falsos y nos pusieron en libertad.
Los buenos resultados que en general obtuvo la predicación de los testigos de Jehová condujeron a que se intensificara la oposición. En 1938 y 1939 se aprobaron leyes que prohibían el proselitismo, y Michael y yo estuvimos decenas de veces ante los tribunales por esta cuestión. Después, la sucursal nos aconsejó que trabajáramos por separado a fin de que nuestra obra no llamara mucho la atención.
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